DOMINGO
Cómo se gestó el agujero negro de dinero K

El Lava Jato argentino

Francisco Olivera y Diego Cabot reconstruyeron en 2011, en Hablen con Julio, el inmenso poder financiero que había acumulado Julio De Vido desde el Ministerio de Planificación con el dinero de la obra pública. Ya entonces surgían nombres que la ola de detenciones de los últimos días ha vuelto a poner en foco, una red de empresarios y ex funcionarios involucrados en la causa que investiga el polémico juez Claudio Bonadio.

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El hombre. Una de las primeras decisiones de Néstor Kirchner fue dotarlo de inmensos recursos. | Kid Navajo

No importa quién. Cualquier argentino que despierte temprano encenderá la luz de su habitación. Pasará por el baño, se cepillará los dientes, desayunará e irá al trabajo.

Julio Miguel De Vido habrá sido un compañero invisible todo ese tiempo. La luz del velador, el agua de la casa, el gas para encender la hornalla, el teléfono y el infaltable celular, los peajes de las autopistas y la leche para cortar cada uno de los miles de cortados de los bares argentinos. El colectivo derruido que, a cambio de casi un peso, nos llevará al trabajo; el tren que agoniza en las vías y aun así lleva gente; los aviones –los que salen y los que no–, las colas de los aeropuertos, las valijas y las puteadas. Los viajes al exterior, los radares o los seres humanos –con virtudes y defectos– que controlan que las aeronaves no choquen, las tostadas con mermelada, las viviendas de los sectores más pobres, la nafta. El combustible que es la bendición de taxis y remises: el GNC; el gasoil que reparte dolores de cabeza para todos. El agua de los embalses del Comahue y de Salto Grande y las rutas de todo el país.

El boom de la construcción y el caso Skanska con sus sobreprecios. Los gasoductos que llevan el gas a los hogares y a Chile, y la llave para cortárselo a nuestros vecinos tras la Cordillera. Los postes de luz, las columnas de alumbrado y los gigantes de hierro que transportan electricidad. Los que estaban y los que se construyeron en los últimos años a cambio de muchos dólares.

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La petrolera estatal Energía Argentina (Enarsa) y la otra estatal Agua y Saneamientos Argentinos (AySA). Y la memorable Líneas Aéreas Federales (Lafsa), que nunca tuvo alas para despegar, pero sí bolsillos para recibir presupuesto. Las industrias y su combustible líquido para producir; los obreros ilusionados con un turno de trabajo más y el dulce de leche elaborado con leche subsidiada. El chiquero perdido de cualquier campo y los criaderos de cerdos más refinados. Los barcos que cargan y descargan en los puertos, el aceite de la ensalada y el agua caliente para el mate. El jamón que cubre una rodaja de melón del menú ejecutivo de un restó de Palermo Viejo y los camiones de recorrido diario. Y los camioneros y sus subsidios para capacitarse. También las mejoras salariales que consigue para todos, asado de por medio, en su casa de Barracas, Hugo Moyano.

Aerolíneas Argentinas, Aeropuertos Argentina 2000 y Transener. Las generadoras de energía, las refinerías de Dock Sud y las que no están en la isla. Las que contaminan y las que no. Los apretujones en el subterráneo y el solitario tranvía de Puerto Madero. Internet. Los créditos para inquilinos que se dan en cuentagotas y las rutas concesionadas que recaudan obedientes. Las constructoras con excedentes de caja y precios altos, los puentes rotos y los sanos; la red de cloacas del conurbano y el agua potable que todavía no llega a todos.

Los controles de todo el Poder Ejecutivo que hace la Sindicatura General de la Nación (Sigen), que preside Claudio Moroni y que secunda Alessandra Mi-nnicelli, la esposa de De Vido. La relación con la Unión Industrial Argentina (UIA), con la Cámara Argentina de la Construcción, con la Cámara Argentina de Comercio y con cualquier agrupación que represente a empresarios: a los amistosos con el poder y a quienes guardan algo de dignidad, a los éticos y a los corruptos.

