La más popular de estas drogas creadas en laboratorio es el éxtasis. Como la gran mayoría de los descubrimientos realizados en el campo de la química, su aparición fue producto de una casualidad, ocurrida hace casi un siglo en Darmstadt, un pequeño poblado de Alemania que pertenece a la región de Hessen, a menos de una hora de distancia de Frankfurt.
Sus habitantes la llaman la ciudad de la ciencia, y ésta no es una afirmación sin fundamento: allí funciona el acelerador de partículas más grande de Europa. El elemento Darmstadtium, número atómico 111, fue aislado por primera vez en un laboratorio de Darmstadt, y de allí surgió la patente del MP3. Pero sin duda el aporte científico más relevante legado desde este pequeño rincón del planeta fue el descubrimiento de la 3,4-metilendioximetanfetamina o MDMA, hoy conocida como éxtasis.
En un intento por encontrar un sustituto a la hidrastinina –un coagulante utilizado por la industria farmacéutica–, los doctores en química Anton Köllisch, Walther Beckh y Otto Wolfes sintetizaron en 1912 esta molécula que tuvo una limitada vida útil y terminó oxidada en un tubo de ensayo de los laboratorios Merck. Recién a mediados de la década de 1950 el ejército norteamericano se interesó por la MDMA en el marco de la Guerra Fría, cuando diseñó la operación secreta MK-Ultra dirigida a encontrar drogas que pudieran controlar mentes. A pedido de la CIA, Merck reflotó aquella vieja creación de sus ya retirados científicos y profundizó los estudios sobre los efectos físicos y psíquicos de esta droga. Sin embargo, la muerte de un ser humano por sobredosis obligó a archivar los experimentos nuevamente.
Algo similar ocurrió con otra sustancia muy utilizada durante la década de 1960, conocida popularmente como “la dulce droga de América” o “la píldora del amor”, pero cuyo principio activo fue sintetizado en 1910 por otros dos científicos de Merck, G. Mannish y W. Jacobson: la MDA (anfetamina), patentada como anorexígeno, pero sin ningún éxito comercial. Al igual que ocurrió con el éxtasis, sus efectos psicoactivos recién fueron descriptos por la ciencia en 1957.
Curiosamente, los procesos de ilegalización de estas sustancias están significativamente ligados a su masificación como drogas recreativas. Hasta fines de los 60, la llamada “droga del amor” (MDA) era la más popular entre los circuitos de consumo contracultural de la época. Cuando el gobierno norteamericano, por medio de sus agencias de control, la incluyó en el listado de sustancias prohibidas, los consumidores se pasaron a la MDMA. En 1977, el químico Alexander Shulgin prueba la sustancia y describe sus efectos sobre seres humanos en un artículo que firma junto a su colega David Nichols. Shulgin comparte el descubrimiento con el psicoterapeuta Leo Zeff, quien también prueba la sustancia y se enamora de sus efectos, a punto tal que comienza a utilizarla en sus sesiones de psicoterapia para bajar las defensas emocionales de los pacientes y favorecer la comunicación. El fenómeno se populariza entre los psicoanalistas de la costa oeste estadounidense y la notoriedad de la droga termina alertando a las autoridades, quienes finalmente disponen su ilegalización.
En la última década el consumo de éxtasis creció al ritmo de las fiestas electrónicas. Según datos suministrados por la Oficina de la ONU para las Drogas y el Delito, a partir de 2008 el consumo mundial de drogas de diseño superó al de cocaína y heroína juntas.
Cuando en la década de 1980 la MDMA llegó a las discotecas, sus consumidores ya la llamaban “Adán” debido a su supuesta capacidad para llevar al hombre a un estado de inocencia en el que aún no han aflorado los sentimientos de culpa, vergüenza e inutilidad. En 1981, en una operación de marketing sin precedentes, un distribuidor de Los Angeles llamó “éxtasis” a la MDMA y su uso se disparó a límites insospechados.
De la mano del consumo masivo vino el negocio. Aunque el mayor consumo de MDMA se registraba a principios de la década de 1980 en el estado sureño de Texas, donde el éxtasis se podía comprar en las tiendas de 24 horas bajo el nombre de fantasía de “Sassafras” y hasta podía adquirirse por venta telefónica, los principales laboratorios clandestinos de éxtasis eran controlados por el llamado Grupo de Boston.
Preocupada por la difusión de este fenómeno, el 31 de mayo de 1985 la DEA incluyó la MDMA en su lista I de drogas, es decir, las que no tienen uso médico. Esta decisión, sumada al efecto mediático que se generó, extendió la popularidad del éxtasis al otro lado del océano.
