A los argentinos, menos que a los uruguayos, es innecesario explicarles que un centro o un simple córner de Carlos Sánchez pueden transformarse en un exquisito pase de gol. En el guante que el Pato tiene en sus pies estuvo buena parte de la remontada –no en el score, pero sí en el trámite– de Uruguay contra Egipto en su debut mundialista.
Un debut acaso más agónico que el que muchos esperaban, tanto por la imprecisión que en el primer tiempo mostraron jugadores regulares, inteligentes y versátiles, como Matías Vecino, y otros normalmente más discretos, como Nahitan Nández, cuyo voluntarismo no alcanza para que, en la marca y en la creación, deje de mandar el atolondramiento.
Tampoco Luis Suárez, la gran estrella internacional de Uruguay, hizo demasiado para honrar su historia. Solo el capitán Diego Godín y Rodrigo Bentancur, un chico de 20 años que a lo largo del partido completó el 93% de los pases que efectuó y realizó seis intercepciones, aportaron su clase para contrarrestar el inteligente y por momentos brillante planteo táctico que, sin Mohamed Salah, el argentino Héctor Cúper realizó para beneficio de Egipto.
Todo cambió cuando, promediando el segundo tiempo, el maestro Oscar Washington Tabárez puso a Cristian Rodríguez por De Arrascaeta en el costado izquierdo y a Carlos Sánchez por Nández en el derecho. Dinámica, potencia, cambios de frente y pases exactos aportaron estos dos viejos conocidos de la Argentina.
El resto lo hizo Edinson Cavani, la estrella que no faltó a la cita y que mostró jerarquía, elegancia, un remate desde afuera del área fantástico y un tiro libre pateado con la misma maestría con que, minutos después y en la mejor tradición brasileña, Sánchez ejecutó un centro para que ese animal de la defensa conocido como José María Giménez cabeceara y pusiera el 1-0. Josema corrió a buscar a su compañero para fusionarse en un abrazo hecho de descarga, de agradecimiento y de emoción.
Después, solo quedó aguantar unos minutos y celebrar. Por el triunfo y por la tradición épica de la Celeste.