Cómo elaborar un balance sociopolítico de este año de pandemia? Podría plantearse que lo que la pandemia puso sobre la mesa fue la capacidad de las distintas sociedades para implementar medidas cooperativas y desafiar los paradigmas dominantes con respecto a los modos de explicación de la realidad y sus consecuencias en relación con la acción en una situación de catástrofe colectiva.
En este sentido, el resultado claro es que en la mayoría de las sociedades occidentales la pandemia terminó sufriendo el mismo destino que la crisis climática que se agrava cada día más: el nivel de muerte y destrucción no resulta suficiente para justificar la modificación del funcionamiento social, incluso en situaciones de colapso del sistema de salud. Los observables más contundentes pudieron ser negados e ignorados con la ilusión de continuar con la vida a la que estamos acostumbrados, aun si ella llevaba al desastre y a la propia extinción. La duda que continúa abierta es si eso fue producto de los gobiernos o contó con la presión o el beneplácito de las propias poblaciones.
El proceso por el que se llegó a tal resultado en el caso del covid-19 no fue lineal y continúa siendo dinámico. Para permitir cualquier cuestionamiento o posibilidad de reversión se requiere un balance sincero que pueda dar cuenta de dos derrotas parciales articuladas en este plano: la derrota del principio precautorio y el valor de la salud de la población por sobre la ganancia empresarial y la derrota del rol del Estado como articulador de los intereses colectivos.
Si bien estas derrotas no han sido comunes en todo el planeta y no son en modo alguno definitivas, sin duda dan cuenta de los elementos principales del desarrollo político en gran parte de Occidente. Y, dentro de este universo, el caso argentino ha tenido cierta especificidad que vale la pena también contemplar ( )
Las normas no se cumplen por su mera existencia. Así como requieren de un aparato de control, también necesitan una legitimación social, que valore tanto su importancia como su necesidad. Esa legitimación va construyendo la sanción social de quien no las respeta, usualmente tanto o más efectiva que la sanción estatal. Un caso muy claro es cómo se ha logrado limitar a lo largo del tiempo el uso del tabaco en lugares cerrados. Un caso fallido, el intento de mejorar el cumplimiento de las normas de tránsito en la Argentina, que sigue siendo uno de los países con mayor índice de muertes en esa circunstancia.La batalla por el sentido se libra en tres planos articulados: cognitivo, emocional y ético-moral. Qué información aceptamos y qué observables somos capaces de incorporar, qué emociones juegan con mayor fuerza y a qué modelo de comunidad apostamos.Resulta muy clara la necesidad de luchar contra la “infodemia”, contra la circulación de información falsa, teorías conspirativas, rumores, campañas, etc. Pero mi percepción es que hoy la disputa en la sociedad argentina y en gran parte del mundo no se da solo ni fundamentalmente en ese plano, sino también en los otros dos, que han sido el objeto central de análisis de este libro.
En el emocional, se enfrenta la posibilidad de entregarse al negacionismo y a la naturalización o la de sentirse interpelados por el dolor del otro. Dejarse dominar por el hastío, el cansancio o la impotencia o, por el contrario, hacerle también un lugar a la vergüenza, como interpelación hacia la propia práctica en la búsqueda de ser mejores, de aprender de las flaquezas, de reparar el daño que se hace con cada uno de los propios descuidos o debilidades y permitirse el surgimiento de la responsabilidad.En el plano ético-moral, confrontan dos modelos de representación de la sociedad que somos, pero sobre todo de la sociedad que queremos ser. Esa sociedad incluye a una enorme mayoría que no sabe, que duda, que puede inclinarse por distintos comportamientos, porque todos portamos el egoísmo y la solidaridad como posibilidades de nuestra estructura moral, opciones que no se saldan igual en todo momento ni en todo lugar ni ante cualquier evento.
La pandemia, con sus urgencias y con su claridad, nos ha confrontado con estas disputas que se remontan al propio origen del Estado argentino y a las contiendas políticas del último siglo, así como a las equivalencias de estas en otros lugares del planeta o en las propias lógicas de la globalización: qué emociones tenderán a primar y en función de qué modelo de comunidad, con qué fundamentos ético-morales tenderán a estructurarse los comportamientos.
La disputa por las representaciones de la pandemia no se resolverá solo con respecto a la pandemia ni tendrá consecuencias meramente sanitarias, sino que se trata de una prueba de fuego que irradiará efectos hacia otra infinidad de disputas sociopolíticas y, por supuesto, también en el plano de las representaciones sociales de la realidad.
En definitiva, como en todo conflicto, esta batalla se juega día a día en la cabeza y en el corazón de cada uno y remite a la apuesta por el tipo de mundo en el que queremos vivir. Asumir las derrotas es condición necesaria para cualquier intento de reversión de lo ocurrido durante 2020. No implica bajar los brazos, sino, por el contrario, imaginar que existen otros modos de vida, otras opciones que no sean la resignación al triunfo de la ley del más fuerte o del más cruel, que surge de la imposición ineluctable de la “mano invisible” del mercado como última determinación de nuestro destino.
Librar la disputa por las representaciones de la pandemia implica comprometerse a luchar por hacerles un lugar a esas otras posibilidades que, habiendo asomado en aquellos primeros meses de 2020, fueron enterradas por la ofensiva neoliberal. Es hacerles un lugar primero en nuestra propia imaginación, como condición para una construcción colectiva que crea factible una comunidad capaz de redistribuir los bienes que produce buscando el cuidado y el bienestar de la mayoría de sus habitantes, un sueño de tantas generaciones de seres humanos que parece querer sepultar el mantra individualista de que cada uno solo cuenta consigo mismo para enfrentar la adversidad y de que siempre primará en nosotros el “gen egoísta”.
Sí, aquellos sentimientos extraños que aparecen en las peores horas de esta pandemia son algo que nos pertenece. Pero también es nuestro el sueño de saber que somos capaces de enfrentarlos de otra manera, que una comunidad de pares que lucha por un mundo más justo y más igualitario sigue siendo posible.
*Autor de Pandemia. Un balance social y político de la crisis del covid-19, Fondo de Cultura Económica (fragmento).