DOMINGO
Libro

Los valores de un jesuita

Quién es y cómo piensa Francisco a una década de ser elegido papa.

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Ese día. El protodiácono Jean-Louis Tauran anunció: “Habemus Papam”. Se trataba del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Era el primer papa latinoamericano y jesuita de la historia”. | cedoc

El papa latino: “¡Que viva Francisco!” 

5 de abril de 2013

[...] Nos llevaste en tu auto a San Miguel. Me pediste que tratara de ocultarme y que no mirara el camino que íbamos a hacer. Pensé: “¿Se habrá dado cuenta este curita del riesgo al que se está exponiendo?”. Entonces no sabía que eras el Provincial de los jesuitas. 

En San Miguel me dijiste que me sacara el anillo de casado y simulara que estaba haciendo un retiro espiritual como si fuera a entrar en la Compañía [...]

Una mañana me llamaste a tu escritorio. Estabas con mi hermano y nos redactaste el plan que íbamos a seguir. Nos llevaste al aeropuerto en tu auto y nos acompañaste hasta el último momento. El aeropuerto era de esos puntos clave controlados por militares y policías de civil. Pasamos los controles y nada ocurrió [...]

Volamos a Iguazú y nos fuimos caminando hasta la frontera sin tomar taxi ni ómnibus, como nos habías sugerido. Ahí esperamos el último barco, que era el de los contrabandistas, donde los controles militares aflojaban un poco. Pasamos a Brasil y nos tomamos un ómnibus a Río de Janeiro.

Allí me despedí de mi hermano, Juan, que me había acompañado en todos esos difíciles momentos. Al tiempo, me refugié en las Naciones Unidas y volé a Alemania, donde me dieron asilo político...

Hace unos días, yo estaba con unos amigos y sonó el celular. Era mi hermano, que me gritaba del otro lado: “Gonzalo, ¿te enteraste? ¡Han nombrado Papa a Bergoglio!”. Pero casi al mismo tiempo empezaron a salir noticias en los diarios, en programas de radio, donde se te acusaba de haber colaborado con la dictadura, de haber traicionado a dos jesuitas, etc.

Llamé entonces a mis hermanos para que vinieran a cenar a casa y les conté que pensaba salir a la prensa y contar todo lo que habías hecho por mí. En las entrevistas, puse siempre el énfasis en la lucidez y el valor que tuviste no solo en lo personal, sino también en lo institucional, al correr esos riesgos por mí, que era un desconocido [...]

El día de tu asunción pediste que rezáramos por ti. Yo le pido a Dios que en esta vida que comienzas ahora tengas la misma lucidez, valentía y compromiso que tuviste hace treinta y seis años en circunstancias tan difíciles. 

Me quedé con ganas de darte un abrazo y las gracias.

Gonzalo Mosca

P/D: Nunca pensé que le iba a escribir una carta al Papa.

El relato de Gonzalo sorprende y motiva a pensar. Si no supiéramos que se trata de Jorge Bergoglio, podríamos imaginar que quien lo ayudó fue un experimentado militante revolucionario. Las medidas de seguridad y el plan de fuga no se corresponden con los de una persona que brinda su apoyo a alguien por primera vez. Comienza llevándolo “tabicado” (mirando hacia abajo para que no reconozca adónde lo conducen), realiza maniobras de “contraseguimiento”, lo esconde en el tercer piso del Colegio Máximo de San Miguel, le detalla el plan de fuga al extremo de sugerirle el último barco de los contrabandistas o “bagayeros” y, finalmente, se expone por entero acompañándolo a tomar el avión cuando los aeropuertos eran un hervidero de policías y “marcadores”. Eso significa que el joven Jorge Bergoglio no era un improvisado, sino que poseía cierta experiencia y pericia en protección y fugas.  Y utilizó los instrumentos a su alcance para salvar muchas vidas. Seminaristas, sacerdotes y estudiantes cercanos al mundo jesuítico argentino lograron sobrevivir en virtud del coraje de ese sacerdote.

