DOMINGO
LIBRO

Epidemia de falsedades

La cocina de las fake news, que también rodean al coronavirus.

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Tensión. En China se utilizan mucho los teléfonos celulares para obtener información y para rastrear posibles contagios. Pero también pueden diseminar el miedo. | cedoc

No hay ejemplo más elocuente del espíritu de este libro que la parábola del crédulo Mr. Tucker, quien alcanzó sus 15 minutos de fama el 9 de noviembre de 2016, la mañana siguiente a la elección que llevó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. La historia de cómo se viralizó el tuit del crédulo Mr. Tucker, en el que acusaba a los demócratas de haber transportado a militantes anti-Trump a una marcha en Austin, Texas, muestra los mecanismos que entran en juego cuando se genera un evento político en las redes sociales: se inicia con las creencias de un usuario que transforma sus prejuicios en información, continúa con la maquinaria mediática y política que le da impulso a su mensaje y concluye con la viralización del contenido mediante la activación en cascada de una comunidad interconectada. Este mapa de ruta para entender el proceso de construcción social de un evento político en las redes sociales es, además, el mapa de ruta de este libro.

El error de Mr. Tucker 

En inglés, la frase connect-the-dots [conectar los puntos] define el acto de inferir un dato de la realidad a partir de indicios que se siguen en forma ordenada. Si bien tiene su origen en el juego que consiste en conectar puntos numerados de manera consecutiva para descubrir la imagen oculta, la frase se popularizó en los Estados Unidos para referirse a una conclusión que se percibe como obvia y se deduce de la evidencia. 

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En la madrugada del miércoles 9 de noviembre del 2016, el crédulo Mr. Tucker, de 35 años, viajaba por el centro de Austin, Texas, cuando observó una gran cantidad de autobuses de larga distancia estacionados a unas cuadras de donde se realizaba una protesta en contra de la victoria de Donald Trump. En una entrevista realizada por el New York Times, días más tarde, Mr. Tucker afirmó: “Una parte de mi cerebro pensó que podía haber otras explicaciones, pero ninguna sonaba plausible”. Con tantas explicaciones posibles, ¿por qué motivo el crédulo Mr. Tucker no podría acoger otra explicación como “plausible”? 

Luego de una rápida búsqueda en Twitter que no devolvió otra explicación racional, Mr. Tucker publicó un tuit con la foto de los autobuses estacionados en el centro de Austin acompañada de la siguiente frase: “La protesta anti-Trump no es tan orgánica como parece. Aquí están los autobuses en los que vinieron. #fakeprotests #trump2016 #austin”.  

El tuit del crédulo Mr. Tucker fue compartido de inmediato por medios conservadores, tanto en Twitter como en Facebook, retuiteado por los diarios de extrema derecha Free Republic y Right Wing y mencionado en un tuit de Donald Trump, quien ya contaba con veinte millones de seguidores y era el flamante presidente electo de los Estados Unidos. En un día, el tuit de Mr. Tucker se imprimió en los muros de millones de usuarios en las distintas redes sociales y comunicó el mensaje de #fakenews que el candidato Trump había promovido en su campaña y que regiría la política de medios durante su presidencia. 

Los autobuses descriptos en la foto de Mr. Tucker, sin embargo, no transportaban militantes anti-Trump, sino a alrededor de trece mil profesionales que habían pagado su entrada a una conferencia de Tableau Software, una empresa especializada en tecnologías para el procesamiento colaborativo de datos. Durante los dos días siguientes, distintos medios periodísticos publicaron artículos que desmentían la información reportada por el tuit, entrevistaron al dueño de la compañía de autobuses, a los directivos de Tableau Software y, por supuesto, al crédulo Mr. Tucker. 

Al descubrir su “error”, el crédulo Mr. Tucker borró el tuit original y publicó una retractación en su muro. Pero las imágenes del tuit ya borrado seguían propagándose por la red, diseminadas por cientos de miles de usuarios conservadores. La corrección, en cambio, languidecía en el muro de Mr. Tucker. La rectificación del tuit falso carecía de un público interesado en diseminarla: no despertaba el interés de los demócratas y, sin duda, no iba a ser promovido por los republicanos. 