El gas de Bolivia y la promesa de enterrar los tubos más largos del mundo para atravesar media América Latina  y, así, asistir a los colapsados gasoductos argentinos. Los tractores, los ascensores, la maquinaria agrícola y la leche en polvo que van, y el fuel oil que viene de la Venezuela de Hugo Chávez. Todas las relaciones con ese país. El tránsito por el río Paraná, el calado y los barcos.

Las concesiones de todos los servicios públicos y la demorada exploración de petróleo en el mar Argentino. Proyectos millonarios como el tren bala a Rosario y la refinería que construirán las petroleras que se desesperan por no vender combustibles en el país. Y el boicot a Shell, la oveja negra de las petroleras que no quiso obedecer las órdenes del Ministerio de Planificación.

Julio Miguel De Vido, el hombre de los grandes bigotes y la voz áspera, es, después del Presidente, el personaje más omnipresente en nuestras vidas. Absolutamente todo lo reseñado, que podría extenderse si el lector tuviera una paciencia que perdió hace tiempo, depende directamente de su área o, por lo menos, de funcionarios que han sido colocados por el ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, tal el nombre completo de su cartera.

Era el 24 de mayo de 2003, el último día de Eduardo Duhalde a cargo de la presidencia de la Argentina. Néstor Kirchner llegaba de la Patagonia bajo el influjo protector del peronista bonaerense que pensaba que en política todos los favores deben ser devueltos.

No siempre es así. Kirchner es Kirchner, y llegó a la Nación dispuesto a legitimar el poder que no le habían dado los votos. Solo dos de cada diez argentinos habían preferido al santacruceño en las urnas. Con el 22% de los votos, Kirchner no había podido siquiera sacar de la ruta al político argentino con peor imagen, Carlos Menem, que iba por su tercer mandato después de un impasse de cuatro años.

El riojano ganó por dos puntos la elección, pero se rehusó días después, por presión de los gobernadores y ante una opinión pública convulsionadamente dividida en dos, a competir en el ballottage.

Los mandatarios provinciales, principalmente su compañero de fórmula, el salteño Juan Carlos Romero, convencieron a Menem de no presentarse en la segunda vuelta. Temían que una derrota del riojano los arrastrara a todos al fracaso en las elecciones de cada provincia, previstas para unos meses después. Esta versión, que se contrapone al argumento esgrimido en aquel momento por Menem –que adujo falta de garantías para controlar la ele-cción–, nos fue revelada años después por hombres cercanos a Romero.

En este contexto, Kirchner se vio obligado a ganarse la legitimidad popular ya instalado en la Casa Rosada. Y en eso trabajó, paciente y obsesivo, durante cuatro años. Apareció entonces la mano de un desconocido para la política nacional, Carlos Alberto Zannini, cordobés, ex militante de izquierda en los 70, que llegó a la Patagonia en busca de tranquilidad después de los años violentos. El orfebre jurídico de Kirchner diseñó una nueva Ley de Ministerios a medida. Era la primera quincena de mayo de 2003.

La modificación de la Ley de Ministerios es casi un ritual de todos los presidentes electos. Duhalde había hecho uso de ella antes de asumir, cuando creó el Ministerio de la Producción que condujo el industrial José Ignacio de Mendiguren, uno de los ideólogos de la devaluación de principios de 2002.

El presidente Fernando de la Rúa también había cambiado esa ley para nombrar, por ejemplo, a Nicolás Gallo o, después, a Carlos Bastos en el Ministerio de Infraestructura.

Kirchner no hizo entonces más que sus antecesores. El 24 de mayo de 2003, con la firma de todos los ministros que formaban parte del gabinete de Eduardo Duhalde, se dictó el decreto 1.283, cuyos considerandos permitieron entender, de un vistazo, toda la pretensión kirchnerista.

