Es el año 2014. Un viernes del mes de marzo, cuando se profundiza la diferencia entre el calor agobiante del día y la frescura y alivio que da la noche, justo el día que empieza el otoño, Belén empieza con unos dolores fuertes en el abdomen. No se anima a comentar nada en la Cooperativa porque no le gusta irse antes de hora ni tampoco llamar la atención. Trata de conseguir un calmante entre sus compañeros de trabajo pero nadie tiene. A las siete de la tarde va hasta la parada de colectivo casi doblada de dolor, rumbo a su casa. Cuando llega le dice a su mamá que no se siente bien, así que se va a acostar en el cuarto que comparte con dos de sus hermanas. Se tiende en la cama y el descanso no logra calmarla. Las puntadas cerca del estómago son cada vez más fuertes.
Después de la peritonitis que dejó el boletín del secundario con dos materias en blanco, Belén tuvo complicaciones por las que tuvieron que volver a operarla. Por eso ahora entra en pánico pensando que es una nueva complicación.
Le pide a su mamá que la acompañe hasta el hospital. La mamá le pide que descanse un rato más, que tal vez así se le pase. Belén intenta calmarse pero no lo logra. Las puntadas que siente son ya calambres. A las 3 de la mañana no puede más de dolor, así que deciden ir hasta el hospital.
—No puedo caminar –le dice Belén a la mamá.
Solo va a poder llegar en taxi. No sabe si es por el dolor o porque de verdad está refrescando, tal vez sea el comienzo del otoño, pero siente frío, así que se pone su campera preferida, la única que es de ella y no heredada de alguno de sus hermanos: una Adidas blanca con florcitas.
En Tucumán, como en muchas partes del mundo, hay dos tipos de hospitales. Los limpios, los que a través de los vidrios se puede ver con claridad, los que tienen médicos y enfermeras para atender a los pacientes que llegan, y laboratorios, aparato de rayos X, ecógrafos, gasas y contención. Y están los otros, a los que va la gente como Belén.
Pasadas las 3 y media de la mañana, Belén y su mamá llegan al Hospital de Clínicas Dr. Nicolás Avellaneda, en el barrio Villa Urquiza. No se detienen a mirar la mole que se levanta como espejo o fortaleza frente al hospital y lo supera en presencia: la cárcel de varones más grande de Tucumán. Todos los que van a ese hospital están acostumbrados.
Hace poco que lo remodelaron y aún así parece viejo y descuidado. Al ingresar a la guardia no las recibe alguien de administración, mucho menos alguien de enfermería. Son dos policías los que franquean el paso y los que le toman el nombre y ordenan la sala de espera. Es también un policía el que pronuncia su nombre cuando llega el turno de que el médico de guardia la atienda.
En la guardia queda anotado que con fecha 21 de marzo ingresa una mujer de 25 años, soltera, con dolor en el abdomen. Presumen que se trata de un cuadro intestinal.
Le hacen una revisación superficial, es impensable que la manden a hacer una ecografía por un dolor fuerte. En los hospitales como el Avellaneda se atienden los síntomas y no las causas, así que le inyectan un calmante y la dejan recostada en una camilla.
El primer médico que la atiende anota abdomen agudo. Resalta: antecedentes de peritonitis, posible complicación.
De cólicos a homicidio
Como la ven muy débil y aún no saben si hay algún órgano del aparato digestivo comprometido, le aplican suero. En la espera va por segunda vez al baño, que queda a más de cien metros de donde está. Allí nota que tiene un pequeño sangrado, como un coágulo. Se asusta un poco pero se siente tan mal que vuelve pronto a la camilla, donde una enfermera la cubre del frío con una frazada. Pasa cerca de una hora y de repente le dice a su mamá:
—Creo que me hice pis.
No era pis, el sangrado empezó a ser una hemorragia. La enfermera ve la sangre y empieza a sospechar que tal vez no sea un abdomen agudo, por lo que llama de nuevo al médico. Recién cuando amanece la trasladan al primer piso del hospital.
El médico que la recibe en Ginecología es José Martín. La revisa y le dice que tuvo un aborto espontáneo y así lo escribe en la historia clínica. Le advierte que van a tener que hacerle un legrado, un raspaje en el útero. Belén se siente en estado de shock.
¿Cómo que un embarazo? ¿De qué le hablan?
