De todos los tipos de violencia política que existen, el terrorismo ha resultado históricamente el más difícil de definir. Los debates que comenzaron hace más de cincuenta años en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han hecho pocos avances respecto de una acepción universal y operativa de “terrorismo”, lo que no ha impedido su abordaje en cantidades de documentos oficiales. (...)
Cada Estado u organismo de seguridad ha adoptado una definición particular, con con secuentes incidencias en la propia legislación de la lucha antiterrorista y
en el marco interpretativo que asumen al respecto los medios de comunicación y la opinión pública. (...)
¿Qué es la yihad?
La definición literal de yihad –y la más extendida en la cotidianidad del mundo árabe islámico– es “esfuerzo”, y hace alusión a la lucha interna y diaria contra las pasiones y tentaciones que lo alejan a uno del “camino de Dios”. En su acepción más común, ese camino refiere a todo aquello que denote un esfuerzo encomiable hacia una buena causa, como estudiar, dejar de fumar o ganar el pan para la familia. En su acepción religiosa, refiere a la lucha del alma por sortear los obstáculos que se interponen entre una persona y Dios. A este tipo de yihad se la conoce como “yihad mayor”.
La llamada “yihad menor” o “yihad por la espada” nació como un instrumento para proteger a la comunidad musulmana, en plena expansión imperial, de las agresiones externas tras la muerte del profeta Mahoma. La yihad menor se consideró un deber colectivo dentro de los confines del imperio para defender la vida, la fe y la propiedad, y daba luz verde a la agresión
sólo cuando la comunidad estaba siendo atacada.
Los yihadistas del siglo XXI tienen una concepción muy diferente de ese “deber colectivo”. La encarnación actual del yihadismo –manifestada como una fuerza ultraconservadora y ultraviolenta de carácter transnacional– hunde sus raíces en un movimiento nacido a principios del siglo XX conocido como “salafismo”, que impulsó la idea de que el mundo musulmán iba a librarse del yugo colonialista sólo a través de un “renacimiento” del islam. Para los salafistas, los clérigos establecidos eran los responsables del lamentable estado de la comunidad musulmana, y desafiaron su autoproclamado papel de ser los únicos intérpretes legítimos de la religión.
La organización salafista más exitosa de la época fue la Hermandad Musulmana, fundada en Egipto en 1920, que comenzó como un movimiento social dedicado a la islamización gradual de la sociedad. Hacia 1949, la agrupación se había extendido a Siria, Jordania, Palestina y el Líbano, y representaba el movimiento islámico más grande desde la caída del
califato otomano en 1924. (…)
El yihadismo se opone al islamismo convencional, en tanto no reconoce la vía política para instalar un Estado basado en los principios sagrados. Esto es porque el sistema político convencional sitúa a un puñado de funcionarios como fuente de autoridad, con lo que rechaza a la más alta autoridad de todas, que es el Corán. Y la única forma de acabar con ese sistema es la revolución violenta. (…)
Al Qaeda y el enemigo lejano
En agosto de 1990, Saddam Hussein invadió Kuwait y cerca de medio millón de efectivos estadounidenses se asentaron en Arabia Saudita, para evitar que el dictador iraquí avanzara sobre el reino y llegase a controlar sus enormes riquezas petrolíferas. Para Osama bin Laden, quien había vuelto a su país tras el retiro de las tropas soviéticas de Afganistán, la presencia de los infieles estadounidenses en tierras musulmanas era humillante, y le ofreció al rey Fahd un ejército de combatientes afganos para luchar contra las tropas del también infiel régimen iraquí. El ofrecimiento fue rechazado y Bin Laden, obligado a exiliarse. Para él quedaba claro que los líderes del mundo árabe eran marionetas de las grandes potencias y que los yihadistas, por lo tanto, debían dejar de concentrar todas sus energías en el “enemigo cercano” y apuntar también sus armas al país que movía los hilos: Estados Unidos. Osama bin Laden marchó a Sudán y en 1992 Ayman al Zawahiri también se instaló allí, desde donde operó para reorganizar su Yihad Islámica egipcia con el dinero del saudí. Pero las estrategias de ambos colisionaban; Al Zawahiri tuvo que adaptarse entonces a la perspectiva “global” de Bin Laden y poner a sus yihadistas también al servicio del “enemigo lejano”. Esto no significaba cambiar el campo de batalla, sino ampliarlo: los apóstatas occidentales habían corrompido a los líderes del mundo árabe, y esa corrupción se derramaba a todos los musulmanes que no se opusieran activamente a sus regímenes, con lo que automáticamente pasaban a ser objeto del principio takfir. Este principio, ideado en el siglo XVIII por el fundador del wahabismo Abd al Wahhab, sitúa en cualquier creyente la autoridad de decidir quién es un infiel (kafir) y quién no, sorteando así las prohibiciones religiosas respecto de derramar sangre musulmana. Los yihadistas globales y Al Qaeda usan el principio takfir aplicándolo básicamente a cualquiera que no esté de acuerdo con su visión del mundo. ¿Pero qué es Al Qaeda? Existen numerosas teorías respecto del origen del nombre y del nacimiento de la organización, y un amplio debate acerca de si se trata verdaderamente de una organización, o más bien de un movimiento descentralizado compuesto por células aisladas, concebidas para actuar sin respaldo popular ni órdenes jerárquicos. La expresión puede traducirse como “la base” o bien “las reglas” o “los fundamentos”. (…)
El Estado Islámico
Al tirar del hilo histórico del Estado Islámico (EI), aparece la figura del jordano Abu Musab al Zarqawi, líder de Tawhid al Yihad, quien en 2004 difundió videos de no menos de diez decapitaciones en Irak, una de las prácticas predilectas de los actuales militantes del EI. Al Zarqawi, quien desafió a Osama bin Laden al no querer formar parte de su militancia contra el “enemigo lejano”, fue el que comenzó a organizar misiones suicidas en Irak en tiempos de la invasión británico-estadounidense, avivando la violencia contra musulmanes chiitas en un entorno asolado por la guerra. La coalición invasora pasó por alto el perfil yihadista de esos ataques, creyéndolos parte de luchas internas por el poder político. En efecto, la masiva expulsión de sunitas de posiciones gubernamentales y su reemplazo por chiitas resintió a Al Zarqawi, cuyos planes, de todos modos, eran más ambiciosos: la creación de un Estado Islámico sunita, para lo cual había que deshacerse tanto de la coalición externa como de los chiitas y de cualquier. sunita que los apoyara. Fue así que bautizó
a su grupo como Estado islámico de Irak.. (...)
