DOMINGO
LIBRO

La moneda más argenta

Cómo el dólar se convirtió en nuestra obsesión.

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Una investigación revela cómo la moneda norteamericana se convirtió en algo más que un recurso frente a la inflación: es un elemento central de las prácticas culturales argentinas. | juan salatino

A qué precio cotizaba el dólar oficial para la venta el 26 de febrero de 2015?”. La pregunta brilla en nítidas letras azules sobre la pantalla de la tevé. El conductor Santiago del Moro se la lee en voz alta a una concursante de Quién quiere ser millonario. Dos décadas después de su primera edición, en abril de 2019 el célebre programa de preguntas y respuestas volvió a la televisión abierta argentina. En el año 2000, la versión local podía ofrecer una traducción literal del programa global Who Wants to Be a Millionaire? El premio mayor era un millón de pesos.

O un millón de dólares, porque en aquel entonces la moneda nacional era convertible con la divisa estadounidense. En 2019, los 2 millones de pesos del premio apenas superan los 46 mil dólares. Y el número exacto va a depender del mes, de la semana, del día de la operación de cambio.

Hasta de la hora.

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Según este formato televisivo, cada concursante enfrenta una serie de preguntas de opción múltiple con dificultad creciente: muchas son sobre historia, cultura y política nacional. Acierta quien elige la mejor respuesta entre cuatro posibles. Para el dólar de fines de febrero de 2015, las opciones en pantalla son:

A: 4,45

B: 14,55

C: 8,73

D: 18,98

La participante escucha atentamente las alternativas y no duda:

—Bueno, 18 y 14 seguro que no, porque ya son del presente gobierno.

Y 4,45 habrá sido… en 2010, más o menos. Así que voy por la B, 8,73.

—¿Última palabra? —pregunta el conductor.

—Última palabra —confirma ella.

—Lo increíble de vivir en la Argentina —comenta Del Moro— es que haya preguntas sobre dólares.

Entre risas, la participante festeja la ocurrencia y retruca:

—Y lo increíble es que haya cuatro números tan distintos y que todos podrían ser válidos. Es el momento del suspenso.

La respuesta “B, 8,73” se pinta de amarillo en la pantalla: por supuesto, la concursante había acertado.

Casi de inmediato la captura de pantalla con la consigna sobre la moneda verde reverberando en letras azules empieza a circular por Twitter. Un internauta estadounidense ironiza. Como si fuera un participante en el concurso, autorizado según el reglamento a consultar ante la duda a una persona de confianza, publica (en inglés): “¿Puedo llamar a un funcionario del Banco Central?”. Alguien le contesta enseguida (también en inglés): “No hace falta. Se ve que no conocés a ningún argentino común”.

En su edición aggiornada por Telefé, Quién quiere ser millonario salió al aire el 8 de abril de 2019, cuando el dólar cotizaba a 44,6 pesos el tipo vendedor. Cuatro años después de la fecha por la que interroga el concurso, todas las opciones de valores parecen igualmente remotas.

Sin embargo, la pregunta no sorprende. Para quien participa del quiz show en su versión argentina, saber cuál fue la cotización del dólar en un punto no demasiado lejano del pasado es tanto o más factible que conocer la fórmula ganadora en las elecciones presidenciales de 1951, el nombre del actual secretario general de las Naciones Unidas o los compositores de una canción pegadiza de los años 60. En otros países, solo profesionales de la economía o personas vinculadas al comercio exterior tienen presente esa información; en la Argentina, forma parte de la cultura general del gran público.

El dólar se vuelve noticia y las redes lo amplifican. Hace poco más de una década el humor ha encontrado en los memes un nuevo género y un nuevo canal: simple, sobre todo visual, siempre satírico, alusivo, rico en dobles sentidos. Una imagen teñida de verde muestra de perfil el torso de un hombre ataviado con ropas antiguas, pero de frente su rostro es el de George Washington. Junto a la cara, una frase: “Sé que te excita pensar hasta dónde llegaré”. Al pie, una información que quien ríe ya conoce: que el chiste se basa en citar un verso de Persiana americana, hit ochentoso de Soda Stereo. Es probable que no todos los que sonrieron al recibir el meme en sus teléfonos celulares sepan que Washington fue el primer presidente de Estados Unidos. Todos, en cambio, saben que su imagen en color verde significa “dólar”. La pregunta late, punzante detrás de la humorada. ¿Hasta dónde llegará el dólar en 2019? ¿Y en 2020?

