La definición de adolescencia es controversial. Por más perspectivas que tomemos sobre ella, éstas no coinciden entre sí. Está la adolescencia cronológica; la adolescencia biológica; la adolescencia psicológica, en la que se puede distinguir la adolescencia comportamental y la adolescencia cognitiva; está la adolescencia sociológica; está, incluso, la adolescencia estética o artística (...).
Todas esas definiciones no se ajustan de manera exacta. Lo que podemos decir de un modo general es que la adolescencia es construcción. Decir hoy de un concepto que es una construcción conlleva siempre una convicción, puesto que el espíritu de la época es que todo es construcción, que todo es artificio significante. Esta época, la nuestra, es muy incierta en cuanto a lo real. Llegué a decir que es una época que habitualmente niega de buen grado lo real para solo admitir los signos, que son por lo tanto, todos ellos, semblantes. La originalidad de Lacan fue articular la pareja semblante y real. Hoy, cuando hablamos de real, hay muchas veces una filiación con el discurso de Lacan, con el acento que ha puesto él sobre lo real.
Puesto que la adolescencia es una construcción, nada es más fácil que deconstruirla. Es lo que hace con ánimo comunicativo un psicólogo estadounidense llamado Robert Epstein, que al mismo tiempo es periodista y fue jefe de redacción de Psychology Today. Sin tener un conocimiento directo de su obra, publicada en 2007, los textos que se leen en internet al respecto indican que es alguien que claramente gusta mucho de ir contra la corriente. Su tesis, para nada necia, es que estamos creando la experiencia adolescente de hoy impidiéndoles a los adolescentes –más precisamente, en inglés, a los teenagers, de thirteen a nineteen, de 13 a 19 años–, ser o actuar como adultos. Observa que, en la historia de la humanidad, los adolescentes fueron largo tiempo considerados como adultos. Vivían con adultos y podían tomarlos como “modelo”, puesto que ese término es una categoría de la psicología.
Mientras que ahora hacemos vivir a los adolescentes entre ellos, aislados de los adultos y en una cultura que les es propia, donde se toman unos a otros como modelo. Son culturas que están sujetas a modas, a auges, etc. (...)
A decir verdad, me parece que en psicoanálisis nos ocupamos esencialmente de tres cosas.
-La salida de la infancia. Primero, nos ocupamos de la salida de la infancia, es decir, del momento de la pubertad, momento biológica y psicológicamente demostrado. Es lo que Freud aborda en el último de los Tres ensayos de teoría sexual, en el ensayo que se titula Las metamorfosis de la pubertad.
Aquí tienen un texto que será una de las referencias de orientación para la 4º Jornada del Instituto del Niño, utilizable en todo el campo que concierne a la infancia. Es, también, el momento en que entra en consideración, entre los objetos del deseo, lo que Lacan aisló como el cuerpo del Otro.
-La diferencia de los sexos. En segundo lugar, nos interesa la diferenciación sexual tal como se entabla en el período puberal y pospuberal. Para Freud, la diferencia de los sexos, tal como se configura luego de la pubertad, es suprimida mientras perdura la infancia (es un modo curioso de expresarlo). De hecho escribe la siguiente frase que le ha valido cierta vindicta por parte de los movimientos feministas: “La sexualidad de las niñas tiene un carácter por entero masculino”. No obstante, Freud observa al pasar –para él, es una nota preliminar, luego va a lo esencial– que hay “predisposiciones reconocibles desde la infancia” a la posición femenina y a la posición masculina. Destaca, a este respecto, que las inhibiciones de la sexualidad y la inclinación a la represión son más significativas en la niña. Esta se muestra más púdica que el niño. Subraya, y ésta es más bien la vía que seguirá Lacan, la precocidad de la diferenciación sexual. La niña hace de mujer ya muy tempranamente. Es más bien en ese sentido que nos conduce. La pubertad, de todos modos, tanto para Freud como para Lacan, representa una escansión sexual, una escansión en el desarrollo, en la historia de la sexualidad. (...)
-La intromisión del adulto en el niño. En tercer lugar, nos interesa lo que llamaría, sin gustarme la expresión, el desarrollo de la personalidad, los modos de articulación del yo ideal y del Ideal del yo, es decir, todo lo que es presentado en Introducción del narcisismo por Freud.
El momento puberal es un momento en el que, en efecto, se reconfigura el narcisismo. Daría como referencia, para estudiar también a este respecto, el esquema R de Lacan tal como figura en el texto de los Escritos sobre las psicosis y tal como es extensamente comentado por Lacan en su seminario Las psicosis. Es verdaderamente muy escueto en el escrito, y al mismo tiempo muy exacto, muy preciso, y, para comprenderlo mejor, hay que leer el Seminario. En ese capítulo, tenemos también al adolescente André Gide. En el texto de Lacan acerca de Gide, sobre el cual di un curso que fue publicado sobre el que Philippe Hellebois hizo un libro, descripto en sus días de adolescencia y tal vez, incluso, de una adolescencia prolongada, ya que su personalidad se considera acabada hacia sus 25 años, lo que no obstante es bastante tardío. Por ejemplo, Lacan describe al André Gide teenager que se compromete a proteger a su prima Madeleine de 15 años, dos años mayor que él. Escribe: “En su situación de muchacho de 13 años, presa de las más ‘rojas tormentas’ de la infancia, [...] esa vocación de protegerla signa la intromisión del adulto”. (...)
*Autor junto a otros de De la infancia a la adolescencia, editorial Paidós (Fragmento).