CULTURA
La ciudad pensada XIII

Parque Chacabuco: porción de ciudad para la recreación

Al comienzo el parque con el nombre de una batalla contaba con 22 hectáreas, diseñadas por el famoso paisajista Carlos Thays; hoy, luego de la construcción de la autopista 25 de Mayo, el parque sufre una división de lo que antes fue un gran predio arbolado.

Parque Chacabuco 20210806
Un parque ofrece espacio para la convivencia entre personas, árboles, flores, o estatuas y bustos a la intemperie. Retazo de urbe para la recreación. | Laura Navarro

Un parque ofrece espacio para la convivencia entre personas, árboles, flores, o estatuas y bustos a la intemperie. Retazo de urbe para la recreación.  

Y como las personas y las propias ciudades, los parques cobran parte de su identidad a través de un nombre. En el caso de un parque frente a una gran iglesia y con una fuente tutelada por unos sapos, y atravesada por la daga de asfalto de una autopista, el nombre que le da su identidad es Chacabuco. Parque Chacabuco.  

 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Una batalla, el rosedal y la fuente  

A 55 km al norte de Santiago de Chile, el 12 de febrero de 1817, en la hacienda de Chacabuco, las fuerzas del general San Martín derrotaron un ejército realista español. Guerra de la independencia, sangre, muerte, victoria. Y en el parte de batalla el creador del Ejército de los Andes consignó que “en veinticuatro días hemos hecho la campaña; pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile”. En la ciudad de Buenos Aires, el 5 de mayo de 1903 una ordenanza municipal recordó ese hecho de armas para darle nombre a un parque inaugurado en 1909.  

Al comienzo el parque con el nombre de una batalla contaba con 22 hectáreas, diseñadas por el famoso paisajista Carlos Thays; hoy, luego de la construcción de la autopista 25 de Mayo, el parque sufre una división de lo que antes fue un gran predio arbolado capaz de proponerles a los visitantes un descanso renovador, y de hacerles olvidar, casi, la ciudad en derredor.    

Al principio, sus caminos eran de ripio, sendas de piedrecillas rojas y crujientes (algunas sobreviven), entre los enjambres de plantas por doquier, árboles de ramas melodiosas entre el viento, y un rosedal de 3000 variedades de rosas (recuperado por la Asociación Coreana en Argentina), como resguardo de una fuente decorada con unos sapitos de bronce creada en 1930, y arrasada en 1978 durante la construcción de la autopista, y que fue reconstruida luego con una estatua que muestra a un niño fundido con un delfín. El parque como micro floresta dentro de la gran ciudad.  

 

La nieve y la explosión que no fue  

En la mitología de su origen, se dice que el parque surgió luego de la explosión del Polvorín de Flores. Un mito nacido de una confusión…  

En el siglo XVIII las tierras que ahora son parque y barrio eran parte de la Chacarita de Belén, propiedad de la Compañía de Jesús. Los jesuitas, monjes papistas, hiperactivos evangelizadores, agudos teólogos, idóneos administradores, acusados de construir un Estado dentro del Estado, fueron expulsados en 1767. Poco después, en 1776, lo que era la Gobernación de Buenos Aires se convirtió en el Virreinato del Río de la Plata. El ilustrado Juan José de Vértiz de Salcedo, antes gobernador, devino primer virrey. Creador de la célebre Casa de Niños Expósitos, organizador del primer censo de la Ciudad de Buenos Aires, en 1779 dispuso la creación en la zona sur del actual parque de un polvorín que, a pesar de ser edificio del Estado, se lo llamó “Pólvora de Juan Diego Flores”; y luego, sin más, Polvorín de Flores.  

Durante las invasiones inglesas, los soldados invasores se hicieron de parte de la pólvora. Por una maniobra desafortunada ocurrió una explosión que cegó la vida de veinte ingleses.   

Cuando la población de San José de Flores se extendió, la Municipalidad de Flores levantó espaldones de tierra para aislar al Polvorín del vecindario. Sin embargo, el constante aumento de la población instaló el temor de un latente estallido. Por eso, se decidió retirar el material explosivo. Así la Nación traspasó el predio a la Municipalidad que, por la ordenanza ya mencionada, creó el nuevo parque que, al mismo tiempo, abría un espacio público y prevenía una eventual explosión, que sí ocurrió el 26 de enero de 1898. Pero la detonación de la pólvora con su mezcla inflamable de nitrato de potasio, azufre y carbón, fue en la Fábrica Nacional de Pólvora ubicada donde hoy se encuentra la Facultad de Agronomía y Veterinaria. En el momento del incidente, muchas informaciones periodísticas indicaban el Polvorín de Flores como lugar del estallido. Esto provocó la confusión.  

Una explosión escuchada en toda la ciudad; la detonación de materiales peligrosos como lo ocurrido recientemente en la ciudad de Bata, en Guinea Ecuatorial; o en Tianjin, ciudad industrial china al sureste de Pekín, en 2015.  