La intimidad de Mr. Tucker: preactivación y razonamiento motivado 

El primer paso para la viralización del tuit de Mr. Tucker consiste en crear ese tipo de contenido, algo que difícilmente pueda entenderse si no se contempla la intensa polarización existente en la sociedad estadounidense así como el mundo-de-la-vida compartido, donde los usuarios validan sus creencias. Los puntos-que-conectó Mr. Tucker fueron los siguientes: (1) Donald Trump ganó por un considerable margen en Texas, un estado conservador en el que los demócratas han perdido elecciones durante décadas. A pesar de que Austin es una isla demócrata en ese estado republicano, (2) una movilización en contra de Trump el día siguiente a la elección tiene que ser parte de una operación política. Esa mañana, (3) cerca de la protesta, se podía ver una larga fila de autobuses que habían transportado individuos que no eran residentes de Austin. Ergo, aquella era una operación de los demócratas –carentes de apoyo entre los votantes texanos– que habían movilizado militantes desde Houston, Dallas y otras ciudades aledañas. 

En comunicación política, “preactivar” significa preparar a un sujeto para que sea sensible a una determinada línea argumental. En inglés, el verbo to prime describe la acción de preparar una pared con sellador o fijador para que la pintura se adhiera mejor a la superficie. Del mismo modo, las personas son preactivada por narrativas que circulan en sus comunidades o por diálogos que entablan con sus pares para realizar conexiones que se adhieren a su lóbulo frontal. Eso no supone que los individuos sean inoculados con información falsa o que se los convenza de eventos con los que no acuerdan. Los contenidos que son preactivados están alojados, con anterioridad, en nuestro universo de argumentos plausibles. Imaginemos, por caso, que tenemos delante dos posibles senderos para seguir, ambos conservadores. El primero menciona una campaña de desprestigio contra Donald Trump por parte de los noticieros de televisión; el segundo dirige nuestra atención hacia la movilización de opositores convocada por el Partido Demócrata. Ambos senderos son compatibles con nuestras creencias pero nos invitan a prestar atención a distintos tipos de señales y de evidencia que validan esas convicciones. 

Mr. Tucker, un republicano que seguía con atención los debates conservadores en su Texas natal, fue lijado y sellado, preparado comunicacionalmente para buscar evidencia compatible con la narrativa de una campaña militante contra el recién electo Trump. Estaba ya inclinado a encontrar esos autobuses estacionados en el centro de Austin, no como un autómata presto a ser manipulado por las redes sociales, sino como un guardia más de la identidad política republicana. El sendero cognitivo de Mr. Tucker había sido marcado, preactivado, para permitirle conectar-los-puntos de un modo cognitivamente consistente con sus creencias previas.

Dado que Mr. Tucker ya se encontraba preactivado (primed) para esperar una movilización de falsos opositores, la búsqueda de evidencia estuvo razonadamente motivada, inclinada a encontrar el apoyo empírico que confirmara sus hipótesis. Esa indagación se orientó de manera selectiva a aceptar evidencia que apoyara sus creencias previas o a descartarla si las desacreditaba. El concepto de “razonamiento motivado” define el mecanismo cognitivo por el cual, con un resultado ya en mente, tendemos a aceptar evidencia que sostenga nuestra conclusión o a descartar aquella que la contradiga. El razonamiento motivado no es una excusa cínica por parte de un actor maquiavélico que busca convencer a los otros de un enunciado que puede demostrarse falso. Consiste, en cambio, en una búsqueda honesta que encuentra el camino más corto para obtener una respuesta que se ajuste a nuestros prejuicios. Cuando la información es escasa, los sesgos implícitos nos empujan a dar crédito y relevancia a la evidencia que confirma nuestras creencias, que reposa en un resultado en el que confiamos de antemano. 

