Una tras otra, las economías de los países que en el siglo XX habían dominado la escena global fueron dejando paso a la emergencia de una nación asombrosa y gigantesca como la china, que a comienzos de 2011, tras haber traspasado poco antes a potencias como Gran Bretaña, Alemania o Francia, superó a Japón, para ubicarse como el país con el segundo producto bruto interno (PBI) mundial, sólo aventajado por el de Estados Unidos, y en camino a superarlo. ¿Emergencia? En verdad, China resurgió, reemergió para volver a ocupar un rol que había ocupado durante varios siglos hasta la Revolución Industrial. Su ascenso llevó a Asia-Pacífico a ser el polo de la acumulación mundial, en paralelo a la caída relativa del Atlántico norte, en especial de Europa.
Por siglos, hasta la Revolución Industrial en el noroeste europeo, allá por la segunda mitad del siglo XVIII, China era la gran potencia mundial. De hecho, su nombre real, Zhong guo (中国), quiere decir “país (o “reino”) del centro” (o “del medio”). No es sólo una visión del mapa. En todo Oriente, los mapamundis tienen esa zona del globo en el centro, con Europa y Africa a la izquierda de quien lo mira y las Américas a la derecha. El dato clave es que, por muchas centurias, lo que hoy conocemos como “China”, nombre que entre sus habitantes comenzó a hacerse familiar recién hace un siglo aproximadamente, se pensó como el centro dominante del globo, lo más avanzado y autosuficiente del planeta. Sus antiguos emperadores, que para la tradición eran designados por el propio Creador, reinaban sobre el Tian xia (天下), o sea, sobre “todo bajo el cielo”.
Es conocida la anécdota de cuando en 1793 el enviado del rey británico Jorge III, lord George Macartney, viajó a la corte china a ofrecer igualdad de trato y libertad de comercio (o sea, lo que la tradición anglosajona todavía hoy vende como libre comercio). Llevó consigo los avances de la época conocidos en Inglaterra: piezas de artillería, novedades mecánicas, relojes con diamantes, retratos de los reyes británicos pintados por Joshua Reynolds, un globo aerostático…, todo lo cual fue visto por los funcionarios Qing como un signo de que los ingleses eran arrogantes y bárbaros (algunos viejos documentos refieren a los británicos y europeos en general como “bárbaros pelirrojos”). El PBI chino era en esa época siete veces el del Reino Unido, que por entonces se suponía, en Occidente, el país más avanzado, la cuna de la Revolución Industrial, con la máquina a vapor. Recién un mes y medio después de llegar a la corte, Macartney, que esperaba una audiencia inmediata, fue al fin recibido, pero sólo pudo ver algún espectáculo ofrecido por el Emperador. Cuando aclaró que así no eran las negociaciones y que lo que Su Majestad en Londres pretendía era una embajada permanente, debió esperar otro número de días para al cabo recibir otra cita, esta vez en la Ciudad Prohibida, donde el Emperador rechazó la petición. Entre otros conceptos, el emperador Qianlong le escribió a Jorge: “Los costosos objetos forasteros no me interesan. Si he dado órdenes de que los tributos que me habéis ofrecido, oh rey, se aceptaran, ha sido simplemente en consideración al espíritu que os movió a enviarlos desde lejos. […] Como puede ver vuestro embajador, aquí tenemos de todo”. Y también: “La capital china es el centro sobre el que giran todas las partes del mundo”.
Algunas décadas después, Londres y los europeos rompieron esas cerrazones a fuego de cañonazos con la excusa del opio, pero ésa es otra historia.
Antes de que Occidente, y particularmente el eje político, comercial y económico del Atlántico norte, pasara a ser hegemónico, China se veía a sí misma como lo más avanzado del universo. Por eso, muchos analistas plantean que, más que hablar ahora de “la emergencia china”, debería considerarse el fenómeno como una reemergencia o un resurgir de aquella potencia que durante muchos siglos había sido la principal en términos económicos y de novedades tecnológicas.
Para 1820, según las estadísticas de Angus Maddison, la economía de China superaba a la de cualquier país de Occidente y en un tercio a toda Europa occidental en conjunto. Lo mismo puede decirse de su desarrollo demográfico. Su población creció más de tres veces entre 1700 y 1840, mucho más velozmente que en Japón o los países europeos. La Revolución Industrial y el auge que ésta provocó en las potencias occidentales, más la decadencia de China durante la dinastía Qing (1644-1911) –antes de la cual (dinastía Ming, 1368-1644), la tecnología naval china era superior a cualquier otra, tanto que con sus grandes barcos con camarotes y hasta baños privados, que no se conocieron en Europa hasta cinco siglos después, asombraba a Marco Polo o a Ibn Batuta–, fueron lo que hizo que primero Europa y luego Estados Unidos, tras su guerra civil y la definición de su modelo de desarrollo industrial, sobrepasaran al imperio oriental hacia mediados del siglo XIX.
