El caso argentino y sus ciclos
Historiadores, sociólogos, economistas, pensadores y demás participantes del mundo académico intentan desarrollar diferentes teorías para intentar entender el pasado y para predecir el futuro de los países.
Argentina parecería ser un caso atípico, que se resiste a toda lógica. El economista Simón Kuznets, ganador del Premio Nobel de Economía en 1971 por su trabajo sobre el crecimiento, distinguió cuatro tipos de economías: desarrolladas, subdesarrolladas, Japón y Argentina.
En Argentina, la inflación ronda el 80%, mientras que Japón lucha contra la deflación crónica. En Japón, el desempleo se mantiene alrededor del 2,5%, en Argentina es del 10%. En 1950, el PBI per cápita de Argentina era tres veces superior al de Japón, la fundación Eva Perón envió más de cien toneladas de suministros al país que emergía de la guerra, y miles de japoneses emigraban a nuestro país.
Pero la economía de ambos países tomó rumbos muy diferentes. Para 1970, el PBI per cápita de Japón superó al de nuestro país y hoy es más del doble. El peso argentino es una moneda sin valor, mientras que el yen japonés es un refugio de valor. La tasa de ahorro de Argentina es baja y por consiguiente también su inversión, en cambio en Japón es alta y se traduce en altos niveles de inversión y en un sólido superávit comercial.
No solo empeoramos comparándonos con Japón, también cuando lo hacemos en relación con nuestros vecinos. A comienzos de la década de 1970, el PBI per cápita de nuestro país triplicaba el de Brasil, era el doble del de Uruguay y un 50% más alto que el de Chile. Hoy es un 20% inferior al de Chile, un 10% inferior al de Uruguay y apenas un 20% superior al de Brasil. Aun peor, mientras que todos nuestros vecinos redujeron fuertemente sus niveles de pobreza, en el último medio siglo Argentina los subió del 5,7%, al 40% de la población.
La pregunta que nos hacemos los argentinos es: ¿puede este ciclo de ochenta años de decadencia estar llegando a su fin? Neil Howe y William Strauss, en sus libros Generaciones y El cuarto giro sostienen que la historia de los Estados Unidos y la global suceden en ciclos generacionales de 20-25 años, que componen grandes ciclos que duran entre ochenta y cien años. George Friedman, en su libro The Storm Before the Calm (La tormenta antes de la calma), también sostiene que la historia norteamericana sucede en ciclos institucionales de ochenta años y socioeconómicos de cincuenta. El final de estos grandes ciclos suele coincidir con una crisis economía, una guerra, una pandemia o un evento imprevisto que hiperacelera el ciclo haciéndolo terminar y dando lugar a uno nuevo.
La larga decadencia argentina ha hecho que pensemos nuestra realidad de forma lineal, cuando la historia es cíclica. Todos los procesos económicos, tecnológicos, sociales y hasta de la naturaleza son cíclicos, y nuestro país no es la excepción.
En nuestro país, el primer ciclo institucional (1853-1943), de marcada tendencia liberal, se inicia con la caída de Rosas y la sanción de la Constitución de 1853. Comienza un período que duraría hasta el golpe de Estado de 1943 contra el presidente Ramón Castillo y el crecimiento del poder de Juan Domingo Perón. Durante este ciclo se estableció la autoridad del gobierno nacional sobre las provincias y se terminó de consolidar la integridad territorial. El Estado se focalizó en la prestación de servicios públicos, inspirándose en las mejores prácticas de todo el mundo, y siendo flexible y creativo en las soluciones a las demandas y los problemas. La crisis de 1929 y el golpe de Estado de 1930 hirieron de muerte el marco institucional del ciclo. Como respuesta a la gran crisis, el gobierno comenzó a intervenir en la economía por miedo al creciente descontento entre los ciudadanos. Esto marcaría el final del primer y exitoso ciclo.
