DOMINGO
LIBRO

En busca de la creatividad

Cómo y dónde poder encontrar una buena idea.

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¿Hay una ciencia de las ideas? Este libro es un documentado ¡Sí! a esa pregunta, que da incluso un paso más. Existe una ciencia de las buenas ideas, que resuelven problemas y abren caminos intransitados. | juan salatino

Ideas, ideas. Dadme una idea y moveré el mundo. Y crearé obras de arte, y revoluciones, y recetas de cocina con combinaciones impensadas. Pero… ¿qué son las ideas? ¿De dónde salen? ¿Por qué hay gente que las derrocha y a otros les cuesta encontrarlas, aun raspando el fondo de los bolsillos y los cajones? Y, sobre todo, ¿qué tiene que ver la ciencia con las ideas?

Pues bien: mucho, todo, todísimo. Aunque nos parezca que puede venir de las hadas, las musas, los duendes o los infiernos, el pensamiento creativo sigue reglas que hasta pueden ser predecibles y, por qué no, entrenables. ¿Un gimnasio para las ideas? ¿Por qué no?

Por supuesto que esta creatividad depende de muchos factores: del cerebro, esa madre de todas las batallas, sin duda, pero también de nuestra propia curiosidad, de nuestras experiencias, del ambiente y la educación y del trabajo, de mucho trabajo. Por más que podamos ilusionarnos con momentos “eureka” e iluminaciones repentinas, no necesariamente hay tanto secreto en eso de pensar más allá de lo establecido, en juntar retazos de la realidad para lograr un collage novedoso y original. Hay tantas formas de armar rompecabezas como piezas en la caja (en realidad, muchas más).

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El misterio de las ideas y la creatividad interesó a la ciencia desde hace rato. ¿Sería un área del cerebro? ¿Una herencia familiar indeclinable? ¿Algo exclusivo de la especie humana? Y, en particular: ¿podremos hacer experimentos sobre la creatividad? Más aún…¿medirla? Todas preguntas absolutamente científicas, que merecen ser pensadas, merecen sus laboratorios específicos y, esperamos, merecen un libro.

¿Y quiénes son estos creativólogos? Pasen y vean: allí están la psicología y la neurociencia, como corresponde, pero también la antropología, la economía y hasta la filosofía y la inteligencia artificial.

En esta maraña de neuronas y crianza de circuitos y de experiencia, en algún lado están firmemente escondidas las ideas, y es tarea de detectives encontrarlas.

Allí tenemos como ejemplo a los artistas: quizá sean pintores, escritoras, poetas, músicos y bailarinas quienes escondan el secreto de las ideas. Pues ¡a estudiarlos!, y ver si es una cuestión de escuela o de genio, de edad o de experimentación. Hurguemos en sus familias, en sus costumbres y en sus horarios de trabajo; quizá encontremos allí alguna clave. Tal vez sus cerebros sean capaces de mayor asociación entre áreas y conceptos, o áreas infladas de creatividad y esto no sea algo tan exclusivo de los artistas, esos ilusionistas que hacen al mundo girar y girar. ¿Qué hacemos nosotros, resto del mundo, prosaicos en nuestra búsqueda de la novedad y la idea brillante? Hay quienes dicen que el secreto puede estar en probar nuevos caminos: saborear una fruta de nombre impronunciable, escribir con las dos manos, ser un experto en sudoku, perderse en un bosque o aprender a hablar arameo antiguo. ¿Será así? ¿Habrá un “efecto derrame” de intentar nuevas experiencias y, como consecuencia, crearlas?

Sin ánimo de spoilers no parece ser tan así. Bienvenidas las nuevas habilidades, pero no necesariamente son el camino directo a la iluminación creativa. Pero ¡ánimo!, la ciencia tiene una respuesta o, en realidad, unas cuantas. Solo para animar la curiosidad (y tener ganas de seguir leyendo el libro), el buen humor ayuda (ya que activa áreas de asociación en el cerebro, como la corteza cingulada anterior), así como un buen y reparador sueño, o darnos el lujo del tiempo necesario para ser creativos, entre muchos otros consejos con sello de ciencia (o sea, validados por experimentos y deducciones lógicas, aunque a veces, funcionen mucho mejor en el laboratorio que en la vida real).