El primer punto de contacto en Europa fue Ibiza, donde nació el acid house de la mano de la música electrónica. De allí la moda comenzó a expandirse al resto de Europa. Un registro de los decomisos de pastillas realizado por las agencias europeas de control de estupefacientes permite magnificar el crecimiento del consumo. Mientras en 1990 fueron incautados en España unos dos mil comprimidos, cinco años después la cifra ascendía a 740 mil. Con la mayor demanda los precios cayeron, y eso alimentó aún más el consumo. A principios de la década de 1990 aparecieron las mafias, que se adueñaron de las redes de producción y distribución. Bandas de origen ruso-israelí contrataron a químicos de países del Este y controlaron rápidamente el negocio, instalando sus bases fundamentalmente en Holanda. Los holandeses empezaron a diseñar variantes de la sustancia como el cristal o el ice y emprendieron una nueva invasión hacia el continente americano: Argentina se transformó rápidamente en uno de los destinos predilectos.
Otra de las drogas sintéticas que se puso de moda en la movida europea y que llegó a estas latitudes a principios de 2010 es el DOB. La sigla remite a Day of Birth, que en inglés significa Día del Nacimiento porque los que la consumen aseguran que es como volver a nacer. Su nombre científico es brolanfetamina, una sustancia sintética y psicotrópica diseñada en 1967 a partir de las estructuras químicas de la mescalina y la anfetamina, altamente tóxica y adictiva. Esta droga puede producir alucinaciones y afectar las interpretaciones del tiempo y del espacio. Algunas personas la consumieron pensando que se trataba de LSD, ya que sus efectos son similares. Sin embargo, las investigaciones han encontrado que los efectos del DOB se desarrollan de manera más gradual y son más prolongados que los del LSD.
Una pequeña dosis ilumina la percepción de los colores y crea un ambiente suave. Dosis mayores generan temblores musculares y una mayor comprensión de los problemas psicológicos.
Se ha recomendado no intentar conducir un automóvil en estado de intoxicación por la droga. En un entorno experimental controlado con voluntarios interesados en el uso de la droga para obtener un mejor conocimiento de sí mismos, la droga estimuló los pensamientos, los sentimientos y las sensaciones físicas. La gente se volvió más articulada y vio un nuevo significado en las experiencias ordinarias. Se volvieron más proclives al autoexamen. En contraste con las experiencias con MDA, los voluntarios mostraron menos letargo con el empleo de DOB y estaban más interesados en lo que sucedía a su alrededor. Con 0,4 mg de brolamfetamina hubo una mejora clara de la percepción visual, y cierto reforzamiento de los colores. Una sensación de frío viento en la piel. Se siente un afecto enriquecido emocional, una sensación cómoda y buena, y un fácil sueño con ensueños coloridos.
“El DOB es una sustancia nueva en nuestro país de la que, hasta el verano de 2010, no existían antecedentes. Pero las drogas de síntesis están presentes en Argentina desde hace más de una década y las cantidades de consumo vienen creciendo sostenidamente año tras año”, explicó el comisario general Claudio Fernández, jefe de la Superintendencia de Drogas Ilícitas de la Policía Bonaerense. Según datos oficiales, en 2008 fueron secuestradas 3.148 dosis de DOB, 33% más respecto de 2007. Por entonces, la dosis mínima (un miligramo) se vendía en 300 pesos. Tiene una vida media (perdurabilidad del efecto en el organismo) de dos horas si es ingerida con alcohol. Se presenta en cápsulas, la forma más usada de consumo y menos efectiva. “Cuando el organismo comienza a tolerarla y el cuerpo necesita más dosis para que haga efecto, el adicto la inhala, se la inyecta o la fuma”, explicó el doctor Marcelo Peretta, director de la Escuela de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Maimónides.
Otra sustancia que comenzó a comercializarse en los circuitos de consumo a principios del siglo XXI es la ketamina. Se trata de una droga que se utiliza en la práctica médica como anestésico desde la década de 1960. Por su enorme poder también es requerida por la medicina veterinaria, fundamentalmente para la sedación de animales de gran porte como los caballos. Descubierto su poder alucinógeno, a partir de los años 1980 la ketamina empezó a utilizarse como droga social y, a fines de los 90, se popularizó en las fiestas electrónicas. “El efecto puede durar hasta dos horas y se caracteriza por las alucinaciones que produce, que suelen provocar la sensación de que la mente se separa del cuerpo. Pero su consumo excesivo puede generar parálisis en el sistema respiratorio y causar la muerte”, explica el doctor Carlos Damín, jefe de toxicología del hospital Fernández de la Ciudad de Buenos Aires.
Raves y Extasis
Las raves comenzaron en Gran Bretaña y Estados Unidos en la mitad de los años 80 y posteriormente se extendieron a otros lugares
como Bélgica, Canadá, Australia, Italia y España. En Ibiza, hacia 1985 se gestó la “ruta del bakalao”, una costumbre caracterizada por la recorrida y el traslado de los jóvenes entre “macrodiscotecas” distantes varios kilómetros entre sí, a lo largo de todo un fin de semana (...)