Explosiones reales éstas no como la que compone el mito fundacional del parque que, inicialmente fue dedicado a actividades físicas y deportivas. Por eso, cobijó al principio canchas de los clubes San Lorenzo y Atlanta. Y también en 1910 se estableció una escuela con espacio al aire libre paran niños débiles o convalecientes, al mismo tiempo que se lo hacía también en el Parque de los Patricios, Palermo y Lezama.  

Y en 1918, cuando sobre la ciudad cayó nieve, el parque dio el escenario al único partido de fútbol jugado bajo la lluvia de los copos blancos.  

 

El lugar de paseo y una puerta misteriosa  

Hasta la década del 20’ el parque era un predio cerrado. Unos portones debían abrirse para recibir a los visitantes junto a los que ingresaban también organilleros, vendedores de barquillos, fotógrafos ambulantes. Dentro, se podía conseguir leche fresca de un tambo, con vacas ordeñadas cotidianamente. En los alrededores, la ciudad crecía vibrante, por lo que en el parque inicial también había un horno de ladrillos.  

Carlos Thays padre (1849-1934) fue un brillante paisajista y urbanista francés, que adoptó a la Argentina como su segunda patria. En una portada de Caras y caretas de 1901, luce con una tijera, una vestimenta campestre con tirantes, un pañuelo rojo, rodeado de plantas, macetas, tierra y árboles. Además de su gran obra en la ciudad, su diseño de tantos parques como el del Parque Chacabuco, o del Jardín Botánico, diseñó el Parque Rodó en Montevideo, y el Parque 9 de julio en Tucumán. Y tuvo un hijo, Carlos Julio Thays, que continuó su obra y que, durante su gestión como Director General de Paseos de la Ciudad, rediseño el Parque Chacabuco. Lo convirtió en lugar de paseo. Y como virtual continuación de su relación inicial con el deporte, en 1940, en el parque se habilitó su emblemático Natatorio, en el que muchos aprendimos a nadar; y, en 1958, se creó el Centro de Deportes y Recreación Chacabuco con su también famosa pista de atletismo.  

En el centro del parque una hermosa fuente juega con sus expansivas danzas de agua. Cuando niños, en su costado izquierdo, veíamos una puerta de rejas que permitía entrever lo que nuestra fantasía infantil imaginaba como la entrada a un laberinto secreto, habitado por raras criaturas o seres que no querían conocer la luz de día. Hoy, quien observe ese lugar solo encontrará una puerta de metal que previene sobre un peligro eléctrico por encontrarse dentro las máquinas que permiten darles impulso a los chorros de agua.   

 

El mensaje de las estatuas  

El parque como espacio público urbano es un lenguaje complejo. A veces se reduce a la única gramática de un lugar para disfrute, juego, recreación; otras veces, el parque incorpora el arte de esculturas o murales, cada uno con su mensaje. Ese rasgo en el Parque Chacabuco se corporiza en una escultura que adquiere un rango icónico, la del yaguareté, el nombre guaraní para el jaguar que derrama su belleza entre selvas tropicales, bosques y montañas, desde el sur de México hasta el noroeste argentino. Felino fascinante, hoy amenazado de extinción en condiciones naturales no protegidas.  

Por la magia del arte, en Avenida Asamblea y Emilio Mitre, el yaguareté cambia sus venas y músculos por el bronce en la escultura de Emilio Jacinto Sarguinet, de 1935. Sarguinet es el mismo que modeló El resero, un famoso jinete y su caballo criollo emplazado en Mataderos.  

La escultura del yaguareté sirvió de ocasional cabalgadura para miles de niños en una típica foto de recuerdo hasta que manos siniestras cortaron su cabeza. Pasó después por la restauración y otros avatares, y solo se emplazó de vuelta en su sitio original en 2001. El yaguareté, silencioso, acechante, nos devuelve al recuerdo de la selva, de la naturaleza; lo que también nos recuerda el parque mediante sus muchas variedades de árboles y sus 130 especies de pájaros.  

Cerca, lo escultórico también aproxima al visitante a lo precolombino, a través de la Ñusta, fuente incaica, obra de 1930 de Emilio Andina, artista que estudió en la Academia de Bellas Artes de Brera, en Milán, de la que también procedía Virginio Colombo. Obra de reminiscencias prehispánicas como El Monumento Los Andes, pieza en bronce de Luis Perlotti, de 1941, en el Parque de los Andes, Chacarita, que exhibe un adusto y digno jefe tehuelche sentado, junto con un calchaquí y un ona.  

La ñusta vierte agua en un cántaro, rodeada por un anillo tupido de flores, mientras nos devuelve al Tawantinsuyu, el imperio incaico con sus cuatro regiones. Las ñustas eran jóvenes vírgenes elegidas durante el Raymi (la Fiesta del Sol), en junio, simbolizando la tierra aún no fecundada, consagrada a Inti (el sol), dios radiante del universo incaico que se extendía por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Y con capital en el Cusco. La ñusta se asociaba a la Pacha Mama (Madre Tierra ya fecundada), la Mama Cocha (el mar), o la Mama Quilla (la Luna).  