“A los fines de reflejar con mayor precisión las metas de gobierno fijadas, en especial en materia de planificación de la inversión pública tendiente a un equilibrado desarrollo geográfico regional que consolide el federalismo, se estima aconsejable proceder a la creación de un Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, al que, en atención a la especificidad de los cometidos a asignar, le es transferido las áreas de energía y comunicaciones, provenientes del actual Ministerio de Economía; lo atinente a las obras públicas, la temática hídrica, el desarrollo urbano, la vivienda y la energía atómica, entre otras, desde la órbita de la Presidencia de la Nación; mientras que todo lo atinente al sector minero y del transporte, desde el actual Ministerio de la Producción”, se leyó en el decreto.

“Unifícanse los Ministerios de Economía y de la Producción en una sola cartera de Estado y créase el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, a partir del 25 de mayo de 2003”.

Así se creó la herramienta más importante de la gestión K, nutriéndose de funciones que antes le pertenecían a otras áreas del Estado. Se la dotó de millones de pesos –que solo el último año de gestión kirchnerista superó los 20 mil millones–, una cifra sin precedentes en ministerio argentino alguno para gestionar la obra pública y los subsidios, hacer anuncios, reclutar inversiones, cortar cintas y manejar la relación con los gremios.

Fue el arquitecto Julio De Vido el encargado de llevar toda esa rienda, el corazón de la administración kirchnerista. (...)

En los negocios y en la política también existen los verdaderos amigos. Lo explica la relación entre Gerardo Ferreyra, vicepresidente de la firma cordobesa Electroingeniería, y Carlos Zannini, secretario Legal y Técnico de la Nación. Ferreyra, un ex militante del ERP, conoció a Zannini en la cárcel en los años 70, y es ahora socio y un lo-bbista simpático de la compañía que fundó, hace tres décadas, el santiagueño Osvaldo Acosta, también instalado en Córdoba y compañero de Ferreyra en la carrera de Ingeniería en la Universidad Nacional de la provincia.

Zannini ha sido siempre, según muchos dirigentes, el ideólogo jurídico del andamiaje kirchnerista. Exageró en nuestra presencia un destacado empresario de Santa Cruz:

—Muchachos, este país no está gobernado por Kirchner. Está gobernado por Zannini. Es el cerebro. Ferreyra ha logrado una excelente relación con De Vido. Pero tiene un discurso algo más cargado de ideología que el del gran ejecutor de la obra pública: aún hoy, treinta años después de sus tiempos de militancia, Ferreyra habla de la causa política. Causa que, según dice haberle oído afirmar un ex miembro del selecto núcleo kirchnerista, necesita de financiamiento.

Las conclusiones del establishment argentino a veces pecan de torpes y reduccionistas. Pero que las hay, las hay.

Algunos observadores hablan de connivencia entre empresa y Estado. Otros, de simple casualidad. Pero fue llamativo lo que ocurrió desde 2003 hasta hoy: Electroingeniería, una pyme que arrancó en 1977 fabricando tableros eléctricos, saltó a la fama con la adjudicación de licitaciones monstruosas en obras de 500 kilovoltios en las que dejó afuera a operadores con años de peso en el sector y en el mundo, como Sade Skanska, Techint, Cartellone, Sideco y Teyma.

Ganó también la construcción de las obras civiles de las centrales eléctricas de Timbúes y Campana, en las que es socio de Siemens, y estuvo a punto de quedarse con el faraónico proyecto, prometido pero aún pendiente, del tren bala.

Los primeros cuestionamientos hacia la firma cordobesa empezaron entonces en el propio sector eléctrico. Porque Electroingeniería, se quejaban, no tiene experiencia en grandes obras de 500 kv. Hasta 2003, sus trabajos en esa modalidad se habían reducido a una participación del 5% en el tramo de 260 kilómetros entre Yacyretá y Corrientes, y a algunos emprendimientos en Perú. Puede o no ser casual, pero Electroingeniería tuvo, desde que Kirchner entró en la Casa Rosada, una presencia recurrente en todas las obras eléctricas de cualquier sector.