En cada momento de la historia, las personas ocupan un lugar desde el cual tienen mayores o menores posibilidades de lidiar con su contexto. Por eso es equívoco trasladar al actual Papa Francisco, antes cardenal Jorge Bergoglio, a los años de la dictadura sin antes describir ese contexto. Hacerlo llevaría al gravísimo error de confundir el rol de un superior de la orden jesuita con los niveles más jerárquicos de la Iglesia católica argentina.

Este libro intenta describir la etapa de la historia de nuestra región en cuyas turbulentas aguas debió navegar el joven sacerdote jesuita Jorge Mario Bergoglio.

Amarás a tu prójimo

En los años setenta, temprana e impetuosamente, una generación se volcó a la confrontación y la lucha en pos de un mundo más justo. Algunos abrazaron el camino de la violencia revolucionaria. Otros, ni mejores ni peores, entendieron que existían diferentes modos de alcanzar el mismo sueño. Pero en 1976 el terrorismo de Estado, con su impronta de persecución y muerte, llegó para imponer un modelo de privilegios e injusticia. Si bien la ruptura constitucional de 1955 había marcado un hito insoslayable en la sociedad argentina, la etapa de 1970 a 1983 fue la más compleja de nuestra historia reciente. Y justamente por su rol en esos años Jorge Bergoglio recibió cuestionamientos. No soy un observador neutral de aquella década porque fui parte de esa generación. Me crié en un hogar católico y me formé en el precepto “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; e integré la enorme masa de jóvenes cristianos que abrazaron la militancia política impulsados por esos valores. Ingresé al peronismo y la organización Montoneros de la mano de curas católicos, y el azar y las circunstancias hicieron que esos mismos curas me empujaran fuera del camino de la violencia justo a tiempo. No conocí a Jorge Bergoglio en aquel entonces ni tuve muchas referencias de él, hasta que se convirtió en el Papa Francisco y sorprendió al mundo entero proponiendo un nuevo modelo de Iglesia, “pobre y para los pobres”. 

Parto de mirar a la Iglesia católica en su concepto amplio de comunidad, integrada por laicos, religiosos, sacerdotes, obispos y demás jerarquías. Por lo tanto, creo que un juicio ecuánime sobre su actuación en distintos momentos históricos debería considerar el comportamiento de esos diversos sectores así como el nivel de responsabilidad particular de cada uno de ellos. Y si bien es cierto que hubo miembros de la Iglesia que colaboraron con la dictadura iniciada en 1976, también lo es que miles de laicos, centenares de religiosos y sacerdotes y una decena de obispos la rechazaron con palabras y con hechos. Y por ello sufrieron persecución, prisión, tortura, exilio, desaparición y muerte. Según la lista verificada por el teólogo José Pablo Martín y el padre Domingo Bresci, hubo veintiún sacerdotes desaparecidos, un centenar de presos, otro tanto de exiliados y dos obispos asesinados.

Bergoglio no tuvo militancia política en los años setenta. Pero, por el papel de responsabilidad que le tocó desempeñar desde 1973 en su cargo como Superior de la Compañía de Jesús, la tragedia lo rozó muy de cerca y lo convirtió en un sobreviviente más. Sin embargo, a partir del miércoles 13 de marzo de 2013, fue sentado sin más en el banquillo de los acusados.

Habemus Papam

Eran las 15.07 cuando de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, comenzó a salir el humo blanco que indicaba que los cardenales habían elegido un nuevo Papa. Entonces el protodiácono Jean-Louis Tauran anunció: “Habemus Papam”. Se trataba del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, que adoptaría el nombre de Francisco. Era el primer Papa latinoamericano y jesuita de la historia.

En la Argentina, la palabra para describir el momento fue “sorpresa”. Es que ni los más avezados analistas habían otorgado chances a Bergoglio. En un país futbolero, un conocido periodista de televisión incluso llegó a decir: “Bergoglio tiene menos chances de ser Papa que yo de ser el diez de Boca”.

