Si esta historia fuera cierta, le gustaría mucho a Gabriel García Márquez. Si fuera pura ficción, seguro que sería del total agrado de Juan Sasturain. Pero se trata, apenas, de una historia verosímil. Ni realidad ni fantasía. Un invento real, una mentira cierta. Nada de lo que se diga acá puede ser probado, pero tampoco debería ser negado de manera automática. Se podría hablar de versiones, de rumores, pero no: lo adecuado, tal vez, sería pensar que este episodio es en realidad un cuento que nació en la imaginación de un hincha desesperado por el promedio. El miedo suele tener este tipo de recursos.
No hace falta aclarar que Independiente está obligado a sumar y a esperar que resten los rivales directos en el promedio. Tampoco hace falta explicar demasiado que el Quilmes-Racing de anoche fue el partido con más sospechas en mucho tiempo. Que van a entregar los puntos, que no, que la dignidad, que la clasificación a la Sudamericana. Argumentos absurdos. ¿Por qué? Porque todas las especulaciones quedaron tapadas por una montaña de 450 mil. Mucho, es cierto. Es lo que le ofreció el plantel del Rojo al de la Academia para que fuera al frente. El terror a la B Nacional se cotiza. ¡Momento! Va de vuelta: no olvidemos que esto sólo se trata de una historia inventada, apenas verosímil. Un cuento. O no. Rumores que circularon esta semana en Avellaneda en boca de gente cercana a los barras y dirigentes.
Sigamos: hasta ahora, nada demasiado nuevo, la ficción se pone buena cuando entran en escena los barras. Porque parece que los de Racing no iban a aceptar así como así que el equipo se le plante a Quilmes y, en una de esas, favorezca a Independiente. Todo por los colores. Para eso son barras, ¿no? Enterado de esta eventualidad, el líder de la hinchada del Rojo armó una reunión cumbre e hizo una oferta que nadie podría rechazar: 60 mil. El número tocó el orgullo de la Guardia Imperial. Y lo hundió. El único escollo estaba superado, ahora el plantel de Racing tenía las manos libres para aceptar aquella oferta de 450 mil. ¿Soborno? ¡Jamás! ¿Incentivación? Bueno, eso es otra cosa...
Si esta historia fuera cierta sería grandiosa. Es una pena que sólo se trate de un suceso que nació en la imaginación afiebrada de un hincha desesperado. ¿A quién se le podría ocurrir, si no, que entre los barras existe la incentivación? Es un verdadero delirio. Digno de una anécdota con condimentos de realismo mágico. Lo único cierto de estas 430 palabras, lo que ninguno podría negar, es lo que en el mundo del fútbol todos saben: cuando los hinchas hinchan, cuando los jugadores juegan, lo hacen por la camiseta.