A comienzos de los años 70, entre nos, Céline era un escritor muy leído en nuestro ambiente literario e intelectual, fundamentalmente el Viaje al fin de la noche que había sido publicado en la editorial Fabril en 1960, traducido por Armando Bazán.
Sin duda, Louis Ferdinand Bardamu (1936) es un personaje que anticipa en mucho a Meursault (1942) de Camus, pero que tiene un aire más escéptico y hasta cínico. Viaje al fin de la noche cuenta el amasijo que fue la Primera Guerra Mundial.
En los años posteriores la obra de Céline se traduciría al español y se publicaría en las editoriales Lumen y Barral. Los panfletos Bagatelas para una masacre (del que pudimos leer en español algunos fragmentos) y Mea culpa, antisemita el primero y antisoviético el segundo, tenían una circulación ni siquiera secreta sino anónima. En mucho de los escritores estos dos libros hicieron que la lectura de Céline se abandonara o se detuviera fundamentalmente en el Viaje al fin de la noche y en su segundo libro, muy superior al primero, Muerte a crédito.
Los 70 fue una época en que dos escritores disputaban cierta escritura de la experiencia vivida. El campo literario se dividía en los lectores de una estética más vitalista y de una sexualidad en primer plano, como Henry Miller con sus Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, y Céline con el Viaje al fin de la noche, éste último con un estilo, en el que ya se vislumbraban los libros posteriores, que encontró seguidores en una lectura sostenida por una estética del malditismo.
En los libros posteriores a Muerte a crédito, la puntuación alucinada y paranoica hizo que el personaje Bardamu se transformara, parafraseando el título de una novela de su traductor, el argentino Néstor Sánchez, en un cómico y trágico de la lengua. La traducción de Sánchez había aparecido en 1971 publicada por la editorial venezolana Tiempo Nuevo.
Ricardo Zelarayán, que en nuestro idioma poseía ese estilo celinesco, podía traducir esa lengua del francés recuperando una música paranoica que en Céline llega a su ápice y la excede en Rigodón, el libro al que el autor francés consiguió ponerle punto final el mismo día de su muerte, el 1º de julio de 1961. El autor de La piel de caballo respiraba la misma puntuación jadeante del francés.
Es posible que en los libros posteriores –Guignol’s band, De un castillo a otro, Norte, Rigodón– la escritura de Céline se transformara en un grito lleno de sonido y de furia.
Muerte a crédito narra las vicisitudes de un niño que cuenta su infancia en el negocio en que su madre vendía puntillas. Como toda infancia, al escrito se imponía el estilo lírico de los recuerdos, estilo que alcanzaba por momentos tonos poéticos.
Por sugerencia y gracias a la generosidad de Héctor “Toto” Schmucler, quien estaba en la dirección de la revista Los Libros, ante la publicación del libro se le ocurrió que podía ir a hacerle un reportaje al amigo de Céline, el actor Robert Le Vigan, que vivía en Tandil.
Le Vigan había actuado en muchas películas, entre otras había encarnado a Cristo en Gólgota, de 1935, y había trabajado en El muelle de las brumas, basada en la novela del mismo nombre de Pierre Mac Orlan, dirigida por Marcel Carné. Un desertor del ejército francés (Jean Gabin), llega a Le Havre –una ciudad permanentemente envuelta en la niebla– para huir en barco a América. Conoce a Nelly (Michèle Morgan) en Casa Panamá, un garito del muelle, y simpatizan de inmediato; ella es una joven de 17 años tiranizada por su tutor, Zabel (Michele Simon), un hombre extraño que mantiene tratos con un grupo de jóvenes que juegan a ser mafiosos. Uno de ellos acosa a Nelly, y Jean lo humilla. El suicidio de un pintor (Robert Le Vigan), que frecuenta Casa Panamá, permite al desertor asumir una nueva identidad. Recordemos que el personaje Bardamu, es un desertor de la Primera Guerra Mundial. El guión se lo habían encargado al poeta Jacques Prévert. El vestuario era de Coco Chanel. La película se estrenó en 1938. Como advierte el lector, París todavía era una fiesta.
Le Vigan, quien había sido amigo de Céline, había sido condenado por su colaboración con el nazismo a diez años de trabajo forzado en España en 1946, país de donde huyo antes de cumplir la condena hacia Argentina.
Debería ser entonces el año 1972, porque ese año había aparecido el libro De un castillo a otro traducido. Ese hombre que había nacido en 1900 justo a comienzo de siglo debería tener en ese momento 71 años. Le Vigan estaba muy cerca de su muerte porque falleció ese mismo año, en octubre de 1972.
Le Vigan tenía un papel no central, pero sí bastante importante, en la novela de Céline. De un castillo a otro narra el comienzo de la huida de Céline, acompañado de su esposa, Lucette Almanzor, su gato, Bebert, y su amigo, Robert Le Vigan, en dirección a Dinamarca, donde el escritor había depositado sus ganancias apenas había estallado la guerra.
Lo cierto es que Jorge Giacossa, un librero amigo con el que trabajábamos en la librería Martín Fierro, me llevó con su coche hasta Tandil, adonde había llegado Le Vigan a mediados de los años 50 para gestionar la propiedad de un aristócrata francés.
La memoria no es solo olvidadiza y caprichosa sino, además, traicionera.
Llegamos a ese barrio de chalets. Creo recordar que un hombre estaba en el jardín y se metió bruscamente en la casa, o tal vez tocamos el timbre y atendió su esposa y nos dijo que Le Vigan no recibía a nadie. Insistimos que veníamos de Buenos Aires porque acababa de salir De un castillo a otro y por ese motivo queríamos entrevistar al amigo de Céline. Por toda respuesta, la mujer cerró la puerta.
Creo que vivían ocultos, aunque Le Vigan había encontrado asilo en Tandil. Es posible que siempre viviese amenazado por si volvían a buscarlo.
Como suele pasar, fue más la expectativa, la leyenda negra, Céline, Marcel Carné, el muelle de las brumas, lo que sucedió antes, que el encuentro, que en realidad fue un desencuentro.
Realmente no sé qué le habría preguntado. Ni siquiera llevaba preparado un cuestionario. Supongo qué cómo había sido su amistad con Céline, cuándo fue la última vez que se habían visto, cosas así. Si alguna vez se habían escrito alguna carta. Si la tenía con él. Ver la letra manuscrita de Céline para ver si su caligrafía era tan alucinada como su estilo.
Hace tiempo que no leo a Céline, solo recuerdo cómo inolvidables, además del Viaje al fin de la noche, Muerte a crédito y De un castillo a otro. Como dice Guillermo Cabrera Infante, a cierta edad solo se relee. Cada tanto abro alguna página al azar de Muerte a crédito.
A Le Vigan solo lo vi en blanco y negro en la película de Marcel Carné. Hoy no volvería a hacer ese viaje al fin de la noche.