DOMINGO
Libro

La nueva clase ecologista

Ni obrera, ni burguesa, ambientalista.

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En la tradición del fulgurante Manifiesto Comunista, los autores de este libro afirman que un espectro acecha al mundo: el ecologismo. | Juan Salatino

1. 

¿Qué condiciones deberían reunirse para que la ecología, en vez de ser un conjunto de movimientos entre otros, estuviese en condiciones de organizar la política en torno a ella? ¿Puede aspirar a definir el horizonte político, como en otros períodos lo hicieron el liberalismo, luego los socialismos, el neoliberalismo y, por último, en fecha más reciente, los partidos iliberales o neofascistas, cuya influencia no deja de crecer?

¿Puede aprender de la historia social cómo surgen los nuevos movimientos políticos y cómo ganan la lucha por las ideas, antes de lograr plasmar sus avances en partidos y elecciones?

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2.

Urge dar más consistencia y más autonomía a la ecología, vistos el derrumbe del “orden internacional”, la inmensidad de la catástrofe en curso y la insatisfacción general, respecto de la oferta política de los partidos tradicionales, evidenciada por la amplitud de la abstención, entre otros factores. Pero si bien existen muchos movimientos ecológicos e incluso partidos que tienen en alto esas banderas, están lejos de ser los que definen en su entorno, a su manera y con sus propios términos, los frentes de lucha que permitan identificar al conjunto de aliados y de adversarios en el paisaje político. Varias décadas después de sus inicios, siguen dependiendo de las antiguas divisiones, lo que limita su búsqueda de alianzas y disminuye su libertad de acción. Si quiere existir, la ecología política no debe dejarse definir por otros, y en su búsqueda debe detectar –por y para sí misma– los nuevos causantes de injusticia y los nuevos frentes de lucha.

3. 

Al basarse sobre la inquietud por una naturaleza conocida por la ciencia y por fuera del mundo social, durante demasiado tiempo la ecología política descansó en una versión pedagógica de su acción: la situación catastrófica era conocida y, por tanto, se pasaría necesariamente a la acción. Sin embargo, ha quedado claro que el llamamiento a “proteger la naturaleza”, lejos de poner fin a los conflictos sociales o de desviar la atención de ellos, los ha multiplicado. De los chalecos amarillos en Francia a las manifestaciones de los jóvenes, pasando por las protestas de agricultores en India, las comunidades aborígenes que resisten el fracking (la fracturación hidráulica) en América del Norte o las disputas sobre el impacto de los vehículos eléctricos, el mensaje es claro: los conflictos proliferan. Hablar de la naturaleza no es firmar un tratado de paz; es reconocer la existencia de una multitud de conflictos en torno a todos los temas posibles de la existencia cotidiana, en todos los niveles y en todos los continentes. Lejos de unir, la naturaleza divide.

4. 

Llamativamente, las preocupaciones ecológicas –más allá de todo, el clima, la energía y la biodiversidad– se han vuelto omnipresentes. Al menos por ahora, la multitud de conflictos no ha adoptado la forma de una movilización general, como pudieron hacerlo, durante los últimos siglos, las transformaciones desencadenadas por el liberalismo y el socialismo. En este sentido, la ecología está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. Por el momento, parecería que la inmensa diversidad de los conflictos es lo que impide dar una definición coherente a esas luchas. Sin embargo, esa diversidad no es un defecto, sino una ventaja. Sucede que la ecología ha emprendido una exploración general de las condiciones de vida que fueron destruidas por la obsesión de (y solo de) la producción. Para que el movimiento ecológico gane consistencia y autonomía, y esto se traduzca en un impulso histórico comparable a los del pasado, le hace falta reconocer, abrazar, comprender y representar su proyecto con eficacia, agrupando todos esos conflictos en una unidad de acción comprensible para todos. Con ese objetivo, ante todo, debe aceptar que la ecología implica división; después, debe aportar una cartografía convincente de los nuevos tipos de conflictos que genera y, por último, debe definir un horizonte común para la acción colectiva.

5. 

