DOMINGO
Libro

Esas muertes evitables

Un nuevo aniversario de la tragedia de Once.

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Tragedia de Once. | pablo cuarterolo

Voy a buscar unos papeles y estoy”. Con imperceptible acento cordobés, Ricardo Jaime habla en voz baja en un pasillo del Módulo 6 del Penal de Ezeiza. Al revés del color negro que vestía el 3 de abril de 2016, cuando quedó en prisión preventiva acusado de perjuicio al Estado nacional por la compra de vagones en desuso a España y Portugal, ahora lleva pantalón blanco, camisa blanca rayada, zapatos sí negros, barba al ras, de pocos días, y los anteojos de siempre. Ahora tiene sentencia definitiva, pero en otra causa: la tragedia de Once.

Papeles en mano, es trasladado por personal del Servicio Penitenciario Federal al Aula 1 del complejo, espacio que algunos internos usan para terminar estudios primarios y secundarios. Una de las paredes del aula está adornada con dibujos muy parecidos a los que hacen los chicos en la escuela. Dibujos de soles, playas, parques. Muchos colores. “Un sueño”, dice el afiche. 

Quien fuera secretario de Transporte de la Nación entre 2003 y 2009 es, para la Justicia, el máximo responsable penal de la tragedia que provocó 52 muertes y 789 heridos. Casi siete años después, es la primera vez que Jaime elige dar una entrevista cara a cara solo para hablar de este tema. No explica por qué se decidió a hacerlo, pero deja claro lo que piensa: “El motorman mató a 52 personas. El Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) Número 2, que llevó adelante el juicio, mató la verdad y la Justicia. Y la Sala III de Casación, que confirmó la sentencia, las terminó de enterrar”. 

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El TOC 2 lo había condenado a seis años de prisión por administración fraudulenta, pero la Cámara de Casación Penal decidió condenarlo a 7, porque le sumó el delito de estrago culposo por el choque del tren Sarmiento del 22 de febrero de 2012 a las 8.32, cuando el Chapa 16 se incrustó en el andén 2 de la estación terminal de Once.

Dice Jaime que los primeros meses que pasó en prisión no le resultaron sencillos de digerir. Al llegar, pesaba 84 kilos; pasó a 64 kilos con arritmias; se estabilizó en 72, se deprimió, se enojó. Se entusiasmó con salir al patio a enseñarles taekwondo a otros internos, hasta que los guardias le prohibieron dar clases y optó por seguir solo. Cada tanto juega al fútbol con sus compañeros de módulo, entre los que se cuentan empresarios como Lázaro Báez y, hasta que fueron liberados en octubre de 2019, también con Cristóbal López y Fabián de Souza –acusados de lavado de dinero–, o se reúne con los catorce del pabellón para reclamar la reapertura del gimnasio y la posibilidad de ver deportes en televisión.

“Es el único momento que tocás el pasto y estás al aire libre. Una hora, tres veces por semana”, detalla. También protesta por “la violencia en las requisas”, en las que “tiran todo, rompen todo”, y dice que le rompieron la foto que tiene con su amigo y expresidente Néstor Kirchner. “Deben ser radicales porque la que tengo con [Raúl] Alfonsín no la tocaron”, ironiza. Otra queja: no lo dejan estudiar Abogacía para no trasladarlo a otro penal a tomar las clases. Pero ya hizo cursos intramuros de turismo, reparador e instalador de PC y montador electricista.

Para distraerse, lee. Saca libros de la biblioteca del penal y recibe otros de regalo familiar. El que les recomienda siempre a sus compañeros de pabellón se lo regaló una de sus hijas. El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, creador de la logoterapia, un psiquiatra que estuvo en Auschwitz y habla de la vida en un campo de concentración. “Para que, el día que nos toque recuperar la libertad, tenga un sentido seguir peleando por estar vivos”, dice con tono grave. (…)