De todo esto, y mucho más, trata esta ciencia de las ideas; de no quedarnos inmóviles esperando que caigan como manzanas, sino de ir a buscarlas, con un poco de ciencia como aliado. Allá vamos. Que la ciencia, y las ideas, los acompañen.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión.

Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Ciencia que ladra no muerde. Solo da señales de que cabalga. (…)

Hay tantas definiciones de creatividad como autores que lo hayan intentado. Incluso hay quienes consideran, directamente, que no se puede definir, como el físico David Bohm cuando afirma: “Según mi punto de vista, la creatividad no es algo que se pueda definir con palabras”. Sin duda hay versiones diferentes de la creatividad para la educación, el arte o los negocios, y puede que la llamen de distintas maneras “innovación, resolución de problemas, hasta emprendimientos”. Ya hablaremos de algunas de sus características, como el pensamiento divergente, el insight o la fijación funcional, pero aquí trataremos de ponernos de acuerdo sobre el concepto de las ideas creativas, ya sean las artísticas, las científicas o las “híbridas”, que ponen en juego distintos elementos de las profesiones y las personalidades.

Si bien siempre ha habido un intento por entenderlas, lo cierto es que la ciencia de las ideas es hija del siglo XX, cuando desde la psicología, las incipientes neurociencias o los estudios sobre el arte quisieron ponerle el cascabel a la creatividad. Así nacieron diversas revistas científicas (Journal of Creative Behavior, Journal of Creativity and Problem Solving, Creativity Research Journal, entre otras), sociedades de investigación, con sus congresos internacionales y, por supuesto, grupos que específicamente la incorporaron como un tema para sus experimentos y elucubraciones. Hacia la década de 1950, por ejemplo, nació el Instituto de Personalidad e Investigación Social (IPAR, por sus iniciales en inglés), dedicado a entender qué distingue a las personas creativas del resto. (…)

Ya vimos que la ciencia de las ideas indica que, de alguna manera, el hábito hace al monje: la creatividad vendrá después de mucho trabajo previo. Está bien, pero ¿cuánto trabajo? El escritor Malcolm Gladwell popularizó la idea de las “10 mil horas”: la cantidad mínima de práctica que en teoría se debe tener para dominar un arte o una técnica. Gladwell trae a colación algunos ejemplos bastante simpáticos: Los Beatles tocando unas 10 mil horas en Hamburgo antes de verdaderamente ser Los Beatles, Bill Gates y amigos programando durante 10 mil horas antes de fundar Microsoft con un sistema operativo que funcionara.

La idea viene de investigaciones del profesor Anders Ericsson, quien analizó a intérpretes profesionales de violín y encontró que los que se podían considerar más virtuosos y exitosos habían estudiado esa cantidad de horas hacia los 20 años de edad. Pero resulta que el número es bastante artificial, un promedio más que una base: importa tanto la cantidad de horas como, sobre todo, la calidad del aprendizaje y la práctica. Un buen maestro puede ser una opción superadora de las 10 mil horas, que pueden ser necesarias, pero no suficientes. Asimismo, no cualquiera que pase esas horas en una tarea llegará a ser un gran virtuoso: importa el contexto, la edad en que se comience, la motivación y, hasta cierto punto, cierta premonición genética. En un estudio de jugadores de ajedrez, las 10 mil horas se tradujeron en un rango de 728 a 16.120 horas de prácticas para llegar a ser un maestro del juego. Por otro lado, Ericsson también comprobó que la regla de las prácticas deliberadas, en todo caso, se aplica a campos con mucho desarrollo, reglas y competitividad, y no necesariamente se aplican las 10 mil horas a ser un virtuoso en la jardinería, la docencia, la electricidad y otros.

El proceso creativo es largo, sí, pero no podemos predecir cuán largo. Ya lo decía Miguel Ángel cuando el papa Julio II le preguntaba cuándo terminaría de pintar la Capilla Sixtina: “Cuando la termine”. Y tardó unos cinco años.

Pero entonces, ¿por qué hay gente más creativa que otra? Si bien nos va a llevar un libro obtener una respuesta, aquí va un spoiler: no lo sabemos del todo. Como veremos más adelante, ciertas conexiones en el cerebro parecen influir: las personas con ideas creativas logran conjugar redes neuronales y hacerlas trabajar en conjunto, más que aquellos que logran soluciones más tradicionales a los problemas. Lo mismo sucede con músicos que improvisan, científicas que descubren una nueva solución o poetas que encuentran la metáfora justa. Como analizaremos más adelante, las redes cerebrales

a) por defecto (cuando en teoría al cerebro “no le pasa nada”), b) de funciones ejecutivas, y c) la que otorga relevancia a lo que hacemos son las tres que se activan e interactúan durante el proceso creativo.

