En los últimos tiempos ha crecido el interés por el desarrollo personal en sus muy diversas formas. La mayoría de las personas, sin embargo, y quizá de una manera inconsciente, buscan en él un remedio instantáneo y puntual a un sufrimiento específico. Tratar de eliminar el sufrimiento de un momento particular, sin comprometerse a trabajar en el día a día para mantenernos libres de todo sufrimiento en el futuro, no funciona.
Cuando nacemos tenemos una gran capacidad para sentir, pero la vamos perdiendo con el tiempo. Nos creemos nuestros pensamientos, adquirimos creencias estresantes y al sentir ese dolor nos protegemos. Nos cubrimos con capas de protección para que no nos haga daño. Nos desconectamos del sentir para no sufrir.
En la misma medida en que evitamos sentir el dolor también intentamos aferrarnos al placer, de modo que cuando se acaba nos sentimos desgraciados o vacíos. Ambos caminos conducen a un mismo destino: el sufrimiento.
Si aprendés a gestionar tu dolor de verdad (a dejarlo entrar y salir), lo natural será que tengas capacidad para disfrutar y para sentir la alegría de vivir. Este camino tiene que ver con recuperar la capacidad de sentir.
Nuestra sociedad es heredera de la Revolución Industrial, que nos ha dejado un legado muy intelectual, una sobrevaloración de lo racional. Sí, nos hemos vuelto muy racionales y hemos olvidado el contacto con el espacio que va más allá de la palabra.
Aunque se hable cada vez más de inteligencia emocional, en la práctica se sigue favoreciendo la inteligencia racional. Muchas personas se pasan la vida viviendo en la mente, en la palabra, en el control, en la razón. Incluso en el desarrollo personal dedicamos horas y horas a reflexionar sobre lo que nos ha ocurrido, pero nos ocupamos muy poco de ello.
La inteligencia racional es útil, por supuesto, pero para construir edificios, para hacer la compra o para invertir bien tu dinero. Lo que da felicidad es saber estar presentes en el momento que nos toca vivir, y estar más en el cuerpo que en la mente, pues la mente nos lleva constantemente del pasado al futuro y viceversa.
La mente vive en el tiempo porque cree que es alguien, y por eso nos pasamos la vida recordando quiénes fuimos e imaginando quiénes seremos. Y así vivimos sin vivir, pues nos perdemos el único momento real, que es el presente.
Estoy convencida de que venimos a este mundo para ser felices. Este es, de hecho, el mensaje más importante del libro. Pero necesitamos una forma más holística de entender la felicidad. Y necesitamos, sobre todo, comprometernos a trabajar en nosotros mismos.
Felicidad no significa, en contra de lo que se cree, sentirse bien. Esta es una de las grandes confusiones en torno al desarrollo personal y la espiritualidad. Es normal querer sentirte bien, sobre todo cuando estás mal, pero la espiritualidad no es un acto hedonista ni un espacio en donde vas a sentirte siempre alegre.
La felicidad es tu naturaleza. Es aquello que todas las vías místicas persiguen: un estado de conciencia, el éxtasis, el gozo, la paz más profunda.
La palabra “éxtasis” viene del griego ekstasis y significaba, en su origen, “salir de uno mismo”. Nos da una pista sobre la importancia de abandonar la identificación con ese “yo” circunscripto al ego, que se vive como separado de los demás y del mundo.
El éxtasis no es un estado emocional, es nuestra naturaleza. Algo que ni siquiera se puede definir: se experimenta o no se experimenta. Es un wooow, un sentir que estás en el camino. Un paraíso no contrapuesto al infierno, porque lo abraza. Un paraíso que consiste en amar lo que es, incluso aunque en apariencia sea devastador. Hay quien lo confunde con sentirse bien o sentir placer, pero es algo diferente. (…)
Solo hay dos formas de vivir: sufriendo o en paz.
A nadie le gusta oír hablar de dolor o de sufrimiento. Sin embargo, todos, sin excepción, experimentamos en nuestras vidas estas sensaciones.
El sufrimiento es ese lugar donde todos hemos estado (o estamos) y donde nos sentimos insatisfechos. Donde experimentamos miedo, angustia, ansiedad o tristeza.
Muchas personas asocian la idea del sufrimiento a un intenso dolor físico o emocional, a sufrir una enfermedad física grave o estar en la cama con depresión. Para mí es un concepto mucho más amplio. Si tuviera que definirlo, diría que es “no estar al cien por cien de tu paz”. Mucha gente dice: “Yo no sufro”. Pero solo con que haya un uno por ciento de “no paz”, ya es sufrimiento.
Por supuesto que sufrimos cuando experimentamos una pérdida, cuando sentimos dependencia emocional, cuando nos comparamos, nos juzgamos o nos menospreciamos. Pero el sufrimiento también es ese estado en el que “estoy bien, pero si pasara tal cosa estaría mejor”. La mayor parte del tiempo estamos en una actitud de espera y deseo que no nos permite entrar en un estado de mayor plenitud.Cada uno experimenta el malestar a su manera. Es una experiencia íntima e incomparable. Todos los sufrimientos que están ahí nos quieren comunicar algo. Hay mucha gente que me dice: “Esto que me pasa es una tontería, Elma. No debería darle importancia”. La realidad es que no hay tonterías. Tu viaje es apostar por el cien por cien de tu paz.
*El camino al éxtasis. Editorial Koan (fragmento).