Jaime dice: “Mi vida ha sido muy simple: trabajar de lunes a viernes en Buenos Aires. Era mi única actividad. En Córdoba lo único que hacía era estar con mi familia. Y los sábados y domingos ir a jugar al fútbol o a la Unidad Básica del Frente para la Victoria. No me gustaban los lujos. Nunca tuve traje de marca. No he tenido relojes caros. Hay una foto que siempre muestran para hablar de oros: dos pequeñas cadenitas que me regalaron mis hijas, era lo único que usaba. Y el anillo de casamiento. Si eso es lujo… ¿El avión? De Estados Unidos le contestaron que el avión era de Estados Unidos. Esto va a quedar demostrado en el juicio. Nunca hablan de la percha”, busca bromear sobre su porte, aunque sin sonreír, en el penal de Ezeiza. No hay un solo exfuncionario consultado para este libro que no lo recuerde lleno de cadenas y pulseras de oro. Cuenta el periodista Omar Lavieri, en su libro El rekaudador, que a Jaime “lo deslumbraron las luces del centro, más específicamente las de Puerto Madero. Quiso un avión y lo tuvo. Quiso un yate y lo tuvo. Quiso pagar champán del caro en hoteles faranduleros y lo hizo. Quiso lucir oro y lo usó en sus dedos y muñecas, aunque el brillo ofendiera a la vista y al buen gusto. Quiso manejar autos caros y los manejó”.

¿Cree Jaime que la corrupción mata? “Si hay hechos de corrupción que violentan los controles que deben tener sobre toda actividad, obviamente que puede producir la muerte de personas. Hay que combatir hechos de corrupción y más cuando lleva a la posibilidad de tragedias. Hasta que yo renuncié, no vi un solo hecho de corrupción”, dice.

En octubre de 2018, en un juicio abreviado, reconoció su culpa por enriquecimiento ilícito, le desapoderaron los bienes embargados y fue condenado a pagar una multa de 13 millones de pesos. El Tribunal Oral Federal 6 decidió unificar el juicio con los que tenía pendientes por dádivas y un intento de sustracción de pruebas durante un allanamiento en Córdoba. En diciembre de 2019, pidió la prisión domiciliaria por problemas de salud, aseguró estar en estado vejatorio en el penal de Ezeiza, y dijo ser el único que puede cuidar a la madre porque su hermano tiene una enfermedad.

Todos los involucrados en la causa judicial de la Tragedia de Once detallan sus recuerdos del momento en que se enteraron del choque. Jaime solo dice que estaba en su ciudad natal y que prendió el televisor para mayores detalles.

“Lo tuve a Jaime frente a frente y al chabón no se le mueve un pelo”, dice Lara Menghini Rey. El hallazgo del cuerpo de Lucas, un joven de 20 años, su hermano mayor, entre el tercero y el cuarto vagón del tren chocado, 58 horas después del hecho, fue la confirmación de que no había terminado el horror. Cuando se creía que la tragedia no podía ser más trágica y los responsables del rescate de víctimas aseguraban que su tarea había concluido, la familia de Lucas lo buscaba por varios hospitales y hasta miraba cuerpos en la Morgue para descartar que estuviera entre ellos. La que lo ubicó fue Lara, que por esos días tenía apenas 16 años.

Durante 48 horas, la familia y los amigos habían repartido volantes con la foto de Lucas. Los socorristas aseguraban que no quedaba nadie atrapado en la formación y hubo agentes policiales que les dijeron a los familiares del joven que “quizá se fue con una noviecita”. Mientras Lucas no aparecía, la entonces ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, declaró que “la actuación de la Policía Federal en el rescate fue acorde a su profesionalismo”, y quien era jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, destacaba el “trabajo profesional, casi heroico” de los rescatistas. Incluso el entonces secretario de Derechos Humanos de la Ciudad, Claudio Avruj, dijo ante la prensa que Lucas estaba internado en la guardia psiquiátrica de un hospital porteño. Fue un error. El funcionario se disculpó enseguida y se puso a disposición de la familia.

El juez Claudio Bonadio, a cargo de la instrucción, ordenó revisar los videos de seguridad de la estación de Padua, donde se creía que el joven había subido al tren. “Yo estaba en la estación y el personal judicial buscaba a un familiar de Lucas, a ver si lo reconocíamos en las grabaciones de las cámaras de seguridad. Pero yo era menor de edad y no podía estar a cargo de ese trámite, así que subí con mi tía. Siempre se dijo que el que vio esos videos fue mi papá, justamente porque yo era menor y no querían exponerme. Pero fui yo. Lo vi al toque, se veía perfectamente. No había ninguna duda: intenta subir por una puerta y es un quilombo de gente. Sigue caminando y se sube por la ventanita. Gracias a eso lo encontraron. Creo que hasta ese momento nadie lo estaba buscando, más que nosotros”.

