DOMINGO
PEPE ELIAsCHEV

Apuntes periodísticos sobre mi viejo

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| Cedoc

El miércoles 18 de noviembre se cumplen seis años de la partida de mi viejo, Pepe Eliaschev. Se lo suele recordar como un experimentado y sofisticado periodista político con gran conocimiento de los asuntos internacionales. Hay otros aspectos más de cómo abordaba el oficio periodístico en los que me quiero detener.

No hay asuntos menores. Hace poco, después de hacer una columna radial sobre Quino, Mafalda y los dibujos animados, un compañero me sorprendió enviándome una foto de la revista Batman de DC comics de los años 90. Así pude conocer un reportaje a mi viejo donde dice que “la historieta es un género legítimo”. En la entrevista menciona algunas lecturas y gustos del género: Patoruzú, Rico Tipo, Frontera, Intervalo, El Eternauta, Humor, Fierro, a Batman pero también a Spielberg, Lucas. “Hoy podemos imaginarnos a Superman vulnerable”, señala. Luego habla de las nuevas historias de superhéroes, “donde no todo es color rosa”. Me resultó un hallazgo invaluable, no tenía idea de que hubiera hecho declaraciones sobre el tema. Heredé muchísimos libros de historietas así como el gusto por las viñetas. No hay temas poco importantes, sea la historieta o la jardinería.

La música es clave. De Juan Alberto Badía aprendió a darle jerarquía a la música en vivo. Uno de los momentos más brillantes de la trayectoria de mi padre fue Cable a tierra, en ATC, donde se produjo un momento mágico. Fue la única presentación en vivo por televisión de Luis Alberto Spinetta y Charly García; tocaron juntos Rezo por vos en 1985. Me quedo con las palabras del video, que está subido a las redes. “Luchar por la libertad de la gente es la única que nos cabe”, dice Spinetta, con Charly que asiente. Mi viejo sonriente, barbudo y con campera de gamuza, avala y resalta: “Luchar por la libertad de la gente” y presenta a nuestros genios. Esto me lleva a otro momento musical: cuando fuimos en familia a ver el recital de Amnesty en 1988. Hasta el último programa de Esto que pasa lo acompañó el entusiasmo por la buena música.

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La pasión por Racing. Íbamos a la cancha junto con los Gerchunoff. Gracias al intensivo seguimiento de la campaña de Coco Basile puedo recitar de memoria la formación que ganó la Supercopa. Recuerdo la marcha peronista con letra racinguista (“en el Este y el Oeste, en el Norte y el Sur”). Mi viejo conoció el estadio Juan Domingo Perón a los 5 años de la mano de mi abuelo Natalio, hijo de judíos que vinieron de Rusia y que, como tantos, encontró su identidad argentina en el fútbol. En mis primeros recuerdos de la infancia, transcurrida en San Jerónimo y Villa Olímpica de Ciudad de México, Racing era Argentina. La memoria de una gloria pasada. La amarga derrota. La fidelidad por los colores, pese a todo. Racing eran sus amigos que venían a casa: Nicolás Casullo, Sergio Caletti y Jorge L. Bernetti, que nos regaló un banderín de la Academia que atesoramos. Ya de regreso al país comprendí lo que fue “el equipo de José” que, además del nombre de Pizzuti, era el primero de mi viejo: José Ricardo. La importancia de esta ligazón paterna racinguista fue una de las cosas que me transmitió uno de sus amigos blanquiceleste, Carlos Ulanovsky. Esa pasión de mi viejo se filtró en su quehacer periodístico. Escribió: “Quiero ver hasta el resto de mi vida las bellas camisetas celestes y blancas tapizando de ilusiones sensuales el césped amado y extrañado de Avellaneda”.

Las madrugadas en AP. Mi viejo tenía muy buenas anécdotas, muchas las dejó por escrito. Solía comentarme orgulloso cómo en las frías madrugadas de Manhattan, cuando hacía el turno noche en Associated Press –una de las grandes agencias noticiosas del país más poderoso del planeta–, aprovechaba los intersticios de la traducción de los cables para darle un tono menos macartista a la información referida al bloque soviético, con el que entonces simpatizaba; cambiaba algunas palabras, por ejemplo, ponía “democracia popular” en vez de “régimen”. Yo era apenas un bebé. Entre mis primeros recuerdos paternos, asocio “papá Pepe, periodista, pipa, Pentax” y su viaje a la guerra en Nicaragua en 1979. Con 2 años yo ya tenía fascinación por las fotos de la Revolución Sandinista que él tomó. Ese trabajo tan riesgoso fue el que le permitió romper la censura dictatorial y salir al aire en la Argentina. Con el tiempo, fui su asistente en el último ciclo que hizo en ATC, musicalicé alguno de sus programas en Del Plata, le llevé invitados del movimiento piquetero a Radio Nacional. Era abierto a las recomendaciones, incluso enseguida prestó atención a De la cabeza (luego Cha-cha-cha).

Archiveros de metal. Mi viejo se hizo cargo de su recorrido ideológico. Realizó una relectura permanente de sus propios textos y apuntes militantes. Primó una autocrítica feroz pero reivindicó algunas cosas de su pasado, como su militancia en Praxis y su relación con Silvio Frondizi. Siempre lo evocaba cuando pasábamos por el lugar donde lo asesinó la Triple A. Nos legó a mi hermano y a mí un texto titulado “Papá militante”, detallando sus distintas etapas. Tenía un impresionante archivo de publicaciones que ocupaba una habitación. Donamos lo referido a las organizaciones políticas al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci), que dirige Horacio Tarcus, un lugar que mi viejo quiso muchísimo. Las colecciones de revistas como Primera Plana, Análisis y Confirmado, entre muchas otras, se encuentran en la sede del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Se sintió interpelado por mi militancia sindical por la que, pese a las diferencias, tenía un gran respeto. No olvidaba que había sido compañero y amigo del primer mártir del gremio de prensa asesinado por la dictadura de Onganía, Emilio Jáuregui, secretario general de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (Fatpren). Su prematura muerte fue uno de los tantos recuerdos que lo atormentaban. Cada vez que voy a la sede de Fatpren y veo el retrato de Jáuregui en Vietnam, me acuerdo de mi padre. Lástima no tener la oportunidad de seguir charlando con él.

*Periodista.