Incluso hay algunos intentos de reforzar la actividad de estas áreas cerebrales de manera consciente, visualizando la actividad neuronal en una pantalla para, de alguna forma, domar las ondas eléctricas del electroencefalograma (es lo que se conoce como “neurofeedback”). Según los autores, es posible mejorar el rendimiento en pruebas de creatividad cuando se controla en parte la actividad cerebral.

También influye el temperamento, una parte de la personalidad que tiene un importante componente hereditario, aunque necesariamente debe combinarse con la posibilidad de “pensar distinto”, que viene en gran parte de la experiencia y el aprendizaje. Entre las variables temperamentales, parece ocupar un lugar importante el nivel de actividad, la tendencia a iniciar y mantener muchas acciones (que, a su vez, estimulan a seguir trabajando y creando).

Entre las dimensiones del temperamento, otra que se incluye en la creatividad es la “apertura a nuevas experiencias”. Es más, las personas que están abiertas a nuevas aventuras pueden ver el mundo de manera diferente, literalmente: hay estudios que reportan que pueden procesar mayor cantidad de información visual y combinarla de maneras únicas. De alguna forma, son capaces de ver distintas posibilidades en un problema determinado. Ya exploraremos más ideas sobre las ideas. Desde la ciencia, por supuesto.

¿Cuánto vive una idea?

Además de estas variables, está claro que las ideas no viven para siempre: muchas tienen su ciclo de vida y, como en la teoría de la evolución por selección natural, van cambiando y hasta reemplazándose unas a otras.

¿Cuánto vive una idea? ¿Cuánto tiempo debemos aferrarnos a una novedad, a un concepto original, a algo que en su momento cambió nuestra forma de mirar el mundo? Más allá de que todo alumno de primaria sabe que en algún lugar de los Andes está escrito que las ideas no se matan, en ningún lado dice que no deban morir de muerte natural, a veces viejitas, otras olvidadas y otras simplemente con la satisfacción del deber cumplido, para dejar paso a otras ideas en edad de merecer.

Algo así debe haber pensado John Brockman, un gurú de las ideas que desde su sitio edge.org entrevista y dialoga con algunas de las luminarias del siglo (a muchas de las cuales representa como editor) y, año tras año, publica un libro con alguna pregunta inquietante que les hace a pensadores, científicos, filósofos, tecnólogos y otras tribus. Así han pasado preguntas-libros como: ¿de qué deberíamos preocuparnos?, ¿sobre qué has cambiado de opinión?, ¿cuál es tu explicación favorita por profunda, elegante o bella? o ¿cuál es tu idea peligrosa? Recorrer las respuestas (tanto en la página web como en los libros que salieron anualmente hasta 2018) es una excelente guía para extraterrestres que quieran estar al día sobre qué anda pasando por la cabeza de esos humanos chiflados.

En 2014 le tocó el turno a una pregunta revisionista: ¿qué idea científica ya está lista para jubilarse? Basado en la noción darwiniana de que muchas veces es mejor eliminar un error que establecer una nueva verdad, Brockman acorraló a 175 bochos (incluyendo ganadores del Nobel, genios certificados y luminarias de los libros y la tele) para que lo ayudaran a mandar las ideas perimidas a la cancha de bochas. Según Brockman, la ciencia y sus ideas avanzan gracias a una serie de funerales.

¿Y cuáles son esas ideas merecedoras de pasar a una mejor vida? Para el Premio Nobel en Física Frank Wilczek, ya no tiene sentido la idea de la distinción entre mente y materia, ahora que sabemos mucho sobre qué es la materia y algo sobre qué es la mente. El neurolingüista Steven Pinker sospecha de la idea de que nuestro comportamiento es la suma de los genes y el ambiente: sostiene que ninguno de esos términos de la ecuación está bien definido, sino que se confunden unos con otros. Otro lingüista, Daniel Everett, propone aniquilar la noción de instinto o innato, que ya no nos son útiles como categorías.

