Este es un libro que expresa el interés en comprender el mundo de hoy, analizado desde una visión sobre las subjetividades que pone en diálogo las teorías psicoanalíticas con los estudios interdisciplinarios de género. La conversación entre estos marcos conceptuales se basa en el supuesto de que las jerarquías establecidas sobre la base de las diferencias sexuales adquieren un carácter fundante, respecto de otras formas de cristalización de las asimetrías de poder en el campo social. A su vez, las relaciones de poder atraviesan los intercambios intersubjetivos y construyen las subjetividades.
Ana Freixas Farré plantea que una investigación feminista es aquella en la cual la diferencia sexual es una categoría central del análisis. Considero que lo que caracteriza a los estudios de género no se refiere a la sexuación, concebida de modo binario, sino a la articulación entre sexualidad y relaciones de poder. Esa intrincación entre goce y poder es lo que promueve que las diferencias entre las personas sean tomadas como pretexto para instalar jerarquías, o sea, relaciones de dominio/subordinación.
Pertenecemos a una especie jerárquica, menos desarraigada de algunas tendencias estructurales de lo que se ha deseado creer.
El anhelo de abrir caminos para un cambio cultural profundo ha promovido la aceptación de la tesis lacaniana acerca del desarraigo instintivo de la especie humana (Lacan, 1965-1966), pero se requiere reconocer la eficacia de una insistencia transhistórica destinada a establecer estatutos asimétricos dentro de los agrupamientos sociales. (...)
Se recurre a las características étnicas para promover la enajenación de algunos sectores sociales respecto de la relación entre semejantes, cuando no se intenta apoyar las relaciones de dominación sobre las asimetrías económicas acumuladas o legitimarlas mediante referencias a la inmadurez evolutiva, un indicador que, al menos, presenta la ventaja de superarse con el tiempo. Pero la sexualidad, que podríamos considerar como conexión y placer en el vínculo con el otro, atraviesa de modo inevitable las relaciones de dominio, opresión o subordinación.
La orientación del deseo erótico ha sido entendida de modo variable a lo largo de la historia. Las apetencias omnívoras de los sujetos dominantes del mundo antiguo se dirigieron de modo legitimado hacia mujeres o jóvenes varones adolescentes, unificadas en la categoría de lo bello, propia de la juventud. El auge del cristianismo proscribió el deseo homosexual, instalando un régimen regulatorio que Paul Veyne denominó “heterosexualidad reproductiva” y, a partir del medievo, el deseo hacia personas del mismo sexo fue perseguido y proscrito, por lo que constituyó otra de las bases que avalaron el establecimiento de jerarquías sociales. Pero los tiempos posmodernos están dando lugar a un nuevo dispositivo de regulación de la sexualidad, al que denominé “polisexualidad mercantil”, por el que se reconocen casi todas las variantes del deseo erótico y todas las asunciones de la identidad del yo, inaugurando una ampliación de los derechos humanos.
Esta desregulación de las identidades y de los deseos es revolucionaria y, como suele ocurrir con las revoluciones, en ocasiones se torna violenta. Es por eso que, desde mi posicionamiento situado como mujer cis y heterosexual, constituida en los sectores medios urbanos y en una cultura híbrida, en la que se han mestizado la ideología socialista con resabios de la tradición judía y con el modo de ser argentino porteño, planteo algunas reflexiones acerca de cuestiones actuales. (...)
El auge de los feminismos populares ha inaugurado una época en la que las ideas vinculadas con el reclamo de paridad entre mujeres y varones, así como la lucha contra la discriminación de los colectivos Lgbtiq+, superaron los pequeños grupos en los que surgieron, para expandir su poderosa influencia entre las nuevas generaciones, promoviendo una nueva ola de feminismo. En la actualidad, el campo social se encuentra en ebullición en muchos aspectos; ese estado de anomia y conflicto repercute sobre las subjetividades y afecta nuestras prácticas preventivas y asistenciales. Por un lado, algunos sectores juveniles tienden a difuminar las fronteras del género y del deseo, asumiendo identidades fluidas y dirigiendo su erotismo hacia personas individualizadas, sin especializarse en un género determinado.
Por el otro, por momentos parece estallar una guerra entre los géneros, liderada por los movimientos sociales de mujeres que denuncian la violencia sexista y los femicidios. Estos movimientos han adquirido una gran radicalidad y han alcanzado una repercusión masiva, concitando adhesiones de un volumen tal que las feministas históricas nunca soñamos con alcanzar.
En algunos países, esta radicalidad y masividad de las reivindicaciones femeninas ha despertado movimientos reaccionarios que defienden al colectivo masculino de lo que consideran imputaciones abusivas y extremistas, y expresan el actual malestar cultural de los varones ante la transformación de su condición social.
*Autora Géneros y deseos en el siglo XXI, editorial Paidós (Fragmento).