DOMINGO
Libro

Cordón áspero y decisivo

Conurbano, un territorio marginal y clave.

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Una sucesión de historias que desnudan la realidad del conurbano bonaerense, un territorio atravesado por penurias, desigualdad y marginalidad, pero también por actos de heroísmo silencioso y de un peso político desmesurado a escala nacional desde hace décadas. | Juan Salatino

Barrio de la Rivera, tierra de nadie

Igual que Nueva Esperanza, este barrio es otra intromisión del partido de Lomas de Zamora en el de La Matanza.  Particularmente, sobre una parte de la superficie que ocupa el Mercado Central en la localidad de Aldo Bonzi. Un ente estatal tripartito cuya administración depende del gobierno nacional, el bonaerense y el de la Ciudad. A pesar de la presencia de una institución de semejante envergadura, no resultaría inapropiado referirse al predio que ocupa el Rivera como tierra de nadie.

Una expresión nacida con las guerras que precedieron a la formación de los Estados en Europa entre los siglos XIV y XV y que aludía a las zonas donde ninguna de las partes que libraba esa disputa podía arrogarse su anexión. Precisamente por ser el espacio libre entre las primeras líneas de dos ejércitos enfrentados. La traducción literaria de su acepción en inglés, tierra de ningún hombre (no man’s land), cobró un nuevo significado en la Primera Guerra Mundial para referirse al área que separaba a las trincheras de dos bandos en pugna.

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Pero tal vez la etimología contemporánea asignada a esta frase sea la que mejor se ajuste a la situación en el barrio. Una zona expuesta a cualquier tipo de peligro por la falta de protección de los poderes públicos. La peculiaridad en este caso es que los vecinos acusan a uno de ellos, la Justicia, de intervenir a favor de una de las partes y desviarse de la misión original con la que fue creada. Hallar una solución pacífica, pero sobre todo equilibrada, a las diferencias entre seres humanos. Como el conflicto por la propiedad por estas tierras.

Probablemente a eso se deba el inquietante silencio que impera entre los habitantes del barrio si detectan entre ellos la presencia sospechosa de alguien en quien no reconocen la condición de vecino. Una experiencia incómoda para cualquiera que se atreva a ingresar al perímetro alambrado que lo rodea a través del alto portón habilitado sobre el Camino de la Rivera que permanece abierto los fines de semana. Por lo general durante las horas del día.

Para no vivirla, lo conveniente es concertar una cita previa y obtener el permiso verbal de acceso que solo un grupo reducido de ellos está autorizado a conceder. El trámite tiene su morosidad para cerciorarse de las intenciones de quien lo solicita. Sobre todo si es periodista. Y mucho más si adelanta el interés por interiorizarse de los acontecimientos que dieron lugar al barrio. Pero sobre todo los que amenazaron con desintegrarlo.  Carlos Pouza fue quien otorgó el consentimiento final a ese salvo conducto, siempre transitorio.

Pouza es el abogado defensor de las 237 familias que habitan en el barrio y su prevención resulta comprensible. Todavía se mantiene sobre al menos un miembro de cada una de ellas la imputación que se les dictó por resistir la orden de desalojo que el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena, firmó el 7 de julio del 2021 e intentó ejecutar personalmente el 8, poniéndose al frente de un importante operativo combinado de fuerzas de seguridad y máquinas viales del municipio de Lomas de Zamora con las que se demolieron viviendas de una sólida construcción en hormigón armado. Los rígidos controles que deben superar quienes deseen visitar el barrio son la secuela más evidente de la violencia desproporcionada autorizada por Villena y que además incluyó una prolongada presencia de efectivos uniformados a cargo de vigilar los movimientos de sus vecinos. Pouza confirmó el último visado con un diálogo telefónico que franqueó el paso, pero cuya negociación había comenzado un mes antes con T. Un seudónimo arbitrario para mantener a resguardo la identidad de uno de los 237 imputados.

La única condición impuesta por Pouza para que uno de los líderes del barrio de la Rivera se preste al diálogo. No fue fácil dar con T a pesar de convenir previamente la reunión de aquella tarde de sábado a mediados de noviembre del 2022. T pidió encontrarse por la calle central que recorre el Rivera. Un surco desparejo de badenes que se sobrepone con dificultad al rellenado realizado por el Municipio en un intento por mejorar la altura de la cota en ese inmenso humedal.