Otros se meten con la noción de ciencia. El historiador George Dyson, por ejemplo, sugiere eliminar la palabra “y” de la idea de “ciencia y tecnología”, que presume una inseparabilidad que puede no ser tal. La filósofa (y excelente novelista) Rebecca Goldstein se enoja con quienes vaticinan que la ciencia ha convertido a la filosofía en obsoleta. Sostiene que, por el contrario, el cientificismo necesita apoyarse en la filosofía. Más temeraria, se atreve a jubilar a la misma noción de ciencia y reemplazarla por conocimiento. Sam Harris va en igual sentido: se queja de nuestra limitada definición de ciencia y predica abandonar la idea de que esta ciencia es diferente de otras versiones de la racionalidad humana.

Los amantes de la ciencia también tienen su lugar en estas preguntas. El actor Alan Alda quiere eliminar la idea de que las cosas son verdaderas o falsas, un corsé para poder ver el mundo de manera más amplia. Por su parte, el novelista Ian McEwan se queja de la misma pregunta y propone eliminar la arrogancia de quien se siente autorizado a jubilar ideas: “Toda especulación seria y sistemática sobre el mundo merece ser preservada”.

Por el paredón de fusilamiento circula todo tipo de ideas: la geometría, el libre albedrío, el método científico, lo especial o único de los humanos, los modelos animales o las nociones de promedio y de raza. Vale la pena pensarlo. Las ideas han muerto: que vivan las ideas.

Un libro que da consejos

Como corresponde, un libro sobre creatividad está obligado a ofrecer consejos y recomendaciones prácticas sobre cómo ser creativos, un curso acelerado sobre la generación de ideas. (…)

Dejarse vagar

“¡Esta torpe tortura de vagar sin sosiego!”, dice Alfonsina Storni en alguno de sus poemas. Es que sí: a veces vagar puede ser una tortura, sobre todo cuando debemos concentrarnos en alguna idea, una solución, un informe… o en escribir un libro. Pero ¿y si dejarse vagar fuera parte de esa idea y esa solución? Quizá nos falta una palabra para definir ese estado que en inglés se suele denominar daydreaming, literalmente, “soñar despierto”.

Quizá lo más cercano sea “ensueño”, que, según una de las acepciones del diccionario, es “suceso, proyecto, aspiración o cosa que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice y en el que se piensa con placer”. Pues bien: la ciencia de las ideas le da mucha importancia a este ensueño y propone aprovecharlo en la búsqueda de la creatividad. Así, hay diversas técnicas para ayudar con esta distracción sueñera. Entre ellas, aunque suene antiintuitivo, buscar pequeñas distracciones, incluyendo ruidos, microtareas, entretenerse en los membretes de las hojas. La idea es que, si nuestra posibilidad de distraernos es finita, entonces la llenamos con estos pequeños pasatiempos y así en algún momento llega la deseada concentración. (…)

¿Atletismo mental?

El músculo duerme, la ambición descansa, el cerebro ¿se entrena? En los últimos años hemos asistido a una procesión de metodologías infalibles para mejorar las funciones cerebrales. Gimnasia mental, le dicen, y cualquiera lo puede hacer en su tiempo libre (lo que recuerda los cursos para ser astronautas o detectives en su casa y por correo que promocionaba la mítica revista Lúpin allá lejos y hace tiempo). Proliferan las aplicaciones, sitios web, libros, oficinas que prometen los ejercicios ideales para que las neuronas levanten pesas y se conviertan en el Mayweather de la inteligencia. Es más: supuestamente no solo tonifican el cerebro de hoy, sino que, y quizá sobre todo, detienen o lentifican el deterioro cognitivo que viene con la edad.

Pero no. Muchas de estas promesas no son avaladas por la evidencia científica. Hasta nos hacen recordar al famoso efecto Mozart, según el cual los niños que escuchaban de forma reiterada música de don Wolfgang Amadeus resultaban más inteligentes (lo que en realidad resultó es que la supuesta base científica que avalaba este maravilloso efecto no era más que un fiasco). (…)

La tormenta perfecta

Vayamos ahora con un peso pesado de la creatividad: la tormenta de ideas (brainstorming). Las reglas son conocidas: se trata de reunirse alrededor de un tema durante un tiempo determinado y… bombardearse con ideas. Durante ese rato todo vale, salvo las críticas. La teoría es que la tormenta desata al cerebro, particularmente al hemisferio izquierdo que, como todo el mundo sabe, es el creativo, innovador y todo lo demás (sí, es una ironía). El problema (...) es que la creatividad ocurre en todo el espacio mental, teniendo en cuenta las asociaciones entre experiencias pasadas y presentes. El brainstorming suele terminar con una tormenta, sí, pero de guerra de migas de pan entre los presentes. Para ser creativos, y sobre todo en grupo, debemos tener un norte un poco más claro porque la libertad absoluta está un poco sobrevalorada.