Si bien es cierto que la ecología está en todas partes y en ninguna a la vez, también lo es que, por un lado, se abre una situación de conflicto sobre todos los temas y, por otro, reina una suerte de indiferencia, de conciliación o irenismo, de espera y de falsa paz. Cada publicación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (conocido como IPCC, su sigla en inglés) genera reacciones exaltadas, pero igual que en la ópera, los cantos de los guerreros –“¡Marchemos, marchemos, antes de que sea demasiado tarde!”– apenas si logran que los coros se desplacen unos pocos metros. “Todo tiene que cambiar radicalmente”, y nada cambia. Por eso, si bien es imprescindible reconocer un estado de guerra generalizado, se debe admitir a la vez que, por el momento, es difícil trazar frentes claros entre los amigos y los enemigos. Nosotros mismos estamos divididos en torno a numerosos temas, somos víctimas y cómplices simultáneamente. Mientras en el siglo pasado era posible identificar –aunque a grandes rasgos, cierto– los conflictos de clases que permitían, por ejemplo, votar por partidos de ideologías reconocibles, hoy en día es difícil hacer otro tanto, en la medida en que no haya quedado en claro el estado de guerra ecológico.

¿Cómo hablar de conflictos de clases si la propia clase ecológica no se ha definido con claridad?

6. Siempre causa cierto temor volver a utilizar la noción de clase. Por eso hay que resistirse a la tentación de invocar tal cual el concepto de luchas de clases, sin dejar de reconocer que en el siglo pasado prestó grandes servicios al simplificar y unificar las movilizaciones. La ventaja de esa noción era permitir la delimitación de la estructura del mundo social y material, mientras daba impulso a dinámicas políticas en términos de conflictos sociales y de formación de experiencias y horizontes colectivos. Su papel a lo largo de la historia era claramente descriptivo y performativo a la vez: si bien pretendía describir la realidad social que permitía a las personas posicionarse en el paisaje donde habitaban, nunca estaba separada de un proyecto de transformación de la sociedad. Por lo tanto, hablar de “clase” siempre significa formar filas para entrar en batalla. Del mismo modo, hablar de hacer surgir una “clase ecológica” es necesariamente ofrecer, a la vez, una nueva descripción y nuevas perspectivas de acción. El ejercicio de clasificación, para esta clase en formación que llamamos “ecológica”, es ineludiblemente performativo. De allí lo provechoso de reutilizar el término, aunque conlleve mucha confusión.

7. Es difícil volver a valerse de la noción de “lucha de clases” porque, a raíz de la cuestión ecológica, se ha vuelto una lucha de clasificaciones. Nadie está de acuerdo respecto de qué compone la clase de la que forma parte. Personas que pertenecen a una misma clase (en el sentido social o cultural clásico) se sienten del todo ajenas a sus pares cuando surgen los conflictos ecológicos; a la inversa, otras reconocen como sus “hermanos de lucha” a activistas que, desde el punto de vista social o cultural, pertenecen a otras formas de vida completamente distintas. De allí el efecto de desorientación que explica, en gran parte, la actual brutalización de la vida pública: respecto de los temas ecológicos, los aliados no están claramente alineados, como tampoco lo están los adversarios. Y eso indigna. Por lo tanto, para que surja una clase ecológica, debe aceptarse esa lucha sobre las clasificaciones y deben encontrarse los criterios de distinción transversales a los conflictos de clases tradicionales (a veces, en cambio, coinciden con ellos). Pese a la sombra proyectada por la tradición de la “lucha de clases”, la ecología política no puede ahorrarse esa incertidumbre sobre la pertenencia a una clase. Debe hacer una y otra vez estas preguntas. “Cuando las disputas son en torno a la ecología, ¿de quién se siente usted cerca y de quién se siente terriblemente alejado?”. Ese es el precio que tiene el surgimiento de una eventual “conciencia de clase”.

8.

Si desea autonomizarse, la ecología debe aceptar dar un nuevo sentido al término “clase”. Pero, por el momento, la clase ecológica no deja de temer no saber dónde situarse en su relación con las luchas de los dos siglos anteriores. Por ejemplo, se la intimida con facilidad cuando se la acusa de no ser lo suficientemente de “izquierda”. Hasta que no se aclare esa cuestión, en ningún caso sabrá cómo definir sus combates por y para ella misma. Y sin embargo, sí existe una continuidad histórica con las luchas de las sociedades para oponer resistencia al sesgo economicista de todos los lazos. Dado que pone en entredicho la noción de producción, debemos afirmar incluso que la clase ecológica amplía considerablemente el rechazo generalizado a autonomizar la economía a expensas de las sociedades. En ese sentido, no caben dudas de que es de izquierda, incluso al cuadrado.

9.

