DOMINGO
LIBRO

Cómo podemos reinventarnos

El desafío pospandemia: superar el “desgarro social”.

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El desafío de imaginar el laberinto que se avecina después del coronavirus. | temes

Atravesamos una de las crisis más dramáticas que haya experimentado la humanidad. Una crisis de convivencia. 

Crisis, que se expresa de múltiples formas. Desde el descuido e indiferencia por el otro y otras personas, pasando por violencias de todo tipo hasta la cara más cruda, que es la aberrante decisión de asesinar a otro ser humano por, generalmente, los motivos más burdos, como robarle alguna pertenencia en la calle o alguna discusión de tránsito o de convivencia. Ni qué mencionar la inaceptable dimensión de femicidios diarios en el mundo.

En la crisis de convivencia global, aunque duro, no podemos dejar de citar otros hechos que están sucediendo y demuestran que necesitamos hacer un alto para reflexionar, elaborar y acordar un nuevo con-trato social, esto es, una nueva manera de tratarnos entre seres humanos (el trato con el otro, otras personas), ya que, de no suceder, lo que está en juego es la permanencia de la especie por el riesgo de “extinción social”. Aunque suene exagerado y extremo, no son pocos los que advierten de este riesgo de “extinción social”, esto significa la plena insostenibilidad de la convivencia como especie humana.

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¿Cuáles son algunos de esos hechos?

El incremento de trastornos mentales, como fobias, depresión, angustia, ataques de pánico, estrés improductivo o distrés. Según recientes estadísticas de la OMS, existen 350 millones de personas con depresión; su frecuencia comparada con la década del 50 ha aumentado en veinte veces y ya está siendo considerada como la primera causa de incapacidad. La depresión infantil emerge como un fenómeno desconocido hace pocos años.

Las adicciones en todos los estratos sociales, con especial impacto en la juventud.

El narcotráfico, generando cifras multimillonarias y siendo el negocio más rentable de la economía delictiva: 320 mil millones de dólares al año.

La escalada de la agresión y diferentes formas de violencia (género, infantil, relacional, deportiva, etc.) con el femicidio descontrolado en el mundo.

El bullying escolar.

La justicia por mano propia.

La desnutrición infantil con consecuencias en algunos casos irreversibles. África, Asia y América Latina son nodos de desnutrición cada vez más preocupantes.

La pobreza extrema somete a 1.500 millones de personas en el mundo. Como consecuencia de la pobreza, la mortalidad infantil anual llega a 9.100.000 niños, y 500 mil madres mueren durante el embarazo o el parto (Kliksberg, 2011).

Los millones de jóvenes en el mundo que ni trabajan ni estudian (jóvenes ni ni), sin horizonte y esperanza, que son inducidos a la depresión y/o a la violencia (casi un millón en Argentina en el último censo 2010).

La falta de trabajo, pero especialmente de empleabilidad (dignas condiciones al trabajar).

La incomprensible desproporción en la generación y distribución de recursos y riqueza. El informe Kliksberg de 2011 ya anticipaba que “una de las grandes desigualdades que recorren el planeta se da en que 650 millones de personas de más patrimonio tienen 85 veces más que los 3.250 millones de menos patrimonio”. Completa esta lectura mencionando que en los últimos treinta años el porcentaje del ingreso total en poder del 1% más rico de la población mundial creció del 9% en 1979 al 30% en 2007. En 2017 estos indicadores no habían disminuido.

La corrupción estructural, especialmente en Latinoamérica, con diferentes rasgos y rostros. Según estimaciones de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudd), el crimen organizado mueve cada año 870 mil millones de dólares, lo cual representa entre el 1,5 y el 1,8% del PBI mundial. Si fuera un país, estaría entre los veinte más altos. El aún presente tráfico de humanos y trata de personas en el mundo representa, según la Onudd, el cuarto negocio más importante en términos de ingresos ilegales, con al menos 32 mil millones de dólares, y afecta a 2,4 millones de personas en el planeta, sobre todo a mujeres. 

La ausencia de líderes capaces de generar nuevas realidades. Sigue habiendo más gerentes que administran la crisis antes que líderes que faciliten la superación de los contextos de desánimo, desigualdad y “bronca” social.

Una analfabetización de valores y principios en todos los estratos sociales.

La incapacidad para dialogar, establecer acuerdos y, en especial, mantenerlos.

Si bien no son los últimos, ya que podríamos seguir ampliando la lista, hemos dejado para el final algunos de los aspectos que más duelen en la crisis de convivencia...