* * *

El valor de la moneda estadounidense integra la información básica que comunican los medios argentinos. En especial, en épocas de turbulencias monetarias. Cada mañana, nos dicen, lo primero que necesitamos saber es la temperatura, el estado del tránsito y la cotización del dólar. Datos esenciales para la vida cotidiana en la gran ciudad.

El dólar es ese número abstracto con que empezamos el día, pero es también un objeto, concreto y conocido. Según el saber popular, tener en la billetera un billete verde trae buena suerte. Pero no hace falta haber comprado nunca un dólar ni llevar uno consigo para estar familiarizados con su aspecto. Con el correr del siglo XX, en estas pampas, tan lejos de las tierras que alguna vez gobernó, la efigie de Washington, asidua ilustración de avisos y noticias, se ha vuelto popular gracias a la publicidad y la prensa.

* * *

Cientos de miles de personas pasan hoy a diario por la estación Callao de la línea B de los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires. Aun sin caminar por los andenes, quien viaja en tren en una u otra dirección puede ver reproducidas a buen tamaño en las paredes de cada lado una serie de viñetas de Landrú, emblemático humorista gráfico argentino desde la década de 1960.

Estas escenas clásicas del humor nacional representan, por lo general, diálogos entre personajes arquetípicos: entre el oficinista y su jefe, entre padres e hijos, entre marido y mujer, entre médico y pacientes. Una madre consternada consulta al pediatra sobre su niño:

—Estoy preocupadísima, doctor, el nene se tragó un dólar.

El profesional de la salud la tranquiliza:

—No se preocupe, señora, va a bajar.

Noticia y billete, el dólar es también tema de conversación y objeto de inquietud.

* * *

Cada crisis cambiaria coloca a la sociedad argentina ante un abismo que amenaza abrirse y devorarnos. Con el frenesí de días, semanas o meses de atención colectiva y angustiosa colocada en el mercado de cambios, no solo la economía cruje. Durante ese período la prensa, los economistas y los políticos repiten un interrogante que inquieta a toda la sociedad: ¿por qué los argentinos se desvelan por el dólar? La pregunta nunca pareciera haber encontrado una respuesta a la altura de las circunstancias. De ello deja constancia, desde hace algunas décadas, su retorno cíclico. (…)

Intentaremos analizar cómo se desarrolló el lento pero progresivo proceso de popularización del dólar en la Argentina, desde la tercera década del siglo XX hasta la segunda del XXI.

A lo largo de este extenso período, la información sobre el dólar pasó de ser un asunto de interés exclusivo para expertos en el mercado financiero local o el comercio exterior, a convertirse poco a poco en un tema y un problema de relevancia pública y política para sectores sociales cada vez más amplios.

A la vez, en un nivel de análisis diferente pero vinculado con el anterior, el dólar devino moneda de uso regular y corriente para actores sociales cada vez más diversificados. Sin una serie de mediaciones previas muy determinantes, jamás habría sido posible esa incorporación de la moneda norteamericana en las prácticas de ahorro, inversión, crédito y consumo de sectores y actores con escaso contacto previo con el mercado financiero y cambiario. La más importante de ellas, la construcción de la moneda estadounidense como artefacto de la cultura popular. El dólar se volvía familiar, fácil de decodificar, capaz de orientar cognitiva, emocional y prácticamente a quienes se internaban en universos económicos antes poco conocidos.

Las páginas que siguen narran cómo, desde la década de 1930, y muy en especial desde la de 1950, una nueva relación entre cultura popular, prácticas financieras y mercado cambiario tuvo como efecto una centralidad creciente del dólar en la economía, la política y la sociedad argentinas. Solo la historia de esas relaciones evidencia por qué conocer la cotización del dólar en una fecha pasada puede ser necesario en 2019 para triunfar en Quién quiere ser millonario. Y también por qué esa no era una pregunta difícil para la concursante ganadora.

Como ha mostrado la socióloga Mariana Heredia para el caso de la inflación, los economistas desempeñaron un rol relevante, y aun protagónico, a la hora de ofrecer interpretaciones sobre la preferencia argentina por el dólar. Ellos han contribuido a que ciertas interpretaciones circularan y finalmente se estabilizaran como “sentido común” en el mundo de los expertos, así como también en el del periodismo y los funcionarios públicos.