Por entonces, las potencias nuevas irrumpieron violentamente en China, que, en su decadencia, se replegó sobre sí misma para iniciar un período conocido como de “humillación nacional”, que duró casi un siglo. Angus Maddison señala que los resultados económicos de todo ese período de invasiones y guerras hicieron que el PBI chino cayera de un tercio a una veinteava parte del producto mundial, en tanto el PBI por habitante también se derrumbó, mientras que el de Japón se triplicó, el de los europeos se cuadruplicó y el de Estados Unidos se multiplicó por 8.
El capitalismo industrial occidental –dice Giovanni Arrighi– abrió un paréntesis al poderío de Asia oriental, cuya vía al desarrollo estaba tan basada en el mercado como el europeo, sólo que “no era portadora de una dinámica capitalista”.
Otro dato para percibir cuán importante era China en aquella etapa de globalización, previa a su decaimiento relativo por el auge de Europa y de Estados Unidos, fue la Ruta de la Seda y el llamado “Spanish Lake” (“lago español”), el océano Pacífico en todo su ancho. Una de las vías comerciales más grandes que haya conocido la humanidad tenía en pleno apogeo de la expansión española, ese largo período que va desde Cristóbal Colón hasta inicios del siglo XIX, a China en uno de sus extremos. Justamente, uno de los símbolos de la actual reemergencia es la nueva “Ruta de la Seda” que propone el presidente Xi Jinping.
Por todo eso, lo sucedido en las últimas tres décadas, ese enorme resurgir de China que la ubica hoy como segunda economía mundial, habiendo superado a las mayores de Europa y finalmente a Japón, para quedar sólo detrás de la de Estados Unidos, incluso siendo superior a éste en PBI por paridad de compra (PPP), no debería pensarse como una emergencia sino como una reemergencia. Y, junto con ella, claro, al resto de su área de influencia en el Asia Pacífico.
Su entorno. La actual “fábrica del mundo” no está sólo en China sino también en su entorno, en especial en Japón y Corea del Sur, más la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), que incluye a diez países de esa región con seiscientos veinte millones de personas. La Asean y los tres primeros países citados buscan crear una gigantesca zona de libre comercio entre países que son hoy el eje de la acumulación global y con quienes América Latina tiene crecientes lazos comerciales e intergubernamentales. Si avanzan, como se prevé, en el llamado Acuerdo de Asociación Económica Integral (RCEP, por sus siglas en inglés), nacerá la plataforma más grande para la integración del comercio y las inversiones en Asia y en el resto del mundo.
El pacto entre la Asean (Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar –o Birmania–, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) y el trío China-Japón-Corea del Sur, que incluso abarca a quienes ya tienen lazos comerciales con el bloque, como India, Nueva Zelanda y Australia (que en 2015 firmó un tratado de libre comercio con China), merecería mayor atención en Argentina, donde quizá desde la crisis capitalista que comenzó en 2008 el foco esté puesto en demasía en la problemática europea y la lenta pero palpable decadencia relativa, en lo económico, de Estados Unidos.
Mientras avanza el RCEP, Estados Unidos –excluido de esa tratativa asiática– lidera otro proyecto, la Asociación TransPacífico, que abarca a Australia, Nueva Zelanda, Japón, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam, Canadá, México, Perú y Chile. Como sea, el RCEP avanza sobre la base de acuerdos bilaterales previos y pese a disputas territoriales entre miembros (China y Japón, éste y Corea del Sur o ésta y su insondable vecino del Norte). Y tendrá efectos en América Latina.
Para Argentina, que ya tiene en China a su segundo socio comercial (posición que los chinos ocupan en varios países latinoamericanos, cuando no son ya el primero), toda esa región reclama más interés. Argentina le exporta hoy a la Asean más que a Estados Unidos, y a toda Asia Pacífico más que a Europa. En 2014, el canciller Héctor Timerman dijo en una gira por Indonesia, el país más poblado de la Asean, que “esta región del mundo está desplazando a Europa como lugar de destino de las exportaciones argentinas”.
La “moda” de China hace perder perspectiva. En los 90 se exageró lo del “milagro” de Japón y ese país cayó luego en una larga crisis. Si bien la realidad y el potencial chinos difieren y nada hace pensar en un freno chino, más bien lo contrario, tampoco convendría “mirar” sólo a ese país, sobre todo si se tiene en cuenta que, además de mercados potenciales para nuestros productos, los miembros de la Asean también compiten con oferta argentina (agro, lácteos, carnes, frutas y verduras), que busca colocarse en China, como ha advertido, entre otros, el secretario general de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), Carlos “Chacho” Alvarez. Hay en torno a China toda una red comercial-económica para analizar y aprovechar, tras un proceso de integración que nuestra región apenas si siguió, concentrada como estuvo en considerar, y aun querer imitar a veces, el proceso integracionista europeo, que no ha sido del todo feliz.
