El viernes 14 de enero de 2005, a las 9 de la mañana, el canje quedó abierto.
Más de 100 mil millones de dólares; la reestructuración más grande de la historia mundial –sólo superada años más tarde por la griega, si bien ésta tuvo apoyo y fondos muy importantes del FMI, la Unión Europea y el Banco Central Europeo– quedó a juicio de los mercados. Los bonos estaban ampliamente distribuidos, pero los datos básicos indicaban lo siguiente:
En la Argentina:
38,4%, distribuidos de la siguiente forma:
17% de las AFJP
2,5% de los bancos
18,3% de inversores particulares
0,6% de compañías de seguros
u En el exterior:
Italia 15,6%
No individualizados 13,0%
Suiza 10,3%
Estados Unidos 9,1%
Alemania 5,1%
Japón 3,1%
Otros varios 2,5%
Gran Bretaña 1,1%
Holanda 1,0%
Luxemburgo 0,8%
Ese mismo día, la calificadora Fitch bajó la nota de los bonos en default. En las primeras horas, por la demanda de las AFJP, pero también por una fuerte corriente de inversores extranjeros, quedaron suscriptos y agotados los 8.300 millones de dólares equivalentes de los bonos Cuasi Par (equivalentes, puesto que se trata de bonos en pesos).
El complicado proceso –dados los montos, los más de 150 bonos en default, las varias legislaciones y monedas– estaba en marcha. Había sido difícil pero, como le dije al equipo, “hay cosas más difíciles”: ese día, después de siete años de viaje, un robot de 300 kg se posaba en Titán, el mayor satélite de Saturno.
Los bonos en default, que estaban sobrevaluados jugándose a que la Argentina haría una oferta nueva y mejor, se ajustaron hacia
abajo 5% (global 2008).
La Consob (Comisión de Valores italiana) había autorizado la oferta con el requisito de tener información parcial de la marcha del canje. Se les comunicó, entonces, que en la primera semana los ingresos a éste fueron de 19 mil millones de dólares, el 23% del capital total (sin incluir intereses) a reestructurar.
La segunda semana fueron de 26,6% (22,5% local y 4,1% exterior), el grueso en bonos Cuasi Par.
En ese momento decidimos realizar dos acciones. La primera fue dejar en claro, en realidad reiterar, que el secreto bancario sobre los tenedores estaba garantizado por los bancos coordinadores. Esto fue necesario porque entre las maniobras contra el canje apareció la idea de que se intentaría identificar capitales y cobrar impuestos eventualmente no declarados. La segunda fue mucho más impactante. Como aun con el canje iniciado hablaban de una segunda y mejor oferta, creí que había que tomar una decisión muy fuerte. Mi idea fue que el Congreso de la Nación asegurara con una ley que no habría en plazos cercanos posibilidad alguna de reapertura. Nadie ignoraba que una ley podía ser modificada, pero tampoco nadie ignoraba el costo político que tendría para el presidente y los ministros que buscaran hacer una oferta mejor. Se lo planteé a Kirchner el 2 de febrero a la tarde, y rápidamente preparamos el proyecto de la llamada “ley cerrojo”, que registró entrada por el Senado a las 23 de ese mismo día.
El proyecto prohibía cualquier transacción judicial, extrajudicial o privada.
Adicionalmente, el equipo agregó la idea de “deslistar”, es decir, de retirar de cotización de las Bolsas y mercados de valores de todo el mundo los bonos en default, haciéndoles perder aún más valor. Kirchner aceptó de inmediato la idea y se comenzó a trabajar con el senador Miguel Angel Pichetto y con Alberto Fernández para asegurar su aprobación lo más rápidamente posible.