Tras ver el video, ese 24 de febrero, cerca de las seis de la tarde, Lara volvió al hall. No tuvo noticias hasta que recibió un llamado telefónico en el que le pedían que fuera a la comisaría de la estación. Ahí estaban sus padres, María Luján Rey y Paolo Menghini, después convertidos en referentes del reclamo público y judicial en esta causa. “Fue todo en un segundo. Nos quedamos los tres abrazados –cuenta Lali–.  Me dolió, me duele todos los días. Pero hay gente a la que le pira la bocha mal. Yo estaba tranquila. Aparte estaba Pachu –Paz, la hija de Lucas–, que era rechiquita y no podía ver la tele porque estaba la cara de Lucas por todos lados”.

Después de que encontraron a Lucas, la ministra Garré firmó un comunicado donde explicaba que el cuerpo estaba en el tren, en un “lugar que se hallaba en desuso y sin comunicación con el interior del mismo por hallarse las puertas clausuradas”, lo cual fue interpretado por familiares de las víctimas como una justificación a la demora en la búsqueda y un intento de responsabilizar al propio Lucas.

Jaime recuerda esos dichos de Garré, aunque no la menciona. Dice que por eso se acercó a la mamá de Lucas, Luján Rey, tras una audiencia del juicio en los tribunales de Comodoro Py, aunque no recuerda con exactitud qué audiencia era. Luján se acuerda perfecto porque, como cuenta en su libro Desde mis zapatos, descubrió que “ejercer la memoria a veces puede ser tan doloroso como olvidar”, y ella eligió: “Opté siempre por la memoria”. Dice que ese encuentro ocurrió en la segunda jornada del juicio oral. “Le volví a manifestar mi condolencia. Y también mi repudio a esas expresiones (de la ministra), porque todos aquellos que habían muerto, más allá del lugar donde viajaran, eran víctimas”, reflexiona el exfuncionario.

Lali Menghini desconfía: “No creo que Jaime haya pensado ‘pobre gente la que murió o pobres los familiares’”. Puede ser una sensación, el resultado de la angustia, de la bronca, pero además lo dice con las heridas que le dejó haber percibido que el discurso de los familiares de víctimas, ese dolor, quedaba por momentos expropiado en las palabras de funcionarios que, desde el 22 de febrero de 2012, hablaron de Once para referenciarse a su propio dolor. O para asegurar que ya sabían lo que había fallado y que la única responsabilidad de todo era del maquinista de la formación.

Cuando todavía no se conocía el número final de muertos, pero sí la magnitud de la tragedia, la reacción del gobierno nacional fue la emisión de un comunicado y decretar dos días de duelo. Lo mismo hizo el gobierno porteño. El comunicado de Presidencia expresaba que “el gobierno y el pueblo de la Nación Argentina acompañan con su solidaridad y pesar el dolor de los familiares de las víctimas”. La presidenta Cristina Fernández se pronunciaría sobre el tema en público cinco días más tarde, en el Monumento a la Bandera de Rosario, donde encabezó el acto por el bicentenario de la creación del Pabellón Nacional: “Tenemos que volver a tener un sistema de ferrocarriles en la República Argentina. En esta tragedia que enlutó hace días al país, tragedia que tiene nombre y apellidos como todos los que se van… Como el hijo de Jesusa, que vive en Esteban Echeverría, con los tres hijos que le quedaron. El pibe de 15 años al que le había dado 10 pesos para que con su bendita tarjeta de SUBE, sí, esa bendita tarjeta de SUBE, que me ha costado tres años poder montar para poder controlar exactamente qué es lo que pasa en cada uno de los subsidios. Y comenzar con una etapa nueva donde se subsidie al usuario y no a las empresas. Pero todo cuesta porque todo son trabas, todo son palos en la rueda por donde vayas, son muchos los intereses. Yo quiero decirles a todos ellos y a los cuarenta millones de argentinos, a los que me quieren y a los que no me quieren, que saben que voy a tomar las decisiones que sean necesarias una vez que la Justicia decida […] Los cuarenta millones de argentinos y las víctimas necesitan saber qué es lo que pasó y quién es el responsable. No esperen de mí jamás ante el dolor de la muerte, ante la tragedia, la especulación de la foto o el discurso fácil, porque sé lo que es la muerte y sé lo que es el dolor”.

Una semana más tarde, Juan Pablo Schiavi renunciaba a la Secretaría de Transporte de la Nación aduciendo “problemas de salud”, tras una internación de urgencia por un infarto, dos días después de que el juez federal Claudio Bonadio le prohibiera salir del país.