En 2004, Al Zarqawi se ganó la venia y los recursos de Osama bin Laden para alentar la violencia sectaria, y su organización pasó a llamarse Al Qaeda en Irak (vale aclarar que, según el informe final de la comisión de investigación del 11 de septiembre, en ese entonces Bin Laden recibía su dinero de donantes privados de Arabia Saudita y los Estados del Golfo). Pero Al Zarqawi murió en 2006, en un bombardeo estadounidense, y el grupo, como tal, quedó relativamente paralizado. Solo renació en 2010 con Abu Bakr al Bagdadí, que hoy es el enigmático “califa” del Estado islámico. (...) En cualquier caso, en 2010 se alejó de Al Qaeda y rebautizó a su organización con el antiguo y más acorde nombre de Estado Islámico de Irak (ISI), pues hacia allí iban sus propósitos. La marca “Al Qaeda”, por lo demás, había perdido poder y credibilidad en un contexto en el que la violencia que había desplegado parecía un fin en sí mismo. (...)
A diferencia de Osama bin Laden, asesinado en mayo de 2011, la nueva fuerza de Al Bagdadí se propuso armar una base territorial, y lo consiguió con una avanzada puerta a puerta, conquistando poblados, ciudades y capturando armamento, con la idea fija no ya sólo de un Estado de corte islamista, sino de un califato que ocupara tanto territorio como fuese posible.
En 2013, aliados con los yihadistas sirios de Jabhat al Nusra, ISI pasó a llamarse Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS o ISIL, según sus siglas en inglés). El 6 de junio de 2014 desplegaron la acción que captaría seriamente la atención de Occidente y también de la administración iraquí: la toma de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, victoria que, desde luego, atribuyeron a la intervención divina.
El 29 de junio proclamaron la creación de un califato en todos los territorios sirios e iraquíes conquistados, situaron su capital en la ciudad siria de Raqqa, pasaron a llamarse Estado Islámico (...)
En julio de 2015, el EI controla una porción territorial en Siria e Irak equivalente a Gran Bretaña, en la que viven más de seis millones de personas. Se ha apoderado de ricos yacimientos petrolíferos, de los que ha sabido sacar provecho, contrabandeando el crudo e incluso revendiéndoselo al Estado sirio. También se financia con millonarios rescates de rehenes, especialmente en Europa, ya que Estados Unidos se niega a negociar. Al tiempo que sus militantes diezman poblaciones cristianas, yazidíes y chiitas, imponen una sharia radical, realizan crueles ejecuciones públicas y oprimen o esclavizan a las mujeres, en Raqqa sus activistas reparan carreteras, reinvierten impuestos, construyen centros sanitarios y escuelas, pagan salarios y se aseguran de que haya suministro de agua y electricidad.
Su habilidad para reclutar a jóvenes militantes de todo el planeta, musulmanes y no musulmanes, no radica especialmente en preceptos religiosos. Según la información que se ha recabado de desertores o personas detenidas antes de llegar al territorio, muchos de quienes se suman a sus filas lo hacen huyendo de una vida de marginalidad y aspiraciones truncas a un idealizado escenario de conquista y utopía. Hay quienes se unen para luchar por un islam que sienten bajo amenaza, y otros, para dar rienda suelta a sus propios impulsos violentos en un entorno que no va a reprimirlos.
Se ha observado en general una sorprendente ausencia de fervor religioso y, al mismo tiempo, una búsqueda sedienta de identidad, pertenencia y propósito, el que rápidamente es suplido por la yihad.
El destino del Estado Islámico es aún una incógnita. Su expansión hacia Bagdad ha sido contenida por milicias chiíes armadas y entrenadas por Irán, y por bombardeos estadounidenses. Una intervención extranjera, que muchos reclaman, sólo causaría más destrucción. Por lo pronto, se intenta contener el reclutamiento y coartar la propaganda, pero esa tarea debería comportar un programa más amplio y a largo plazo, en el que se difunda la voz de los desertores del Estado Islámico, se dé preeminencia en los medios a otros mensajes sobre la comunidad musulmana, y se favorezca su plena integración, especialmente en Europa Occidental.
La islamofobia es, en efecto, uno de los recursos favoritos de los yihadistas para atraer nuevos reclutas.