No tiene tiempo de reaccionar. Empiezan a preparar el quirófano. En el momento en el que la están por llevar y mientras ella quiere hacer preguntas sobre qué le van a hacer, entra una mujer policía a los gritos al piso de la sala. En medio del desconcierto escucha que la policía pregunta si hay alguna paciente que haya ingresado con hemorragia, porque acaban de encontrar un feto en el baño en el otro extremo del hospital. El médico no duda y le entrega la historia clínica de Belén.
La trasladan al quirófano mientras llora. Está extenuada y dolorida. También tiene miedo. La mujer policía la mira recostada en la camilla. Cuando se aleja anota “homicidio” en la historia clínica.
Historias de estación
Cada persona en la estación de tren esconde una historia que no siempre estamos preparados para conocer.
Hay una mujer de unos 30 años en un puesto de venta de ropa en Constitución. Lleva su pelo lacio largo atado y un pañuelo rosa en el cuello. Ese abril no se vende demasiado a causa de la crisis así que puede ver tranquilamente desde el celular el debate por la legalización del aborto en el Congreso de Buenos Aires. Cuando habla la abogada Soledad Deza sobre el caso Belén sube el volumen.
“Vivo en Tucumán. Soy abogada y feminista, y vengo de una provincia que tuvo encarcelada a Belén durante 29 meses a consecuencia de haber sufrido un aborto espontáneo dentro de un hospital. Luego ella fue liberada por el movimiento de mujeres”. Marina, la vendedora del local de al lado, escucha y le dice:
—No sabía que en tu provincia había pasado eso. Pobre piba. ¿Vos la conocías?
—No, viste que la provincia es grande –responde la joven, que desde que está en Buenos Aires volvió a usar el nombre real, el que usaba el día que la encarcelaron unos cuatro años atrás. Aquí en Buenos Aires nadie sabe que ella es Belén.
Está esperando que se haga la hora de salir para encontrarse con Soledad, su abogada. Le trajo la sentencia definitiva de la Corte de Tucumán, que la declara absuelta en la causa por la que permaneció más de dos años presa en una cárcel de las afueras de San Miguel de Tucumán. Belén necesita la sentencia porque en el Registro de Reincidencias aún figura con antecedentes penales. Si no se los borran, le va a costar conseguir un trabajo mejor.
A esa hora de la tarde ya están hablando en el mismo salón del Congreso en el que habló antes Soledad quienes se oponen a la legalización del aborto. El abogado Máximo Fonrouge, presidente del Colegio de Abogados de la Ciudad, destaca la protección del derecho de la fauna y compara a los embriones con los derechos de los árboles y de los animales. También habla de la tentación hedonista.
Soledad la espera en la esquina de Callao y Rivadavia, frente al Congreso. A Belén lo que menos le gusta de la ciudad son las multitudes, pero le divierten las chicas que llevan pañuelos verdes y están pintadas con glitter. Cuando se encuentra con Soledad, vienen otras mujeres caminando a su lado que la saludan cuando la ven.
—¿Me reconocieron? Yo todavía no quiero que sepan quién soy.
Soledad se ríe y la tranquiliza:
—No, reina, te saludan porque estamos contentas y todas nos saludamos.
Las otras mujeres felicitan a Soledad por su presentación en el Congreso. También comentan el discurso de Claudia Piñeiro que habló antes que ella. Belén calla y escucha. Varias hablan del caso Belén.
Soledad se aleja del grupo y con una sonrisa enorme le dice:
—Mirá, querida, que en este momento se pueda debatir el aborto, en parte es gracias a vos. Tu caso logró que se pudiera hablar de aborto en la Argentina.
Acto seguido se sacan una selfie con la sentencia, que luego ninguna de las dos subirá a sus redes sociales, pero que ambas guardan en la memoria del celular.
Belén no se queda mucho más porque no quiere llegar muy tarde a tomar el tren que la llevará a Lomas de Zamora, donde vive desde hace dos años. Empieza a hacer frío. En el andén recibe un mensaje de su novio:
—Avisá cuando estés cerca que te voy a buscar a la estación. Te preparé guiso de arroz.
Es el 12 de abril de 2018.
No será justicia
El lunes 18 de abril de 2016 a las 10 de la mañana está previsto que se hagan los alegatos. Están para acompañar a Belén su mamá, una hermana, dos tías y Soledad.