Nuestra perspectiva polemiza con esas visiones. Más acá de sus diferencias, economistas y periodistas económicos coinciden en que las prácticas monetarias son reflejo automático, o inevitable, de las condiciones macroeconómicas. Así explican, por ejemplo, el uso del dólar para determinados cálculos o transacciones.

Este modo de interpretar la acción económica se observa en dos explicaciones corrientes acerca de la tendencia persistente de los argentinos a recurrir a la divisa estadounidense.

La primera interpretación carga todo el peso de su argumentación sobre la inflación. Desde la década de 1940, ciclos reiterados de aumentos graduales o violentos del nivel de precios han llevado a que el dólar sea un “refugio” natural, una huida hacia el valor frente a la depreciación de la moneda local.

La segunda deriva la predilección por el dólar de las condiciones estructurales del funcionamiento de la economía argentina. La economía nacional, sostienen, nunca escapa a la dificultad crónica de obtener tantos dólares como necesita para financiar su propio desarrollo. Esta “restricción externa” genera la escasez interna de la divisa norteamericana y, como corolario, su demanda crece, como táctica o estrategia para anticipar recurrentes devaluaciones.

A diferencia de estas interpretaciones, consideramos que tanto la inflación como la llamada “restricción externa” son condiciones necesarias pero no suficientes para entender por qué el dólar asumió un rol relevante tanto en las prácticas como en los debates económicos de los argentinos. La Argentina no es el único país con una historia marcada por períodos de alta inflación —no hace falta mirar muy lejos para encontrar ejemplos de ello, como Brasil—. Tampoco la “restricción externa” es un rasgo exclusivo de su economía; la lista de países “dependientes“ que presentan esta característica estructural es relativamente larga.

A aquellas interpretaciones habría que sumar las de quienes consideran la ascendencia de la divisa estadounidense en nuestro país como simple expresión de un cambio en las relaciones monetarias internacionales operado a partir de la década de 1970. Indudablemente, la incidencia de esta dinámica global no repercutió de manera excluyente sobre la Argentina.

La construcción de una interpretación sociológica no debe ignorar las condiciones y los condicionamientos que tanto la configuración de la estructura económica como las sucesivas políticas públicas y la economía global imponen sobre los modos de invertir, ahorrar y gastar el dinero por parte de distintos actores sociales. Pero tampoco puede restringirse a ellos. Sobre todo, debe dar cuenta de las mediaciones culturales que volvieron legítimas, comprensibles y realizables aquellas prácticas monetarias para amplios sectores de la sociedad.

El proceso de popularización del dólar vincula instituciones monetarias con prácticas financieras individuales, provee a cada persona de herramientas cognitivas y afectivas para moverse en el mercado cambiario y lidiar con regulaciones estatales cambiantes. La popularización visibiliza cuánto más que un instrumento financiero pueden ser las monedas. Son un nombre que circula y un número disponible para medir y evaluar; pueden convertirse, incluso, en una categoría del entendimiento.

Este libro habla, entonces, de los usos argentinos del dólar. Pero no es la historia de los grandes dueños o de las elites que lo atesoran, lo invierten o lo “fugan”. Es la historia de la importancia creciente del dólar estadounidense para la vida social argentina y de cómo devino una moneda “popular”.

El gran sociólogo alemán Norbert Elias consideraba los procesos sociales como dinámicas de muy largo plazo que no son controlados ni diseñados por un individuo o un grupo. La popularización del dólar en la Argentina que en estas páginas se reconstruye es de esa naturaleza.

Una de las principales tesis que guían a la sociología del dinero es que este nunca es igual a sí mismo. Los usos y significados del dólar en la Argentina de la década de 1950 no son los mismos que los de las décadas de 1970 o 1980, o que los de la década de 2010. Cada etapa de la popularización del dólar representa una innovación en relación con los usos y significados heredados del pasado.

A lo largo del tiempo, las dinámicas fueron heterogéneas. La popularización varió en extensión: cómo más grupos sociales se fueron vinculando con el mercado cambiario. Varió la generalización: cómo más mercados y transacciones tomaron la divisa estadounidense como unidad de referencia o medio de pago. Y varió la intensificación: cómo aumentó la atención pública prestada al dólar.

Este libro da cuenta de las recursividades y los diferentes ritmos que marcaron esos procesos, y también de las innovaciones que muchas veces, inmersos en la coyuntura, pasamos por alto y diluimos en un relato atemporal.

