En primer lugar, es indudable que hoy, menos que nunca en la Argentina, en nuestro país, podríamos plantear que nuestro problema son las nuevas enfermedades del alma, como en los países metrópoli. Quiero decir con esto que los cambios en la subjetividad no pueden ser asimilados a los cambios en la subjetividad bajo los términos de la globalización tal cual se ha pretendido. Nosotros no tenemos, en nuestro país, el problema de la era del vacío, sino el de panzas vacías. Tenemos un problema con el futuro, pero no porque el futuro esté acabado, sino porque aún no hemos podido construirlo, rescatarlo. Hay una falta de representación de futuro. No tenemos una baja del crecimiento demográfico porque haya trabajo y ocupación para las mujeres y porque hayan cambiado los modos de inserción laboral; tenemos otros problemas con la cuestión de la natalidad. De manera que diría que la pregunta que uno se hace es si los cambios en la subjetividad no son parejos, si no son del mismo orden, si no responden al intento universalizable que ha tenido el psicoanálisis desde Freud mismo, por ejemplo, cuando planteaba toda la cuestión de la nerviosidad moderna y del modelo de la histeria como universalizable al menos dentro de un cierto contexto. La pregunta es, entonces: ¿qué es lo que se sostiene como universalizable en los procesos con los que trabajamos? Cuestión que venimos exponiendo porque la paradoja es que, si abandonamos los intentos de universalidad, nos quedamos sin ciencia. Pero si sostenemos los intentos de universalidad a ultranza, lo que hacemos es el transporte de modelos ideológicos de procesos históricos que no tienen que ver con lo que pasa en estas latitudes.
Creo que lo que ocurre en la diferencia entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo –y esto venimos trabajándolo desde hace mucho tiempo– es que en la imposibilidad del traslado de los modelos es donde aparece el aspecto ideológico de la construcción científica.
En el modelo de la pautación, ( ) y de la prohibición del goce intergeneracional, el universal que tiene que ver con la prohibición del incesto, como intercambio sexual intergeneracional, queda anudado, en la época freudiana, por el concepto de complejo de Edipo, en términos de la familia tradicional europea. A partir de lo cual no se traslada después, aparentemente, el concepto de complejo de Edipo. Pero lo que no se traslada, en realidad, son los modos en los cuales quedan estructuradas, en la literatura clásica psicoanalítica, estas formas. Lo mismo ocurre con los valores del superyó. Es absolutamente imposible de sostener hoy, y esto ha llevado a cosas horrorosas; supónganse que en la Argentina actual el que no paga impuestos es un transgresor a la ley kantiana. Entonces, ¿qué se derrumba? ¿La idea de una ley universal? ¿Se derrumba la posibilidad de entender que el sujetamiento a ciertas legalidades es necesario? Lo que se derrumba es la absolutización ideológica de los modelos histórico-sociales con los cuales la ley opera bajo ciertas formas en ciertas culturas. Lo que se sostiene es la problemática de la racionalidad de la ley en tanto ley que se constituye bajo ciertas formas universales y a la vez singulares. Si ustedes quieren, aparece muy claramente trazado en el conflicto que se plantea ya desde Antígona, entre ley y autoridad.
Vale decir, toda la problemática que ha despertado la cuestión de Antígona, y sobre la cual ha trabajado Hegel y después han trabajado otros pensadores con respecto al asunto de a qué ley se somete el sujeto, si se somete a la ley de Creonte, que es la ley del tirano, que es la ley de que no se puede enterrar a los muertos, con lo cual hay una rebelión ante la autoridad, o si Antígona se somete a la ley de los antepasados, que señala que hay que enterrar a los cuerpos, más allá de que la tiranía de Creonte lo prohíba, en la medida en que sus hermanos han sido considerados traidores. De manera que ahí ya aparece muy claramente planteado el problema. Con lo cual, cuidado con la universalización de los enunciados. Cuando se plantea la universalización de los enunciados, lo que hay que señalar es que la universalización está dada por variables que no son las de su aplicación histórico-social, sino por otros motivos.
En psicoanálisis, es preciso clivar los elementos de permanencia y los que entran en crisis por el cambio en las condiciones históricas. De manera que los impasses teóricos que se arrastran desde siempre en psicoanálisis se ponen de manifiesto en el momento en que algo hace estallar, del lado de la práctica, tanto los enunciados teóricos que arrastran una enorme acumulación de hipótesis adventicias como las formas ideológicas con las que fueron plasmadas, a partir de que inevitablemente esos enunciados teóricos se construyeron sobre la base de la práctica con seres humanos singulares dentro de una cultura singular. Con lo cual, de manera ineludible, el psicoanálisis trabaja con las representaciones de los sujetos que acceden a nuestros consultorios. Esto hace que haya que estar clivando de forma constante los elementos que tienen cierta permanencia de aquellos que entran en crisis a partir de cambio en las condiciones históricas.
De todos modos, con estos elementos –y voy a tomar solamente la cuestión de la relación entre la ausencia de síntomas y la constitución del psiquismo en la situación actual–, uno podría perfectamente plantear que lo que ha estallado, junto con las nuevas formas en las cuales se manifiestan las consultas y la patología, es la idea de una determinación endógena de la enfermedad mental.
Vale decir, la idea de que esa persona, en cualquier circunstancia y bajo cualquier determinación, produciría esta patología, porque en realidad la patología es algo del orden de lo endógeno disparado y no algo de lo construido a partir de la relación del psiquismo con lo que le llega, digamos, desde el exterior.
*Autora de El psicoanálisis en debate, ed. Paidós (fragmento).