Un trabajo llevado adelante con tierra colorada: una promesa de dificultades en el futuro cercano. Seguramente en el invierno, cuando el régimen de lluvias es más intenso. La tierra colorada es un material característico del suelo del Conurbano que se encuentra con facilidad en la capa inmediatamente inferior a la superficie del suelo. Se caracteriza por su inédita capacidad de absorber humedad. Lo que la vuelve barrosa con suma facilidad al contacto con el agua. 

El remís no tuvo otra opción que detenerse frente al abrupto abismo que interrumpe la calle y se asoma al arroyo. Desde su borde puede apreciarse el modesto puente de madera dispuesto encima de él para cruzarlo unos siete metros abajo. Una vertiginosa caída a pico que no amilanó al conductor de una bicicleta de montaña que descendió por allí con pasmosa serenidad y templanza.  Esa pirueta acrobática fue una distracción que contribuyó a matar el tiempo. T avisó que demoraría unos instantes en llegar.

Ese breve lapso coincidió con el momento en que un grupo de vecinos decidió acercarse hasta el lugar donde divisaron supuestos intrusos para interrogarlos. El tono coloquial utilizado no bastó para disimular la tensión de aquel inquietante momento hostil, donde fue inevitable ocupar el centro de la atención tras la pregunta de rigor: qué hacían allí. La respuesta no resultó convincente. Por supuesto que se invocó a T. Pero ese mismo acto reflejo llevó a reparar en un detalle que antes había sido ignorado. No se tuvo la precaución de consultarle su apellido. Es lo que convirtió de inmediato a su nombre real en una excusa inverosímil.

Abatidos por un hecho evidente que equivalía a una derrota, se ofreció abandonar las           inmediaciones del barrio para que regrese al estado de apaciguamiento que, en apariencias, se había violado. La propuesta fue asentida con beneplácito pero sin emitir palabra. Aquel círculo que rodeaba a esos presuntos indeseables volvió a cerrarse sobre su silencio después de inquirir por su presencia. Cuando el chofer del remis se disponía a darle arranque al auto, emergió de una vivienda una figura maciza y robusta de abdomen prominente. Se presentó como Pablo. 

Traía en sus manos una botella de gaseosa cola empañada por el frío de un refrigerador y dos vasos descartables. “Muchachos, tomen algo fresco mientras T llega: ya está en camino”. Aquellas palabras funcionaron como un encantamiento. El círculo se disolvió en medio de la misma calma tirante con la que se había formado. La figura menuda y pequeña de T apareció detrás de una esquina.  La charla tuvo lugar en una de las sólidas construcciones de lo que será una vivienda de unos 150 metros cuadrados en su planta baja. Pero cuya estructura de hormigón está prevista para continuarla como mínimo en un primer piso.

T eligió con cuidado los ladrillos huecos que se apilaron detrás de una pared con sombra y sirvieron de asiento para una larga charla. Un buen lugar en una tarde calurosa. Igual que Susana Perca y Daniela Pallarols, T es el arquetipo de los líderes en estos asentamientos al borde del río que, a menudo, constituyen un desafío al poder institucional por la convicción con la que defienden el interés que representan. En la mayoría de los casos son madres solteras, menores de 40 años y jefes de hogares que mantienen gracias a su profesión. 

Algunas ya obtuvieron el título de grado en una carrera universitaria. Otras están a punto de hacerlo o aguardan inscribirse para cursarla.   Muchas se diplomaron de enfermeras y trabajan en los hospitales Churruca, Ramos Mejía, Cosme Argerich y el Italiano.  T quiere estudiar Derecho después de la experiencia atravesada en el barrio desde 2021 y donde se reveló como una eficaz asistente de Pouza.  

La Herradura, con la suerte en el aire

En Daniela Pallarols la precocidad es un signo vital. Madre soltera a los 19 años, dirige desde los 22 un estudio jurídico en colaboración con una profesional mientras espera obtener este año en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y quedar habilitada a tramitar su propia matrícula profesional. A los 21 ya se había convertido en la defensora de vecinos en el barrio La Herradura de Villa Fiorito. Sobre esa franja de tierra de casi una hectárea y media ocupada por 110 familias está pendiente un proceso de expropiación iniciado por el municipio de Lomas de Zamora.

Pallarols es nieta de José Luis y sobrina nieta de Juan Carlos, dos artistas de la orfebrería reconocidos por la obra a la que generalmente se asocia ese apellido: el bastón de mando presidencial.  Una herencia de su madre, de la que prefiere preservar el nombre por razones de seguridad. Walter Omar González Lynch es el de su padre, cuya historia repite con orgullo.   Segunda generación de una familia iniciada con la relación entre una cacique indígena en Santiago del Estero y un inmigrante irlandés afincado en esa provincia.