El aberrante abuso de niñas y niños en los ámbitos menos esperados.

El femicidio como uno de los rasgos más escalofriantes de la sociedad global actual, donde, según datos de Naciones Unidas (2018), 87 mil mujeres fueron asesinadas en 2017 en el planeta, esto es: 238 por día, y, de ellas, un promedio de 137 mujeres alrededor del mundo, mueren a manos de su pareja o de un miembro de su familia. Más de la mitad (137 de 238) fueron víctimas de ataques perpetrados por personas cercanas a ellas. Tanto los abusos como las violaciones y los asesinatos de mujeres (95% de los asesinos son hombres) dan a conocer los rostros más feroces y crueles de la crisis de convivencia que atraviesa la sociedad actual; sin duda, esa especie de voz que clama en el desierto de la humanidad para que hagamos un alto y nos comprometamos con un nuevo con-trato social.

Los anteriores son algunos de los indicadores que, en mayor o menor medida, podríamos identificar respecto a la precariedad y fragilidad que ha alcanzado la convivencia de época y, en todo caso, no hacen más que reflejar el estado crónico de insatisfacción que atraviesa la humanidad, aun cuando, en no pocos casos, no solo esté garantizada la supervivencia, sino también se hayan alcanzado elevados umbrales de progreso. 

Tenemos un desgarro del tejido social

Vale aquí hacer un alto y distinguir que una cosa es el progreso y otra, el desarrollo sustentable (no solo aplicado a recursos naturales), como así también distinguir que una cosa es la supervivencia y otra la trascendencia.

La manera en la cual vivimos y convivimos, esto es: cómo socializamos en lo pequeño y hasta en lo macro, no está siendo sustentable. Decir que tenemos un desgarro del tejido social es apelar al pensamiento metafórico. El pensamiento lineal, analítico y empírico necesita ser complementado con el “pensamiento metafórico” (un ejemplo del pensamiento metafórico es cuando decimos: “Actuemos en RED”, “Ajustemos las velas”, “Demos un salto de confianza”, etc.). El pensamiento metafórico desafía el sistema del fundamento sin aceptación (lineal y con la razón de la sinrazón), lo cual no es otra cosa que fundamentalismo. Necesitamos generar contextos de gestión, recuperación y fortalecimiento que alienten, promuevan y permitan la diversidad mediante el pensamiento metafórico y, por supuesto, sin abandonar el lineal o causalístico. Lograrlo sería un rasgo de libertad.

En ese sentido, la ruptura de lo absoluto con el rasgo metafórico del lenguaje nos permite pensar y ver diferente, lo cual nos ubica en la distinción de creatividad. Luego de pensar y ver diferente, nos permite también hacer diferente, encontrándonos en este punto frente a la distinción de innovación.

En nuestra interpretación y propuesta, entonces:

Creatividad se refiere a pensar diferente, llegando a ser un observador diferente.

Innovación se refiere a hacer diferente, y en ese hacer diferente generar nuevo valor agregado.

Sin creatividad e innovación estamos condenamos al mito de Sísifo, aquel que describe la sentencia de tener que subir la roca por la montaña y, al llegar a la cima, que se caiga y así repetir esa situación por el resto de la vida. Es la frustración de la recurrencia humana al pensar que, haciendo lo mismo, como anticiparía Einstein, podría llegar a un nuevo resultado. Imposible y absurdo, por cierto. El premio Nobel diría que esta actitud es insana tanto en lo personal como en lo social.

Sin creatividad e innovación no solo estaremos sentenciados a la frustración constante sino a seguir profundizando el desgarro del tejido social y, por ende, la crisis de convivencia que venimos planteando, hasta el punto y riesgo de la inmovilidad social, lo que algunos llaman, como anticipamos, “extinción social”. ¿Excesivo? ¿Alarmante? Sí, probablemente. Aunque es tiempo de tomar seriamente su probabilidad.

Necesitamos nuevas capacidades para gestionar en medio de la complejidad que nos rodea y en la cual vivimos. Hay nuevas preguntas que necesitan el aporte de la diversidad para superar la enfermedad de los extremos, los absolutos... en fin, de los fundamentalismos que tantas veces contribuyen a la profundización del desgarro.

Es tiempo de incorporar la diversidad como valor de intercambio y gestión para el bien común y ya no más como elemento de obstrucción o enemistad, pensamiento este de los siglos XIX-XX. Incorporar la diversidad y su gestión no significa en absoluto el abandono de principios o aun de creencias elegidas, sino un rasgo distintivo de madurez y capacidad de conversar y comunicarse de manera productiva. Cada ser humano, en el final, es libre y puede entonces elegir qué sostener en su corazón y, conforme a su elección, vivir.