Con todo, la situación no es la misma cuando se trata de alinearse a la tradición de las “luchas de clases” cuya formulación sigue profundamente ligada al concepto y al ideal de la producción. Si bien siempre es tentador inscribir una situación nueva dentro de un marco reconocido, es prudente no precipitarse para afirmar que la clase ecológica prolonga sin más las luchas “anticapitalistas”. La ecología tiene razón al no dejar que sus valores sean dictados por lo que se ha convertido, en gran parte, en una suerte de reflejo condicionado. Por lo tanto, es importante vaciar esta disputa y entender por qué en este aspecto no hay forzosamente una continuidad. Es la brizna de verdad hallable en el cliché “ni de derecha ni de izquierda” y que nada tiene que ver con una pretendida “superación” de los ideales socialistas.

10.

Con el tiempo, y a la par que el tejido social cambiaba en el transcurso del siglo XX, numerosos analistas han reformulado la noción de clase; pero Marx sigue siendo un guía para aventurarse en este terreno. La “teoría de las clases” ofreció, durante un período histórico muy específico, una brújula que daba a las personas un sentido claro de qué les permitía subsistir, de dónde se situaban en el paisaje social y contra quiénes combatían. En el sentido moderno de esas designaciones, “clase”, “intereses de clase” y “luchas de clase” –sin olvidar la muy cuestionada “conciencia de clase”– fueron categorías utilizadas para describir cómo personas diferentes tenían en común o no sus condiciones de subsistencia con otras; cómo los grupos sociales ocupaban posiciones distintas en un paisaje material y social estratificado; por último, cómo las relaciones antagonistas entre los intereses de esos grupos los llevaban inevitablemente a enfrentarse en conflictos sociales y políticos. Por eso tuvo tanta magnitud la influencia de los socialismos en la sociología y la cultura política. Al igual que el liberalismo, el marxismo daba un sentido a la historia. Si la clase ecológica desea existir, debe obrar al menos igual de bien y, en especial, también ella definir el sentido de la historia, pero ¡de su historia!

11.

El aporte de la definición marxista de clase reside en la comprensión de las condiciones materiales, de las cuales las condiciones sociales no son más que la expresión. La brújula de Marx era útil porque se basaba sobre una descripción relativamente clara de los procesos necesarios para la continuidad de la sociedad. El punto de partida es una descripción de los mecanismos por los cuales se reproducen las sociedades; después, clasifica la forma en que los actores están situados de manera antagónica en ese proceso de reproducción. En ese sentido, el análisis en términos de clase puede llamarse materialista. Si la clase ecológica se quiere heredera de esa tradición, debe aceptar esa lección de la tradición marxista y también ella definirse en relación con las condiciones materiales de su existencia. La nueva lucha de clases debe basarse sobre un enfoque tan materialista como la antigua. En ese punto esencial es donde, por supuesto, hay continuidad.

12.

Sin embargo, vemos que ¡ya no es la misma materialidad! De allí proviene la discontinuidad relativa entre las tradiciones socialistas y lo que es cuestión de hacer surgir en la actualidad. Así como hay un conflicto en torno a las clasificaciones, hay un conflicto en torno a qué constituye un análisis materialista de las condiciones de existencia. La supervivencia y la reproducción humanas eran, para Marx, el principio primero de todas las sociedades y de su historia. Por eso, la etapa inicial de cualquier análisis de la sociedad humana y de la historia social consistía, necesariamente, en dar cuenta de las condiciones materiales –lo que los seres humanos comían, el agua que bebían, la ropa que usaban, las casas donde vivían, etc.– que permitían la subsistencia de las sociedades y de los colectivos humanos, y también dar cuenta de los procesos que los hicieron surgir. La producción de esas condiciones materiales de reproducción era lo que Marx consideraba fundamento de la historia social. Pero ante todo se trataba de la reproducción de los seres humanos. Ahora bien, actualmente nos encontramos en una configuración histórica completamente distinta. Ya no estamos más en la misma historia. La producción ya no define nuestro horizonte único. Y en especial, ya no nos vemos confrontados a la misma materia.

13.

¿Qué ocurre cuando lo que está en pleno cambio es la definición misma de la existencia material? Pensando casi exclusivamente en términos de producción y de reproducción, la brújula socialista no puede dar cuenta del modo en que actualmente cambia de forma el paisaje de las clases. Tal como ocurrió con el nacimiento de la civilización mecánica, hoy en día el Nuevo Régimen Climático nos empuja a redescribir los procesos mediante los cuales las sociedades se reproducen y siguen existiendo. Lo vemos una vez más: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Como en el siglo XIX, en la actualidad asistimos a una enorme transformación de la infraestructura material de las sociedades. Y esto nos obliga a ya no apoyarnos más solamente sobre las antiguas descripciones para responder a la pregunta de cómo siguen subsistiendo los colectivos, cómo pueden mantenerse sus medios de subsistencia a largo plazo y cómo se debe escribir su historia. El análisis en términos de clase ecológica sigue siendo materialista, pero tiene que volver su atención hacia fenómenos que son distintos de las meras producción y reproducción de los seres humanos.