El segundo ciclo se inicia con el golpe de 1943 y la llegada de Perón al gobierno, y se extenderá hasta la asunción de un nuevo gobierno, en diciembre de 2023. Es un ciclo de una marcada tendencia nacionalista, corporativista y clientelista. Mientras dura, el gobierno nacional no solo expande su poder sobre las provincias, avanza también sobre la sociedad y la economía. Frente al crecimiento del movimiento obrero y las ideas de izquierda en las décadas de 1940-1970, los gobiernos hacen que la forma de evitar el descontento social y la inestabilidad sea el crecimiento constante del Estado como forma de “calmar” a la sociedad. Aunque eso implique vivir por encima de nuestras posibilidades, endeudarse o que falte inversión. Pasamos de un Estado focalizado en brindar servicios públicos a otro focalizado en el “clientelismo”. Al mismo tiempo perdimos la capacidad de innovación. La única forma de solucionar los problemas consistió en aplicar “más de la misma receta”.
Este ciclo iniciado en 1943 entra en crisis durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner, lo que da pie a dos presidencias de transición: la de Mauricio Macri y la de Alberto Fernández. La implosión del ciclo se produce debido a la imposibilidad del gobierno de seguir aumentando el gasto público para lidiar con los problemas y las demandas sociales. La pandemia es el gran acelerador de fin de ciclo que hace que ochenta años de creciente intervención del Estado sobre la economía, las provincias y la sociedad esté llegando a su fin. La manifestación visible del fin de ciclo fueron las elecciones legislativas de 2021.
La pandemia y la Guerra de Ucrania aceleran un cambio de la visión de los ciudadanos respecto al Estado. Le piden una menor intervención en la economía, un mayor federalismo y una sociedad civil que fuerce al leviatán estatal a focalizarse en la prestación de servicios públicos en lugar del asistencialismo y el uso político de la estructura estatal. ¿Por qué pide todo esto? Por contraposición a un modelo que los ciudadanos perciben crecientemente como un fracaso.
☛ Título: Argentina hiperacelerada
☛ Autor: Federico Domínguez
☛ Editorial: Planeta
Ucrania y la guerra cognitiva
El comportamiento de los grandes medios con respecto a la reciente Guerra de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, confirmó que no son de fiar. Como se sabe, cuando comienza un conflicto armado arranca un relato mediático plagado de desinformaciones, cuyo objetivo principal es la seducción de las almas y la captación de sentimientos para ganar los corazones y cautivar las mentes.
No se trata de informar. De ser objetivo. Ni siquiera de ser neutro. Cada bando va a tratar de imponer –a base de propaganda y toda suerte de trucos narrativos– su propia crónica de los hechos, a la vez que busca desacreditar la versión del adversario. Las mentiras que ambos bandos difundieron sobre el conflicto de Ucrania no fueron, en el fondo, muy diferentes de las que ya vimos en otras guerras. Se repitió la histeria bélica habitual en los medios, la proliferación de censuras, de fake news, de posverdades, de intoxicaciones, de artimañas, de manipulaciones.
La conversión de la información en propaganda es ya conocida y ha sido estudiada, en particular en los conflictos de los últimos cincuenta años. Quizá ya con la Guerra de Vietnam, en las décadas de 1960 y 1970, se alcanzó el cénit de la sofisticación en materia de mentiras audiovisuales y manipulaciones mediáticas. Con la Guerra de Ucrania, los grandes medios de masas, en particular los principales canales de televisión, fueron de nuevo enrolados –o se enrolaron de manera voluntaria– como un combatiente o un militante más en la batalla. Hay que añadir que los laboratorios estratégicos de las grandes potencias, en el marco de la reflexión sobre las nuevas “guerras híbridas”, están también tratando de conquistar militarmente nuestras mentes. Un estudio de 2020 sobre una nueva forma de “guerra del conocimiento”, titulado “Cognitive Warfare” (“guerra cognitiva”), del contraalmirante francés François du Cluzel, financiado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), expone lo siguiente: “Si bien las acciones realizadas en los cinco dominios militares (terrestre, marítimo, aéreo, espacial y cibernético) se ejecutan para obtener un efecto sobre los seres humanos, el objetivo de la ‘guerra cognitiva’ es convertir a cada persona en arma”. Los seres humanos son ahora el dominio en disputa. El objetivo es piratear al individuo aprovechando las vulnerabilidades del cerebro humano, utilizando los recursos más sofisticados de la ingeniería social en una mezcla de guerra psicológica y guerra de la información.
“Esa guerra cognitiva no es solo una acción contra lo que pensamos –precisa François du Cluzel–, sino también una acción contra la forma en que pensamos, el modo en que procesamos la información y cómo la convertimos en conocimiento”. En otras palabras, la guerra cognitiva significa la militarización de las ciencias del cerebro. Porque se trata de un ataque contra nuestro procesador individual, nuestra inteligencia, con un objetivo: penetrar en la mente del adversario y hacer que nos obedezca. “El cerebro –enfatiza el informe– será el campo de batalla de este siglo XXI”.
Durante el conflicto de Ucrania, en Estados Unidos y en Europa los grandes medios de masas estuvieron combatiendo –y no informando– en favor esencialmente de lo que podríamos llamar la posición occidental. Sin embargo, dentro de esa normalidad propagandística, pudimos asistir a un fenómeno nuevo. De modo inaugural, en la historia de la información de guerra, en primera línea del frente mediático, intervinieron las redes sociales. Hasta entonces, en tiempos bélicos, las redes no habían tenido la misma importancia.
¿Cuál fue el último conflicto de esta envergadura en el mundo? Desde 1945, final de la Segunda Guerra Mundial, o desde la Guerra de Corea, a principios de los años 50, no se había producido en el mundo una conflagración militar de dimensiones semejantes a la de Ucrania.
Con la Guerra de Ucrania, los ciudadanos no solo se vieron confrontados a la habitual histeria bélica colectiva y permanente de los grandes medios tradicionales, a su discurso coral uniforme (y en uniforme), sino que todo eso les llegaba, por primera vez, en sus teléfonos, en sus tablets, en sus netbooks…
Ya la pantalla del televisor del living no tuvo el mismo protagonismo. Ya no solo eran los periodistas sino las amistades, los familiares, los mejores amigos quienes contribuían también, mediante sus mensajes en las redes, a amplificar la incesante narrativa coral de discurso único. Con la Guerra de Ucrania emergió una nueva dimensión emocional, un nuevo frente de la batalla comunicacional y simbólica que hasta entonces no existía en tiempos de guerra.
Por ejemplo, el asalto al Capitolio que estamos analizando y que fue, como ya dijimos, una tentativa de golpe de Estado constituyó un acontecimiento de primera magnitud desde el punto de visto político. Pero no militar. Y ese ataque, como vemos, sí fue el resultado de una gran confrontación previa en las redes sociales, en la que los fanáticos conspiracionistas leales a Donald Trump lograron imponer la tesis de un gran engaño electoral que nunca existió. A lo largo del controvertido mandato del magnate republicano se produjo una encendida batalla frontal, en las redes, por el control del relato: una confrontación digital de gran envergadura para desinformar, tratar de imponer una falsa verdad complotista y ocultar la realidad de las urnas. Ahí, las redes fueron absolutamente decisivas.
Pero en un enfrentamiento militar de las dimensiones de la Guerra de Ucrania, hasta entonces, las redes no habían tenido protagonismo. Lo tuvieron en ese conflicto por primera vez en la historia de la información. También, por vez primera, se produjo esa decisión de Google de sacar de la plataforma a medios del “adversario ruso” como RT (Russia Today) y Sputnik, mientras Facebook e Instagram declaraban que tolerarían “mensajes de odio” contra los rusos y Twitter tomó la decisión de “advertir” sobre cualquier mensaje que difundiera noticias de medios afiliados a Moscú, y redujo en forma significativa la circulación de esos contenidos, cosa que no hizo con quienes apoyaban a Ucrania y a la OTAN.
☛ Título: La era del conspiracionismo
☛ Autor: Ignacio Ramonet
☛ Editorial: SXXI Editores
Mujeres superpoderosas
Luego de haber atravesado partos fisiológicos y respetados, Claudia Alonso, Sonia Cavia y un grupo de mujeres con sus bebés recién nacidos se organizaron para construir alguna forma de salvaguardar a las mujeres y a sus hijos e hijas de un sistema cada vez más violento, enfermo e invasivo. En el año 2000 fundaron la asociación civil Dando a Luz. Partiendo de la percepción de la desigualdad, del abuso del poder médico y del desconocimiento de los derechos por parte de las usuarias, se propusieron instalar el debate social acerca de la maternidad con una visión del parto y el nacimiento no solo como hitos biológicos y del desarrollo psicosexual de la mujer, sino también como eventos fundantes en la vida de la familia y de la sociedad, que merecen ser contemplados dentro del marco de la perspectiva de género y de derechos. En esa época no se hablaba aún de violencia obstétrica en la sociedad ni en los medios, así que de a poco las integrantes de esta organización comenzaron a instalarlo en nuestro país.
Trabajaron en un proyecto de ley para garantizar una serie de derechos a las mujeres, sus familias y los hijos y las hijas que acababan de nacer. Con esta propuesta se reunieron con diputadas, diputados, senadoras y senadores de distintos espacios políticos. Luego de más de dos años de cabildeo, el objetivo se cumplió: el 25 de agosto de 2004 fue sancionada, y el 17 de septiembre promulgada, la Ley N° 25.929, conocida como Ley de Parto Humanizado. La reglamentación vendría muchos años después, el 24 de septiembre de 2015, conseguida también por las acciones de visibilización, articulación y esfuerzo sostenido de distintas organizaciones y agrupaciones que trabajan el tema.
Esta ley es histórica, única a nivel mundial. Si estás embarazada, si te planteás la maternidad, si sos varón, si pariste, si sos profesional de la salud o simplemente por el hecho de transmitirle esta información a otra persona, tomate unos minutos y leé con atención la inmensidad de derechos que tenemos durante el preparto, el parto y el posparto.
El nombre real de la Ley N° 25.929 es de Derechos de Padres e Hijos durante el Proceso de Nacimiento y plantea que toda mujer tiene derecho a:
• Ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que se le realizan. (“Me introducían cosas en el suero sin decirme qué era”).
• Ser tratada con respeto. (“Si te gustó abrirte de piernas, ahora bancátela”).
• Que se respeten sus pautas culturales. (“Acostate ahí, boliviana de mierda”).
• Ser considerada una persona sana y facilitar su participación como protagonista de su propio parto. (“Si no te callás la boca, te dormimos por completo”).
• Un parto natural y respetuoso que contemple los tiempos biológicos y psicológicos. (“Si no nace ya, te hacemos una cesárea”).
• Ser informada sobre el estado de su hijo o hija. (“Se la llevaron y no sabía si mi hija estaba viva”).
• Estar acompañada. (“Estuve sola todo el tiempo, cuando preguntaba me decían que me calle la boca”).
• Recibir apoyo para amamantar. (“Después de cinco horas lo trajeron a la habitación totalmente dormido, fue imposible prenderlo a la teta porque le habían dado una mamadera”).
La ley fue sancionada en 2004 y reglamentada por un decreto presidencial de Cristina Fernández de Kirchner en 2015. Once años más tarde. Una ley sin reglamentación es una ley sin presupuesto.
¿Qué es exactamente la reglamentación? La Constitución argentina establece que para que un proyecto de ley entre en vigencia debe ser aprobado por el Congreso. Una vez sancionada la ley, es enviada al Poder Ejecutivo, que tiene diez días para verificarla. Allí se abren tres caminos: promulgarla, vetarla o hacer un veto parcial que elimine algunos de los artículos, sin afectar el espíritu de la ley. Si en diez días no toma la decisión, la Constitución entiende que la ley entra en funcionamiento.
Hay una forma más de sortear la ley: evitar la reglamentación. Básicamente, esto genera que la ley esté vigente, pero que no se le destine ni un centavo de presupuesto para campañas de difusión, implementación, capacitación o actualización profesional. Olvidémonos de repensar las culturas organizacionales de las instituciones de salud; de reparar en cuestiones edilicias y mobiliarias básicas, que se traducen en que una mujer tenga su propia cama y no deba compartirla con otras dos por falta de lugar o presupuesto, o que una mujer tenga que parir rodeada de desconocidos porque la estructura edilicia no permite que ingrese el acompañante que ella desea y al que tiene derecho por ley. Sin reglamentación, la ley es letra de molde, carece de bajada concreta y territorial.
Cuando volví a mi casa luego de parir a mi primera hija y empecé a investigar, esta ley fue una de las primeras cosas que encontré. Tiempo después aprendí que, en la gran mayoría de los casos, por más que te sepas la ley de memoria, hay un sistema médico hegemónico y dominante que nos roba los partos y nos vulnera sistemáticamente. Lo que molesta es la autonomía y el poder, y eso es lo que las mujeres estamos dispuestas a recuperar.
“Arriba el feminismo, que va a vencer, que va a vencer. Abajo el patriarcado que va a caer, que va a caer”.
☛ Título: Bien que te gustó
☛ Autor: Julieta Saulo
☛ Editorial: Ediciones B
El reloj atrasa en África
Abusábamos –dice Philippe. Utiliza esa palabra–. Vimos que se desesperaban por venir y salvarse económicamente. Que eran la esperanza de la familia, del clan, del barrio o del pueblito.
Parece tomar aire o juntar fuerzas. Me da la espalda, no puedo verle la cara. Entonces armamos, digo armamos porque fui pionero, pero con los años éramos muchos los que explotamos esta cantera.
Te decía, Barbicano, construimos un sistema a dos puntas: por un lado les cobrábamos a los clubes europeos por traerles jugadores a probarse. Cero riesgos para ellos. Si no les servían… chau, los desechaban. Ningún compromiso. Y por la otra punta del negocio le hacíamos pagar a la familia de los chicos por traerlos. La ilusión (y la ambición) era muy grande, potenciada cuando en esos países empezaron a transmitir vía satélite competencias como la Champions y las principales ligas europeas.
Si Samuel Eto’o ganaba partidos con el Barcelona o Inter, medio continente era de esos equipos; y la otra mitad pertenecía al Chelsea de Drogba y Essien. Ya viste en Argentina misma cómo todos los pibes se visten con la del Barcelona, la del Real o ahora con la número 30 de Messi. ¡Y con la pasión y la historia que tienen nuestros clubes! Para ellos ver que un hermano africano consigue llegar hasta allá arriba los inspira, sirve para mantener la llama, para creer, para que continúe la lucha. Esos jóvenes que enfrentan mil adversidades necesitan tener referentes. Alrededor de un viejo televisor siempre encontrabas cuarenta o cincuenta personas mirando un partido.
Imaginate –me relata sin parar, aunque cada vez con menos vigor– muchos familiares vendieron hasta su casa, sus pobres posesiones. Llegamos a cobrarles hasta cinco mil euros por viaje, obvio que a estos los poníamos en un avión, otros eran transportados de cualquier manera. Me ofrecieron todo tipo de servicios, hasta sexuales. Lo que se te ocurra, con tal de que hiciéramos triunfar a la esperanza local, más al saber que fui el intermediario que llevó al estrellato a Buba y tantos otros.
Luego se distorsionó todo. Cada vez eran más jóvenes y menos adaptables. ¿Sabés lo que pasa por esas cabecitas cuando los sacás de la inmensidad de la sabana y de comer acuclillado y con la mano; salteado y lo que sea, lo que puedas conseguir; a instalarlo en países confortables, pero con nieve, a subirlos a un avión o en el ruido y gentío del metro subterráneo? Eso en los mejores casos, porque a otros…
¿Tenés idea de a cuántos trajimos escondidos hasta en contenedores, o como polizones en barcos pesqueros? O les hicimos cruzar el Mediterráneo en pateras, en balsas, de cualquier forma. Hacinados. No muy diferente a lo que hacían siglos atrás los barcos negreros. Ya sé, esto era menor, trayectorias más cortas. Aquello fue abyecto –me dice mientras noto que trata de tomar aire–.
Suena creíble, tose, y sigue, necesita sacar toda esa porquería afuera. Tal vez sienta que es el final, su final.
—Me merezco lo que me pasa, ya te lo dije, venga de quién venga esta maldición –aclara con la voz un tanto quebrada–.
Tal vez Dios exista –ya sea cristiano o musulmán como la mayoría de ellos–, porque nunca se nos murió nadie ahogado o asfixiado. Vos sos médico, entendés de los peligros que hablo.
Sigue. Metete en esa cabecita. Encima ese pibito que jugaba libre y hacía magia con el balón, se desestabiliza y pierde la gracia. Extraña a su tierra y a su familia. Tiene puestos los increíbles botines con los que soñó en toda su corta vida, la ropa oficial, y patea las mejores pelotas que pueda imaginarse. Pero acá debe adaptarse a esquemas más rígidos, a entrenamientos aburridos, mucha preparación física. Además están los europeos que tienen sus derechos y ni qué hablar de los sudacas. Ya los conocés: están más curtidos, un uruguayo o uno de los nuestros siempre tiene la guardia alta y va a defender su anhelo contra viento y marea.
Los traíamos de países corruptos y sin mucha infraestructura.
—¿Estuviste en el África profunda alguna vez? –pregunta.
No –le contesto–, apenas una corta experiencia en Sudáfrica durante el Mundial 2010.
Tose, se agita. Espero un rato. Reviso el móvil.
Philippe me insiste: son esclavos modernos, por cada uno que llega, por cada Touré, por cada Drogba, por cada Eto’o, por cada Sadio Mané hay miles que quedan varados en Europa. ¿Haciendo qué?
Pienso en el chofer ghanés de días atrás.
¿Sabés cuántos de ellos terminan como camellos vendiendo drogas? O distribuidores de poca monta. ¿O peor, prostituyéndose como taxi boys?
De última y en el mejor de los casos son los típicos manteros, que tratan de venderte sus productos en algún sitio lleno de turistas y atentos a que la policía o algún guardia no los corra, les incauten las mercaderías o, lo que es peor, aprovechen para deportarlos.
Tose, carraspea, le cuesta, pero sigue, no lo puedo hacer callar, necesita sacar todo eso que tiene guardado.
¿Y por qué cualquier destino es mejor? Porque no quieren o no pueden volver derrotados, fracasados, a su pueblo. Se fueron para volver como estrellas, como semidioses y con dinero, con fortuna. No les pueden decir a sus padres o amigos que no sirvieron, que no llegaron, que fracasaron. Para la mayoría de los africanos la ecuación es simple: Europa más fútbol es igual a éxito. No hay vuelta atrás. Son la esperanza de los desposeídos.
Ven a Mané o a Salah, que triunfan y luego ayudan a cientos, a miles de personas y a sus comunidades, y aguardan el mismo resultado. Cómo les explicás que esos casos son la excepción a la regla, que no es lo normal.
No creas que en muchos lugares de Sudamérica y de nuestra Argentina es muy diferente, pero esto es más básico, más fuerte, más tribal.
El reloj atrasa en África, o al menos las agujas parecen moverse más lentas. Además, a la gran mayoría de estos pibes les quitábamos los documentos, no saben ni cómo manejarse. Algunos vienen de grandes capitales como Lagos, Accra o Dakar, pero la mayoría de estos talentos libres vienen de la inmensidad, de pequeñas aldeas o tribus en donde juegan en un descampado desde que sale el sol hasta que se pone.
Ya no pueden volver. La trampa perfecta.
Ahora se le quiebra la voz. No sé si está sensible o agotado. Dista mucho de ser el argentino canchero y sobrador de siempre. Se duerme profundo.
☛ Título: Leones y manteros
☛ Autor: Juan Pablo De Luca
☛ Editorial: Librofútbol