El concepto “popularización del dólar” nos permite tomar distancia de términos técnicos con cierta circulación en las discusiones públicas, como “dolarización”. Pero, a la vez, integramos el proceso de conformación de esas terminologías en nuestro análisis. Nos preguntamos en qué contextos de la popularización del dólar esas formulaciones comenzaron a ejercer un impacto más allá de las controversias expertas.

Cuáles fueron los efectos de que ganaran presencia pública. Nos hemos detenido en figuras y metáforas que contribuyeron a la instalación de la moneda estadounidense como artefacto o dispositivo de interpretación. Buscamos, por ejemplo, cuándo el valor del dólar comenzó a ser utilizado como “termómetro” de la realidad económica y política en la Argentina, y cómo esta metáfora impactó en la difusión de la moneda norteamericana.

Finalmente, estudiar la popularización del dólar supone también identificar en qué momento se convirtió en un problema en el debate público, y también para mujeres y hombres de a pie. En otras palabras, cuándo la “preferencia” argentina por el dólar se asumió como asunto que debía atenderse, en la medida en que afectaba los destinos de la nación.

La historia de la popularización del dólar corre en paralelo a la historia de la inflación. Nuestra mirada sobre ambas series históricas consiste en conectarlas mostrando cómo la identificación de la inflación como un problema fue una de las palancas para que la moneda estadounidense se volviera popular. En este sentido, la historia de la popularización del dólar es también la historia de la metáfora que habla de una moneda como “refugio”, sin la cual no podría narrarse parte de la historia de la inflación en nuestro país.

A lo largo de estas páginas mostramos, entonces, que la popularización del dólar se ha sedimentado en un proceso de larga duración, en el que pueden reconocerse distintas etapas. Las prácticas monetarias de familias y empresas se expanden a través de un proceso histórico de socialización económica y formación de repertorios financieros que son socialmente producidos y culturalmente significativos. El principal aporte de esta perspectiva es subrayar el peso de los procesos de lenta maduración que han permitido la sedimentación de un repertorio financiero que tiene en la articulación (cotidiana, pero también institucional) de diferentes monedas (el dólar y el peso) una de sus características principales.

Nuestra propuesta puede chocar con el sentido común más arraigado a la hora de interpretar la economía: aquel que funda la acción económica en la capacidad humana de evaluar medios y fines para organizar la conducta y enderezarla a maximizar beneficios. Sin embargo, este tipo de comportamiento existe más en los manuales de economía que en la realidad.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu enseñaba que las acciones humanas son razonables antes que racionales; las personas disponen de conocimientos y sentimientos limitados y actúan conforme a ellos. Por lo demás, tal razonabilidad es siempre situada y contextual: no hay un único modo razonable de comportarse en la vida social (incluida la economía). La acción se construye en la interacción con otros y en condiciones que son siempre históricamente variables.

Todo actuar económico se realiza a través de dispositivos socioculturales que producen y proveen a los agentes de interpretaciones, codificaciones, anticipaciones y, también, sentimientos, afectos y pasiones.

Investigador de la economía y de los mercados, otro sociólogo francés, Michel Callon, ha propuesto pensar esos dispositivos como “prótesis”. Esos artefactos que ayudan a desenvolverse en el mundo económico pueden ser externos o bien internalizarse. Hay herramientas técnicas que los agentes pueden manipular (como los sistemas informáticos con que operan la Bolsa de Valores o el mercado cambiario), pero hay también teorías que les permiten interpretar la realidad (como la propia idea del individuo maximizador de beneficios).

Desde la sociología cultural de la economía, este libro narra la historia que hizo de la moneda estadounidense un dispositivo argentino: un artefacto cultural que posibilitó a diferentes actores de la sociedad nacional “sentirse en su elemento”, permitiéndoles lidiar con las turbulencias económicas y políticas de las últimas décadas.

En este sentido, nuestro foco discute toda separación tajante entre cultura y economía. Estudiamos cómo, paulatinamente, se conformó en torno del dólar una particular forma de actuar, evaluar e interpretar la vida económica. De tal conformación participaron, a lo largo del tiempo, tanto expertos como “legos” o “profanos”. Ambos son objeto de nuestra indagación.

