Conozco poco de cabarets, pero no me parece que Boca lo sea. En un cabaret imperan la disipación y un tipo de alegría que, por lo que sé, se nutre del desborde y el jolgorio irresponsable. En su oportunidad, cuando la frase se acuñó, parecía por demás pertinente: no es que Boca fuera una fiesta, como se dijo alguna vez de París, pero sí una festichola, animada insuperablemente por Diego Maradona, Claudio Paul Caniggia y Héctor “el Bambino” Veira.
Este Boca, el de estos meses, si acaso nos remite por igual a una trasnoche, lo hace muy de otro modo: es la trasnoche adusta de los velatorios, dominada por la pesadumbre, por el desánimo, por el desfile de las miradas bajas, por los semblantes sombríos. Se nota cuando pierde, pero también se nota cuando gana. Flota un aire de malestar, en un caso como en el otro.
Me declaro, por principio, en contra de toda violencia; no obstante debo decir que, si en efecto hubo intercambio de piñas entre Pablo Ledesma y Orión, no me siento para nada afligido. Yo no quiero que corra sangre por bocas o narices trompeadas, tampoco por arcos superciliares partidos. Pero por adentro de las venas sí. Que demuestren que Boca les importa. Y que se empiece a notar en la cancha.
Porque una cosa que me preocupa en su juego, entre tantas ineficiencias asiduas, son las pocas infracciones que comete en la zona de la mitad de la cancha. Un mediocampo que, al verse superado, no atina ni a la zancadilla, expresa un desasosiego que empieza a contagiarse a todos.
Peleas en los planteles deben existir a montones: algunas trascienden, y otras no. El asunto no es tanto eliminarlas, sino hacerlas útiles al equipo. Si Ledesma, de ahora en más, empieza a recuperar pelotas en el medio, si Orión de ahora en más no da rebotes ni pases errados con los pies, si Boca levanta cabeza y empieza a ganar y ganar, episodios como el de esta semana quedarán sencillamente alojados en las páginas de un anecdotario nutrido. Y si no, entonces se hablará de crisis hasta la temporada que viene
* Escritor e hincha de Boca.