Los jueces llegan puntuales. Son Dante Ibáñez, Fabián Fradejas y Rafael Macoritto. También entra el fiscal Carlos Sale. Llega Belén esposada y con custodia. Lleva puesta la misma campera que tenía la noche que fue al hospital. Blanca, con florcitas, ajustada al cuerpo. Como esa noche, a ver si se dan cuenta de que no podría haber llevado puesta esa campera si tenía un embarazo de más de cinco meses. Pero nadie repara en ella.
Toda la atención está centrada en que no están presentes todos los que tienen que estar. Falta la defensora de Belén. Están quienes la van a juzgar y el que la va a acusar, pero no quien la va a defender. Pienso que desde el momento en que llegó al hospital se repite esta situación. Falta quien la defienda.
Pasa media hora y no pueden empezar hasta que aparezca la defensora. El presidente del Tribunal, Dante Ibáñez, se muestra muy molesto y pide a su secretario que busque Grupo Editorial Planeta 79 con urgencia a Norma Bulacio. “No es posible esta demora, estamos todos esperándola a ella”. Mientras, Belén sigue esposada.
Después de un rato llega la defensora y pide disculpas. Comienza su alegato dando por sentado que Belén es cul-pable, pero que “estaba en estado de shock” y que hubiera hecho falta una junta médica para probarlo. Habla del “estado puerperal” en el que actuó su defendida. En ningún momento niega el hecho. Lo reconoce. Pareciera que nunca habló con Belén.
Dice que estaba loca.
“La psicóloga y la psiquiatra estaban frente a una persona que estaba loca, ellas la entrevistaron ese mismo día. Estaba rodeada de médicos y policías”, sostiene.
Para terminar, menciona como cierre “Además, no hay ADN”.
Belén y Soledad se miran. Ninguna de las dos entiende lo que está pasando. Las dos se dan cuenta de que está a punto de cometerse una gran injusticia en esa sala de juicios. Sin ADN es imposible afirmar que existe algo para inculpar. Hasta en las películas se sabe. En el tribunal de Tucumán parece que no.
La defensora Bulacio no aportó en el juicio ninguna prueba para defender a Belén. Ni siquiera una foto de ella de los días previos a que fuera a atenderse al hospital por dolores abdominales, que la mostrara sin panza. Bastaba con ir a su página de Facebook para encontrar esas fotos. Belén se lo había dicho. Ni ella ni ninguno de los que estaban a punto de decidir sobre Belén se interesaron en ver la prueba que tenían más a mano que demostraba que un par de días antes de la visita de Belén al hospital no había ningún signo de embarazo avanzado.
Cuando llega su turno, el fiscal Sale cita la Convención Internacional de Belém Do Pará. Se trata de un acuerdo internacional para prevenir, sancionar, castigar, combatir todo lo que sea violencia contra la mujer. Pero no la cita para defender a Belén, sino a un feto.
El fiscal pide una condena de 14 años de prisión por “homicidio agravado por el vínculo y con alevosía”.
Es el turno de Belén. Sabe que es la única oportunidad que tendrá de que por fin la escuchen. Habla para los jue-ces, pero también para su defensora, que hasta ese momento no la escuchó. También hablará para su familia. Ojalá las tías le cuenten a su papá lo que está por decir. Soledad está ahí para escucharla.
“Antes que nada, le quiero decir que yo no sabía que estaba embarazada, no me pueden decir que yo cometí semejante atrocidad. ¿Cómo pueden decir que corté el cordón? Es imposible cortar un cordón, presencié el parto de mi sobrino. Me pusieron un calmante por una vía; y cuando me despierto, estaba llena de sangre, un empleado policial me estaba mirando mis partes. ¿Dónde hay un ADN que diga que es mi hijo? Me sentí dos años de mi vida lejos de mi familia; estuve cinco días internada en el hospital ¿y dicen que hice eso? Yo no hice daño a nadie, ellos no me preguntaron ni cómo estaba y si necesitaba ayuda. Las psicólogas se arrimaron, cuando me llevaron a la sala de partos no me cuidaron, después entró una empleada y me empezó a tratar mal como si fuera una asesina, me acusan sin pruebas, se defiende”. En ese momento alza la voz, mira fijo a las caras de los jueces que ya la condenaron, y los interroga: “¿Dónde están las pruebas que digan que soy una asesina, como piensan que soy?