En una distribuidora se debatió internamente, en 2007, la decisión de incorporarlos como proveedores.

—¿El Gobierno les pide que la contraten? –nos cansamos de preguntarles siempre a casi todos los operadores del mercado.

Algunos hicieron silencio. Otros dijeron que sí. En Siemens fueron terminantes.

—Los elegimos nosotros. Y lo hicimos porque trabajan bien.

Electroingeniería fue también la elegida por el Gobierno para acompañar a Enarsa en la compra del 50% de Transener, en un proceso también accidentado, cuestionado, sorpresivo y meteórico en el que vale la pena detenerse.

Petrobras, dueño de Transener, tenía ya en 2006 un contrato de compra con el fondo norteamericano Eton Park.

Una delegación norteamericana se reunió entonces con De Vido en noviembre de ese año para informarlo acerca de los detalles de la operación, que había ya sido informada internamente en la estatal brasileña y difundida a los medios de comunicación.

Ambas partes, el Gobierno y Petrobras, esperaban la aprobación de la Comisión de Defensa de la Competencia.

“En diez días sale”, los tranquilizó De Vido, según contó uno de lo hombres de Eton Park que estuvo en aquella audiencia. Pero, pasados los diez días, los ejecutivos norteamericanos empezaron a advertir algo que les resultaba sospechoso: a pesar de que la compra estaba supuestamente a punto de aprobarse, nadie en el Gobierno se comunicaba con ellos para pedirles, como suele ocurrir, más papeles, más requisitos, más condiciones. Son los requerimientos históricos de la burocracia argentina.

El silencio se estiró dos meses y puso al borde de una crisis nerviosa a muchos de los ejecutivos norteamericanos. Petrobras callaba. En enero de 2007, De Vido hizo un viaje a Berlín para enterarse del avance de las turbinas que Siemens construía, en su planta de Frankfurt, para las centrales de Timbúes y Campana. Como Electroingeniería era además proveedora de Siemens en esas obras, Ferreyra también viajó.

Berlín estaba lluviosa y helada. El ex militante se alojaba con De Vido y el secretario de Energía, Daniel Cameron, en el hotel Regent de la capital alemana. Estuvieron una semana, de reunión en reunión, y todos los días comían juntos, muchas veces acompañados por los periodistas que habíamos sido invitados a la cobertura.

Nadie dijo nada entonces, pero desde Berlín llegaron malas noticias para la gente de Eton Park. Orden oficial: No se aprueba la venta y el comprador será Enarsa, en asociación con otro grupo. Tiempo después, se eligió oficialmente a Electroingeniería para entrar en Transener.

La participación de Ferreyra en la empresa creció en los últimos años. Tanto, que Acosta y Ferreyra tienen hoy prácticamente el mismo peso en la compañía.

Acosta se defendió un día ante nosotros:

—Ferreyra es socio desde hace mucho tiempo, no cuatro años.

Gerardo Ferreyra logró una relación casi de amistad también con Néstor Kirchner. Pero el poder suele asustar incluso a quienes parecen habituados a él. ¿Cómo no iba a estar nervioso Ferreyra, por ejemplo, aquel día en que llevaba, en su propio automóvil, un abultado encargo e información para Kirchner? El kirchnerismo es, antes que nada, desconfiado, y nada o muy poco se hace a través de terceros.

Ferreyra le contó a un conocido, tiempo después, que su cabeza deambulaba ese día, en el trayecto hasta la Casa Rosada, por innumerables posibilidades. ¿Qué ocurriría si era detenido por la Policía, para una revisión rutinaria, con semejante encomienda?

Entró con su auto en la plataforma que da al Salón de los Bustos y se zambulló en el despacho presidencial. Kirchner jugaba con el control remoto de la TV y saludó al mensajero, pero parecía no interesarse en el asunto. Ferreyra insistió en que el paquete informativo estaba en el baúl de su auto. Estaba tan inquieto que se lo pidió directamente al edecán, quien finalmente se hizo cargo, en silencio.