Empecé a escribir este prefacio desde el centro de la pandemia del coronavirus. Lamentablemente, lo hago confinado en mi departamento de Nueva York, ciudad en la que vivo y trabajo desde hace ya catorce años. Es un momento que nos parece distintos a todos pero que pronto al igual que todos los otros será un capítulo de una historia más larga. En este marco, se me hace difícil no lamentar que el tema de este libro ha pasado a ser aún más pertinente. Es decir, a partir del análisis de las mentiras del fascismo en el pasado se puede entender mejor nuestro extraño presente. Pasado y presente presentan odiosas convergencias en las formas en que desde el poder se niega la realidad y de cómo estas negaciones terminan, a veces cambiándola y, en general, ampliando, o incluso generando desastres. Como analizo en este libro, los fascistas fantasearon sobre nuevas realidades y luego transformaron la verdadera. Lo mismo quisieron hacer sus sucesores. Tomemos como ejemplos la crisis desatada por el coronavirus y las acciones xenófobas de postfascistas como Donald Trump, y también los ditirambos y las reacciones de sus secuaces globales. La idea de culpar a las minorías y a los inmigrantes por la propagación de la enfermedad no es nueva y, de hecho, tiene precedentes fascistas. Hay muchas formas de frenar la transmisión del coronavirus, pero la combinación de ideología, magia y mala ciencia no debiera ser una de ellas. Lamentablemente, en el marco de la pandemia se extendieron como el virus mismo las formas autoritarias con las que supuestamente combatir, pero realmente descuidar, la enfermedad mediante el poder de la voluntad o la creencia en el mundo ideológico de los líderes. Es necesario recordar que las formas totalitarias de abordar la enfermedad no lograron grandes resultados en el pasado. La mezcla fascista de ideologías políticas, racismo y persecución de la otredad no condujo a revoluciones científicas ni a grandes descubrimientos, sino a la violencia e incluso al genocidio. En el Holocausto, las víctimas fueron acusadas por primera vez de propagación de enfermedades y los nazis crearon condiciones artificiales e insalubres en los guetos y campos de concentración y exterminio para que la ideología pudiera imponerse a la realidad. Sólo en este universo creado por ellos, las víctimas enfermaron y propagaron dolencias. Por otra parte, el fascismo imaginó enfermedades por doquier, pero no logró grandes avances con las reales. Más recientemente tanto Trump como Jair Mesías Bolsonaro en Brasil, Viktor Orban en Hungría, o Narendra Modi en la India han mentido sobre el coronavirus y lo han usado como excusa para promover su voluntad totalitaria. Este nuevo negacionismo ha adoptado formas grotescas. Un caso ya tristemente emblemático fue el de Trump aconsejando tomar desinfectante a la vez que pedía por la liberación del pueblo frente a las medidas sanitarias que los expertos de su propio gobierno apoyaban. En el caso de Modi, culpó por la propagación del virus a un grupo de misioneros musulmanes, sin mencionar reuniones similares de grupos hinduistas. En el caso de Orban, el autócrata magiar utilizó la pandemia para crear poderes cuasi-dictatoriales, llegando a una situación que muchos entendieron como una “coronadictadura”. Además del poder de cancelar y crear leyes, Orban se atribuyó la capacidad de encarcelar a aquellos que promovían “verdades distorsionadas”. Otro caso no menos nocivo, fue el de Bolsonaro directamente negando la enfermedad, rechazando la validez de los expertos de la OMS (organización que según el “Capitán” se dedica a fomentar la masturbación y la homosexualidad en los niños), fabricando realidades alternativas y vinculando los actos en contra de la cuarentena a la enfermedad es una marca indeleble de regímenes como los de Hitler y Mussolini. El gobierno de Trump marcó un punto de inflexión en la historia de la mentira en política. Si un marciano hubiese seguido el gobierno y la campaña de Trump, no se hubiera imaginado que el virus representa el gran peligro de estos días de 2020. Sus temas principales fueron además de la bonanza económica de fantasía, y el peligro del comunismo (también una fantasía), la bondad y la sabiduría absoluta del Trump íntimo que no vemos en público. La negación fanática de la realidad constituye una esencia clave del trumpismo, y más en general, de una variante del populismo que cada vez más se acerca al fascismo. Por eso, de todas las cosas que se han dicho sobre Donald Trump, la comparación con uno de los mentirosos más infames de la historia, el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, sigue siendo la más extrema y, sin embargo, la más precisa. La razón de esto es simple: Trump miente con técnicas de propaganda fascista. Al explicar por qué Donald Trump miente tanto, el presidente electo Joe Biden recurrió a una comparación histórica adecuada, diciendo que Trump miente “como Goebbels. Dices la mentira lo suficiente, sigues repitiéndola, repitiéndola, repitiéndola, y la mentira se vuelve un conocimiento común”. Como muchos historiadores del fascismo y el populismo, creo que Biden está en lo correcto aunque, como explico en este libro, Goebbels nunca dijo que repetir mentiras fuera parte de su estrategia. De hecho, al igual que Trump, creía