Born, una historia muy poco conocida
La historia del secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, herederos del imperio económico Bunge y Born, me desvió del libro que había pensado escribir.
Había comenzado una investigación sobre la relación entre la política y el dinero que fuera de lo particular a lo general: casos concretos que mostrasen el vínculo estrecho entre los aportes a las campañas en sus diversas formas y las decisiones de los gobernantes. Revisé la historia del indulto que Carlos Menem concedió a Mario Firmenich, el dirigente de los Montoneros, la guerrilla peronista que había dejado las armas con la democracia y había apoyado al candidato riojano para las elecciones de 1989, con una generosidad que me pareció un ejemplo de ese tipo de intercambios.
Salvo por un detalle. El dinero que los Montoneros habían aportado a la campaña menemista provenía del rescate que habían cobrado por el secuestro de los herederos. Pero ni remotamente se acercaba a la cifra descomunal que había pagado Jorge Born II, el padre de los hermanos.
Sesenta millones de dólares de hace cuarenta años. Actualizado según el índice de inflación de los Estados Unidos, el equivalente a 260 millones de dólares de hoy: una cifra récord, nunca superada.
Seguí indagando.
Nueve meses de cautiverio. Dos herederos ricos, de cuarenta años, en manos de un grupo de guerrilleros compuesto, en su mayoría, por veinteañeros. El cobro cinematográfico del rescate, una parte en la Argentina, otra en Suiza. La muerte sospechosa del banquero a quien le habían confiado parte de los fondos, David Graiver. El papel de Cuba, último refugio del botín. La represión en la dictadura, al servicio de la búsqueda del dinero. La resistencia montonera, financiada con los dividendos del secuestro. El único caso por el cual sentenciaron a Mario Firmenich tras la recuperación de la democracia. Parte de la explicación detrás de los indultos. En la carrera final, una persecución desesperada por la plata remanente.
El secuestro de los Born se bifurcaba una y otra vez en intrigas y misterios sin explorar. Quedé atrapada por la historia. Percibí que no se había contado aún en toda su dimensión.
Y lo más importante: faltaba la voz de su protagonista, Jorge Born, el heredero de un imperio que pasó nueve meses en ropa interior encerrado en las cárceles del pueblo de los Montoneros, entre septiembre de 1974 y junio de 1975.
Once meses antes que a los Born, en Italia habían secuestrado a John Paul Getty III, el nieto díscolo del petrolero estadounidense Paul Getty. Aunque era uno de los hombres más ricos del planeta, Getty se resistió a pagar el rescate por razones morales (“no pienso ceder a un chantaje”) y prácticas (“si entrego el rescate por uno de mis nietos, tendré a los otros catorce nietos secuestrados”).
Un sobre llegó a la redacción de un diario de Roma. Contenía un rulo de pelo rojo y una oreja.
Una nota breve decía que había pertenecido a John Paul y que, si no se pagaba en diez días, llegaría la otra oreja, y así: “En otras palabras, regresará en pedacitos”. Sólo entonces Getty aceptó entregarle a su hijo 2,2 millones de dólares (el máximo que podía deducir de impuestos) y le prestó los 800 mil restantes –a un interés del 4% anual– para cumplir la exigencia de los secuestradores y salvar la vida del nieto.
Uno de los pocos datos que se conocían del secuestro de los Born lo emparentaba con el caso Getty: el cautiverio no se había extendido por la voluntad de los Montoneros, sino por la resistencia de Jorge Born II a pagar el dinero que le exigían. Al cabo de seis meses, el colapso emocional en el que se hundió Juan precipitó la negociación.
Aunque debió esperar nueve meses para su liberación, Jorge encontró razonable la actitud del padre. Esa comprensión franca, a pesar del costo personal que él había pagado en su celda minúscula, me intrigó. Después de que se hubieran entregado 60 millones de dólares por sus vidas, los Born se perdieron sin dejar rastros. Si volvían al país, los detendrían por haber realizado tremendo aporte a una banda guerrillera en la clandestinidad. Los hermanos se asentaron en Brasil y allí prosperó el grupo Bunge y Born. Pero en el fondo seguían a la espera del momento para regresar a la Argentina.