González Lynch fue un militante peronista que vivió en la calle antes que en Ingeniero Bugde. La localidad separada de Villa Fiorito por el Camino Negro. Su condición de inquieto autodidacta y su capacidad de establecer vínculos le hicieron vencer cualquier tipo de prejuicio relacionado a las escalas sociales. Se graduó de Licenciado en Enfermería y gracias a la filantropía de amigos con holgada posición económica cumplió el sueño de conocer Europa y de perfeccionar su formación académica en París.

Murió a los 49 años después de haber sido secretario del Concejo Deliberante de Lomas de Zamora bajo la prolongada presidencia de la dirigente peronista Ana Tranfo. Un cargo que convirtió en púlpito para establecer una tensa dialéctica con la dirigencia del PJ local.  Ese rico y complejo árbol genealógico contribuyó a forjar la personalidad fuerte y el análisis agudo de esta joven y futura letrada.  

Promete encadenarse con los vecinos de “La lonja” a las viviendas que el municipio quiere derribar para montar en su lugar un nuevo complejo habitacional. Una obra para la que cuenta con financiamiento   del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El barrio comenzó a formarse en 1995 cuando Manuel Pérez Reyes puso en venta los primeros lotes de lo que también se denomina el macizo por la forma irregular del suelo que recuerda a los escarpados en las montañas.  Apodado “Rulo” por los vecinos, Pérez Reyes había recibido ese predio en compensación por otro que le expropió el Estado. Un antecedente que abona la audaz hipótesis de Pallarols sobre el origen de la periferia que rodea al centro urbano: “En Lomas de Zamora todo es fiscal”.    

Algunas de las familias asentadas formalizaron con Reyes Pérez un boleto de compra y venta pero no lo inscribieron en el Registro de la Propiedad Inmueble bonaerense. Sin ese trámite, el documento pierde valor legal a los diez años. Sin embargo, la Agencia de Recaudación de la provincia de Buenos Aires (ARBA), les cobra el impuesto inmobiliario.     

El nombre que recibió, La Herradura, se lo debe al anillo que recorre la avenida Larrazábal alrededor de esos 14 mil metros cuadrados de formación a los que envuelve casi por completo. El de La Lonja obedece a la extensión de su superficie casi sin interrupciones en su interior. Es decir, con una escasa o casi nula urbanización. Literalmente, el barrio no tiene calles. 

Hay otros cuyo recuerdo se pierden en la memoria de sus habitantes. Fueron recursos a los que apeló el municipio para presentar como nuevo un viejo proyecto: la urbanización de ese barrio. Lo que implicaría la demolición de sus viviendas para construir un complejo habitacional. Pero también por la necesidad de distinguirlo de Campo Unamuno. La denominación genérica que recibía toda esa zona por la ubicación aledaña a la vieja traza del arroyo homónimo, uno de los afluentes del río Matanza-Riachuelo. 

Esa intención del municipio marcó la histórica relación conflictiva que entabló con sus vecinos. Como casi en todo Villa Fiorito, la gran mayoría de origen paraguayo. Esas tensiones comenzaron en 2005.  El Municipio les informó ese año que el proyecto consistía en urbanizar el barrio con la apertura de dos calles como parte de las obras de ampliación de la avenida Larrazábal. Lo que implicaba afectar el frente de los terrenos donde se ubican las viviendas. 

El proyecto nunca se concretó pese al anuncio oficial que delegados del municipio habían efectuado a los vecinos. La misma vía utilizada cuatro años después, en 2009, para confirmar que ese proyecto quedaba cancelado.  Con esa novedad, la mayoría de los habitantes de “La Herradura” resolvió avanzar en la consolidación de sus propiedades añadiéndoles nuevas dependencias.  

Esas viviendas tienen un rasgo característico, pero a la vez poco uniforme. Responden a las necesidades funcionales de un modelo familiar que rompe con la concepción tradicional del núcleo familiar. Resulta bastante común que en un mismo lote haya dos viviendas. O, también, que varias estén concentradas en una sola construcción, adecuada al grupo que la ocupa.

Por lo general numeroso y con lazos sanguíneos entre al menos dos generaciones: padres, e hijos en parejas que habitan bajo un mismo techo, pero con dependencias autónomas. Es decir, son casas que tienen varias habitaciones, baños y cocinas que se extienden en una superficie significativa: entre 150 y 200 metros cuadrados.