en las mentiras que él mismo fabricó. Sin duda, la mayoría de los políticos mienten, pero como mentiroso, Trump y sus secuaces globales juegan en una liga diferente. Desde una perspectiva histórica, no hay duda de que Trump participa de una tradición de mentiras totalitarias que no tiene nada que ver con las mentiras convencionales de los políticos tradicionales tanto de izquierda como de derecha. Y aquí la crítica de Biden es correcta. En suma, el trumpismo rompió con el molde tradicional del partido republicano para convertirlo en vehículo del ritual del culto al líder, más típico de las dictaduras fascistas que de las democracias representativas. El mundo vive una crisis económica, política y social, pero en la versión trumpista, o bolsonarista, pasa todo lo contrario: se trata de tapar el sol con las manos, para luego negar su misma existencia. Creer en la versión alternativa no implica solo cerrar los ojos y negar lo que uno ve sino aprender a mirar y poder ver lo que en realidad no existe. Dictadores y demagogos que niegan la realidad y hacen de la mentira una política de gobierno encuentran dificultades para lidiar con las consecuencias concretas de aquello que rechazan. En algunos casos enferman, o se exponen y, peor aún, exponen a otros muchos a la enfermedad. Frente a ella, fascistas y postfascistas proponen soluciones mágicas y esto puede, o debería, tener consecuencias devastadoras para los populistas más extremistas y sus aliados fascistas. La mezcla de fascismo, post-fascismo, xenofobia y enfermedad tiene resultados letales. Estas ideas se basan en la irresponsabilidad más absoluta. Históricamente, el fascismo y la mentira van de la mano. Tarde o temprano, incluso sus seguidores, verán a sus emperadores desnudos. Lamentablemente, antes de su caída, muchos ciudadanos pagarán las consecuencias de sus acciones (…)
Una de las lecciones clave de la historia del fascismo es que la mentira racista lleva a la violencia política extrema. Hoy la mentira ha vuelto al poder. Esto es, ahora más que nunca, una lección clave de la historia del fascismo. Si queremos comprender nuestro problemático presente, debemos prestar atención a la historia de los ideólogos fascistas y al modo y la razón por la que su retórica llevó al Holocausto, la guerra y la destrucción. Necesitamos que la Historia nos recuerde cómo puede haber habido tanta violencia y racismo en un período de tiempo tan corto. ¿Cómo fue que los nazis y otros fascistas accedieron al poder y asesinaron a millones de personas? Lo hicieron propagando mentiras ideológicas. En una proporción significativa, el poder político fascista surgió de la cooptación de la verdad y la diseminación generalizada de la mentira. Hoy asistimos a la emergencia de una ola de líderes populistas de derecha en todo el mundo. Y, como en el caso de los líderes fascistas del pasado, gran parte de su poder político proviene de la impugnación de la realidad, la defensa del mito, la rabia y la paranoia y la promoción de la mentira. En este libro propongo un análisis histórico del uso que hacen los fascistas de la mentira política y el modo en que conciben la verdad. Una cuestión que ha cobrado fuerte relevancia en este momento, una era que a veces se describe como postfascista y otras como de posverdad. El libro ofrece un marco histórico para pensar la historia de la mentira en la política fascista y ayudarnos a reflexionar sobre el uso de la mentira política en el presente. La mentira, por supuesto, es tan vieja como la política. La propaganda, la hipocresía y la mendacidad aparecen por todas partes en la historia de las luchas por el poder político. Ocultar la verdad en nombre de un bien superior es el sello de la mayoría, si no de todas, las historias políticas. Liberales y comunistas, monarcas, demócratas y tiranos, todos han mentido repetidamente. Sin duda, los fascistas no son los únicos que mintieron en su época, ni sus descendientes son los únicos que mienten en la nuestra. Más aún: el filósofo judío alemán Max Horkheimer observó alguna vez que el sometimiento de la verdad al poder estaba en el corazón de la modernidad. Pero se puede aplicar el mismo argumento a la antigüedad. Estudiar la mentira fascista en la historia reciente no debería implicar eximir de culpa a los liberales, los conservadores y los comunistas. En efecto, la mentira y una concepción elástica de la verdad son el sello de muchos movimientos políticos. Pero la cuestión que quiero plantear en este libro es que los mentirosos fascistas y, ahora, también los populistas postfascistas, juegan en una liga propia. El modo en que el fascismo miente en política no es común. No se trata de una diferencia de grado, aunque el grado sea importante. La mentira no es un rasgo característico de otras tradiciones políticas como lo es del fascismo. En el liberalismo, por ejemplo, tiene un papel incidental que no tiene en el fascismo. En realidad, la modalidad fascista del engaño comparte pocas cosas con otras formas políticas históricas. Está más allá de las formas de duplicidad política más tradicionales. Para los fascistas, las mentiras están al servicio de verdades simples y absolutas, que en realidad son mentiras mayores. De ahí que su manera de mentir en política les garantice una historia propia.