Y cuando sucedió, casi quince años después de su partida, ya muerto el padre y terminada la dictadura, Jorge Born III se alió con uno de sus secuestradores y carceleros, Rodolfo Galimberti. Ambos querían algo del otro: el empresario, rescatar parte de los millones que le habían arrebatado; el ex montonero, su libertad, un pago por servicios que facilitaran ese recupero y un regreso con gloria al escenario nacional.
La crónica periodística se fascinó con esa amistad. Lo asoció al síndrome de Estocolmo: el afecto que una víctima, en determinadas circunstancias, puede llegar a desarrollar por quien la somete, según el psiquiatra Nils Bejerot, quien observó la relación entre una rehén y sus captores durante la toma de un banco ocurrida en la capital de Suecia. El caso más conocido del síndrome de Estocolmo fue el de Patricia Hearst, la rica heredera del imperio editorial más importante de los Estados Unidos.
Fragmento de La política y el dinero.
Autora María O’Donnell
¿El crecimiento podrá salvarnos?
E s razonable apostar por el retorno del crecimiento para solucionar todos nuestros problemas? Es cierto, siempre es preferible que la producción y el ingreso nacional crezcan el 1% y no el 0%. Pero llegó el momento de aclarar que esto no resuelve lo esencial de los desafíos que los países ricos deben enfrentar. (...)
La producción puede crecer por dos razones: por el crecimiento de la población o por el crecimiento de la producción por habitante, es decir, de la productividad. Durante los tres últimos siglos, la producción mundial progresó en promedio el 1,6% anual, del que el 0,8% anual corresponde a la población y el 0,8% a la producción por habitante. Puede parecer minúsculo. Pero se trata en realidad de un ritmo muy acelerado cuando se sostiene a lo largo del tiempo.
De hecho, corresponde a una multiplicación por más de diez de la población mundial en tres siglos, que pasó de cerca de 600 millones de habitantes en 1700 a 7 mil millones hoy. Parece poco probable que este ritmo de crecimiento demográfico continúe en el futuro; la población ya ha comenzado a disminuir en muchos países europeos y asiáticos y, según las previsiones de Naciones Unidas, el conjunto de la población mundial debería estabilizarse en el curso de este siglo.
En lo que respecta a la producción por habitante, podemos imaginar perfectamente que el crecimiento pasado (0,8% anual desde hace tres siglos) continuará en el futuro. No soy un defensor acérrimo del decrecimiento. Las innovaciones tecnológicas pueden continuar perfectamente y permitir un crecimiento inmaterial y no contaminante indefinido. A condición, sin embargo, de inventar energías apropiadas, lo que todavía no se ha logrado. En todo caso, el punto importante es que incluso si el crecimiento continúa, no superará el 1-1,5% anual. Los crecimientos del 4% o el 5% anual observados en Europa durante la edad de oro del capitalismo, e incluso más en la China de hoy, corresponden siempre a situaciones puramente transitorias de recuperación de un país en relación con otros. Cuando nos situamos en la frontera tecnológica mundial, ningún país ha tenido nunca un crecimiento sostenido superior al 1-1,5% anual.
En estas condiciones, es casi inevitable que el crecimiento se estabilice en el siglo XXI en un nivel netamente inferior al rendimiento del capital, es decir, lo que aporta en promedio un patrimonio en el curso de un año (como forma de alquileres, dividendos, intereses, ganancias, plusvalía, etc.) como porcentaje de su valor inicial. Este rendimiento es en general del orden del 4-5% por año (por ejemplo, si un departamento que vale 100 mil euros tiene un valor locativo de 4 mil euros por año, el rendimiento es del 4%), y puede alcanzar el 7-8% anual para las acciones y los patrimonios más elevados y mejor diversificados.
Pues bien, esta desigualdad entre rendimiento del capital (r) y crecimiento de la producción (g), que podemos escribir r > g, otorga naturalmente una importancia desmesurada a los patrimonios constituidos en el pasado y conduce mecánicamente a una concentración extrema de la riqueza. Comenzamos a ver los signos de ello hace algunas décadas, en los Estados Unidos por supuesto, pero también en Europa y en Japón, donde la disminución del crecimiento (sobre todo demográfico) conduce a un alza sin precedentes de la masa de los patrimonios en relación con los ingresos.