La historia monetaria internacional de la segunda mitad del siglo XX tuvo como protagonista indiscutido al dólar estadounidense. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la victoria en los campos de batalla y en el terreno del desarrollo industrial se reflejó en la supremacía de la divisa norteamericana en las relaciones monetarias internacionales. Los acuerdos intergubernamentales sellados en julio de 1944 en Bretton Woods decidieron la fundación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), a la vez que consagraron la hegemonía del dólar. La moneda estadounidense sirvió, a partir de entonces, para establecer precios, negociar transacciones en el mercado mundial y otorgar créditos a países y empresas privadas. Las naciones consideraron al dólar un valor tan confiable como el oro, y ello se reflejó en la composición de las reservas de sus bancos centrales.

El equilibrio logrado a la salida de la guerra, sin embargo, no duraría para siempre. Veinticinco años después, Estados Unidos decidió, de manera unilateral, dar por terminada la paridad entre su moneda y el oro: en 1971, el gobierno del presidente republicano Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar.

Tal decisión tornó al dólar en una “moneda salvaje”. Esa fue la figura que acuñó el antropólogo australiano Chris Gregory para describir esa fase internacional de la moneda de la mayor potencia económica global. A partir de entonces, el dólar dinamizó el proceso de liberalización y financierización de la economía, asociado al neoliberalismo.

Pudo moverse sin restricciones en su búsqueda de ganancias. De manera “salvaje”: aprovechando tasas de cambio volátiles y sin control.

A la luz de esta dinámica, la antropóloga angloamericana Jane Guyer considera que, desde la década de 1970, el mundo capitalista entra en una nueva fase de monedas múltiples, a partir de la consolidación del dólar como moneda del comercio exterior a escala global, y como unidad de referencia y medio de cambio común en distintos escenarios regionales y nacionales.

Esta etapa en la que conviven, dentro de un mismo espacio nacional, monedas diferentes se traduce en una progresiva desagregación de funciones consideradas constitutivas de todo signo monetario. Desde finales del siglo XIX, habían dominado el territorio de buena parte de las naciones occidentales monedas que se caracterizaban por ser, a la vez, una unidad de cuenta en la que establecer el valor y fijar los precios, un medio de cambio para saldar las transacciones y un medio de atesoramiento capaz de preservar el valor a lo largo del tiempo. En las últimas décadas del siglo XX esas funciones se desacoplan, desempeñadas no ya por una, sino por diferentes monedas coexistentes. La distinción habitual entre monedas fuertes y débiles es la expresión de esta transformación: solo aquellas capaces de operar como reserva de valor —como el dólar— serán consideradas internacionalmente fuertes, dominantes aun en espacios económicos nacionales con monedas patrias débiles.

La historia monetaria reciente de la Argentina, pero también la de países muy diferentes entre sí, como Israel, Cuba, Ecuador, Nigeria, Rusia, Panamá o El Salvador, puede interpretarse a través de la profundización de la coexistencia de una pluralidad monetaria que articula de manera duradera una moneda fuerte (el dólar) con una moneda blanda (en nuestro caso, el peso). En este marco, el caso argentino suele ser presentado con cierto carácter excepcional. El alegato por la excepcionalidad se ve respaldado por una estadística muy contundente: la Argentina es el segundo país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante, después de Estados Unidos.

Las páginas que siguen ayudan a desentrañar cómo el dólar se volvió una moneda popular en la Argentina. Este proceso no fue el resultado de una imposición externa ni representa una rareza fruto de un pecado original que marcó los designios de nuestro país. Nos proponemos reconstruir el proceso singular que hizo posible que una moneda global arraigue en la vida económica y política de los argentinos, y que estos se apropien de ella para convertirla en mucho más que un mero instrumento de intercambio o de reserva de valor.

 

☛ Título El dólar

☛ Autores Ariel Wilkis y Mariana Luzzi

☛ Editorial Editorial Crítica 
 

Datos de los autores

Ariel Wilkis es profesor de las universidades nacionales de San Martín (Unsam) y del Litoral (UNL), decano del Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes-Unsam).

Autor de The Moral Power of Money (Stanford University, 2017) y Las sospechas del dinero: moral y economía en el mundo popular (Paidós, 2013). 

Mariana Luzzi es profesora regular en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).

Es autora de Réinventer le marché? Les clubs de troc face à la crise en Argentine (L’Harmattan, 2005), coautora de Rompecabezas. Transformaciones de la estructura social argentina, 1983-2008.