Este libro se ocupa de la postura fascista ante la verdad, que es el fundamento de lo que se convirtió en una historia fascista de la mentira. Una historia que resuena en nuestro presente cada vez que el terrorismo fascista, de Oslo a Pittsburgh y de Christchurch a Poway, decide, luego de hacer que las mentiras se vuelvan realidad, intervenir en la realidad con una violencia letal. Cuando estaba terminando este libro, un fascista masacró a veinte personas en un Walmart de El Paso, Texas, en el peor ataque antihispano de la historia de los Estados Unidos. El terrorista fascista invocaba una “verdad” que no tiene nada que ver con la historia real o con la realidad. En el título de su breve proclama, de hecho, invocaba una “verdad inconveniente”. El asesino sostenía que su ataque era una acción preventiva contra los invasores hispanos, y que “ellos son los instigadores, no yo”. Lo preocupaban especialmente los hijos de inmigrantes hispanos nacidos en los Estados Unidos que, para él, evidentemente no eran verdaderos norteamericanos. Fomentaba de ese modo un criterio infame, racista, que tanto él como otros consideraban debía ser el estándar para determinar la ciudadanía norteamericana o el estatus legal. Ese criterio está basado en cosas que nunca sucedieron: no hay inmigrantes que hayan cruzado la frontera norteamericana con la intención de conquistar o contaminar. Pero eso no es lo que afirma la ideología racista de la supremacía blanca. El propio fascismo racista se basa en la mentira de que los seres humanos se dividen jerárquicamente en razas dominantes y razas inferiores. Se basa en la fantasía meramente paranoica de que las razas más débiles se proponen dominar a las superiores y por eso las razas blancas tienen la necesidad de defenderse preventivamente. Esas son las mentiras que llevaron al asesino a matar. No había nada nuevo en la combinación de mentiras y muerte del terrorista o en el modo en que proyectaba sus concepciones racistas y totalitarias en las intenciones de sus víctimas. Hubo muchas ocasiones anteriores en que los fascistas mataron en nombre de mentiras disfrazadas de verdades. Pero, a diferencia de esos casos previos, los fascistas, esta vez, comparten objetivos con los populistas que están en el poder. En otras palabras, comparten sus concepciones racistas con el líder de la Casa Blanca. El fascismo actúa desde abajo, pero gana legitimidad desde arriba. Cuando el presidente brasileño Jair Bolsonaro denigra abiertamente a los afrobrasileños, o cuando el presidente norteamericano Donald J. Trump dice que los mexicanos son violadores o invasores que llegan en caravanas, lo que hacen es legitimar el pensamiento fascista en algunos de sus seguidores políticos. La mentira fascista, a su vez, prolifera en el discurso público. Como explicaba The New York Times tras el tiroteo de El Paso, en actos de campaña previos a las elecciones de medio término, el presidente Trump advirtió repetidamente que los Estados Unidos eran blanco del ataque de inmigrantes que se dirigían hacia la frontera. Miren eso que viene subiendo: ¡Eso es una invasión!. Nueve meses después, un hombre blanco de 21 años es acusado de abrir fuego en un Walmart de El Paso y matar a veinte personas y herir a otras docenas luego de escribir una proclama en la que cargaba contra la inmigración y anunciaba que este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas. Las mismas mentiras que motivaban al asesino de El Paso son fundamentales para el trumpismo y el así llamado esfuerzo por Hacer Que América Vuelva a Ser Grande (Make America Great Again). Mentir sobre cosas que pertenecen al registro permanente ha pasado a formar parte de la rutina cotidiana del presidente norteamericano. Trump no ha cesado de usar técnicas de propaganda y ha mentido sin consecuencias, sustituyendo el debate racional por la paranoia y el resentimiento y poniendo en duda la realidad misma. Los ataques de Trump contra los principales medios de prensa y las ocasiones ampliamente documentadas en que ha asegurado no haber dicho algo que ya pertenecía al dominio público están vinculados con la historia de la mentira fascista que analiza este