DOMINGO
A qué va a jugar la Selección de ahora en más

La cabeza del Patón

Edgardo Bauza acaba de ser nombrado al frente de la selección de fútbol. El periodista Ariel Ruya mantuvo varios días un apasionante diálogo con un hombre que cree que “jugar bien, en el fútbol, es lograr el equilibrio: saber atacar y saber defender”. El método Bauza se mete en el cerebro y el corazón de un hombre futbolero, y traza en cada capítulo un concepto de su forma de ver nuestro deporte nacional.

Bauza libro
Ese es su estilo. No hay más vueltas: defender primero, atacar más tarde. Pero hay una trampa. O, tal vez, otra declaración de principios. Todo depende del material disponible, del plantel. | cedoc
Sus ideas flotan en el aire. Y vuelan con su propio lenguaje.
“Hay una corriente moderna, dentro del periodismo, y sobre todo también en la camada de los entrenadores nuevos, los jóvenes, como Marcelo Gallardo, como Rodolfo Arruabarrena. Y como tantos otros. La flamante generación piensa que el fútbol de hoy es muy vertical, que poner mucha gente en ataque les va a garantizar ganar un partido. Y el periodismo se enrola ante este nuevo escenario, porque lo reconoce más atractivo; ante la vista resulta menos aburrido”.
Bauza analiza el contexto y lo combate con un lápiz y un papel. Con garabatos tácticos. Cree –está seguro– que en este deporte la verdad no la tiene nadie. O sí: “El que gana, el que triunfa; pero la victoria no es de larga duración, no se la puede sostener en el tiempo, porque no se puede ganar siempre”.
Lo que le enseñó la vida, un aprendizaje que se nutre desde las calles bravas de Granadero Baigorria, con filósofos en las cortadas, es que el fútbol tiene dos facetas que deben reconocerse, amigarse. “Dos importantes, igual de valiosas: defender y atacar. El arte de evitar y conseguir”.
Regla número uno, prólogo esencial de su pensamiento: un equipo que sabe atacar y no sabe defender es muy difícil que celebre la victoria. Y sigue: “Un conjunto que sabe defender y no sabe atacar, también. Todos los equipos que lograron cosas saben a la perfección el sentido de las dos variables. En esa lucha de atacar y defender hay varias posturas. Hay equipos que, como el Barcelona de Guardiola, se defendían con una presión altísima, con una línea de cuatro defensores que lograba achicar los espacios. Un equipo corto, que se defendía muy bien, recuperaba la pelota rápido y tenía un desequilibrio fenomenal, con Messi a la cabeza. La presión lo llevaba a ganar los partidos”.
Hay otros caminos. El Patón prefiere la obra de Rafael Benítez, el ex técnico del Real Madrid. Una formación equilibrada, que sepa defender y que sepa atacar con mucha gente. Bauza se cree víctima de un complot dialéctico en su contra: señalado como mezquino, defensivo. Que San Lorenzo, su ex equipo, no solía atacar. Que despreciaba la belleza. En una primera etapa se defendió. Con el tiempo, comprendió que la lucha con los medios la estaba perdiendo en el primer batallón de salida. Y lo tomó para la broma. Al fin de cuentas, lo primero es la salud. “Ahora digo boludeces, que los jugadores no me hacen caso, que les pido que no pasen la mitad de la cancha y que hacen lo que quieren”, recitaba con sus propias palabras. Permanece sosteniendo que los que saben verdaderamente de fútbol, aquellos que saben analizarlo, reconocen en San Lorenzo (que no es otro asunto que su ideología arrojada en un campo de juego) a un equipo equilibrado, complejo, al que no le generaban múltiples situaciones de riesgo y que cuando advertía ocasiones de peligro, golpeaba, lastimaba. Ese es su estilo. No hay más vueltas: defender primero, atacar más tarde. Pero hay una trampa.
