Los argentinos solemos pecar de ombliguismo y en muchos casos intentamos explicar todo lo que le ha pasado a la Argentina a partir de un fenómeno singular e inexplicable llamado “peronismo”, lo cual es ridículo, al menos desde mi punto de vista. Y esto no es algo que se me haya ocurrido a mí, sino que lo percibimos muchos argentinos que vemos el país desde fuera y aun desde dentro. Si analizamos la geopolítica global, podemos ver que el peronismo tiene un encuadre típico para el incipiente mundo bipolar de posguerra. Eramos parte integrante y pujante de los países del llamado “Tercer Mundo”, que originalmente eran los países que suscribían la tercera posición, es decir, aquellos que no se alineaban ni con los yanquis ni con la Unión Soviética. En ese contexto se dio un fenómeno, el de los populismos terceristas, que iba de los nacionalismos populares latinoamericanos a los árabes, o al nacionalismo popular de la India, todos los cuales tenían ciertas características comunes: en cuanto a la política socioeconómica, eran socialdemócratas, promotores del Estado de bienestar, partiendo de la base de que la socialdemocracia antes de las crisis del petróleo defendía postulados que al día de hoy resultarían casi revolucionarios; pero con un componente popular que no se daba en las socialdemocracias europeas y que reafirmaba la independencia de esos Estados nacionales frente al imperialismo occidental o al imperialismo soviético.
Como decía, la historia avanza como fruto de múltiples y multidimensionales dinámicas geopolíticas, de las cuales Argentina evidentemente no escapa; no podemos sustraernos de ellas a la hora de analizar la realidad nacional. Sin embargo, insistimos en explicar nuestra historia fuera de ese contexto global. En ese marco, el peronismo fue un populismo tercerista, incluso con potencial para liderar ese espacio geopolítico; también por eso derrocaron al General antes de que fuera demasiado tarde. Y, más allá de los cuellos de botella estructurales con los que ya se había encontrado el modelo peronista, nos hundieron porque Argentina reunía algunas características inaceptables para las superpotencias. Nos estábamos convirtiendo en una incipiente potencia industrial-tecnológica de vanguardia, que además contaba con una amplísima gama de recursos naturales propios. Estábamos totalmente liberados del yugo de la deuda externa, siendo incluso acreedores de países como Inglaterra, en vez de deudores debilitados. A lo cual habría que sumar, ya en el colmo de la insolencia tercerista, que éramos una potencia y una usina académico-cultural de avanzada a nivel mundial. Todo esto en su conjunto nos convertía en una seria amenaza, comandada por un político populista de irrenunciable vocación soberana. Es decir que, a fin de cuentas, estábamos atentando peligrosamente contra las tres grandes herramientas que eternizan la dependencia del Sur: la esclavitud financiera, la subordinación tecnológica y la colonización cultural. Y es evidente que no nos lo iban a permitir alegremente (...)
Entonces, propalar desde Argentina que el peronismo tiene mil caras me parece una falacia discursiva intencionada. Del mismo modo en que en los años 60 y 70 emergen posiciones de izquierda revolucionaria en el peronismo tras el Concilio Vaticano II, la Revolución cubana, etc., la faceta liberal menemista se da cuando se impone el espejismo de un capitalismo financiero ganador ad eternum, no nos engañemos. Y este fenómeno global-transversal deriva de una crisis del orden mundial establecido –situación peligrosa si las hay– de la cual todavía no hemos salido, aunque estemos en otra fase. En Argentina, sin ir más lejos, esto también afectó y afecta (¡de qué manera!) a la UCR y hasta al progresismo.
En suma, en términos ideológicos, el General era ante todo un tipo de sentido común, con una muy alta capacidad exegética respecto del sentir popular, además de un gran estratega, un hacedor y un visionario. Hace más de cincuenta años tenía claro que había que superar los combustibles fósiles y proyectaba la producción y masificación del auto eléctrico (...).