libro. Más aún, la agenda de Trump transforma premisas ideológicas a menudo basadas en la paranoia y ciertas ficciones sobre personas que son diferentes o se sienten o comportan de manera diferente en políticas reales que incluyen la adopción de medidas racistas que tienen por blanco a musulmanes e inmigrantes latinos, así como la denigración de comunidades y vecindarios, periodistas y políticos afroamericanos. Al mismo tiempo, Trump ha apoyado a los manifestantes nacionalistas blancos que participaron de la marcha de Charlottesville, Virginia, donde fue asesinado un contramanifestante. Como explicaba Ishaan Tharoor en The Washington Post: Trump avivó entre sus bases partidarias los reclamos nacionalistas blancos, al mismo tiempo que demonizaba, menospreciaba o atacaba a inmigrantes y minorías. En las últimas semanas, el presidente lanzó invectivas contra representantes de minorías en el Congreso y se refirió a ciertas ciudades del interior del país como a zonas infectadas. Antes de las elecciones de medio término de 2018 y ahora mismo, en plena campaña por la reelección, fomentó el miedo y la ira a propósito de una invasión de inmigrantes en la frontera mexicano-norteamericana y advirtió sobre el peligro existencial que avanzaba sobre el país. ¿Cómo es posible que la Casa Blanca promueva y provoque actos de terroristas fascistas? Como explicaba en mi libro anterior, Del fascismo al populismo en la historia, estamos en presencia de un nuevo capítulo en la historia del fascismo y el populismo, dos ideologías políticas distintas que ahora comparten un objetivo: fomentar la xenofobia sin evitar la violencia política. Los asesinos fascistas y los políticos populistas tienen objetivos comunes. A diferencia del fascismo, el populismo es una concepción autoritaria de la democracia que a partir de 1945 reelaboró el legado del fascismo para recombinarlo con distintos procedimientos democráticos. Tras la derrota del fascismo, el populismo emergió como una forma de post-fascismo que reformula el fascismo en función de una era democrática. En otras palabras, el populismo es el fascismo adaptado a la democracia. No es de extrañar que, en los Estados Unidos, gente ideológicamente alineada con Trump pueda embarcarse en acciones de violencia política, desde el acoso callejero de inmigrantes al envío de bombas a individuos tildados por Trump de “enemigos del pueblo”. Estas formas de violencia política tienen lugar fuera del ámbito del gobierno y el líder norteamericanos. Pero Trump es responsable moral y éticamente de promover un clima de violencia. Un clima de violencia fomentado en nombre de mentiras racistas disfrazadas de verdades. La situación presenta grandes semejanzas con la modalidad fascista de la mentira en la historia. El partido nazi admiraba las políticas racistas y segregacionistas norteamericanas de principios del siglo XX, y modeló sus leyes de Núremberg a partir de la legislación de Jim Crow, que legalizaba de manera formal la segregación racial pública. El mismo Hitler admiraba los relatos del escritor alemán Karl May sobre la conquista aria del oeste norteamericano. La ideología de Hitler resuena hoy en la creencia que tienen los neonazis norteamericanos de ser los herederos del legado ario y los responsables de defenderlo contra una invasión. La historia nos enseña hasta qué punto la mentira fascista tuvo consecuencias horrendas. Sabemos lo que sucedió cuando se hizo realidad la mentira fascista. Si el fascismo alemán triunfó, no fue sólo por la gente que apoyó las políticas racistas de Hitler, sino también por la gente a la que simplemente no le importó que el racismo fuera un elemento característico del nacionalsocialismo. La diferencia clave entre ese momento y este es la condena considerable que reciben las mentiras racistas del presidente Trump y el impacto que tienen en amplios sectores de la sociedad norteamericana. A diferencia de la época dictatorial de Hitler y Mussolini, cuando se eliminó la libertad de prensa, hoy la prensa independiente sigue trabajando en los Estados Unidos. Su tarea es esencial para la democracia. Acusar a los medios de mentir, de ser poco confiables, presupone la