En abril de ese año, la Presidenta recibió a algunos familiares de víctimas, aquellos que estuvieron dispuestos a encontrarse. Lo hizo en pequeños grupos. La familia de Lucas Menghini Rey decidió no asistir. El dolor y la bronca contra el gobierno de entonces, sumado a la contención que Luján Rey encontró tiempo después cuando María Eugenia Vidal llegó a la gobernación bonaerense, derivaron en que la mamá de Lucas se sumara al equipo de trabajo de la gobernadora y que accediera en 2019 a ser segunda en la lista de candidatos a diputados nacionales de Juntos por el Cambio por la provincia de Buenos Aires. La elección de octubre de 2019 la hizo llegar al Congreso Nacional.

En junio de 2012, Cristina Fernández anunció el paso de la Secretaría de Transporte a la órbita del Ministerio del Interior. El secretario Alejandro Ramos, que había asumido en marzo en reemplazo de Schiavi, permanecería en el cargo, pero reportaría a Florencio Randazzo, flamante ministro de Interior y Transporte.

Un año después, el ministerio le compró en China a la empresa CSR Qingdao Sifang veinticinco formaciones para la línea Sarmiento y treinta para el tren Mitre. El juez Ariel Lijo investigó la operación por presuntos sobreprecios y Randazzo aseguró que la transacción “tiene varios aspectos que la hacen inédita para nuestro país con relación a las ventajas en precio, calidad de los componentes y tiempo de fabricación”.

En 2014, acompañada por el entonces ministro, la Presidenta anunció en un acto el lanzamiento de los primeros trenes cero kilómetros, en el marco de la renovación ferroviaria que se planteó a raíz de la tragedia.

“Miren que hay que hacer rápido, porque si no viene la próxima formación y nos lleva puestos”, dijo la mandataria frente al micrófono, adentro del tren. Al día siguiente, en el acto por los veintinueve meses de la tragedia, hubo críticas por sus dichos, que muchos de los familiares de víctimas consideraron una burla o un desinterés por su dolor.

Tampoco ese grupo de familiares tuvo buena relación con el ministro Randazzo, de quien pidieron en público la renuncia después de que se conocieran otros dos choques en el tren Sarmiento, con resultados diferentes a la tragedia de 2012. El 13 de junio de 2013, tres personas murieron y trescientas resultaron heridas cuando dos formaciones chocaron en la estación Castelar. El maquinista Daniel López fue condenado a una mayor pena que Córdoba, el conductor del tren de la tragedia de Once: cuatro años y tres meses de prisión, además de diez años de inhabilitación para manejar trenes. Su sentencia fue confirmada en la Corte en diciembre de 2019 y quedó detenido. El 19 de octubre de 2013, cuatro meses después del choque de López, el motorman Julio César Benítez también chocó, pero en este caso fue contra uno de los paragolpes de la estación de Once. El episodio tuvo cien heridos y él fue procesado por “descarrilamiento culposo agravado y sustracción de prueba” porque los investigadores habían hallado en su mochila el material de las cámaras de seguridad de la cabina. (...)

Benítez saldó su cuestión judicial con una probation. No hubo funcionarios señalados en esas causas posteriores.

En agosto de 2017, cuando el exministro Julio de Vido iba a sentarse en el banquillo por la causa de Once, en una extensión del primer juicio, fue abordado por la prensa en los pasillos de Comodoro Py y, ante una pregunta de la periodista Mercedes Ninci, dijo: “Nadie está más dolido que yo de lo que pasó, pero hay que esperar que la Justicia actúe”.

Quien sí se disculpó por sus dichos sobre la tragedia –que la gente se había amontonado en el primer vagón– fue también el único funcionario del área que había dado la cara en la semana del choque. Juan Pablo Schiavi quedó preso por esta causa en 2018, condenado a cinco años de prisión, por los mismos delitos que Jaime.