Mientras tanto, Nielsen atendía numerosas dudas del exterior. El 3 de febrero a la tarde, luego de cinco horas de deliberación en sesión especial, el Senado aprobó el proyecto. Hubo 46 votos a favor. Los representantes de San Luis, el senador Alfredo Avelín, de San Juan, y Rubén Giustiniani se abstuvieron, con el extraño argumento de que estaban de acuerdo, pero que un voto positivo convalidaría la deuda. Ernesto Sanz, de la UCR, apoyó “sin abrir juicio sobre las bondades de la oferta”. Estas últimas expresiones parecen no haber captado completamente lo que el país tenía en juego. Por la UCR, Mario Losada, el senador de Misiones, jefe de bloque, fue claramente más positivo que Sanz, quien además, en una columna publicada en La Nación, criticó a “un Congreso a control remoto”, pero al mismo tiempo reconoció que el involucramiento del Parlamento y de la oposición era positivo. A dos días del cierre de la primera etapa, el 4 de febrero, el proyecto quedaba con media sanción.
En ese momento Standard & Poor’s calificó a los nuevos bonos como B, misma nota que en julio de 2001, cuando la debacle se aproximaba, y subió de default selectivo a CCC+ los Boden y préstamos garantizados. Goldman Sachs decía que se alcanzaría el 66% de adhesión. Mientras tanto, con una visión notoriamente más positiva, el mayor fondo de pensión de Estados Unidos, Calpers, con 177 mil millones de dólares de activos, volvió a incluir a la Argentina entre inversiones posibles. El FMI prorrogó vencimientos por 2.200 millones de dólares y el G7, por primera vez, omitió en su comunicado final mencionar a la Argentina. Este silencio era una gran contribución. A nuestro juicio, ahora también en el caso de la deuda los datos favorables iban superando a los desfavorables.
El precio de todos los bonos en situación normal y la Bolsa subieron.
Rafael Ber, analista de Argentina Research, dijo: “El mercado se autoconvenció de que estamos haciendo una salida del default de alta calidad”.
Al término de la tercera semana, la aceptación era de 35%, 24% del mercado local y 11% del exterior, cifra que, depurada, llegó al 37,3%. Extrañamente, la Consob italiana, sobre la base de sus propios cálculos e información del Bank of New York, dijo que el ingreso era del 43%, pero como insistimos en nuestros números, aceptó rectificarse. La Consob había quedado entre la espada y la pared: de un lado nosotros, que iríamos adelante con la autorización que finalmente dio o sin ella; del otro, los “lobistas” italianos, que llegaron a acusar al organismo de cómplice de los argentinos. Como aumentar la aceptación al canje no parecía responder a ninguna lógica de parte de los italianos, supusimos que efectivamente habían cometido un error involuntario.
El día 8 almorcé con los diputados de las diferentes comisiones intervinientes, y el 9 la Cámara baja convirtió en ley el proyecto “cerrojo”, con el apoyo del Partido Justicialista y de la UCR. Fueron 146 votos a favor, unas 30 abstenciones y 8 votos en contra. El ARI, con críticas, se abstuvo. Los socialistas, la centroizquierda y los diputados de San Luis (de los Rodríguez Saá) también fueron críticos. El dudoso papel de haber votado en contra correspondió a Recrear (de López Murphy) y a la UCeDé (aquel partido de los Alsogaray).
Vista la marcha que llevaba el canje, John Taylor, subsecretario de Estados Unidos, hizo declaraciones favorables, y Anoop Singh, del FMI, dijo: “La Argentina mejora más rápido de lo previsto”. Un apoyo impensado lo dio la Central de Riesgos del Banco de Italia (Banco Central) al dar a conocer un estudio que informaba que desde 1999 los bancos escapaban de los bonos argentinos vendiéndolos a los minoristas. Entre 2000 y 2001 redujeron el 60% su exposición y siguieron luego bajando hasta haber liquidado el 86% de sus tenencias.
La complicidad del Banco Central de Italia y de su presidente –más tarde destituido por negociaciones incompatibles con el cargo–, Antonio Fazio, ya no podía ser negada. Un día antes del cierre del canje, el inefable Nicola Stock admitió errores de parte de los bancos italianos. Errores no; llamemos a las cosas por su nombre: fraude liso y llano.