idea, analizada en este libro, de que la única fuente de verdad es el líder. En una época en que el presidente norteamericano demoniza a los periodistas y hasta los llama “enemigos del pueblo”, la prensa independiente sigue informando sobre las mentiras y corroborando los hechos. Esta no es sólo una historia norteamericana. En Brasil, Bolsonaro, llamado “el Trump de los trópicos”, también ha demonizado a periodistas, ensalzado las políticas dictatoriales del país y suscripto lamentables mentiras acerca del medio ambiente. Contra las evidencias del cambio climático, tanto Trump como Bolsonaro han apoyado mentiras que están directamente vinculadas con uno de los máximos crímenes actuales del planeta: la rápida destrucción del Amazonas. Como sucede con las mentiras fascistas sobre “la sangre y el suelo”, la falsedad populista está ligada a la violencia no sólo contra el pueblo sino también contra la tierra. Como informaba The Guardian, la selva amazónica “está siendo quemada y talada a la más alarmante velocidad de que se tenga memoria (…) con una tasa de desmonte equivalente a una isla de Manhattan por día”. Bolsonaro negó los hechos acerca del incremento exponencial de la deforestación bajo su gobierno y acusó a su propia agencia estatal de información de suministrar “cifras falsas”. Como informó The New York Times, “la acusación era infundada”. Como lo demuestra la historia del fascismo, poner esas mentiras en tela de juicio es de capital importancia para la supervivencia de la democracia. El hecho de que Trump esté avivando las sospechas sobre nuestro sistema electoral sin pruebas reales no debería ser tomado a la ligera. Sostuvo, por ejemplo, que en 2016 millones de personas indocumentadas de California votaron por Hillary Clinton, y que también hubo fraude electoral en otros estados, acusaciones que ni él mismo pudo probar. Esos y otros ejemplos de mentira trumpista constituyen ataques graves contra la democracia. Lo que hacen es menoscabar la confianza en las instituciones democráticas, tal como lo hicieron los fascistas. Hay una diferencia, sin embargo, y es que los populistas sólo quieren erosionar el poder de la democracia representativa, mientras que los fascistas querían acabar con la democracia. Hoy sabemos que hay que defender la democracia de manera activa, porque las instituciones y tradiciones democráticas no son tan fuertes como muchos creen. Las mentiras, en efecto, pueden destruir la democracia. El propósito de este libro es entender por qué los fascistas del siglo XX tomaban por verdades mentiras simples y a menudo aborrecibles y por qué otros les creían. Históricamente, la mentira ha sido el punto de partida de formas políticas no democráticas, un hecho que tuvo consecuencias desastrosas para las víctimas del fascismo. Aunque más no sea por esta razón, la historia de la mentira no puede quedar excluida de la investigación histórica de la violencia, el racismo y el genocidio en la política moderna. Los líderes fascistas prominentes del siglo XX -de Mussolini a Hitler- consideraban que las mentiras eran la verdad tal como se encarnaba en ellos mismos. Esta idea era fundamental para sus concepciones del poder, la soberanía popular y la historia. Un universo alternativo donde verdad y falsedad no pueden distinguirse obedece a la lógica del mito. En el fascismo, la verdad mítica reemplaza a la verdad fáctica. Ahora la mentira parece estar reemplazando cada vez más a la verdad empírica. Cuando los hechos se presentan como fake news y ciertas ideas generadas por quienes niegan los hechos se convierten en políticas de gobierno, debemos recordar que todo lo que se dice hoy sobre la “posverdad” tiene un linaje político e intelectual: la historia de la mentira fascista.
☛ Título Breve historia de las mentiras fascistas
☛ Autor Federico Finchelstein
☛ Editorial Taurus
Datos sobre el autor
Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su doctorado en Cornell University en 2006.
Se desempeña como profesor de Historia en New School for Social Research y en Eugene Lang College de New School en la ciudad de Nueva York.
Entre otros libros ha publicado Del fascismo al populismo en la historia.