En 2011 los vecinos accedieron a ceder parte del frente de su propiedad al municipio para llevar adelante la obra de ampliación de la avenida Carlos Pellegrini. Aunque las autoridades habrían incumplido su parte del acuerdo que consistía en la provisión de materiales para refacciones. No hubo registros legales de ese convenio hasta la intervención de la Defensoría General del Pueblo de la Nación once años después. 

Precisamente cuando ese organismo comenzó a ejercer oficialmente la defensa de los habitantes de La Herradura, conmovidos por la amenaza de una expropiación y su relocalización en un complejo habitacional de la que supieron a través de voceros. Como en otras experiencias, quienes desempeñaron ese rol con el barrio lo hicieron con acciones intimidatorias.

Son las que se les atribuyen a la intendenta interina Marina Lesci y a Pablo Portell, subsecretario de Políticas Sociales. Pero también al jefe del bloque de concejales del Frente de Todos, Gastón Lasalle, con un currículum singular. A su pasado como brava del club Banfield, ser añade su paso como secretario del gobierno municipal y el de director nacional de Gestión de Asistencia Urgente en el ministerio de Desarrollo Social. Cargo al que renunció en medio del escándalo por la compra con sobreprecios de fideos, arroz y aceita a una semana de iniciada la cuarentena del 2020. 

Lasalle era parte del equipo de Gonzalo Calvo, secretario de Articulación de Políticas Sociales de esa cartera y el responsable de la licitación para adquirir esos alimentos mientras el gobierno imponía una política de precios máximos a comercios minoristas en la primera y más dura etapa del aislamiento obligatorio, dispuesto en el intento de evitar la propagación del virus Covid 19.

Calvo ya había sido secretario de Seguridad en el municipio de Almirante Brown con el intendente Mariano Cascallares. En las versiones que circularon tras su renuncia, su llegada y la de Lasalle a Desarrollo Social fue parte del acuerdo del ministro Daniel Arroyo con Cascallares y el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde para equilibrar fuerzas con Emilio Pérsico, su virtual segundo.

Junto a Fernando “el Chino” Navarro, Pérsico lidera el Movimiento Evita que integra con la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y Somos, el lote de organizaciones sociales afines al presidente Alberto Fernández. El Polo Obrero y Libres del Sur son las corrientes más importantes de la unidad piquetera enfrentada al gobierno.  Las organizaciones oficialistas mantienen desde el 2009 un larvado enfrentamiento con los intendentes peronistas del Conurbano por la administración de los planes sociales que el ministerio de Desarrollo Social destina a paliar la pobreza estructural (…)

Escuela N° 43, de Fiorito a Estambul

Originalmente la cava de Villa Fiorito fue un lago hacia el que escurrían las lluvias en un territorio naturalmente bajo, ocupado en la década del 50 por inmigrantes europeos, mayormente italianos y españoles. Un flujo reemplazado progresivamente desde los años 70 por otro proveniente de países limítrofes, Paraguay y en menor medida Bolivia, hacia el barrio más importante de la periferia de Lomas de Zamora.  En 1995, Villa Fiorito fue declarado ciudad como parte del proceso de urbanización en su casco histórico.  

La sustitución de pasillos por calles de pavimento atemperó el rango de zona violenta que aún mantiene. El espejo de agua que 70 años atrás alentó la instalación de hornos de ladrillos para aprovechar la cercanía con su materia prima, el barro, pasó a convertirse con el tiempo en una depresión seca del suelo que en los años 80 comenzó a ser rellenada. Un proceso junto al que aparecieron los primeros atisbos del cartoneo que es como se denomina usualmente a la recolección de residuos reciclables. 

Ese medio de subsistencia determina la vida de las 15 mil personas que ocupan las 24 manzanas en esa zona. También conocida como cirujeo, esa actividad es la principal fuente de ingresos para un sector importante de su población. Los subsidios que distribuye el Estado mediante diversos programas sociales es la que le sigue en importancia.  La incorporación a la oscura fuerza de trabajo empleada por el narcotráfico es otra más irregular e insegura por fuera de esa escala. 

La cava está situada al Noroeste de Lomas de Zamora entre las avenidas Ejército de los Andes y General Hornos y las calles Roberto Arlt y Recondo. Su urbanización en diagonal al resto de Villa Fiorito es el rasgo que le debe al proyecto para que la avenida General Paz se prolongue sobre su superficie hasta Lanús para unir a esa ciudad con el puente La Noria del mismo modo que el Camino Negro lo hace con Lomas de Zamora.