O tal vez otra declaración de principios. Todo depende del material disponible, del plantel. De habilidades e inteligencia interna. El hombre sabe que si San Lorenzo no hubiese tenido la riqueza técnica, se habría defendido mucho más. “Más y mejor”, repite, por si algún parroquiano agranda los ojos saltones. “Defenderse no es una mala palabra. Sobre todo si no tuviera las posibilidades de creación con las que contaba el Ciclón. ¿Por qué no se puede obligar a defender a jugadores como Romagnoli, a Villalba, a Blanco, a Cauteruccio? ¿Por qué no?”. No golpea la mesa, pero podría hacerlo. Se enoja, se ofende. “Que alguien me diga por qué no”, repite, martirizado. Cuando los hábiles y velocistas atacan, que pasen todos al ataque. Y en la siguiente jugada, que (casi) todos respalden la contención. El vaso medio vacío y a medio llenar. Todo y nada a la vez.
Conceptos que aprendió con el tiempo. Durante toda su vida. Cuando un conductor encuentra un equilibrio en el equipo, realmente el vocablo equilibrio, es decir, defender bien y atacar bien, crea un muy buen equipo de fútbol. Otro secreto guardado bajo seis llaves que exhibe la luz. Cuando jugaba, se iba al ataque siempre y resulta que él era defensor. Pero se quedaban otros para respaldarlo en la cueva, como Cornaglia, como Sperandío. No cruzaba la mitad de la cancha, lanza y garrote en mano, así porque sí. Había relevos.
No hay vueltas en la vida ni en el fútbol. Y si las hay, Bauza las canaliza sin misterios, sin doble lectura, sin moralina. Verba barata, para los otros: a él sólo lo tranquiliza ganar. El triunfo es la búsqueda, desconfía de la metáfora de las formas, de la ideología por sobre el resultado. Se juega para ganar, lo otro es una mentira maravillosa, un canto de sirenas para oídos sensibles. Todo lo que un entrenador arma, proyecta, planifica, la estrategia, la táctica, la metodología, es para ganar. Y para triunfar, hacen falta mecanismos en un equipo para que funcione bien. “Hay varias formas: la tenencia de la pelota, como los equipos de Guardiola, de Ancelotti, que construyen su idea desde la tenencia, un arma letal. Pero tienen jugadores que lo respaldan. Hay otras teorías, como la de Sampaoli, como la de Bielsa, en las que arman elencos muy verticales, que van para adelante, que lastiman. Pero son vulnerables: hay que cortarlos en mitad de la cancha para obligarlos a jugar en el mano a mano en el último tramo del campo”.
Todos los estilos tienen luces y sombras. Los gustos pueden transformar pensamientos. “En eso yo estoy en contra, sobre todo, del periodismo. Si un equipo hace seis pases, arroja un centro atrás y define con sutileza, es un equipo de culto. En cambio, si ese otro conjunto envía un pelotazo, baja el balón el número 9 de cabeza y entra otro y consigue el gol, no sirve, se lo acusa: porque juega al pelotazo. Nadie tiene la verdad, no está escrito cómo se tiene que ganar. De acuerdo con tu mentalidad y con el equipo del que se dispone, hay que encontrar los mecanismos para la búsqueda del triunfo”.
Con anécdotas personales, con miradas puntuales, resultan más gráficos sus pensamientos. Vuela en el tiempo, a enero de 2014. Para comprender su lenguaje no siempre hay que desclasificarlo: a veces es más contundente una frase exacta, de su puño y letra. “Cuando llegué a San Lorenzo, por ejemplo, antes de firmar, vi los 19 partidos del equipo que había salido campeón con Juan Antonio Pizzi. Vi todo, rebobiné, repetí. Y llegué a una conclusión: este equipo ataca muy bien y defiende muy mal. Entonces, llego con esa idea. Y hablo con los líderes y les planteo mi observación: hay que defender más y mejor. Se enojan y me dicen: ‘No, Patón… si nosotros hacíamos seis o siete goles antes, hubiéramos salido campeones antes, sin angustia, como ocurrió’. Y yo les contesté: ‘Si les convertían cinco o seis menos, también’. Y se los mostraba, cómo les marcaban los goles, por qué habían quedado mal parados. Los que arriesgaban de más. Cuando ganaban y después perdían ese mismo partido. Trabajamos sobre eso. Y cuando se dieron cuenta de que encontraron la solidez primero y los resultados más tarde, y comenzaron a sentirse más seguros… se dijeron ‘bueno, esto funciona’…”.