De hecho, el brainstorming bien entendido debe responder a preguntas bastante específicas: qué queremos, para quién, con qué recursos contamos (…)

Pensar dentro de la caja

Sí, sí, todo el mundo habla del pensamiento fuera de la caja, las vías laterales y todo lo que nos pregonan desde los televisores de los subterráneos o los paquetes de fideos. Incluso hay “y están en este libro” estrategias para ese pensamiento lateral, a veces mágicas y otras veces más interesantes.

Pero de vez en cuando, es bueno tener una caja dónde meterse para pensar: límites concretos de tiempo, espacio e indicaciones para guiar la creatividad hacia dónde queramos y necesitemos.

Como aconseja Steven Kotler en su libro The Art of Impossible [El arte de lo imposible], son esos límites los que nos empujan a ser verdaderamente innovadores. Kotler cita al gran Charlie Mingus: “No se puede improvisar sobre nada”, y lo mismo vale para el pensamiento creativo. Como dicen en algún paper, la creatividad no se puede desarrollar en el vacío. El ejemplo más claro son los experimentos en que se piden rimas a partir de palabras determinadas, o bien pares de palabras que rimen. Obviamente, es mucho más fructífero partir de palabras y buscarles sus parejas rimantes.

De esta manera, el consejo es saber de antemano los límites que nos ponemos: comienzo y final, un índice, un esqueleto de hacia dónde queremos llegar. (…)

Caminante no hay camino, 

se hacen ideas al andar

Hay historias de caminatas creativas por donde las busquemos: los andares de Einstein por los bosques de Princeton, los peripatéticos de Aristóteles (y de la serie española Merlí), la filosofía andante de Nietzsche. Lo mismo para tantos escritores y escritoras que salen a dar una vuelta en busca de inspiración (y no pocas veces la encuentran en la barra del bar que justo les quedaba de camino).

Pero esto es literal, y aquí viene la ciencia de las ideas a iluminarnos, esta vez con las investigaciones de Marily Oppezzo y Daniel Schwartz, de la Universidad de Stanford. Realizaron una serie de experimentos en los que claramente demuestran que el caminar, movernos sin rumbo fijo y sin focalizar nuestra atención en nada en particular puede hacer aparecer a las musas. ¡Incluso ayuda caminar en un espacio cerrado! A probar se ha dicho: dejen ya mismo el libro y salgan a dar una vuelta por el living, el balcón o, mejor, la manzana. (…)

Meditar

Los hemos visto: en series, en templos y, últimamente, por todos lados. Son… los meditadores (y las meditadoras). Hasta hace poco tiempo no había demasiada evidencia acerca de sus efectos fisiológicos, pero recientemente las técnicas de meditación se han ido estandarizando, de manera de poder hacer estudios comparativos y controlados (hasta entonces, se trataba de comparar métodos y escuelas muy diferentes entre sí). De este modo, van apareciendo trabajos serios sobre el efecto de meditar sobre el estrés, la función cardíaca y las secreciones hormonales. Faltaba, quizá, ver si afecta la creatividad, y la respuesta es que sí (al menos, en estudiantes chinos).

En uno de estos trabajos se evaluó una forma de meditación, el entrenamiento integrativo mente-cuerpo en cuarenta estudiantes universitarios y se comprobó que practicar unos treinta minutos diarios durante una semana mejoró el desempeño en pruebas de pensamiento divergente, en comparación con el grupo control.

 

☛ Título: La ciencia de las (buenas) ideas

☛ Autor: Diego Golombek

☛ Editorial: SXXI Editores

 

Datos sobre el autor 

Es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige un laboratorio especializado en cronobiología, el estudio de los ritmos y relojes biológicos, y es investigador superior del Conicet.

Fue presidente de la Sociedad Argentina de Neurociencias y coordinador del Programa Nacional de Popularización de la Ciencia. Además de su labor como científico, tiene una reconocida trayectoria como divulgador de la ciencia en diversos ciclos televisivos y medios gráficos. 

Es autor de varios libros y uno de los organizadores de TEDxRíodelaPlata.