Desde el punto de vista de la captura de información, el crédulo Mr. Tucker tuvo un momento “¡ajá!”, como lo popularizó el filósofo Karl Popper, en el cual experimentó la íntima convicción de que todas las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección. La evidencia, constató Mr. Tucker, muestra con claridad el carácter mezquino de los demócratas, la manipulación de la opinión pública luego de la elección; los autobuses prueban la operación política dada a conocer por los conservadores, la protesta motorizada por extraños traídos a Austin. Después de todo, ningún buen vecino en su sano juicio protestaría contra Donald Trump el día siguiente a la elección. Todos esos elementos fueron parte de un plan, una operación política que él, Mr. Tucker, había logrado dilucidar. 

El placer que debe haber sentido en su fuero íntimo el crédulo Mr. Tucker no debería ser ajeno a ninguno de nosotros. Es la misma descarga de endorfinas que resulta de descubrir quién fue el asesino antes de terminar de leer la novela, o de ganar una competencia de Fortnite en la PS4 o un partido de truco a nuestros amigos. Tampoco nos resulta extraño el impulso por comunicar ese descubrimiento y compartir con los compatriotas las herramientas necesarias para liberarlos del “cruel artificio” perpetrado por los demócratas. 

Esa capacidad de participar del chiste, develar el engaño y entrar en conexión con nuestros compañeros de la red es parte del placer cognitivo que generan los intercambios sobre cuestiones políticas con quienes piensan como nosotros. Es el goce que provoca la congruencia que mantenemos con nuestra comunidad de pertenencia en las redes sociales, donde todas las piezas engarzan juntas y se acurrucan con comodidad entre las propias creencias previas. Esa congruencia cognitiva nos impulsa a comunicar contenidos enseguida cuando los observamos en nuestros muros, el placer que experimentamos cuando validamos nuestras creencias y podemos demostrar a todos los pobladores de nuestro universo que estábamos en lo correcto. 

En la intimidad de Mr. Tucker, los vacíos que existían entre los puntos se llenaron con información previa que permitió que el argumento llegara a su conclusión natural. 

Los promotores de Mr. Tucker: de la creación de contenido a la activación en cascada 

Si bien Mr. Tucker conectó los puntos para llegar a una interpretación que se ajustaba a sus creencias, su tuit no se habría viralizado si no hubiera contado con el impulso y la difusión que le otorgaron actores políticos y mediáticos de alto rango. Por ello, el tuit que denunciaba la presencia de autobuses tuvo miles de retuits, mientras que la retractación de Mr. Tucker apenas alcanzó una decena. En el primer caso, las “autoridades de la red” con millones de seguidores se apropiaron del mensaje y lo promovieron, interesadas en diseminar esa narrativa. La rectificación, en cambio, no despertó la misma voluntad de comunicar la información. El primer tuit, que acusó a los demócratas de movilizar militantes desde otras localidades, hermanó a Mr. Tucker con su comunidad de pertenencia. El segundo tuit, con el que el joven republicano  reconoció su error y lo expresó al mundo, lo convirtió en un paria. El contraste entre ambos contenidos –la interpretación original y su corrección– muestra con claridad que la culpa no es del tuit sino de quien le da de comer. 

Una vez que comprendemos el mecanismo por el cual Mr. Tucker creó el mensaje con evidencia falsa y completó los vacíos informativos con sus prejuicios, resta atender a la forma en que el contenido del mensaje fue capturado por otros usuarios de la red –tanto “autoridades” como usuarios rasos–, que maximizaron su exposición. En el caso de la retractación, ambos tipos de usuario estuvieron por completo ausentes. 

La diseminación del primer tuit se explica por la estructura de la red que transmite información (la topología de una red), así como por el impulso dado por quienes reciben ese mensaje para compartir su contenido (activación en cascada). 

Cada uno de nosotros vive en una región de la red, conectado con un número limitado de individuos y expuesto a un mosaico de información que circula a través de nuestros pares. Aquellos usuarios con mayor número de seguidores, las “autoridades”, son capaces de propagar información a mayor velocidad. Al mismo tiempo, nuestras conexiones permiten activar mensajes que luego son habilitados en los muros de nuestros contactos. De manera que podemos pensar la transmisión por parte de autoridades como una forma instantánea de viralización que aumenta la exposición de los contenidos en una región de la red. En tanto, la activación en cascada de mensajes por parte de nuestros contactos refuerza la frecuencia con la que los contenidos son observados. 