Es importante comprender que no existe ninguna razón natural por la cual el rendimiento del capital debería reducirse al nivel de la tasa de crecimiento. La manera más simple de convencerse es constatar que el crecimiento ha sido casi nulo durante lo esencial de la historia de la humanidad, mientras que el rendimiento del capital ha sido siempre netamente positivo (por lo general entre el 4 y el 5% para el impuesto a la propiedad en las sociedades agrarias tradicionales).
Esto no plantea ningún problema lógico desde un punto de vista estrictamente económico. Al contrario: cuanto más perfecto y puro sea el mercado de capital, en el sentido de los economistas, más fuerte será la desigualdad r > g. Pero, por supuesto, conduce a desigualdades extremas y poco compatibles con los valores meritocráticos sobre los que se fundan nuestras sociedades democráticas. Hay varias soluciones posibles, desde la cooperación internacional más perfecta (intercambios automáticos de información bancaria, impuesto progresivo sobre el capital) hasta el repliegue nacional más absoluto.
La inflación permitiría liquidar la deuda pública, pero golpearía sobre todo a los patrimonios modestos, y por lo tanto, no es una respuesta de largo plazo. Control de capitales al modo chino, oligarquía autoritaria a la rusa, crecimiento demográfico perpetuo al estilo estadounidense: cada bloque regional tiene su solución. La ventaja de Europa es su modelo social y su riqueza patrimonial, y aunque sus instituciones políticas sean hoy gravemente disfuncionales, tiene los medios para ir más allá del crecimiento y permitir que la democracia retome el control del capitalismo. En estas condiciones, es casi inevitable que el crecimiento se estabilice en el siglo XXI en un nivel netamente inferior al rendimiento del capital.
Fragmento de II parte.
Autor Thomas Piketty
El ‘gestor’ y su relación con los Kirchner
Callate la boca. A vos no te pedí opinión”, lo cruzó Néstor Kirchner. Y delante de todos le estampó un sopapo.
Kirchner y Julio De Vido nunca fueron amigos. Más de una vez se regalaron insultos y más de una vez “Julito” soñó con desplegar sus alas políticas.
Pero una y otra vez “Lupín” lo ubicó en su lugar: el de gestor.
Con el paso de los años, sin embargo, desarrollaron una relación laboral con altibajos, con momentos cercanos al aprecio y otros muchos de mutuo desdén –regados incluso con dardos de Julito al “ruso de mierda”–, pero que resultó mucho mejor que la dinámica que el arquitecto sobrelleva con la presidenta Cristina Fernández, que lo ningunea aunque le haya rechazado su renuncia varias veces.
Aquel sopapo aún perdura en las retinas de quienes lo presenciaron.
Ocurrió durante una reunión de Gabinete en Santa Cruz, en tiempos de Kirchner gobernador. Fue en broma. Aunque toda broma tiene algo de verdad. Y el entonces ministro –al que Lupín también solía mandar a comprar cigarrillos cuando no quería que se metiera en ciertas conversaciones– guardó silencio y volvió a su nicho de gestor.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que no fue así, en que De Vido pudo hacerle sombra a “Lupo” e incluso superarlo.
Allá por 1990, De Vido era el titular de Vialidad provincial en Santa Cruz, y Kirchner, intendente de Río Gallegos. Ya se conocían y militaban juntos, así que cuando Lupo se lanzó a la gobernación De Vido le avisó que quería postularse a intendente. Pero no pasó de ahí, porque los Kirchner le bajaron el pulgar y De Vido masculló insultos a su boicoteador, al que tildó de “autoritario y absolutista”.
Al año siguiente, sin embargo, y ya con Néstor como gobernador, asumió como su ministro de Economía y Obras Públicas. Algunos dicen que lo convocaron “por descarte”, porque Sergio Acevedo declinó el convite y prefirió continuar como intendente en Pico Truncado; otros, porque Carlos Zannini lo recomendó. (...)
Ser sólo “gestor”, sin embargo, le reportó sus frutos a Julito en 2003. Con el triunfo y la mudanza a Buenos Aires, llegó al Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, que Kirchner y Carlos Zannini crearon para él.
Desde allí le arrebató varias funciones al ministro de Economía y “estrella” teórica del Gobierno, Roberto Lavagna, convirtiéndose en el verdadero superministro, con control sobre todas las áreas vinculadas a los servicios públicos: aguas, trenes, telefonía, cloacas, energía, rutas, colectivos y aviones, y por encima de todo, los subsidios.