De inmediato la conmoción se trasladó al ámbito político. La entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner emitió un breve comunicado que decía: “En mi nombre, en el del gobierno argentino y en representación del pueblo de nuestro país, quiero saludarlo y expresarle mis felicitaciones con ocasión de haber resultado elegido como nuevo Romano Pontífice de la Iglesia Universal. Le hago llegar a Su Santidad mi consideración y respeto”. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, tuiteó: “¡Tenemos Papa latinoamericano! ¡Vivimos momentos históricos sin precedentes! ¡Que viva Francisco!”. Por su parte, Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, expresó: “En nombre del pueblo brasileño, felicito al nuevo Papa Francisco I y saludo a la Iglesia católica y al pueblo argentino”. Incluso la entonces diputada opositora Elisa Carrió celebraba la noticia: “Es el mayor signo de tiempos distintos. Para mí es una fiesta”. Sin embargo, el diario más cercano al kirchnerismo, Página/12, tituló en tapa “¡Dios mío!”, a la vez que sostenía: “El alto prelado ha sido denunciado por complicidad con la dictadura militar, mantuvo una relación conflictiva con los gobiernos kirchneristas y fue un tenaz opositor del matrimonio igualitario y las políticas de educación sexual y salud reproductiva”.

La prensa mundial recorrió ávida los links de información argentina buscando datos sobre el perfil del desconocido cardenal devenido en Papa. Y a partir de las dudas sembradas por algunos medios locales poco tardarían en dirigir la mirada hacia el rol de Jorge Bergoglio durante la dictadura militar.

☛ Título: Salvados por Francisco

☛ Autor: Aldo Duzdevich

☛ Editorial: Ediciones B
 


 

¿Algún otro me habría salvado sin conocerme?

Tenía las horas contadas. Estaba desesperado”. El militante uruguayo Gonzalo Mosca andaba con problemas por su credo político. En 1977 Gonzalo tenía 28 años. Por entonces los generales, desde tiempo atrás, ya se sacaban de encima a los disidentes con la facilidad con que se aplasta un mosquito. El joven Mosca adhería al Grupo de Acción Unificada, una coalición de movimientos que había participado en 1971 en la fundación del Frente Amplio, movimiento de izquierda que desde 1984, año en que Uruguay reconquistó la democracia, gobierna en Uruguay ininterrumpidamente. 

Gonzalo se decidió a contar su historia cuando volvió a ver en un canal vía satélite al hombre que lo había salvado. Para él, en su patria las cosas se habían puesto tan mal que tuvo que refugiarse en Argentina. Del régimen de los generales todavía se sabía poco. Mosca esperaba eclipsarse entre la enorme periferia de Buenos Aires y la vastedad de la pampa. En cambio, cayó de la sartén a las brasas. (…)

Llegado a Buenos Aires, el muchacho de cabello revuelto se hospedó en la casa de un amigo. La protección duró poco. “El ejército argentino vino a buscarnos cuando afortunadamente habíamos escapado del departamento”, cuenta Mosca a treinta y seis años de distancia. El conserje del edificio lo había prevenido: “te matarán”. Pero para no terminar de esa forma no le quedaba más que una vía. Un camino que, para él, estaba lleno de trampas: pedir ayuda a los curas.

Desde un teléfono público y con suerte, Gonzalo consiguió contactar con uno de sus hermanos, un jesuita residente en Argentina. El padre Mosca no podía asegurarle una ayuda inmediata, pero sí sabía a quién acudir. Pocos días después el joven jesuita llegaba desde el interior a Buenos Aires, donde su hermano, “el compañero Mosca”, estaba contando los minutos que lo separaban de un epílogo ya escrito. Tenía una sola duda: los militares de Buenos Aires ¿lo habrían liquidado en territorio argentino o lo habrían confiado a las meticulosas atenciones de los colegas uruguayos?

Cuando el padre Mosca contactó al que había sido su profesor de filosofía, este le respondió como quien dicta un telegrama. Era lo que hacía cada vez que la situación se ponía seria: “tráeme a tu hermano, trataré de ayudarlo”. El padre Bergoglio llegó en auto al lugar convenido. Nadie lo acompañaba. La sensación de aquellas horas Gonzalo la lleva todavía escrita en su cara de repatriado. Sonríe cuando lo cuenta. Sin embargo, aquel día sintió que no iba a poder con el miedo.