El tuit del crédulo Mr. Tucker logró viralizarse por ambos mecanismos. A medida que las autoridades de la red como @realDonaldTrump o @BreibartNews le dieron visibilidad, el mensaje se imprimió en los muros de millones de usuarios. Pero, además, ese contenido se volvió viral al ser compartido y retuiteado por decenas de miles de usuarios que acordaban con él. Y al republicar ese mensaje, cambiaron la frecuencia con que los restantes habitantes de la red observaron determinadas narrativas.

La soledad de Mr. Tucker 

En los años que siguieron al episodio de los famosos autobuses, el crédulo Mr. Tucker publicó poco más de cien nuevos tuits. Durante ese tiempo, los comentarios críticos publicados contra Mr. Tucker en su muro tuvieron miles de likes, retuits y respuestas, mientras que las publicaciones de Mr. Tucker nunca fueron contestadas. Al reconocer su error, Mr. Tucker sufrió el abandono de su comunidad de pertenencia. Persistir en su historia original y aceptar plenamente su lugar de troll conservador, en cambio, lo habría posicionado como una autoridad de la red. Todas las redes tienen lugar para un Mr. Tucker, siempre y cuando evite cometer el error político de contestar las preguntas de los periodistas del New York Times o de retractarse de manera pública en su muro. 

En su posteo del 30 de noviembre de 2016, diez días después de la publicación del artículo del New York Times y veinte días luego de la elección que llevó a Trump a la presidencia, Mr. Tucker escribió en su muro: “Creo que el sesgo de confirmación tuvo un papel enorme en esta historia”, con lo cual podemos decir que el propio Mr. Tucker percibió la importancia central que tuvo el razonamiento motivado (también conocido como sesgo de confirmación) en la creación de aquel tuit original. Sería interesante saber en qué momento de este curioso viaje Mr. Tucker se dio cuenta de que la teoría comunicacional y la psicología política habían encontrado una aplicación práctica. A nuestro juicio, lo descubrió demasiado tarde. (…)

“¿Por qué creemos cosas que son obviamente falsas?”, preguntaron Philip Fernbach y Steve Sloman en un artículo del New York Times. Porque pocas cosas en este mundo son realmente obvias. La gran mayoría de nuestras certezas están mediadas por sujetos, comunidades e instituciones en las que confiamos. Para saber que la Tierra gira alrededor del Sol, y no a la inversa, dependemos de comunidades científicas que han forjado ese consenso. Y llegar a un consenso legitimado socialmente no siempre es fácil, como describió Bertolt Brecht al narrar la política de la Inquisición en su clásico Vida de Galileo. Las revoluciones científicas, a menudo, están acompañadas de revoluciones políticas, éticas y sociales, que habilitan y socializan el conocimiento. Esas batallas se ganan con el paso de las generaciones, gracias a los sujetos que vienen después y se apropian de ellas, en lugar de ser aceptadas y distribuidas por sus contemporáneos. En el pensamiento filosófico de la Modernidad, conceptos como “alienación”, “intersubjetividad” o “mediación” describen la tenue distancia existente entre las creencias y las certezas, entre lo que afirmamos saber y aquello que de hecho sabemos, dado que las columnas que sostienen esas certezas provienen de nuestros pares, de nuestras instituciones y de nuestros antepasados. El “Solo sé que no sé nada” socrático es reemplazado por el muy aristotélico “Me lo contaron mis amigos”. 

Cuanto más alejados estamos de la evidencia, más dependemos de creencias colectivas que nos permiten conectar-los-puntos que median entre indicios y objetos. Para entender las ecuaciones de la mecánica cuántica, por ejemplo, necesitamos contar con una formación matemática compleja de la que dispone solo una pequeña fracción de la población. Para observar una célula, algo técnicamente inaccesible, dependemos de las herramientas creadas por otros que traducen la información que recibimos (“Esta mancha en el microscopio es una célula”). Para saber que un bloque parlamentario se esforzó en aprobar un proyecto de ley dependemos de periodistas y políticos que reportan información sobre su tratamiento en comisión o en el plenario. 