“¿Por qué yo tuve un infarto? Porque el día del accidente estaba en el andén uno, mirando el operativo hasta el final. Me quedé todo el día. El comisario me iba cantando la cantidad de víctimas fatales. Y yo hablaba con la Presidenta, le iba diciendo. Y cada vez más. Si bien mi generación vivió con la muerte y no me resulta antinatural, por eso el exabrupto de la conferencia, yo estaba desbordado, a 220. En un país normal, a ese pibe lo agarran y lo guardan”. (…)

Horas después de la masacre en Once, Schiavi asumió el costo político de exponerse, presentó un informe ante la prensa y dijo: “El servicio de TBA entre Once y Moreno tiene 320 frecuencias diarias. Lleva entre 2 mil y 2.500 pasajeros por tren en hora pico. Este tren estaría llevando entre 1.200 y 1.500, con la particularidad de que se habían agolpado en los dos primeros coches para bajar primero, lo que produjo que el accidente tomara ribetes de tragedia. Si esto hubiera ocurrido ayer (feriado) el impacto hubiera sido menor”.

¿Hoy siente que en ese momento lo dejaron solo? “Y… bueno… los Estados funcionan así. Me parece que el Estado no está preparado para eso. Dije las boludeces que dije porque estaba nervioso y porque no estaba preparado para eso”.

El choque de la formación 3.772 del ferrocarril Sarmiento del miércoles 22 de febrero dejó, según consta en la causa, al menos 789 heridos de distinta gravedad. Con la aparición del cuerpo de Lucas Menghini Rey, el número de muertos ascendió a 51, pero el juez Claudio Bonadio decidió cerrar la instrucción con el número final de 52.

Una de las tantas veces que recibió en su despacho del cuarto piso de los tribunales federales de Comodoro Py a familiares de las víctimas fatales, notó que uno, parado al fondo, lo miraba con especial encono. Edwin Ojeda había perdido en la tragedia a su esposa, Tatiana, embarazada de seis meses. La cuarta hija de la pareja iba a llamarse Uma, y Edwin dejó claro en ese encuentro que sus deudos eran dos: Tatiana y Uma.

Bonadio decidió entonces que Uma fuera contabilizada como otra víctima fatal del hecho. En el fallo del 29 de diciembre de 2015, el Tribunal Oral Federal 2 no contó 52 muertos como lo había hecho Bonadio: dictó sentencia por “la muerte de 51 personas, más una por nacer”. (…)

Los delitos en territorio de ferrocarril son federales. La primera intervención le corresponde a la Superintendencia de Seguridad Ferroviaria, donde hay divisiones según cada línea. De ahí la causa pasa al juzgado federal de turno. En este caso, el juzgado Criminal y Correccional Federal 11, a cargo de Bonadio.

El 22 de febrero de 2012, cuando se encaminaba a Comodoro Py como todos los días, el juez escuchó en el informativo de Radio Mitre que la línea Sarmiento estaba interrumpida por un choque en Once. Parecía un dato de tránsito, aunque se hablaba de la posibilidad de que hubiera gente fallecida. Cuando eso se confirmó y empezaba a engrosarse la lista de muertos, recibió el llamado que le asignaba la causa y decidió enviar a un secretario a la estación.

Cerca de las tres de la tarde, el secretario lo llamó a Bonadio desde allá: “Son 49 muertos. Terminó el operativo de rescate”. La cifra ascendió a cincuenta cuando uno de los heridos graves murió en el hospital. Lucas Menghini todavía no había aparecido.

El juez recorrió el andén al día siguiente y subió a las oficinas de la estación para ver la filmación del choque. No pudo verla enseguida porque el responsable de abrir la sala de videos, el que tenía la llave, se había ido al banco a hacer un trámite. El magistrado empezaba a impacientarse. Cuando el empleado llegó del banco con la llave, le mostraron a Bonadio la cinta en blanco y negro del choque. Ahí empezó a considerar que estaba frente a una desidia empresarial en el Sarmiento.

 

☛ Título: ¿La corrupción mata?

☛ Autora: Florencia Halfon Laksman

☛ Editorial: Planeta
 

Datos de la autora

Florencia Halfon Laksman es periodista. Nació el 7 de noviembre de 1982. Desde 2001 fue productora de televisión en distintos programas, hizo móviles en vivo para Indomables entre 2001 y 2003, y fue cronista de noticiero en Informe semanal de América TV en 2006.

Trabajó como redactora de la sección Sociedad y como colaboradora de Política en Crítica (2008-2010) y en Tiempo Argentino (2010-2016). También fue redactora de la página web de Crítica.

Desde 2013 es columnista diaria de Información General en No somos nadie, en FM Metro, y conduce el programa Soundtracks. En Radio Nacional hace su columna de opinión política e información general en el programa Con todo el país.