Contada hoy, parece la misión imposible de un audaz agente secreto. El padre Bergoglio conocía bien Buenos Aires, donde había nacido y vivido por cuarenta años. Y conocía las obsesiones, las manías y los tics de los militares. “Durante el trayecto, me dijo que no mirara fuera de la ventanilla. En cada esquina había soldados”. El miedo crece. Los pulmones parecen sin capacidad de oxígeno. Cincuenta kilómetros que parecen cinco mil. Repentinos cambios de rumbo, desvío de una calle central a otra secundaria. Los ojos del jesuita que a intervalos regulares interrogan al espejo retrovisor.

(…) 

Finalmente algo familiar le permitió a Gonzalo dejar de temblar. “Mi hermanos había estudiado en San Miguel con los jesuitas. Reconocí enseguida el lugar”. En la casa de la Compañía Gonzalo no permaneció demasiado tiempo. “Como máximo cuatro días”. Al padre Bergoglio le bastaron para organizar la fuga. “Me presentó como un estudiante que quería participar en un breve retiro espiritual”. Después de todo, no era una gran mentira.

Cualquiera que se encontrara en aquella situación, en aquel lugar, con aquel jesuita despreocupado, terminaría preguntándose qué o quién movía a un sacerdote todavía joven a arriesgarse personalmente, poniendo además en peligro a su comunidad, para salvar a gente al fin desconocida, de pensar controvertido y hasta anticlericales. “Mientras se ocupaba de mi caso, Bergoglio –recuerda Gonzalo Mosca– venía a verme todas las tardes. Teníamos largas conversaciones. Sabía que estaba muy tenso y que no lograba conciliar el sueño. Me entregó relatos de Borges y también me dejó una radio para pasar el tiempo y estar informado”. 

Ayudar a disidentes a huir no era solo una operación arriesgada. Se daba la posibilidad de caer en las garras de los esbirros. Por eso, el padre Jorge había logrado tejer una red de apoyo en Brasil, buscando la seguridad de las fugas. A la verdad nadie de los pertenecientes al “sistema Bergoglio” tenía conciencia de ser parte del mismo. Cada uno realizaba un favor puntual al provincial argentino: uno aseguraba una cama por una noche; otro un tramo del camino en auto; otro aportaba una buena palabra ante un funcionario consular europeo, otro proveía del boleto en avión. Una organización por compartimentos estancos. Era el único modo de reducir al mínimo el riesgo de que las informaciones circulasen lo menos posible, aun entre los jesuitas. No era una cautela antojadiza. Años después se logró probar que era algo más que una sospecha. En toda América Latina se había producido, con un orden sin duda no casual, una serie de golpes militares: desde el brasileño en 1964 al argentino de 1976. Un gran tejido que pasaría a la historia como Plan Cóndor, una amplia operación de represión organizada por las juntas militares del subcontinente para la caza de opositores. 

No es difícil intuir cuáles eran los temores de Bergoglio. Argentina confinaba con países sometidos a ciertas injerencias militares. Pero Brasil, por su extensión y por la presencia capilar de los jesuitas en su territorio, se prestaba más que otros para asegurar un refugio a los fugitivos. Pero en ningún caso era posible esta operación en un vuelo internacional.

El padre Jorge estaba al corriente de todo esto. Mientras Gonzalo Mosca pasaba escondido aquellos días en la celda del Colegio de San Miguel, el jefe de los jesuitas argentinos fue diseñando las etapas que harían recuperar la libertad al joven militante. “Tomarás en Buenos Aires un avión para Puerto Iguazú, frontera con Brasil y Paraguay. Desde allí pasarán a territorio brasileño”. Con el pasaje de un vuelo interno, Mosca llegaría a la frontera norte. La travesía debía hacerla clandestinamente en una barca. Luego, una vez en Brasil, el uruguayo sería acogido por otros jesuitas que, después de una breve permanencia, lo pondría en un vuelo a Europa. Un plan entre admirable y desconcertante. 

