“Hay que alentar hasta la muerte, porque a Argentina lo quiero, porque es un sentimiento y lo llevo en el corazón. Y no me importa lo que digan esos putos periodistas, la puta que los parió”. Como en el mítico vestuario mexicano del 86 o en las más cercanas diatribas de Cristina, el canto festivo y unificador tronó obvio –y homofóbico– en la milagrosa noche argentina en Quito.
Felicitaciones, muchachos, por el pasaje al Mundial. No esperen aquí una defensa corporativa de una profesión bastardeada por muchos de quienes dicen practicarla, además del daño que le infligen otros que proclaman defenderla.
Tampoco esperen que eso no me impulse a recoger el guante. El que devolvieron ustedes y cantidad de lectores en todas las plataformas tras la nota de tapa del sábado pasado, cuya imagen principal ilustra esta columna. Allí se planteó, después del empate con Perú y antes de la final ante Ecuador, que no había ningún drama si no íbamos al Mundial sino más bien una oportunidad: la de tocar fondo para intentar cambiar desde la raíz los horrores que han envenenado las estructuras del fútbol argentino.
En una amplia nota, se repasó gran parte de las escalas de esa degradación, que lógicamente impactó en la Selección, que no es una isla. Y se sumó un marco conceptual a esa postura, a través de una columna titulada con el mismo “Basta” que la tapa del suplemento. Opinable, como cualquier debate que se intenta dar. Se agradecen los apoyos, se respetan las críticas y se ignoran las agresiones.
Pero a no confundirse. La clasificación de la Selección al Mundial no es motivo de tristeza para este diario, como algunos quisieron instalar tras el show de Messi. De la misma forma, tampoco debería llevarnos a creer que el pasaje a Rusia dispara cambios cosméticos.
Hay que ir a fondo para cambiar un sistema enfermo, culpa de dirigentes, barras, jugadores, técnicos, gobiernos y empresas que intentan que el negocio siga y crezca como sea. Algunos periodistas no son ajenos a esa calesita. Y da la casualidad de que son los que se sienten más afectados por el destrato de los jugadores, pese a la obsecuencia.
El espíritu crítico de este diario no se guía por obsecuencias ni demagogias, aun a riesgo de ser castigados o, como en este caso, acusados de “antipatrias”. Cuando Messi (y tantos que no gustan de las críticas) pide que tiremos todos para el mismo lado no termina de comprender el rol de cada uno, incluyendo el del periodismo. Estamos –o deberíamos estar– para analizar, contar, marcar aciertos y errores. Seríamos un país más normal si cada uno se dedicara a cumplir su rol.
A semejante confusión los jugadores le sumaron un lamentable tono discriminatorio. Nos llamaron “putos”, como si fuera una descalificación o un insulto. No deja de sorprender que a esta altura de los tiempos algunos sigan con el reloj tan atrasado. Sobre todo cuando muchos de los cantantes son profesionales en las principales ligas de los países más desarrollados del mundo, en lo económico, social y cultural. Parece que no aprendieron mucho, lamentablemente.
Ello desnuda no sólo un prejuicio patético sino que explica, además, por qué la cuestión gay sigue siendo un tabú y otro síntoma de nuestro enfermo mundo futbolístico. En Rusia, donde está penada la homosexualidad, se van a sentir como en casa. Buen viaje.