Por eso pervive el peronismo hasta el día de hoy: porque está más cerca de ser el sentido común del pueblo argentino que de conformar una ideología dogmática, estática y universal. Pervive porque generó cambios estructurales profundos, porque elevó los estándares de vida de las masas en muy poco tiempo, y esas cosas dejan marcas indelebles en la memoria de los pueblos. Una inmensa cantidad de familias, una mayoría social, pasó del abandono a tener trabajo digno, vacaciones pagas, aguinaldo, vivienda, educación y salud de excelencia, amén de otros tantos avances. Pero, centralmente, pervive porque generó una identidad sociopolítica y cultural. El peronismo encarnó al pueblo con su identidad esencial, sumergida, en un país joven y estallado de inmigrantes y excluidos. Lo visibilizó, lo dignificó y lo invitó a convertirse en protagonista de su propia historia. Y esa identidad política que convoca el peronismo es compleja y policlasista, pero basada en el pueblo trabajador; por eso es, ante todo y principalmente, mayoritaria. Idiosincráticamente abarcó a los criollos y a los migrantes del interior, de los países limítrofes e incluso de los europeos, que en muchos casos pasaron de ser desheredados de sus tierras de origen a comerciantes y hasta industriales nacionales.
De todos modos, es remarcable la diferencia que se da entre el peronismo como sentir popular y el peronismo como aparato de poder. A lo largo de nuestra historia se fue produciendo una burocratización del Movimiento, que cristalizó en el aparato por todos conocido. Aparato que no abarca a todo el partido, pero que muchas veces lo excede y que desvinculo de la genuina pulsión popular peronista (en mi estricto parecer). Sin embargo, tal aparato suele mostrarse efectivo en cuanto al voto popular. Es decir que ese sentimiento soberano, independiente y emancipatorio del peronismo puede ser cooptado y utilizado como herramienta de poder, aunque, en mi opinión, siempre de forma eventual y transitoria.
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A un extranjero le explicaría el peronismo como un fenómeno eminentemente popular de la periferia occidental, de tipo movimientista y con el trabajador como sujeto protagónico central; basado en un pensamiento humanista –influenciado por la doctrina social de la Iglesia– y en un nacionalismo soberanista frente a las injerencias externas; apoyado en un Estado fuerte y benefactor frente a los excesos corporativos. Todo ello fue posible partiendo de un país preperonista que ya contaba con las condiciones naturales, materiales y políticas de una potencia regional, embarcado en una incipiente industrialización y con mucha riqueza acumulada tras la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto, apareció Perón y en menos de diez años consagró la mayor transformación social y estructural (para mejor) ya no de Argentina, sino de todo país que yo haya llegado a estudiar, en tan corto período de tiempo y siendo una nación del Sur.
Respecto de Evita, figura ineludible a la hora de exportar el peronismo, no sólo para nosotros…, siempre tiendo a imaginarme qué hubiera sido del Movimiento sin su temprana muerte. Y sí, evidentemente, el fenómeno peronista es inexplicable sin ella: sólo con Perón no se hubiera dado tal como lo conocemos. Sin ella algunas cosas no habrían ocurrido, es indudable.
Por supuesto, Evita no es la condición necesaria del peronismo, pero sí su condición suficiente. Es el alma que dota de sensibilidad al movimiento popular y al mismo tiempo, el canal de expresión que encuentra el malestar del pueblo. Si Evita hubiese vivido unos cuantos años más allá de 1952, muy probablemente la historia del peronismo y de Argentina habría sido otra. Y seguramente habría sido mejor, cuando menos para los humildes.
Peronismo, kirchnerismo y francisquismo
Después de la traumática experiencia menemista, finalmente volvió a surgir una expresión nacional-popular y anti o posliberal del peronismo, que es lo inherente a nuestra doctrina y que fue claramente expresado e interpretado por el kirchnerismo. E incluso creo que el actual gobierno no va a retroceder a lo que fue su anterior y vergonzante etapa. En términos históricos, Néstor y Cristina recuperaron la dignidad argentina, no sólo revirtieron la larga noche neoliberal.