El punto es otro. El punto se refiere a la madurez de poder compartir y convivir con los demás seres humanos y ser enriquecidos por lo que otras personas pueden estar considerando que yo, o nosotros, estemos ignorando.

El juego de este tiempo no es “tener razón”. Ese es un juego perdido antes de comenzar a jugarlo y, por otro lado, es bueno considerar que el cementerio está lleno de gente que “murió teniendo razón” pero, al observar sus vidas, vemos que culminaron en soledad y sin haber dejado una sola huella de contribución al tejido social.

¿Qué es un desgarro físico?

Cuando hablamos de desgarro nos referimos a la pérdida de continuidad del tejido muscular o de fibras musculares y que produce desde solo dolor localizado hasta presencia de dolor agudo, acompañado de inflamación, equimosis (hematoma), impotencia funcional y deformación estructural.

La Harvard Health Publications (www.health.harvard.edu) menciona que existen tres grados diferentes de desgarro, según la gravedad del daño en el tejido muscular.

Grado I: solo unas pocas fibras musculares se estiran y rompen, por eso el músculo se vuelve levemente sensible y doloroso, pero la fuerza muscular es normal.

Grado II: un gran número de fibras musculares se rompen, por eso hay dolor muscular y sensibilidad más severos, junto con inflamación (hinchazón) leve, pérdida evidente de la fuerza y a veces moretones (llamados equimosis).

Grado III: el músculo se rompe por completo. Se divide en dos partes o la parte carnosa del músculo se separa del tendón. Los desgarros musculares de grado III son lesiones serias que causan pérdida total de la función muscular, además de mucho dolor, inflamación, sensibilidad y pigmentación. El desgarro de grado III también causa una rotura en la estructura normal del músculo, que a menudo produce una hendidura o abertura evidente debajo de la piel, exactamente donde las partes lesionadas del músculo se han separado.

Desde el pensamiento metafórico y la búsqueda del aporte que brinda la reflexión, planteamos que tenemos un “desgarro del tejido social”. El término “tejido social” hace referencia al conjunto de relaciones sociales que dan cohesión a un grupo. En otras palabras y siempre aprovechando la posibilidad que nos brinda el pensamiento metafórico, planteamos que tenemos fibras musculares rotas y aun la probabilidad de que “el músculo de ese tejido social” tenga una ruptura más seria.

En este momento de la reflexión y en consideración de la metáfora, ella misma nos plantea ciertas preguntas.

Primera pregunta: ¿Cuál será el grado de “desgarro del tejido social” que padecemos?

Otras preguntas que surgen de la primera, como: ¿cuál será el desgarro de nuestras relaciones sociales que dan sentido al nivel de conflictividad, desánimo y fragmentación que padecemos?

¿Será grado I, grado II, grado III? ¿En tránsito de grado I a II, de grado II a III? Más allá de la respuesta (que en todo caso no es lo que propone de inmediato el recurso de la metáfora, sino un despertar y toma de conciencia), emergen más preguntas, como por ejemplo:

Segunda pregunta: ¿son tratables los desgarros del tejido corporal? Aunque obvia, quizás la respuesta es válida y bienvenida. Sí, son tratables. Y para poder realizar el mejor tratamiento, es necesario conocer sus causas. Entre las causas más comunes de un desgarro físico, se encuentran:

Traumatismo, especialmente en deportes de contacto.

Mal esfuerzo o fatiga muscular intensa.

Una mala circulación sanguínea (tanto venosa como arterial) ocasiona que durante el ejercicio el músculo no reciba el aporte suficiente de flujo sanguíneo, con lo que las sustancias de desecho no se eliminan adecuadamente; ello implica a su vez una posible “intoxicación” del propio músculo.

Mala preparación previa del músculo. No realizar o realizar de forma incorrecta ejercicios de calentamiento, estiramientos.

Sedentarismo: en personas sedentarias se debilitan las fibras musculares haciéndose más propensas a sufrir un desgarro.

Desnutrición, que debilita la capacidad contráctil de las fibras musculares.

Enfermedades, como por ejemplo, la diabetes.

Nuestras relaciones sociales están desgarradas, lo cual no solo atenta contra una cohesión como sociedad, sino que profundiza el desencuentro y nos paraliza con dolor, sensibilidad y bronca.

¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde está centrado nuestro mayor traumatismo, o dónde hemos hecho esfuerzos sin estar preparados? ¿Qué es lo que ha fatigado nuestro “músculo social”? ¿Será que nuestra mala circulación e intoxicación son producidas cada vez que nos comunicamos de manera egoísta y poco productiva? ¿Será que nuestro sedentarismo se relaciona con un estilo de vida muy autorreferencial mirando desde nuestro propio interés en lugar de hacerlo desde el bien común?

¿Nuestra desnutrición y enfermedad social tendrá relación con un vaciamiento de principios comunes y una ética compartida de sustentabilidad? ¿Dónde podemos mirar para comprender?

¿Qué nos ha faltado en nuestro ser y hacer sociales que terminó siendo causa y motor de nuestro desgarro social? ¿En qué sería conveniente “volver en sí”? Un conjunto de preguntas que no tienen como intención una rápida ola de respuestas, sino más bien una profunda reflexión en los distintos ámbitos del ser y quehacer sociales de los que somos parte. Preguntas que procuran abrir el intercambio, la toma de conciencia, la generación de nuevos o renovados compromisos y luego, por supuesto, las acciones necesarias para recuperar la salud y fortaleza del tejido social. 

En el siguiente artículo de la serie nos enfocaremos en una propuesta de recuperación de este desgarro del tejido social que mencionamos, apoyados y articulados con el pensamiento y la imagen metafóricos del desgarro del tejido corporal. En el inicio plantearemos una tercera pregunta buscando esa propuesta de recuperación.

Para finalizar este primer artículo, nos queda una reflexión final.

¿Estamos enfermos de violencia o seguimos viviendo pero ya muertos?

Se ha dicho que la sociedad está enferma de violencia. Ahora bien, ¿qué significa decir que estamos enfermos de violencia?

Como podemos observar, una vez más y casi sin darnos cuenta, volvemos al uso del pensamiento metafórico. ¿Quién está enfermo o enferma?: “(...) quien manifiesta una alteración leve o grave del funcionamiento normal de su organismo o de alguna de sus partes, debida (la alteración) a una causa interna o externa...”.

Cuando nos detenemos y observamos las cosas que están pasando... que nos están pasando, los distintos indicadores del desgarro que planteamos y seguro muchas más situaciones y aspectos que no mencionamos, podemos percibir que quizás sí... quizás estemos enfermos como sociedad, y sería bueno entonces aceptarlo.

Jiddu Krishnamurti (1895-1986) mencionaba que “no es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

Qué vigencia, qué profundidad y sabiduría en estas palabras, al tiempo de ser un gran llamado de atención.

¿Cómo podríamos decir o mencionar que gozamos de buena salud en lo personal, familiar u organizacional, si vivimos y convivimos en una sociedad profundamente enferma?

Enfermar no es morir

¿Acaso está todo mal? ¿Ya no hay nada que hacer?

¿Hemos, metafóricamente, muerto?

No, claramente no está todo mal. Por eso precisamente hablamos de un desgarro metafóricamente, y no de cáncer terminal con pocos meses de vida. No está todo mal pero sí parece conveniente comprender que estamos lastimados, enfermos, y es una situación que nos impide movernos, desarrollarnos y crecer como sociedad. No podemos continuar como si nada pasase, aun cuando muchas cosas que pasan son muy buenas.

Estamos enfermos... no muertos, ya que enfermar no es morir. Y aceptar esta situación no es resignarnos ni tampoco seguir viviendo como si ya hubiésemos muerto y nada hubiese que hacer.

La aceptación nos permite gestionar mejor y no abandonar. Son posibles y altamente probables la recuperación y el fortalecimiento. Pero no sin antes considerar en nuestra crisis de convivencia, con que trata lo que tanto se habla en cuanto a la llamada crisis de valores, como si esta fuera la causa de todos los males y, peor aún, pensando que, desde el peso más específico del lenguaje explicativo, las cosas comienzan a cambiar per se, esto es: espontáneamente, por el hecho de describir la situación. Si bien los hechos citados demuestran que no sucede así, es necesario hacer el alto necesario en medio de la crisis de convivencia para reflexionar sobre la relación entre crisis de convivencia y crisis de valores.

Crisis de valores: ¿a qué nos referimos?