Eso, vale remarcar, no fue una casualidad.
Fue una decisión estratégica de Kirchner, que concentró a los suyos, a los integrantes de la “pingüinera”, en el ministerio que más “caja” comenzó a manejar con notable discrecionalidad y controles escasos.
La piñata.
Desde entonces, a De Vido llegó a tocarlo o merodearlo una larguísima lista de escándalos y denuncias de corrupción, con constantes sospechas de sobreprecios en la obra pública, la compra de combustibles y la digitación de licitaciones. Pero sigue vivo.
Ricardo Jaime, Claudio Uberti, la “diplomacia paralela”, Antonini Wilson, José López, Roberto Baratta, Sueños Compartidos, Skanska, la tarjeta SUBE, Tecnópolis y la peste multimillonaria de las facturas truchas son apenas algunos hitos de su gestión, además de las sospechas sobre su propio enriquecimiento ilícito.
Durante esos años, además, De Vido extendió su rol político a la recaudación para las campañas, gracias al manejo de “la caja”, aunque sus redes llegan mucho más allá. Se convirtió en el interlocutor habitual de los empresarios, al mismo tiempo que tejió relaciones propias con gobernadores, intendentes y jueces federales.
Es decir, las relaciones indispensables con el “sistema” que protegen al poderoso de cualquier derrape o contratiempo.
Con la muerte de Kirchner y el consiguiente ascenso de La Cámpora, sin embargo, su peso político declinó. Hasta afrontó despieces de su elefantiásico Ministerio de Planificación, como cuando Transporte pasó a las manos del ministro del Interior, Florencio Randazzo.
El problema es su relación con la Presidenta, que dista muchísimo de ser la que mantuvo con Kirchner, aun cuando ella se mueva hoy con Alfredo Scoccimarro como su vocero, que llegó a la Casa Rosada tras varios años junto a Julito en el ministerio.
De hecho, cuando el matrimonio Kirchner discutió si convenía que él o ella se presentara a la presidencia en 2007, la entonces primera dama fijó su posición con el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, como único testigo: “Yo acepto. Pero no quiero a De Vido, ni a Ginés (González García, ministro de Salud) ni a tu hermana”.
Aun con esa sentencia de muerte sobre su cabeza, De Vido sobrevivió a la guadaña e integra hoy el selectísimo grupo de funcionarios –con Zannini a la cabeza– que asumió el 25 de mayo de 2003 y continúa en su cargo.
Lo logró aunque no sea un “nyc”, es decir, un nacido y criado en Santa Cruz.
Fragmento Capítulo D/De Vido.
Autor Hugo Alconada Mon
La rebelión de las cacerolas
La cámara enfocaba al periodista Eduardo Feinmann y a la locutora María Muñoz, que elogiaban la espontánea y vibrante movilización de las clases medias porteñas contra el estado de sitio anunciado por el presidente Fernando de la Rúa, cuando el conductor del programa Después de hora, Daniel Hadad, hizo un gesto con la mano y los interrumpió: “Señores, perdón, perdón, perdón… Está en estos momentos renunciando Domingo Cavallo”, y cerró la tapa del celular. Hubo aplausos en el estudio y también en la Plaza de Mayo, desde donde un móvil transmitía en vivo.
Ya era jueves 20 de diciembre de 2001, y los radicales intentaban frenar el colapso del gobierno de la Alianza.
Dirigentes del oficialismo y del peronismo negociaban una solución de último momento en el hotel Elevage, en la zona de Retiro. El radical Enrique “Coti” Nosiglia marcó el número de Hadad y le pasó la primicia. “Cavallo está yendo a la residencia de Olivos a presentar la renuncia”, agregó. (…)
Cavallo se enteró de su renuncia mirando la televisión, en el living de su departamento de Libertador y Ortiz de Ocampo, en Palermo, mientras veintiún pisos más abajo unas cinco mil personas lo insultaban y le reclamaban que se fuera del gobierno. El asegura que llamó por teléfono al presidente.
—Fernando, en la televisión están anunciando mi renuncia.
—No, no, es una jugada de ellos.
—Te repito lo que te dije hace un rato: si lo que necesitan es mi renuncia, yo no tengo inconveniente en renunciar.