Para que funcionara, a Gonzalo le tocaría superar una serie de obstáculos como para hacerlo temblar de solo pensarlo. No generar sospecha en los agentes de aeropuerto de Buenos Aires; esquivar a los guardias de frontera tanto argentinos como brasileños; subir hasta Río de Janeiro evitando los puestos de control y por fin conseguir un pasaje en avión o en barco para Europa, no sin haber obtenido un visado de la autoridad consular del país elegido para exiliarse.

El joven uruguayo tuvo confianza. “El padre Jorge no solo me acompañó al aeropuerto; llegó conmigo hasta el pie del avión” y dejó el aeropuerto cuando el avión despegó. El plan se realizó como lo había previsto el provincial. Después, la travesía del río Paraná, no lejos de las majestuosas cataratas de Iguazú, desde donde, remontando la corriente, se puede llegar a Brasil y a Paraguay. Luego, un nuevo periodo de “formación espiritual” en una comunidad jesuita de Río de Janeiro y, finalmente, el tan ansiado aterrizaje al otro lado del océano.

(…)

El compañero Mosca sigue preguntándose “si Bergoglio habrá sido consciente del riesgo que corría. Si nos apresaban, lo habrían acusado de proteger a un subversivo, poniendo en peligro a toda la Compañía de Jesús”. Tampoco en aquel caso las autoridades sospecharon de nada. “No sé cuántos más habrían tenido la misma conducta. ¿Algún otro me habría salvado sin conocerme para nada?”. A quien le pregunta si ha sabido encontrar alguna explicación, Mosca responde: “Recibí una educación católica con los jesuitas. Mi hermano es un jesuita. Esos son sus valores. Por lo que los conozco, están hechos así”.

☛ Título: La lista de Bergoglio

☛ Autor: Nello Scavo

☛ Editorial: Claretiana

 


 

Un sentimental al que le gusta leer

La apertura de Bergoglio a abordar algunos aspectos personales que ya había demostrado en El Jesuita nos llevó a indagar un poco más. Nos dimos cuenta de que parte de las preguntas a las que había contestado en el capítulo “También me gusta el tango” eran parecidas a las que formaban parte del “Cuestionario de Proust” y se nos ocurrió completarlo. Llamado así porque el célebre novelista fue uno de los primeros en responderlo a fines del siglo XIX, el cuestionario cobró especial notoriedad con el paso del tiempo por su empleo para saber más y entender mejor a personalidades de diversos ámbitos. Claro que nunca hasta ahora un pontífice lo había respondido. Experto en romper moldes, Francisco no dudó un instante en aceptar la propuesta.

—¿Principal característica de su carácter?

—Sentimental. Me gusta recordar las cosas gratas del pasado.

—¿Qué cualidad aprecia más en un hombre?

—La honestidad, la transparencia.

—¿Y en una mujer?

—La capacidad de maternidad, sea o no madre.

—¿Su principal defecto?

—Los defectos van cambiando con la edad. Hoy diría que cargar con cuentas pendientes.

—¿Su ocupación favorita?

—Leer.

—¿Su ideal de felicidad?

—Me encanta hacer feliz a la gente.

—¿Qué es para usted la infelicidad?

—Cuando las cosas no son armónicas y sobreviene la tristeza. El cristiano dirá: “Cuando las cosas no están según el plan de Dios”.

—¿Qué le gustaría ser?

—Un viejo sabio.

—¿La flor que más le gusta?

—La rosa, sin duda. Me dice mucho. Las naturales, no las teñidas de laboratorio. Pero hay dos chiquitas que me encantan: la violeta y la no me olvides.

—¿Animal preferido?

—La belleza del caballo me fascina.

—¿El pájaro que prefiere?

—El gorrión.

—¿Su autor favorito en verso?

—Virgilio en La Eneida.

—¿Un héroe en la vida real?

—Charles Peguy, el escritor y poeta que murió en la guerra y que para mí es un héroe.

—¿Un héroe de ficción?

—El comisario Maigret, el inolvidable personaje creado por Georges Simenon.

—¿Una heroína en la vida real?

—Catalina II.

—¿Una heroína de ficción?

—No se me ocurre ninguna.

—¿Su músico favorito?

—Wagner es el que más escucho, pero Mozart me llena mucho.