14.

Justo después de la Segunda Guerra Mundial, esos sistemas de producción se aceleraron tanto que desestabilizaron los sistemas de la Tierra y del clima. Esto se resume bastante bien en términos de “Antropoceno” o “Gran Aceleración”. Hoy en día asistimos a la forma en que las mutaciones climáticas intensifican y metamorfosean de manera dramática las fuerzas que garantizan la continuidad y la supervivencia de las sociedades. El sistema de producción se ha vuelto sinónimo de sistema de destrucción. ¿Qué significa un análisis marxista que también se concentraría en la reproducción de los no humanos? Ser materialista hoy es tomar en cuenta, además de la reproducción de las condiciones materiales propicias para los seres humanos, las condiciones de habitabilidad del planeta Tierra. Estas obligan a reconsiderar no solo lo que la economía política de los partidos tradicionales buscaba simplificar con el nombre de recurso, sino una nueva realidad material del planeta. La economía dirigía su atención hacia la movilización de los recursos con miras a la producción, pero ¿existe una economía capaz de volver su atención hacia las condiciones de habitabilidad del mundo terrestre? Dicho de otro modo, ¿es posible volverse de espaldas a esa atención exclusiva a la producción para reinsertarla (o reincrustarla) en la búsqueda de las condiciones de habitabilidad? Ese es, en todo su alcance, el desafío para la nueva clase ecológica. En esta instancia –como es comprensible–, gana magnitud la discontinuidad respecto de la tradicional “lucha de clases”.

15. 

Este desacuerdo en cuanto al análisis materialista de las clases permite entender, en definitiva, en qué medida el análisis en términos de clase ecológica prolonga y renueva las luchas tradicionales de la izquierda, pero a su manera. Desde luego, la cuestión es dejar atrás esa atención exclusiva a la producción para amplificar la resistencia de la sociedad (retomando la expresión de Karl Polanyi) al economicismo. Algunas de las luchas del siglo XIX tomaban evidente inspiración en la tradición marxista, pero muchas otras se libraban simplemente en nombre del rechazo a la extensión de la producción, y contra esa insoportable pretensión que siempre ha tenido de desincrustarse del resto de la vida social. Como dice Lucas Chancel, codirector del Laboratorio Mundial de la Desigualdad en la Escuela de Economía de París, “la abolición de la esclavitud, la seguridad social, el derecho de voto para todos, la educación gratuita no son, en rigor, cuestiones de organización de la producción material”. Eran las expresiones vitales de la imposibilidad, por parte de una sociedad humana, de dejarse definir por el mero economicismo. Por ende, criticar algunos límites del materialismo de inspiración marxista también permite renovar las múltiples tradiciones de lucha contra el economicismo. A excepción de este matiz –decisivo, sin lugar a dudas–, la clase ecológica puede reivindicar que retoma, amplificándola, la historia de la izquierda emancipadora. La señal de que eso realmente ocurrió es la cantidad tanto mayor de militantes ecologistas –en comparación con la de sindicalistas– que terminan asesinados.

 

☛ Título: Manifiesto ecológico político

☛ Autores: Bruno Latour y Nikolaj Schultz

☛ Editorial: Siglo XXI Editores
 

Datos de los autores 

Bruno Latour, francés, se formó como filósofo y como antropólogo. Entre 1982 y 2006 fue profesor en el Centro de Sociología de la Innovación, y entre 2006 y 2017, en Sciences Po en París, donde fue subdirector del área de investigación y creó el innovador médialab, que explora, entre otros proyectos, las controversias ambientales. Estudió las conexiones entre sociología, historia y economía de las técnicas. Falleció en octubre de 2022.

Nicolaj Schultz es un sociólogo dinamarqués, discípulo de Bruno Latour. Sus investigaciones se centran en las consecuencias del cambio climático para la teoría social. Ha sido autor, coautor y editor de varios libros, y ha publicado una gran cantidad de artículos, ensayos y capítulos de libros, principalmente sobre este tema.