Cuanto mayor es la distancia entre la señal y el ruido, entre los datos que medimos y el sobrante que permanece inexplicado, más peso tienen nuestros prejuicios. Si la distancia entre conocimiento y evento es amplia, el espacio para crear teorías conspirativas lo será también. En esa distancia no solo caben los prejuicios que arrastramos sino, además, los que se forjan en el interior de nuestras comunidades de pertenencia, aquellas en las que confiamos para responder preguntas sobre las cuales la información disponible es escasa. Sabemos que el calentamiento global es calentamiento y es global porque confiamos en el consenso de físicos, biólogos y químicos que han elaborado modelos sobre el proceso. Sabemos que determinada elección la ganó el oficialismo y la perdió la oposición porque los primeros celebraron su victoria y los segundos reconocieron la derrota, aun cuando nunca contamos en persona los votos de Chivilcoy, de Santa Rosa o de Gualeguaychú. 

Cuando no hay consenso, las news se convierten en fake news. Mientras la polarización avance, los pilares que sostienen nuestras creencias serán distintos a los que sostienen las convicciones de nuestros vecinos. La grieta separa preferencias y mundos-de-la-vida: aparta datos a los que les damos crédito y aleja mensajes que comunican certezas. En este capítulo, discutimos la ruptura de tres consensos que subyacen a –y son condición de posibilidad para– la propagación de fake news. Por un lado, la ruptura del consenso cognitivo (la expansión del razonamiento motivado) invita a aceptar enseguida la evidencia que apoya nuestras creencias y a descartar aquella que no es consistente con lo que queremos probar. Por otro, la ruptura del consenso político (la expansión del razonamiento expresivo) induce a emitir enunciados falsos para producir un daño al oponente. Por último, la ruptura del consenso ciudadano (la balcanización de las narrativas políticas) promueve que las creencias y la evidencia que sostienen los enunciados se distingan entre comunidades. Como examinaremos en las próximas páginas, la ruptura de estos tres consensos y la propagación de fake news no guarda relación con la falsedad de una proposición ni se vincula a la dimensión noticiosa de un contenido. La propagación de información falsa, por el contrario, es un ejercicio del poder político cuyo objetivo es dañar al oponente y energizar al militante propio. 

Para definirlo de modo coloquial, decimos que un razonamiento es motivado cuando solo buscamos aquellos datos que nos devuelven la respuesta que esperamos. Un razonamiento es expresivo cuando, más que transmitir información, conectamos-los-puntos con el objetivo de generar una respuesta o producir un efecto político. Por último, las narrativas se balcanizan cuando, en cuanto miembros de una comunidad, expulsamos de nuestras narrativas toda evidencia que no apoye las creencias que nos identifican como miembros del grupo. En definitiva, en el mundo de las fake news buscamos datos que confirman nuestros prejuicios, los publicamos en las redes sociales con el objetivo de dañar a nuestros oponentes políticos y aceptamos que nuestras creencias y los datos fácticos que las justifican se distingan de las de quienes nos atacan.

 

☛ Título: Fake News, trolls y otros encantos 

☛ Autores: Ernesto Calvo, Natalia Aruguete  

☛ Editorial: Siglo XXI Editores

 

Datos sobre los autores

Ernesto Calvo es doctor por la Universidad Northwestern, profesor de Gobierno y Política en la Universidad de Maryland y director del Laboratorio Interdisciplinario para las Ciencias Sociales Computacionales (Ilcss). Entre sus libros más recientes se destacan Anatomía política de Twitter en Argentina (Capital Intelectual, 2015) y Non-Policy Politics (Cambridge, 2019).

Natalia Aruguete es investigadora del Conicet y profesora en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad Austral. Es autora de más de cuarenta artículos sobre el estudio de las agendas política, mediática y pública en el diálogo entre medios tradicionales y redes sociales, publicados en las principales revistas de comunicación de América Latina, España y Estados Unidos.