Como esos perros que no sueltan su presa, Infobae titulaba en primera página: “Acreedores piden suspensión del canje”.
Al cabo de la cuarta semana, la última sobre la que se darían anticipos, los ingresos superaban el 40%. Y aún quedaban dos semanas. La Caja de Valores argentina trabajó muy eficientemente, demostrando la flexibilidad y rapidez operativa que había quedado como recuerdo de las diferentes crisis del país. La Bolsa mostraba euforia a una semana del cierre. La sensación era que alcanzar el 70% era posible, dado que en estas operaciones la semana final es decisiva.
Marina Aizen, de Clarín, registraba las palabras del trader de un banco de Estados Unidos que decía: “Con Bill Clinton la Argentina no se hubiera salido con la suya”. No le faltaba algo de razón: el equipo económico clintoniano, más que el propio presidente Clinton, estaba muy ligado al sector financiero y a sus intereses.
A esa altura hice patente mi preocupación por el exceso de optimismo. Broda ya hablaba de más del 80%, el mismo Nielsen creía que se estaría cerca de ese porcentaje y el Deutsche Bank llegaba al 85%. Yo me inclinaba a esa altura por el 70%, que me resultaba muy positivo. Baste recordar que aún había quienes hablaban de nueva oferta; de no más de 50% o aun menos de aceptación.
El cierre llegó como estaba previsto, sin prórrogas, el día 25. Kirchner dijo: “El país ha hecho la mejor negociación del mundo”, junto con un ataque duro a liberales (conservadores) y a periodistas. El equipo, conformado por Guillermo Nielsen, Leo Madcur, Sebastián Palla, Eduardo Pérez, Leo Costantino, Victorio Carpintieri y Arturo Giovenco, decidió almorzar junto, a la espera del cierre, a las 18.30 del 25 de febrero. Con la ansiedad de la cifra final, pero al mismo tiempo con la tranquilidad de haber concluido con la última y enorme tarea de rescate de la gran crisis de 2001. Para enfriar la euforia, en la comida usé un viejo dicho ruso que aprendí de mi suegra ucraniano-belga: “No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo”.
Gloria Macapagal Arroyo, presidenta de Filipinas, y Andrés López Obrador, candidato en ascenso en México, ponían a la Argentina como ejemplo. Justo lo que preocupaba a algunos países centrales: que nos convirtiéramos en ejemplo. No lo pretendíamos. Nosotros simplemente hicimos lo que creímos mejor para nuestro país. El 26 Clarín tituló en su primera página: “La Argentina deja atrás el default”. Así era. Si con 50% de adhesión más de las 2/3 partes de la deuda quedaba en orden, una cifra entre 70% y 80% sería aun mucho más definitoria.
Ese día el riesgo país de la Argentina era apenas 77 puntos básicos más alto que el del Brasil. El economista del CEMA Carlos Avila, un permanente crítico, fue sincero y expresó: “Sin el FMI y con una enorme quita sería mezquino no darle el calificativo de éxito”. Federico Sturzenegger, uno de los pocos en apoyar tempranamente la propuesta de canje, opinó: “El gobierno negoció muy bien; ganó”. Duhalde habló por teléfono con Kirchner y conmigo para felicitarnos.
El presidente, como no era para menos, estaba contento y aliviado; creo que más contento que aliviado. Yo, por mi carácter, estaba más aliviado que contento. Sólo cuestión de detalles.
Febrero terminó con los agentes de canje DTC (Estados Unidos) y Clearstream (Luxemburgo) totalmente superados (su sistema llegó a colapsar por momentos) por el número de operaciones y señalando que aún estaban procesando datos y no tenían resultados finales. El otro agente, el mayor, Euroclear, sacó un comunicado oficial que decía: “Esta fue la mayor operación de custodia que jamás enfrentó el desafío en los mercados”, y dio como ejemplo que había recibido más de 23 mil instrucciones por un total de 27 mil millones de dólares. Larrick y el grupo de alemanes de ABRA fueron de los últimos en ingresar al canje.