Hay un solo juez que ante esta pregunta baja la mirada. Es Ibáñez.
“Yo necesito estar con mi familia, desde el primer día me alejaron. Lo único que pido es que me tengan piedad, estoy destrozada. Ver a mi mamá que se va del penal, a mi sobrina, ¿Cómo piensan que yo voy a matar a alguien? Nunca hice daño a nadie, no me pueden acusar de semejante cosa. Denme la oportunidad de estar con mi familia. No aguanto más. No doy más”, pide, casi que ruega.
Soledad está perpleja. Luego recordará: “Me impresionó mucho la ignorancia del fiscal y que pasara por alto la violencia con la que había actuado durante el caso. Y lo que más me sorprendió fue que Belén se había defendido mejor que sus defensores anteriores”.
Lo cierto es que la defensa no tomó en cuenta en ningún momento que se estaba acusando a su defendida de un crimen con pruebas que se contradecían entre sí, en las que no coincidían ni los tiempos, ni los testimonios.
Los jueces pasan a cuarto intermedio hasta el día siguiente. Recién entonces darán a conocer la sentencia. Belén esa noche no puede dormir. Se pregunta si los jueces se darán cuenta de que es todo un invento y que ella no tiene por qué estar en la cárcel.
Soledad tampoco duerme. Sabe que con el alegato del fiscal y una defensora que considera culpable a su defendida no parece haber demasiadas posibilidades de que se haga justicia.
Al día siguiente, vuelven todos al tribunal, los jueces, el fiscal, la defensora. Belén llega acompañada por las guardiacárceles, que la cuidan como a una hermana. Dos de sus hermanas de verdad también están, al igual que sus dos tías. Soledad va acompañada de una amiga médica.
Habla Dante Ibáñez, el presidente del Tribunal: “Este ha sido tal vez el caso más complejo que nos ha tocado resolver. Sabemos de la ausencia de políticas del Estado para combatir el embarazo no deseado, sabemos de la ausencia del Estado para la educación sexual…”. Dice antes de perpetrar una nueva ausencia del Estado a la hora de hacer justicia “pero nos vimos puestos en la obligación de atender el valor vida de NN…”. De esta manera Belén escucha que a un feto que ella no llegó a advertir que estaba en su panza, los jueces le acaban de poner un apellido.
Desde aquel día en el que la acusaron de asesina, del que ya pasaron más de dos años, Belén sueña en un momento en el que le digan que todo se trató de un gran error. Está sentada frente a los jueces, que no se animan a mirarla.
“Este tribunal resuelve condenar a la acusada a la pena de ocho años de prisión por resultar autora penalmente responsable del delito de homicidio agravado por el vínculo mediando circunstancias extraordinarias de atenuación”.
La marea verde
2018 fue el año en el que el debate por la legalización por el aborto ganó las calles, los medios, las redes sociales y las conversaciones familiares.
El año empezó con las declaraciones de un actor diciendo que la mujer se realiza al momento de ser madre y la inmediata respuesta de la actriz Muriel Santa Ana contando que a los 24 años se había practicado un aborto.
La llamaron asesina, le desearon cáncer y la muerte.
El Ni Una Menos ya no tenía vuelta atrás. La consigna empezó a ser tan de todas que se multiplicaron los grupos por las provincias, las facultades, las orgas, las activistas, cada una a su manera. Había que ir por más (...).
El 19 de febrero se convocó a una marcha como Día de Acción Verde por el aborto legal. Fue de una masividad inusitada. Tanta, que ese día me volvieron los ataques de pánico. Creo que fue más numerosa que la marcha de Ni Una menos de 2015. Estoy casi segura. Como dicen los relatores de fútbol, la cancha ya estaba inclinada.
El 1º de marzo, el presidente Macri incluyó por primera vez la palabra “aborto” en el mensaje presidencial que se dirige al Congreso para inaugurar las sesiones ordinarias: “Vamos a habilitar el debate”.