Siempre tuvimos las condiciones naturales y materiales para consolidar un liderazgo nacional de ámbito regional, así como también de alcance Sur-Sur, razón por la cual las potencias occidentales pusieron especial énfasis en destruirnos. El mismísimo Churchill llegó a decir que haber derrocado a Perón era una de las mayores glorias del Imperio británico y que con el mismo empeño se asegurarían de que sus herederos no pudiesen volver a gobernar. Gracias a Dios, pareciera ser que estos últimos doce años de gobierno han acabado con el sueño del Hombre del Puro.
Sin embargo, lo anterior no quita que se hayan cometido errores, que queden cosas por hacer ni que haya algunas sinergias negativas o procesos de descomposición que no se pudieron o no se supo dar vuelta. Para nada me cabe la idealización exacerbada y desfasada de la realidad (nuestra única verdad), ni del kirchnerismo ni del peronismo ni de nada. De hecho, el liberalismo individualista sigue entre nosotros. En Argentina, en América Latina y en todo el mundo. Sigue vivito y coleando, sobre todo en los usos y costumbres socioculturales; y seguramente esta es su mayor victoria. En este sentido, el papa Francisco encarna la luz de la esperanza, no sólo para nosotros, sino para todo el mundo. Y con respecto al Movimiento, también encarna la posibilidad de reactualizar la doctrina peronista al siglo
XXI. En ese sentido y a la expectativa del rol de Cristina después de dejar el gobierno, creo que el lúcido pensamiento de Francisco debe ser el vector evolutivo de nuestra doctrina para el siglo XXI.
En este marco, la despedida de Cristina no implica un agotamiento del kirchnerismo y aún menos del peronismo, pero sí que se está agotando una etapa que nos lleva al recambio de los liderazgos institucionales de forma obligada, razón por la cual, justamente, apuntamos a generar una síntesis peronista armoniosa para el siglo XXI, que permita a la izquierda peronista sentirse nuevamente parte del Movimiento en su forma institucional, compartiendo espacio con otros sectores de corte ortodoxo, pero barriendo de ese espectro al liberalismo, que es el gran mal ya no del peronismo, sino de todas las expresiones populares y progresistas del mundo. Esta síntesis incluso abarca a otros espacios políticos menores, no peronistas pero populares, progresistas y no “gorilas”. En el peronismo se dieron genuinamente dos interpretaciones parcialmente contrapuestas: una antiliberal ortodoxa y otra de izquierda latinoamericanista. Sin abundar en demasía al respecto, me parece un proceso muy sano que el peronismo en su totalidad dé por superada su etapa liberal y que se vuelva a un
esquema en el cual, por decirlo de alguna manera, se reinstitucionaliza la entrada al Movimiento de la izquierda peronista; así como me resulta igualmente sano que buena parte de los demás sectores justicialistas abandonen el liberalismo, para retomar postulados que no son estrictamente izquierdistas pero que, en el mundo actual, te giran o te posicionan a la izquierda por el sólo hecho de ser posliberales.
En este sentido, creo que el esquema de fórmulas que se está generando ahora representa una gran oportunidad histórica para el Movimiento, en tanto y en cuanto permite aunar en un mismo espacio a sus dos tendencias históricas e incluso sumar nuevos actores. Si el peronismo del siglo XXI, con la impronta kirchnerista y del papa Francisco, logra esta “síntesis evolutiva” y se consolida como alternativa soberana y popular, no creo que
haya nada a la izquierda que pueda superarlo.
En el espacio que va del centro a la izquierda no habrá nada mejor que esta síntesis que hoy estamos construyendo, si, como digo, se consolida. Y, si esto ocurre, la derecha lo va a tener difícil siempre, aunque gobierne también. De todos modos, los argentinos como nación nos debemos un
acuerdo fundamental que defina cuál es nuestro mínimo común denominador: para sembrarlo, cultivarlo, cuidarlo, cosecharlo; para que, en el marco de la diferencia, inherente a la política, consolidemos las coincidencias.
Eso es construir patria, en mi humilde opinión.