Ser adultos en esta época es una experiencia apasionante, maravillosa y gratificante y, a la vez, muy desafiante. Nos toca la tarea poco sencilla de educar, criar y acompañar a nuestros alumnos o hijos. Es normal sentirnos sobrepasados por la responsabilidad que esto implica y también por las circunstancias que nos rodean. En la sociedad moderna actual, vivimos a un ritmo acelerado, casi siempre estresados por cumplir con todas las exigencias de la vida cotidiana y, a menudo, en modo “piloto automático”: ausentes de lo que estamos haciendo y sintiendo y sin concedernos el permiso para disfrutar y ser libres. Lo peor de todo es que este ritmo frenético lo transmitimos a nuestros alumnos o hijos. Así, los sobreestimulamos en exceso elevando, sin saberlo, su nivel de estrés. Las múltiples ocupaciones y actividades de los padres o profesores de hoy dificultan la crianza y la educación de niños y adolescentes. Hazte esta pregunta: ¿cuántas veces, como adulto, te descontrolas o te irritas con tus hijos o con los alumnos o niños que están a tu cuidado? Es paradójico, porque probablemente sea a ellos a quienes más ames también. ¿Cuántas veces, como padre o educador, te frustras tratando de conseguir un buen clima en el salón de clase o en tu hogar? Los niños nacen naturalmente felices y libres, pero a medida que crecen van adquiriendo muchos hábitos de los adultos. Los cargamos con muchas cosas para hacer, con mucha información para procesar y con un ritmo vertiginoso para cumplir. Entonces, se estresan, les cuesta relajarse, concentrarse, estar tranquilos, y no pueden parar de fabricar preocupaciones. Suelen tener dificultades como déficit atencional, arranques de ira, hiperactividad y dificultad para dormir. La pregunta es cómo ayudarlos y, al mismo tiempo, ayudarnos. Una de las mejores soluciones será practicarlo en familia o en el aula. De este modo, como padres o maestros, seremos capaces de identificar lo que transmitimos a nuestros niños, que muchas veces no es más que pura ansiedad. Los niños se copian de los adultos y dan más valor a lo que ven y sienten que a las palabras.
No importa cuánto los invitemos a que se calmen, les será muy difícil hacerlo si su referente adulto está en un estado de alteración. Primero, debemos ser nosotros los que nos calmemos. Como adultos, hoy más que nunca necesitamos un punto de referencia que nos conecte con ellos y los ayude a transitar de una manera cuidada y equilibrada estos desafíos.
En este libro, la idea es hacer un viaje de aprendizaje a través del mindfulness, para que los adultos podamos enseñar a los niños herramientas prácticas que los ayuden a convertir sus rutinas diarias en una práctica valiosa.
En cada capítulo se nos ofrecen, paso a paso, métodos sencillos y fáciles de comprender para relacionarnos con los más pequeños desde un lugar de calma y atención, para que ellos puedan darse cuenta de lo que les está sucediendo momento a momento, lo que los ayudará a aceptar y regular de una forma más amable sus emociones. El libro no requiere ninguna experiencia previa en meditación y está dirigido a padres, educadores, terapeutas, cuidadores, abuelos, tíos y adultos en general que tengan niños a su cuidado. Incluye cuentos, ejercicios prácticos, meditaciones guiadas y un juego de tarjetas ilustradas con actividades seleccionadas especialmente para ayudar a los niños a aprender a estar en calma mientras juegan y se divierten.
Este libro fue pensado para que los adultos puedan comprender fácilmente la práctica del mindfulness y contar con herramientas sencillas y didácticas para ejercitarlo con los niños. Los primeros dos capítulos están dedicados a explicar el mindfulness, sus orígenes y beneficios.
El capítulo 3 es una serie de recomendaciones para dar los primeros pasos como adultos para enseñar mindfulness al niño. El capítulo 4 está dedicado a explicar las diferentes formas de usar las tarjetas incluidas en el libro , que se dividen en seis temáticas diferentes. .
Compartir y practicar mindfulness con los niños nos abre un mundo de posibilidades para mejorar desde bien temprano la calidad de su atención, su empatía, mantener su mente en calma y manejar mejor sus emociones. Además, iniciar a los más pequeños en el mundo de la meditación facilita que puedan conectarse más naturalmente con ellos mismos. La intención es que desarrollen habilidades que les permitan vincularse e interactuar de una manera sana en cualquier entorno y, en especial, en sus actividades cotidianas. Lo que he intentado transmitir a lo largo de los capítulos de este libro es que lo más importante en la vida, a mi entender, es estar presentes para los que más queremos.
Si estamos presentes al ir a buscar a nuestros hijos al colegio, mientras dictamos una clase en la escuela, y no permanecemos distraídos o con la atención en otra parte, entonces estaremos plenamente conscientes de lo que hacemos en ese momento. De esta manera, podremos cultivar un espacio seguro y libre de estrés para nosotros mismos y para los más pequeños. En este contexto, los vínculos se fortalecen, ahorramos energía y disfrutamos de cada momento que nos regala la vida.
El mindfulness es experimentar el sol en la piel, sentir la lluvia, percibir el beso de despedida que nos da nuestro hijo antes de ir al colegio. Es experimentar lo que sentimos en el cuerpo y en la mente y percibir las emociones en el momento que suceden, la alegría, la tristeza, la sorpresa. Si cada día invertimos tiempo en meditar y entrenar nuestra atención y la ponemos al servicio de nutrir y hacer crecer nuestras relaciones, la vida será más plena.
Y si además dedicamos tiempo a estar presentes para nosotros mismos y para los demás, y ese comportamiento se vuelve una referencia para nuestros hijos o alumnos, habremos hecho el regalo más maravilloso que un ser humano puede hacer, que es nuestra presencia y amor.
*Fragmento de Guía práctica de mindfulness para niños (Paidós).