Y mientras la ñusta se recoge para realizar su tarea, se advierte el sufrimiento y resignación en su rostro, ante la pérdida de la soberanía incaica bajo las espadas de los conquistadores que depredaban el oro y plata de sus tierras.  

Y entre otras esculturas dedicadas a Chopin, Sarmiento, San Martín, la Adolescencia, la Madre, el Niño y el Delfín en la nueva fuente de los sapitos, y otras, una campesina, de Jean-Víctor Badin, en la colindante Plazoleta Avelino Gutiérrez. La mujer que cultiva la tierra, con una hoz, ahora partida, pero con la fuerza del trabajo que fluye entre su mirada digna y sus manos firmes.  

   

Dentro y en los alrededores.  

Y entre senderos ahora de triste cemento y asfalto, aún se anuncia una glorieta, cerca de la nueva fuente de los sapitos y lo que fue la casa del cuidador; y la calesita de Tatín Ravelo, con sus caballitos que giran cerca de la pileta, la pista de atletismo del Polideportivo. Y al avanzar por un camino de bellas tipas, al mirar en dirección de la Avenida Asamblea y Avenida Curapaligüe se alza, imponente, recortada en el cielo como una gema extraña, la Iglesia de la Medalla Milagrosa, de 1941, de 11 años de construcción, 110 vitrales en su interior, de estilo neorromántico, coronada en su altura por una estatua de la virgen con sus manos abiertas; y al extender más las miradas y los pasos en los cercanías del parque, entrevemos los cercano barrios (sub-barrios en sentido estricto), como el Emilio Mitre, de pasajes troquelados de árboles, penumbras y con casas de formatos semejantes a los de La Mil Casitas en Liniers, porque fue realizado por la misma empresa constructora; o el barrio Simón Bolívar, construido con fondos del Banco hipotecario Nacional en tiempos del primer plan quinquenal durante la presidencia de Juan Domingo Perón; el barrio Cafferata, cerca de Avenida Asamblea y Avenida José María Moreno, construido en 1921; el barrio Butteler, el primero de casas baratas planificadas por el Estado en 1907, y con su muy singular calle Azucena Butteler y su forma de equis; o el barrio inglés con sus casas de estilo anglosajón y, en particular, neo-tudor.  

Y también el Barrio Juan XXIII; el barrio coreano, y la Villa 13 bis. Y, entre los árboles, los recuerdos, y las corrientes de angustia presentes, al deambular por el parque entre los caminos de tipas que se abrazan en su altura, podemos reparar también en los edificios de la educación. La escuela N 1; la escuela 8 niñas de Ayohúma, cuyo nombre es recuerdo y homenaje a unas niñas que con su madre Remedio del Valle, en la derrota del Ejército del Norte de Manuel Belgrano en la batalla de Ayohúma, en 1813, atravesaron el campo de batalla para dar agua y socorro a los soldados heridos que luchaban por la independencia; o la Escuela Alfonsina Storni, una escuela de educación especial, instalada en 1920, en la que la poetisa Alfonsina Storni trabajó de celadora, recordada en un cartel con su verso “Suéñame que me hace falta…”; o también el Instituto Superior de Educación Física N° 2 Federico Dickens, y el Instituto Vocacional de Arte "Manuel José de Labardén”.   

 

La autopista de la división  
 

El tiempo a veces protege, preserva; otras, arrebata una esencia y esplendor original. Durante la dictadura militar, Osvaldo Cacciatore propulsó la autopista 25 de Mayo, en 1980. No dudó en hacerla atravesar el parque, produciendo así su división. La destrucción de lo que alguna vez fue una unidad diversa y plena: la invasión de una gran avenida sobre elevados pilares, con su corriente incesante autos y su ruido continúo que lastima la tranquilidad del parque.  

Desde entonces, el parque lidio con lo que fue, y con algunas reformas que merecieron el rechazo de los vecinos. El intento de imponer bares dentro del espacio público; el avance del asfalto y el cemento sobre el verde y ripio de antaño. Debajo de la autopista se creó en 1984, el Centro Cultural Adán Buenosayres con una sala de teatro.  

Pero muchos árboles que crecieron desde los comienzos del parque aún perduran con su ritmo silencioso, entre la procesión de las estaciones, dando cobijo a los pájaros y sombra a los visitantes.  

Y en sus días de trabajo en el parque, Alfonsina Storni, la poetisa, se habrá detenido en algún momento para percibir la estampa amplia del cielo, y los árboles, estatuas, plantas, fuentes, ámbitos deportivos y escuelas, que componen un anillo distinto, dentro de la ciudad aturdida.  

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. Algunos de sus cursos sobre filosofía, arte, cine, literatura son anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar).