La historia de las mujeres es indispensable y esencial para su emancipación. Llegué a esta convicción tanto en el terreno de la teoría como de la práctica luego de investigar, escribir y enseñar historia de las mujeres durante veinticinco años. ( )
Sin embargo, la mayor parte de las obras teóricas del feminismo moderno, desde Simone de Beauvoir hasta el presente, son ahistóricas e indiferentes a los estudios históricos feministas. Esto resulta comprensible en los primeros días de la nueva ola del feminismo, cuando eran escasos los estudios sobre el pasado de las mujeres, pero en los años 80, cuando hay abundantes y excelentes trabajos dentro de la historia de las mujeres, persiste la distancia entre los estudios históricos y la crítica feminista en otras áreas. Dentro de campos como la antropología, la crítica literaria, la sociología, la ciencia política y la poesía se han hecho trabajos teóricos que se apoyan en la historia, pero la contribución de especialistas en la historia de las mujeres no llegó a formar parte del discurso común. Creo que las razones van más allá de la sociología de las mujeres que hacen crítica feminista y más allá también de los límites de su bagaje y práctica académica. Las razones se encuentran en la muy conflictiva y problemática relación de las mujeres con la historia.
¿Qué es la historia? Debemos distinguir entre el pasado sin registro, todos los eventos del pasado que recuerdan los seres humanos, y la historia, el pasado registrado e interpretado.
Al igual que los hombres, las mujeres son, y siempre han sido, actores y agentes en la historia. Puesto que ellas representan la mitad de la humanidad, y a veces más de la mitad, han compartido desde siempre el mundo y el trabajo de manera equitativa con los hombres. Las mujeres no fueron de ninguna forma marginales, sino que han sido, y son, centrales, en la construcción de la sociedad y la civilización. También contribuyeron, junto con los hombres, en la preservación de la memoria colectiva, la que convierte el pasado en tradición cultural, crea un vínculo entre generaciones y conecta el pasado con el futuro. La tradición oral se mantuvo viva en los poemas y los mitos creados tanto por hombres como por mujeres y preservados en el folclore, en el arte y los rituales.
Construir la historia es, por otro lado, una creación que se remonta a los tiempos de la invención de la escritura en la antigua Mesopotamia. Desde la época de las listas de reyes de la antigua Sumeria en adelante, los historiadores, ya fueran sacerdotes, sirvientes del rey, funcionarios y clérigos o pertenecientes a la clase profesional de intelectuales con formación universitaria, han seleccionado los eventos a registrar y los han interpretado para darles significado e importancia. Hasta hace muy poco tiempo, estos historiadores eran hombres y lo que registraron fue aquello que los hombres hicieron, experimentaron y consideraron destacable. A esto lo llamaron “Historia” y le atribuyeron un carácter universal. Aquello que hicieron y experimentaron las mujeres no fue registrado y su interpretación ha sido dejada de lado. Hasta hace poco, los estudios históricos solo veían a las mujeres como marginales en la construcción de la civilización y para nada esenciales dentro de lo que definieron como “históricamente importante”.
De esta forma, aquello que fue asentado e interpretado del pasado de la raza humana es apenas un registro parcial, puesto que omite el pasado de la mitad de la humanidad. Además, está distorsionado, ya que cuenta la historia tan solo desde el punto de vista de la mitad masculina de la humanidad. Atacar este argumento, como a menudo se ha hecho, diciendo que también hubo muchos grupos de hombres –posiblemente la mayoría– que fueron eliminados durante largo tiempo del registro histórico a causa de las interpretaciones prejuiciosas de los intelectuales que actuaban en representación de los intereses de las pequeñas elites poderosas, es evitar la cuestión. Un error no cancela el otro: hay que corregir ambos errores conceptuales.
Cuando los grupos que en un primer momento fueron subordinados, como el campesinado, los esclavos o el proletariado, ascendieron a posiciones de poder, o al menos fueron incluidos en la política, sus experiencias pasaron a formar parte del registro histórico (o sea, la experiencia de los varones de estos grupos, puesto que las mujeres, como siempre, fueron excluidas). Tanto hombres como mujeres sufrieron exclusión y discriminación debido a su clase, pero ningún hombre ha sido excluido del registro histórico debido a su sexo, mientras que todas las mujeres, sí.
Se ha impedido que ellas contribuyeran en la escritura de la historia, es decir, en el ordenamiento e interpretación del pasado de la humanidad. Puesto que este proceso de dar sentido es esencial en la creación y perpetuación de la civilización, podemos ver que la marginación de esta actividad nos ubica en una posición única y aparte. Somos la mayoría y, sin embargo, entramos en las instituciones sociales como si fuéramos una minoría.
Si bien las mujeres han sido victimizadas por este y otros aspectos de su larga subordinación a los hombres, sería un error conceptualizarlas esencialmente como víctimas. Esto oscurece lo que debería asumirse como obvio respecto de la situación histórica de las mujeres, que es que ellas son esenciales y centrales en la creación de la sociedad, que son y siempre serán actores y agentes de la historia. Las mujeres han hecho historia y, no obstante, se les impidió conocer la suya e interpretar la historia, tanto la propia como la de los hombres. Han sido sistemáticamente excluidas de la empresa de crear sistemas simbólicos, filosofías, ciencia y leyes. No solo fueron privadas de la educación a lo largo de la historia en todas las sociedades, sino que también fueron excluidas de la formación de teorías. He llamado dialéctica de la historia de las mujeres a esa tensión entre la experiencia histórica real de las mujeres y su exclusión en la interpretación de esta experiencia.
*Autora de La creación del patriarcado, Paidós. (Fragmento)