OPINIóN
Bicentenario de la Independencia del Perú

Hace 200 años, el General San Martín llegaba a Lima, la Ciudad de los Reyes

El 10 de julio de 1821 , sin disparar un solo tiro y libre de enemigos, la capital del Perú caía en manos patriotas. San Martín era agasajado por autoridades, hombres, mujeres y niños que entusiasmados le pedían que salga al balcón del Palacio de Gobierno a saludarlos.

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Ingreso de San Martín a Lima | Redes

A las siete y media de la noche del 10 de julio de 1821, de incógnito -como lo había hecho en otras oportunidades en Buenos Aires, con la sola compañía de un ayudante- el general San Martín ingresaba a Lima, libre de enemigos realistas. Sin disparar un solo tiro, la capital del Perú caía en manos patriotas, producto de la “guerra fría” planeada por San Martín desde que desembarcó en Paracas aguardando el momento justo para tomarla.

Fiel a su costumbre de bajo perfil luego de sus grandes triunfos; amparado por las sombras se dirigió al Palacio de los Virreyes. Descubierta su presencia en las calles por dos frailes que le brindaron exageradas loas discursivas que San Martín con estoica paciencia soportó; no se privó de quejarse con su ayudante: “¡Esto no acabará nunca!” Su edecán le respondió: “General, están esperándolo otros para brindar sus discursos”. La respuesta del argentino no se hizo esperar; poco afecto a las celebraciones y pompas ordenó: “Que ensillen los caballos y en marcha”.

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Sin embargo la noticia de su entrada se había esparcido, todos querían conocer al Libertador. Hombres, mujeres y niños se agolparon a su alrededor para saludarle. Una mujer se tiró a sus pies, ofreciéndole a sus tres hijos para que sirvieran a la Patria. San Martín la ayudó a incorporarse y la abrazó. Otras cinco damas, hablando al mismo tiempo, se abalanzaron sobre él, haciéndolo tambalear en el tumulto, pero el General con calma y palabras las tranquilizó.

La concurrencia celebraba gritando “¡Viva nuestro General!” a lo que, modestamente San Martín corrigió: “No, no, griten: Viva la Independencia del Perú”.

Inmediatamente las autoridades del Cabildo se presentaron y le dirigieron sus discursos a los que contestó cortésmente, sin frialdad ni muestras de suficiencia, con palabras apropiadamente formales para la ocasión.

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Otra dama se echó en sus brazos largamente suspirando entre sollozos: “¡Mi general! ¡Mi general! Impresionado por su belleza y entusiasmo la contuvo respetuosamente expresándole su gratitud pidiéndole a su edecán que la acompañase del brazo hasta la puerta. A las 22.30 se retiró rumbo al campamento de su ejército, para establecer el sitio del Callao. Al día siguiente, a través de bandos, se conocieron las primeras medidas:

  • Prohibición de injuriar a los españoles
  • Reapertura de casas de negocios y de los tribunales de justicia
  • Reemplazo de bustos y armas reales por el escudo nacional creado en Pisco con la leyenda “Lima independiente”.
  • Así dio comienzo a un régimen administrativo autónomo luego de tres siglos de dominación española.

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Años más tarde, en 1827, el general San Martín en carta a William Miller -ex camarada de armas- expresaba: “El entusiasmo de los habitantes de Lima a la entrada del ejército fue extraordinario, particularmente en el bajo pueblo. Muchas madres presentaron a sus hijos para soldados; infinitas venían a hacer donativos de sus pequeñas alhajitas a falta de numerario, pudiendo asegurarse que la fuerte deserción que ha experimentado el ejército enemigo era debido a la influencia de las mujeres en Lima…”.

El día 14 comenzó San Martín formalmente la tarea de declarar la Independencia del Perú mediante una proclama al Cabildo: “Deseando proporcionar cuanto antes sea posible la felicidad del Perú, me es indispensable, consultar la voluntad de los Pueblos…//…(para que) expresen si la opinión general se halla decidida por la independencia”.

 

San Martín a Lima 20210708

 

En esos días de julio San Martín recibió permanentes muestras de afecto por parte de las clases bajas peruanas, le pedían que saliera al balcón del Palacio a saludarles varias veces al día; querían ver al hombre que los había librado del yugo español. Dice un testigo de la época que los mulatos eran todos poetas que recitaban a viva voz cantares en las plazas expresando su alegría y gratitud; que por el contrario, esta felicidad contrastaba con las caras de bodegueros, cantineros, pulperos y ricos comerciantes (casi todos españoles) que contaban los días para el regreso de La Serna y amenazaban con la mirada a sus parroquianos señalando las sierras donde estaban refugiadas las tropas del Rey.

Por todas partes se oían vivas a la Patria, a San Martín y a la Libertad, de día y de noche.

Así entonces, era tal el entusiasmo delirante que produjo en los habitantes de Lima la presencia del general San Martín. Dieciocho días después de su entrada victoriosa, proclamaba la Independencia desde los Portales de la Plaza de Armas; para días más tarde asumir el cargo de Protector de la Libertad del Perú.

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Dejaba, además, en sus proclamas una sentencia coherente con su desprecio al poder, poniendo límite temporal a su investidura, siendo esta una muestra más de su honestidad de pensamiento para cumplir su misión: “Arrojados los enemigos de este país, yo descenderé a la simple clase de ciudadano, depositando el destino del Perú, en manos de su Congreso Soberano”.

Cumplió su promesa en setiembre del año siguiente luego de reunirse con Simón Bolívar en Guayaquil.

 

* Roberto Colimodio. Historiador. Academia Sanmartiniana.