—No, de ninguna manera. Vamos a resistir esto; están pidiendo tu renuncia para que caiga el gobierno, para que caiga yo también. (…)
En el hotel Elevage, en la calle Maipú al 900, Nosiglia era poco menos que el anfitrión de un tan conspicuo como confundido vértice de dirigentes radicales y peronistas. Por el oficialismo estaban también el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo; Mestre; el titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado, Carlos Becerra, y Pascual, entre otros. Por la principal fuerza opositora, el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta; el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf; el senador Eduardo Menem, el diputado Miguel Angel Toma y varios más.
La invitación formal había sido del ministro Mestre, quien en plena reunión recibió un llamado de uno de sus hijos, desde Córdoba.
—¿Vos viste lo que está pasando?
—¿Qué está pasando?
—La gente está en la calle; hay una multitud en la Plaza de Mayo. Mirá la televisión.
Mestre dejó el celular sobre la mesa.
—Me dice uno de mis hijos que la gente está en la calle. ¿Pueden prender ese televisor?
Fue así como varios de los principales dirigentes del oficialismo y de la oposición se enteraron de cuál había sido la reacción popular frente al anuncio presidencial del estado de sitio. Absortos, completamente abrumados por la realidad, se quedaron callados durante varios minutos mirando las interminables columnas de porteños que marchaban hacia un puñado de puntos estratégicos que incluían la Plaza de Mayo, el Congreso, el domicilio de Cavallo y la Quinta de Olivos.
—¡No se puede creer! –soltó un radical.
—Es el efecto del “corralito”. Son todos votantes de Fernando, toda clase media; acá, del conurbano profundo no hay nadie –evaluó Ruckauf. (…)
El tema central de la cumbre fue la posibilidad de un gobierno de unidad nacional, una coalición entre el radicalismo y el peronismo, con un jefe de Gabinete de la principal fuerza de la oposición.
De la Rúa saldría más debilitado, pero seguiría siendo presidente, algo que las protestas y saqueos en el Gran Buenos Aires y varias ciudades del interior –aquel miércoles 19 de diciembre, seis personas habían sido asesinadas– más el cacerolazo porteño ponían bajo un signo de interrogación.
Como suele suceder cuando está en la oposición, el peronismo mostraba varios rostros. Puerta y Eduardo Menem representaban a las provincias chicas, que formaban una corriente interna llamada Frente Federal; dijeron que ellos garantizaban la gobernabilidad y la aprobación de todas las leyes que necesitara el gobierno, pero que no eran partidarios de un gobierno de coalición.
—No nos parece que incorporando a peronistas la situación se vaya a calmar –dijo Eduardo Menem, el hermano del ex presidente.
“Yo –afirma ahora el ex senador– había hablado con Carlos por la tarde. El estaba convencido de que había que hacer todo lo posible para sostener a De la Rúa”.
Tanto era así que el lunes 17 de diciembre Carlos Menem había llamado a su sucesor.
—Fernando, tené cuidado: Alfonsín y Duhalde te están queriendo voltear del gobierno –le advirtió.
A Menem no le convenía que De la Rúa no llegara a 2003 porque –según la Constitución– tenía que esperar todo un mandato presidencial para volver a presentarse como candidato.
Puerta también estaba en contra de un gobierno de unidad nacional, pero por razones distintas, que, según sus críticos, ocultaban una supuesta pretensión de reemplazar rápidamente a De la Rúa. (…)
Fragmento Capítulo XVIII.
Autor Ceferino Reato
La muerte de una fiscal y la trama nuclear
Con Néstor Kirchner en el gobierno, en 2003 se volvió a la línea histórica de la Argentina en materia nuclear. Y en 2007, Pilcaniyeu recibió inversiones del gobierno de Cristina Kirchner por cerca de 120 millones de pesos. Esa planta química, ubicada cerca de Bariloche, fue reinaugurada por la presidenta en 2010 con bombos y platillos. En 2014, el ministro de Planificación, Julio De Vido, anunció que “Pilca” iba a comenzar a producir uranio enriquecido a escala industrial en el corto plazo.
Paralelamente, un equipo de científicos del Instituto Balseiro de Bariloche logró en 2014 enriquecer uranio por láser, que sí es una tecnología moderna, pero sólo a escala de laboratorio.