—¿Su pintor favorito?

—Marc Chagall.

—¿Su nombre favorito?

—Jorge Mario… ¿Egocéntrico yo?

—¿Qué hábito ajeno no soporta?

—En Argentina lo llamamos el “chismerío”. Sería hablar mal de los demás. Porque destruye.

—¿Qué es lo que más detesta?

—En mi caso es relativo. Hoy diría una cosa y mañana otra.

—¿Una figura histórica que no le guste?

—Hitler.

—¿Un hecho de armas que admire?

—Ninguno. De todas maneras, me viene a la mente la batalla de Ayohuma (en la guerra de independencia de Sudamérica), pero por el valor de las mujeres que pelearon y la abnegación con la que auxiliaron a los heridos.

—¿Qué don le gustaría poseer?

—Condiciones para la música. Tomé clases con un profesor de piano, pero no aprendí nada. 

—¿Cuál es el estado más típico de su ánimo?

—La serenidad. Cuando me enojo, me enojo. Es un mecanismo, pero enseguida relativizo lo sucedido; digo que no es para tanto y trato de buscar la solución. Hoy sin ir más lejos tuve una rabieta… Me pregunté enseguida qué se podía hacer y en cinco minutos se me pasó. Lo que nunca me quitaron es el sueño.

—¿Qué defecto le suscita mayor indulgencia?

—Las “agachadas”, palabra difícil de traducir. O algunas actitudes incoherentes con las que me enfrento en la vida. Pero trato de comprender la debilidad humana.

—¿Tiene una máxima?

—La que puse en mi escudo episcopal: “Misericordiando y eligiendo”. Está tomada del comentario de San Beda al pasaje del Evangelio cuando Jesús miró a Mateo.

Las preguntas del cuestionario se terminaron, pero no nuestra curiosidad y sumamos otras.

—Usted dijo cuando lo eligieron pontífice que sintió mucha paz. ¿Realmente no se inquietó ante tamaño desafío?

—Es que soy un inconsciente…

—¿Por qué cree que escribieron tantos libros sobre usted?

—Porque soy el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero que se llama Francisco. Y el primero que no vive en los aposentos papales. Demasiado curioso el personaje.

—Además, se realizaron varios documentales y películas de ficción con su figura como protagonista. Algunas de estas producciones recibieron premios y fueron apreciadas por los críticos. ¿Vio alguna?

—No, ninguna.

—¿Por qué?

—Me da pudor.

—¿Sigue sin mirar televisión?

—Como les había contado en El Jesuita hice un voto de no mirar televisión el 16 de julio de 1990 y lo cumplí, salvo para algunas asunciones presidenciales o en el caso de una tragedia aérea en mi país. Y lo sigo cumpliendo acá.

—¿No siente que deja de conocer algunos aspectos de la vida de la sociedad?

—Todo eso me llega de una u otra manera, a veces de modo mucho más directo que a través de la pantalla de la televisión. La realidad se termina imponiendo.

—¿Sueña mucho?

—Sí, a veces, pero en general no me acuerdo de lo que sueño. Y si lo hago, lo olvido rápidamente.

—¿No pensó en escribirlos?

—No. Me gana la pereza.

—¿Tiene sueños recurrentes o pesadillas?

—La respuesta a ambas preguntas es no.

—Sabemos que le gusta la poesía, ¿escribió alguna vez en verso?

—Pecados de juventud…

—¿Fueron muchas?

—Veinte o treinta.

—¿Tenía una temática en particular?

—No, escribí de lo que me surgía en el momento.

—¿Guardó alguna de esas poesías?

—Sí, algunas.

—¿Las podemos publicar?

—No quiero que se publiquen.

—¿Qué le diría al joven que quiere escribir o escribió poesías?

—Que lo haga o que lo siga haciendo. Está entre las cosas más lindas.

—Las personas que lo conocieron de joven lo describen como muy tímido. ¿Es cierto?

—Sí, lo era y de alguna manera lo sigo siendo.

 

☛ Título: El pastor

☛ Autores: Sergio Rubín y Francisca Ambrogetti 

☛ Editorial:Ediciones B