Con cinco goles, uno de penal, tres de alta gama y uno después de dos rebotes, Messi desató el nudo defensivo que propuso Estonia y abrió la cajita coqueta del estadio del Osasuna, considerado el mejor del mundo después de su remodelación en 2020. Ahí quedó entonces el regalo que la gente esperaba como celebración de la "finalisssima" que Argentina le ganó a Italia en Londres. Estadio de pie, cantando que de la mano de Leo Messi todos la vuelta vamos a dar. Final del juego.
Habrá todavía un par de amistosos más. Pero hay equipo ahora. Los jugadores son los que están y al entrenador le queda la complicada tarea de decidir quiénes integrarán la lista definitiva. Puesto por puesto, la calidad es muy pareja. La " escaloneta" funciona. Maneja los ritmos del partido. Juega a nafta, gas y gasoil, según convenga, porque en Europa hay. El equipo carga premium cuando la toca
Messi.
Terminado el amistoso intenso con Estonia en Pamplona, el río de hinchas argentinos que seguía a la selección desde Londres se abrió en infinitos hilos. Se los ve irse, abrazados, cansados, bebidos, felices, agotados. Los absorbe la noche, la arena del tiempo, un delta desmesurado de países, ciudades, pueblos, que semeja la mano del destino. Allá, cada uno, adonde le toque ir a parar.
Pienso ahora en Leonel. No Messi, Leonel Denett, que va camino de la Bretaña, al norte de Francia. Nueve horas y media de ruta para llegar a Pamplona. Nueve horas, o más para volver, porque tenía previsto parar para dormir, " aunque sea un ratito" . No tomes más le digo, dos horas antes del partido, al mismo tiempo que brindamos con una cerveza a las puertas del bar del estadio El Sadar. Se ríe, dice que será sólo una. Alrededor retumban los bombos, se suceden las canciones típicas, es un sentimiento, no se puede parar. Hablamos a los gritos.
La Selección de Argentina destrozó a Estonia por 5-0 gracias a cinco goles de Messi
Morenito, simpático, hincha de Boca. Leonel tiene 23 años, viste la camiseta de la selección. Raphaelle, su novia también. Ella es francesa, habla bien español, se conocieron en Alemania poco después de que él llegó " a ver qué pasa " hace dos años. Sigue a Boca cuando juega por la Libertadores, aunque los partidos allá los dan a las tres de la mañana. Encontró un bolichito en Bretaña que tenía cerveza Quilmes. No lo podía creer. Le pareció una señal para iniciar una cábala . Compro diez latas. Las va tomando de a una por partido. Cuando juega Argentina para ver el partido se pone, además de la camiseta, los bóxer con la cara de Messi. Muestra, los tiene puestos. Extraña un poco a la familia, que vive en Escobar. Pero nada más, dice. "Tengo amigos franceses", aclara. No quiere volver,
"¿para qué ?".
Los grupos de argentinos futboleros se reconocen por las camisetas de los equipos, por las banderas que nombran a ciudades y pueblos. Se buscan, se encuentran, necesitan recordar calles, jugadores, partidos. Al verlos a cierta distancia casi que se se podría acertar a qué grupo de emigrados pertenecen. Los que se fueron en los noventa están sobre adaptados. Dicen "coño", "chaval", no estacionan, "aparcan". Los del 2001 están instalados. Los más recientes la pelean, hacen el esfuerzo, "por mi nena", me dijo uno que consiguió trabajo en Zaragoza. "Va a un colegio público, no sabes lo que es, está impecable".
A la salida, camino con otros argentinos junto a un grupo de españoles Hablan de Messi, del equipo. Los argentinos se emocionan. El país cae en la volteada. "Vosotros sois unos supervivientes", dice uno. "Con país que tienen, joder" . Sabe que pasa maestro, explica un argentino, no sabe os votar"
Todos felices, orgullosos. Ustedes son supervivientes.