Poco se conoce en Argentina, en general, de los países del sudeste asiático, pese a lo singular, diverso e interesante de su reciente proceso de desarrollo. Como suelen dominar las malas noticias en los medios, sí se supo de la crisis de 1997-1998. Y poco más. Los autores de Escenarios de integración: Sudeste Asiático y América del Sur. Hacia la construcción de vínculos estratégicos, Carlos Moneta y Sergio Cesarín, de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), trazan una historia de los países de la Asean y señalan que son “menos blindados” y tienen “menos asimetrías” que las grandes economías y, sobre todo, que pueden ser una “puerta de entrada” a China, una situación que ya aprovechó con éxito India. Después de varios años de negociaciones, está a punto de firmarse la Comunidad Económica de la Asean, lo que daría más impulso a los procesos integracionistas.
Los académicos plantean cómo los países de la Asean adquirieron soberanía política muy recientemente, en los años 50 y 60 del siglo pasado y, pese a las tensiones de la Guerra Fría y las disputas entre Estados Unidos, la Unión Soviética o China, lograron un desarrollo que, si bien es muy dispar (por ejemplo, el PBI per cápita de Singapur es 18 veces el de Laos), les permitió coordinar acciones entre sí, para lograr una identidad propia y un margen de maniobra frente a grandes players, lo cual abre una gran posibilidad de desarrollo para ellos y quienes se les asocien.
“Fue muy distinto al ALCA, por ejemplo –ha dicho Moneta–, donde Estados Unidos pretendió ser central y radial hacia el resto de las Américas. En cambio, la Asean primero se consolidó y formó luego Asean+1, con China, con Japón o con Corea del Sur”. Y, a diferencia del Mercosur, los países mayores tuvieron una mayor capacidad de espera para que pudieran adaptarse a la dinámica los socios más chicos.
Cesarín aborda las complejas relaciones entre la Asean y China, reparando en comercio e inversiones, infraestructura (como la Red Ferroviaria Pan-Asia), y la cuestión del agua y la energía (el plan de desarrollo del delta del río Mekong), entre otros temas, en un plano geopolítico y geoeconómico. Cree que esa experiencia asiática podría ser un modelo a seguir y que, pese a los avances y retrocesos en la integración sudamericana, con antinomias que deberían descartarse entre Pacífico y Atlántico, “se abre en el sudeste asiático una nueva oportunidad”.
De acuerdo con cifras de la Cámara de Exportadores de la República Argentina, el sudeste asiático se autoabastece hoy en un 75%, pero necesita importar el resto. En la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), un estudio señala que la urbanización en marcha (la gente pasa del campo a la ciudad y deja de producir lo que consume) hará que las clases medias pasen de los quinientos millones de personas actuales a tres mil doscientos millones de aquí a quince años. Para satisfacer esas nuevas necesidades, principalmente alimentarias, pero también otras, como vestimenta u otros consumos, deberán importar el 74% de los productos de otros países. Y Argentina es uno de los muy pocos países del mundo con suficiente potencial agroalimentario para anotarse allí.
Moneta y Cesarín ya habían publicado en la Untref otro libro, con varios autores convocados, sobre el tema, pero a la inversa: la estrategia de los países asiáticos en nuestra región. Se llama Tejiendo redes. Estrategias de las empresas transnacionales asiáticas en América Latina y se sostiene allí que esas empresas transnacionales (ETN) han sido un actor “crucial en estos últimos veinte años” y que la presencia de la llamada “Fábrica China” o “China Corporation” representa “un fenómeno impresionante que Latinoamérica no ha conceptualizado aún en toda su dimensión”. Beijing, informan, “armó un grupo potente de ETN de primer nivel, con inversión en tecnología de punta y un gobierno muy coherente en darles cada vez más espacio. Y en toda Asia Pacífico hay economías cada vez más integradas y más unidas, aun en lo político”.
Si en el año 2000 había en Asia oriental sólo un tratado comercial, hoy hay casi doscientos (algunos en proyecto). “El Mercosur, en cambio, está muy atrás, sólo [posee] un acuerdo parcial con India. El resto de América Latina, en algunos países del Pacífico, avanzó más. Como quiera que sea, la presencia de empresas y ejecutivos chinos, indios, indonesios o filipinos será cada vez más palpable en la región, incluso con especialización por país, porque también compiten entre ellos. Y cuando hablamos de China e India –indican los autores–, hablamos de dos de las más grandes y antiguas civilizaciones de la historia”.