En uno de los indicadores anteriores, decíamos que se percibe una analfabetización de valores y principios en todos los estratos sociales. De allí que es frecuente escuchar que estamos ante una crisis de valores. La crisis de convivencia mencionada en el inicio de este libro tendrá variadas relaciones y conexiones. Una de las que no podemos eludir es la crisis de valores, y esta, como en un primer nivel de pensamiento, ya que, al avanzar en el desarrollo de la reflexión, veremos, desde nuestra consideración, una cuestión que aún es un tanto más de fondo.

Volviendo a la crisis de valores, al preguntar sobre aquello a lo que refiere esa crisis, surgen, en general, respuestas tales como:

No hay valores o no importan los valores.

Los valores de antes no se tienen en cuenta. Por ejemplo, el valor del trabajo.

No se enseñan valores.

Los valores de los jóvenes son diferentes a los de los mayores.

No hay ética. Los valores morales ya no importan.

A nadie le importa el otro.

Y seguramente algunas otras cosas más que no estamos plasmando en este ensayo. Echeverría menciona que “la profunda crisis que encara la humanidad y, de manera particular, la cultura occidental es una crisis en el ámbito de la étic”, y agrega que “esta crisis se expresa en tres niveles:

a. Nuestra creciente dificultad para sostener el sentido de la vida.

b. Nuestra creciente dificultad para preservar y desarrollar relaciones.

c. Nuestra creciente dificultad para consolidar modalidades armoniosas de convivencia”.

Echeverría plantea que la crisis ética a la que refiere es una crisis de sentido y convivencia. Encontramos en esta última reflexión una puerta muy relevante para ingresar a un territorio donde no solo sigamos explicando qué nos puede estar sucediendo en cuanto a ética, sino que podamos encontrar algunas respuestas y nuevas posibilidades de significación y compromiso para superar la fragmentación social que promueve, instala y termina generando la crisis ética que estamos considerando.

Crisis ética, que afecta a los individuos, relaciones, organizaciones, comunidades y sociedades. La crisis ética tiene una implicancia social y sistémica, toda vez que, desde la noción sistémica, somos el producto o resultado de los sistemas sociales que nos constituyen, a la vez que nuestros comportamientos impactan y moldean a los sistemas que nos han constituido. De allí, la relevancia de pensar la crisis ética como una crisis de sentido que impacta en la convivencia y, entonces, la necesidad de reflexionar sobre la significación de una ética de la relación y la convivencia.

Humberto Maturana expresa: “Si a mí me preocupa lo que pasa con otros, con mi conducta, entonces tengo preocupación ética; si no me preocupa y no me importa lo que pasa con otros, ni siquiera surge la pregunta sobre las consecuencias de mi conducta en los demás”. Se cuestiona el autor al plantear: “¿Cómo es que me interesa o me preocupa la consecuencia o las consecuencias de lo que yo hago en relación con otros? ¿Cómo es que después me doy cuenta de que no me preocupo o no me preocuparon las consecuencias de mis actos con respecto a algunos otros que antes no vi y que ahora veo?” [...] “La preocupación ética tiene que ver con el emocionar, tiene que ver con el ver al otro como un legítimo otro en convivencia con uno. Es por eso por lo que las preocupaciones éticas nunca van más allá del dominio en el cual uno acepta la legitimidad de los otros”.

Los primeros pasos de este desarrollo nos guían con convicción y entusiasmo a la necesidad de pensar en una ética de la relación y la convivencia, ya que carecer de ella nos ubica en una crisis de sentido. Ahora bien, ¿hablar de sentido no nos invita a profundizar en la conversación? ¿Hablar de sentido delimita el campo de la ética, o es acaso necesario incluir en la conversación una nueva palabra y con ella procurar una distinción epistemológica? Creemos que sí, que es necesario incluir una palabra que suele estar en el trasfondo de esta inquietud, y es la palabra moral.

Es en ese sentido que, al introducir la palabra “moral”, naturalmente, nos aparece una pregunta de base: ¿Ética y moral son la misma cosa?.

 

☛ Título: Con-trato social de convivencia

☛ Autor: Alejandro Marchesan

☛ Editorial: Indie libros
 

Datos sobre el autor

Alejandro Marchesan es licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes y doctor en Recursos Humanos (AIU-USA). Obtuvo el diplomado en Pensamiento Complejo y Transdisciplina (Multiversidad Edgar Morin) y es neuropsicoeducador (Asoc. Educar).

En el ámbito educativo, es fundador y director general del Centro de Entrenamiento Ontológico y Profesional (CEOP).

Ha publicado Comunicación productiva en la era de las relaciones, El líder que sirve, Ontología de la complejidad y Cambio de época (todo de editorial Leven Anclas).