En la tarde del 23 de diciembre de 1975, cuando se realizaban preparativos para las Fiestas de Fin de año, un hecho violento sacudió el sur del conurbano. El Batallón Depósito de Arsenales 601 ‘Domingo Viejobueno’, ubicado en Monte Chingolo, se convirtió en el centro de la mayor acción armada de la guerrilla argentina, episodio que por sus consecuencias marcaría el ocaso del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo).
La operación, que era planificada desde agosto de ese año, tenía como objetivo apoderarse de aproximadamente 13 toneladas de armamento militar. Según la conducción del ERP, esto permitiría producir un golpe de efecto que disuadiera (o, al menos, postergara) la inminente intervención militar que se avecinaba sobre el gobierno de María Estela Martínez de Perón.
La preparación del ataque fue meticulosa. Un miembro de la organización que era arquitecto diseñó una maqueta detallada del cuartel, mientras que un batallón compuesto por efectivos de distintas compañías del ERP, junto con refuerzos movilizados desde Córdoba y Tucumán, se preparaba para la acción. El comando táctico se instaló en el barrio de San Telmo, desde donde se coordinaban los movimientos de una fuerza que, según distintas fuentes, oscilaba entre 180 y 260 guerrilleros.

Sin embargo, en el seno mismo de la organización una traición arruinaría estos preparativos. El ERP desconocía que había un infiltrado, Jesús ‘El Oso’ Ranier, un ex miembro de las Fuerzas Armadas Peronistas que había desertado y, desde hacía quince meses, se desempeñaba como chofer de logística de la organización guerrillera.
Se supone que su información sobre el ataque permitió al Ejército anticipar el mismo (el grado de conocimiento previo por parte de las Fuerzas Armadas es aún motivo de controversia). Se piensa que el ERP había recibido un aviso sobre la posible infiltración. Sin embargo, Mario Roberto Santucho, líder de la organización, desestimó la advertencia pues confiaba en la fortaleza de su estructura logística y en el silencio ante la tortura de algunos de los integrantes del grupo guerrillero recientemente capturados.
Por cierto, esa decisión de llevar a cabo una acción armada de gran envergadura existiendo algunos indicios de posibles filtraciones será juzgada posteriormente con severidad por miembros de la organización. Luis Mattini, quien luego de la muerte de Santucho sería el líder de la organización, calificó el ataque como un acto desesperado y una muestra de aventurerismo político.
La tarde del 23 de diciembre, la acción comenzó con el corte de los nueve puentes sobre el Riachuelo que unen la Capital Federal y el oeste con el sur del Gran Buenos Aires. Grupos del ERP atacaron a brigadas de la policía provincial de distintas zonas del sur del conurbano, así como a ciertos destacamentos militares. También se interrumpió el tránsito en los caminos que unían La Plata con el sur del Gran Buenos Aires y se tendieron anillos de contención alrededor del cuartel de Monte Chingolo.
Terrorismo de Estado: no hay un 1976 sin un 1973
A las 18:50, unos setenta guerrilleros iniciaron el asalto al cuartel. La columna de vehículos del ERP, encabezada por un camión seguido de nueve autos, logró ingresar al predio y se desplegó en abanico, pero fue recibida con fuego de ametralladoras.
Los atacantes lograron desalojar la guardia central y una de las compañías, pero no pudieron avanzar más allá de esos puntos. La llegada de refuerzos militares fortaleció a los defensores y los guerrilleros se replegaron hacia una villa cercana al cuartel (Villa IAPI). Allí continuaron los combates en medio de innumerables disparos y explosiones.
La herida de los 70 y la violencia viscosa en la Argentina
La batalla se extendió hasta la madrugada del 24 de diciembre. Helicópteros lanzaron bengalas para iluminar la zona, mientras militares y policías rastreaban a los guerrilleros que intentaban escapar. Pasada la medianoche, las ráfagas de ametralladora resonaban en la Villa IAPI, donde se realizaron allanamientos y patrullajes, y los helicópteros del Ejército sobrevolaban a baja altura en busca de sobrevivientes.
Muchos de los guerrilleros fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Avellaneda"
El saldo fue devastador para el ERP, ya que se supone que tuvieron entre 53 y 62 muertos, decenas de heridos y desaparecidos. Según diversas fuentes, muchos de los guerrilleros que murieron en verdad estaban heridos y fueron directamente ejecutados por las fuerzas represivas. Por su parte, las fuerzas armadas y de seguridad sufrieron entre siete y diez bajas. Los cuerpos de muchos de los guerrilleros fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Avellaneda (décadas después se accedió a la documentación de ese entierro).

Una narración de lo sucedido puede encontrarse en el libro Monte Chingolo La mayor batalla de la guerrilla argentina, escrito por un especial personaje, Gustavo Plis Sterenberg quien, habiendo sido militante del PRT-ERP, con posterioridad y por diversas circunstancias, desarrolló una importantísima carrera en el ámbito musical en Rusia, donde llegó a ser director de la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky en San Petersburgo.
Sobre el ataque al cuartel de Monte Chingolo, Plis Sterenberg allí comenta:
“El día es el 23 de diciembre. En esa fecha de 1975, más de cuarenta combatientes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cinco militares —tres de ellos, conscriptos— y una cantidad nunca determinada de vecinos murieron en el cuartel y sus inmediaciones, durante y después del mayor enfrentamiento librado en la Argentina entre una fuerza guerrillera y efectivos militares.
“Como gran parte de los argentinos, la mayoría de los habitantes de los humildes barrios que rodean al ex cuartel ignoran los nombres y las historias de esos muertos. Pero aún hoy guardan una memoria muy particular de la ‘batalla de Monte Chingolo’ ”.
Algunas reflexiones finales. Más allá de los juicios adversos (muy justificados, por cierto) que puedan formularse al gobierno de Isabel Perón, no está de más recordar que el ataque al cuartel fue llevado a cabo durante un gobierno elegido democráticamente. Asimismo, fuera de los obvios juicios morales que se pueden (y deben) formular a la lucha armada, desde un punto de vista fríamente operativo, con el tiempo quedó demostrado que quienes la concebían como herramienta de cambios sociales profundos estaban trágicamente equivocados.
En última instancia, aunque de gran envergadura, esta acción guerrillera no fue algo aislado, sino un eslabón más de la larga lista de la violencia política de los años 70 (no solo de grupos guerrilleros, sino también de organizaciones como la Triple A). Como todos recordarán, poco después comenzaría la tenebrosa época de la dictadura militar.