“Quizás el estilo de San Lorenzo no tuvo la impronta de lo que les gusta a algunos, con un juego más vertical. Nosotros, como cuerpo técnico, hicimos un análisis exhaustivo del plantel que teníamos y empezamos a utilizar la táctica de acuerdo con eso. Creo que fue mi mejor decisión desde el día que llegué hasta el día que me fui del club”.
“Trato de que mis grupos sepan a qué jugamos. Que tengan bien claro en la cancha lo que tenemos que hacer. Prefiero que mis equipos sean equilibrados y que sepan defender y atacar; para mí, ambas facetas son muy importantes. Un equipo que ataca mal no puede ganar nada. Nada, nada. Ni hablar si encima defiende mal”.
“Nadie tiene la verdad. Me parece que cada técnico trata de hacer con sus jugadores lo que mejor entiende que es bueno para su grupo, no hay uno que quiera perder. Yo prefiero que mis equipos sean equilibrados. Que ataquen cuando tienen que hacerlo, pero defender es muy importante”.
“Cada vez que mi equipo pierde me hago mucha mala sangre, y cuando analizo los partidos y veo errores que volvemos a cometer me provoca angustia. Y reconozco que muchas veces la culpa es mía. Lo más complicado que tenemos los técnicos son las elecciones que hacemos a diario. Tanto para una práctica como para una metodología, quiénes serán los titulares, en qué sector de la cancha nos vamos a parar y tantas más. A veces me equivoco, y eso me da mucha bronca.
—¿Qué es lo más importante en el fútbol?
—Transmitir una idea que llegue al jugador. Y lograr resultados. La planificación siempre apunta a tratar de ganar.
“La idea que vos tirás puede tener dos caminos. Uno es si conseguís el resultado rápidamente y el jugador entiende que es el camino mejor, porque tiene un argumento irrefutable, que es la victoria; el otro es la palabra, que debe ser muy buena y llegar hasta las entrañas. Me junté con los líderes; Romagnoli fue al que más le costó el cambio de mentalidad. Yo le insistía: no necesito que vos quites veinte pelotas, yo preciso que te vengas a esta zona (grafica imaginariamente una posición cercana entre los antiguos número 8 y número 5) y nada más, que les puedas achicar los espacios a Mercier y a Ortigoza, achicar veinte metros la cancha. Y después, hacé todo lo que quieras. Así hice con Piatti, con Villalba. Yo no pretendo que los volantes ofensivos se transformen en defensores, lo que quiero es que achiquen los espacios para los que están preparados para robar las pelotas; luego se las van a dar a ellos”.
Palabras, resultados y horas de trabajo. Algo así como el convencimiento primero y el argumento más tarde, con un respaldo de dedicación, repetición, esfuerzo. Un camino a largo plazo: no todos creen hoy en el final de la autopista. Unos cuantos quedan varados en la carretera de la inseguridad, en el peaje del confort.
Para transformar la realidad, para convencer al ateo, para gobernar en el desierto, entre tantos otros argumentos, hay que laburar. Dejar el traje en el sillón. Arremangarse, no esconderse en la fila de los haraganes crónicos.
No sólo se ejercita la táctica, la pelota parada, la marcación en zona. También el ímpetu, el exceso, las revoluciones. Lo humano más allá de lo futbolero.
Alguna vez Carlos Griguol, su maestro, el entrenador y docente que lo hizo debutar en Primera, le confesó, mientras le caían hilos de sudor por las entrañas, que una buena defensa debía llevar horas de trabajo. Para que sea perfecta. Días y noches. Que se entienda, que hable, que uno vaya y otro regrese. Ocupar los espacios, mecanizar los relevos. En San Lorenzo, reconoce, sumó más de noventa horas de dedicación. Es lo primero que hizo apenas se presentó en el Bajo Flores, con la efervescencia enloquecida de todo el escenario, que le escupía en el rostro: “Hay que ganar la copa, hay que ganar la copa de una buena vez”. Y construyó la base de la solidez en el orden, una palabra que no denigra a nadie, ni siquiera a los amantes de las libertades.