La marea siguió y creció. Recuerdo una reunión en una de las sedes de la campaña a la que fuimos con Ingrid Beck y Paula Rodríguez para proponer algunas ideas para masificar el reclamo. Hablábamos de mil cosas y entre ellas la posibilidad de acercar el pañuelo verde a todos los periodistas que se podrían sumar, así como también a artistas. Una de las chicas se preocupó por la posibilidad de que se hiciera tan extensivo el uso del pañuelo y se les hiciera imposible reponerlos. Marta Alanis, de Católicas por el Derecho a Decidir, intervino apacible y sabiamente como de costumbre: “Si empiezan a multiplicarse los pañuelos verdes y los empiezan a vender los vendedores ambulantes, va a querer decir que nuestra causa triunfó”.
El 8 de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, el reclamo principal fue la legalización del aborto. Con esa consigna marcharon en todas las ciudades del país.
El 26 de abril la escritora Claudia Piñeiro inaugura la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Vestida de verde, incluye en su discurso el reclamo por la legalización del aborto. En referencia al rol del escritor en la sociedad, contó cómo “cuatrocientas escritoras acordamos defender con nuestra firma y con nuestro cuerpo la ley de interrupción voluntaria del embarazo”. Luego enumeró una larga lista de libros que incluyen la temática del aborto. Cerró con un pañuelo verde en alto, que se replicó en toda la sala.
La Defensoría General de la Nación elaboró un informe sobre cantidad de causas penales iniciadas por aborto propio en la Argentina entre 2011 y 2016. Las únicas tres provincias que no respondieron fueron Salta, San Juan y Tucumán.
De los 690 expositores que pasaron por la Cámara de Diputados durante el debate por la legalización del aborto que llevó meses antes del tratamiento en el recinto, una parte importante se refirió al caso Belén. De hecho, todos los que presentaron los Amicus expusieron en la ronda de presentaciones. Entre los que expusieron en contra, la mayoría ocultó lo sucedido en el caso Belén.
Soledad Deza fue convocada por este caso. Explicó que en la provincia de Tucumán hay 534 causas por aborto: “El 97% tiene a las mismas mujeres abortantes como imputadas”, explicó. “El Estado no solo persigue abortos provocados o autoprovocados, sino que también persigue abortos que no son delitos. Un 24% de las causas son por eventos obstétricos adversos, como el aborto natural o abortos espontáneos”.
Según una nota de Estefanía Pozzo publicada en El Cronista y realizada en base a los datos de la Comisión de Legislación General de la Cámara de Diputados, expusieron ante las diputadas y los diputados más mujeres que hombres: 64 y 36% respectivamente.
Las mujeres opinaron mayormente a favor (un 60%), y los hombres mayoritariamente en contra (68,5%).
Fueron cuatro las personas trans que participaron del debate, lo que representa un 0,6% de las exposiciones. Todas se manifestaron a favor de la legalización.
Cuando faltaba una semana para que la Cámara de Diputados tratara el proyecto en el recinto, publiqué en la web La Agenda una crónica contando mi propia experiencia de aborto en el momento en que diagnosticaron que estaba embarazada de un feto inviable. Nunca lo había hecho de manera pública.
La marea verde llegó a su punto culminante el día de su tratamiento en Diputados. Luego de 22 horas de debate y con cambios de voto de último momento, a las 10.02 de la mañana del 14 de junio de 2018 la Cámara de Diputados dio media sanción a la ley de legalización del aborto en la Argentina. La Plaza del Congreso temblaba y retumbaba de alegría verde.
Para el debate en el Senado se presentaron previamente 143 especialistas. De nuevo el caso Belén estuvo presente, y del otro lado, la principal batalladora fue la senadora del partido gobernante que representaba a Tucumán, Silvia Elías de Pérez. La otra férrea opositora fue la vicepresidenta de la Nación y a la vez presidenta del Senado, Gabriela Michetti. La plaza de nuevo estaba llena pero esta vez llovía sin parar. El resultado fue otro. Con 38 votos en contra, 31 a favor y dos abstenciones fue rechazado.
Ahora que estamos juntas ahora que sí nos ven
Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer.
Continuará...
Datos sobre la autora
Ana Correa es abogada, comunicadora y feminista. Nació en la ciudad de Buenos Aires.
Es autora del libro Ciudades, turismo y cultura. Herramientas para el desarrollo equitativo de las ciudades, en el que publicó su tesis de maestría de relaciones internacionales de FLACSO y Universidad de Barcelona.
Fue parte el grupo de comunicadoras y activistas que organizó la primera marcha de Ni Una Menos en 2015.