De Vido, por un lado, está imputado por enriquecimiento ilícito y otros supuestos delitos de corrupción, pero, por otro lado, es la cabeza visible de este resurgimiento de la política nuclear y espacial. Pero el “relato” kirchnerista esconde que gracias a los compromisos internacionales que firmó la Argentina con Menem, Estados Unidos es hoy el principal abastecedor de equipos y suministros nucleares tanto para el programa nuclear como para el programa espacial de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (Conae), por ejemplo. Es más, desde la Argentina se fueron científicos nucleares a trabajar a Arabia Saudita, uno de los principales enemigos de Irán en Medio Oriente.
Ahora volvamos a los intereses iraníes. Otra ayuda a Irán podría haber sido “aportarle know-how en el tema reprocesamiento, necesario para extraer el plutonio de los combustibles quemados”.
La CNEA había construido en Ezeiza una planta de reprocesamiento y una facilidad alfa, que durante el gobierno de Alfonsín cerró por presiones de EE.UU. y falta de presupuesto.
En esa planta se iba a poder obtener plutonio de los elementos combustibles gastados de los reactores de Atucha I, por ejemplo, pero quedó trunca.
A esta altura, la pregunta era: ¿por qué Irán quería pasar a la línea de plutonio como materia prima en lugar de la de uranio enriquecido que venía desarrollando? Sería por varias razones técnicas, según explicó un técnico argentino en estricto off the record a este autor:
1) Diversificación de tecnologías con las ventajas que ello les pueda traer con la firma del acuerdo llamado “del 5+1” (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania).
2) Una bomba de plutonio es mucho más potente y compacta que una de uranio enriquecido y, por lo tanto, más apropiada para ser montada en misiles de alcance intermedio como los que ya tiene Irán.
3) Una planta de reprocesamiento de uranio requiere menos energía y es más fácil de disimular que una planta de enriquecimiento.
Pero todas estas eventuales triangulaciones chocaban con decisiones de la ONU. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que estableció sanciones a Irán es la número 1.696 del año 2006. Esta resolución “insta a todos los Estados a que, de conformidad con su legislación y sus autoridades jurídicas nacionales y con arreglo al derecho internacional, ejerzan vigilancia e impidan la transferencia de artículos, materiales, bienes y tecnología que puedan contribuir a las actividades relacionadas con el enriquecimiento y el reprocesamiento, así como a los programas de misiles balísticos de Irán”.
La descripción de estos artículos y tecnologías prohibidos puede leerse en forma detallada en la “Trigger list” y “Dual-use list” del Nuclear Suppliers Group, y a esas listas se refirió el fiscal Nisman, en 2015, en su denuncia por encubrimiento contra Cristina Kirchner. (...)
En su denuncia por encubrimiento contra Cristina Kirchner, el fiscal Nisman dijo que el móvil era “cambiar petróleo iraní por granos y armas”. Veamos, también, a fondo la cuestión misilística.
En 1990, en una medida polémica, el entonces presidente Carlos Menem ordenó desmantelar el misil Cóndor II, un proyecto secreto de la Fuerza Aérea, y cerrar la planta secreta de Falda del Carmen, Córdoba, donde se había construido en colaboración con empresas privadas alemanas. Era un misil con un alcance de mil kilómetros y que podía llevar una bomba convencional o nuclear de mil kilos en la cabeza. Tomó esa polémica decisión en el marco de su política de “relaciones carnales”, de alineamiento automático con Washington, y luego hizo ingresar a la Argentina al Régimen de Control de Tecnología Misilística (MTCR, en inglés), el organismo internacional que controla la proliferación de misiles de largo alcance. Así, la Argentina se comprometió a no construir misiles de más de 300 kilómetros de alcance. No sólo EE.UU. e Israel presionaron a Menem por el Cóndor II, también lo hizo Gran Bretaña por una cuestión estratégica: las Malvinas están a poco más de 400 kilómetros del continente argentino. Otro de los argumentos del entonces canciller Guido Di Tella era que el misil Cóndor II había sido triangulado, vía Egipto, al dictador de Irak, Saddam Hussein, durante el gobierno de Alfonsín. Pero fue en los 80, cuando el iraquí era un aliado de EE.UU. y Europa por la sangrienta guerra de Irak contra la Irán de la Revolución Islámica. En cambio, Hussein –tras la invasión de Kuwait de 1990– pasó a ser el malo de la película para Occidente. (…)
Fragmento Capítulo 5.
Autor Daniel Santoro