En algunos viejos mapas catastrales pueden hallarse las huellas de esa iniciativa inconclusa que sentó la base de otra muy distinta sobre tierras del Estado nacional a pocas cuadras del Camino Negro. Para llegar desde la estación de Lomas de Zamora hay que tomar la calle Boedo, al 600 girar a la derecha por Azara y continuar su recorrido hasta el cruce con Alberto Larroque. Desde allí hay que seguir y en Unamuno doblar a la derecha hasta la avenida Ejército de los Andes. 

Quien ingrese desde la ciudad por la avenida General Paz tiene que descender por el desvío hacia Recondo después de cruzar el Riachuelo y pasar por el distribuidor debajo del Puente La Noria. La Unidad de Pronta Atención (UPA)- Fiorito y el cuartel de bomberos homónimo sirven de referencia para confirmar que se está en el camino correcto. 

En el cruce de Recondo con la calle Filarde, un kilómetro más adelante es preciso girar a la derecha. Allí aparece el club Juventud Unida de Villa Fiorito, una de las entradas a la cava. Pero si se continúa otros 200 metros por Recondo hasta Plumerillo aparece un imponente edificio de tres plantas identificado con el Sindicato Único de Trabajadores Independientes de la Construcción (SITRAIC). 

Tal vez el mayor símbolo de la comunión entre Víctor Grossi y Manguera, el apodo por el que se conoce a Rodolfo Aguilera. Ex jefe de una de las tres parcialidades que se disputan el control de la barra del club Los Andes, pero sobre la que todavía conserva influencia. Grossi es el secretario general del SITRAIC, una facción disidente de la UOCRA que resolvió constituir su propio gremio ante la imposibilidad de disputarle a Gerardo Martínez el liderazgo del sindicato de los trabajadores de la construcción.

Algunos enfrentamientos entre sus sectores más violentos para disputarse afiliados tuvieron lugar en los obradores. El más recordado ocurrió en febrero del 2011 en el de la avenida Las Heras y Almafuerte de Banfield Oeste, mientras se construía la sucursal de un hipermercado. Grossi tiene domicilio en Lomas de Zamora y en 2018 se convirtió en presidente de Los Andes tras vencer al candidato apadrinado por Martín Insaurralde.

Al poco tiempo, Grossi se alió al intendente de Lomas de Zamora para fortalecer su posición en un club cuya popularidad en Villa Fiorito supera a la de Temperley y Banfield, otras dos instituciones deportivas de la zona, y se equipara con la que tiene allí Boca Juniors, cuyo ascendiente se hace notar en el que Marcelo Aravena mantiene a través de Walter Coronel sobre otro de los sectores en los que está dividida la barra de Los Andes.

Apodado el manco o Marcelo de Lomas, Aravena lidera la fracción Lomas de Zamora de la Doce, que es como también se conoce a la barra de Boca. Ese grupo es considerado el más peligroso de todos. Allí es secundado por Coronel. Detenido en 2017 por la causa judicial abierta por ilícitos en la feria La Salada, Aravena sufrió en 2020 un intento de asesinato en su domicilio de Lomas de Zamora mientras gozaba del régimen de prisión domiciliaria.  

Coronel fue condenado a dos años y medio de prisión como jefe de una asociación ilícita pero también accedió al mismo beneficio. En 2021 recrudecieron sus enfrentamientos con los familiares de José Paz, el jefe histórico de la barra de Los Andes que lidera el tercer grupo en discordia. Paz fue condenado en 2014 a 14 años de prisión por el asesinato de un hincha de Banfield. La recaudación ilegal en las fechas en que Los Andes juega de local en el estadio Eduardo Gallardón es uno de los botines que se disputan.

 

☛ Título: Conurbano salvaje

☛ Autores: Carlos M. Reymundo Roberts / Daniel Bilotta

☛ Editorial: Sudamericana

 

Datos de los autores 

Carlos M. Reymundo Roberts trabaja en el diario La Nación desde hace más de treinta y cinco años. Es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. Es fundador y codirector de la Maestría en Periodismo de La Nación y la Universidad Di Tella. Este es su séptimo libro.

Daniel Bilotta Inició su actividad en Radio Belgrano en 1984. Fue columnista de Clarín y PERFIL, y hoy lo hace en La Nación y en el ciclo Odisea argentina de Carlos Pagni en LN+. Es profesor en la Universidad de Lomas de Zamora y se especializa en temas del Conurbano.