DOMINGO
escritura femenina

Una lucha particular de la mujer

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| Cedoc

La historia de las mujeres en centros educativos es bastante reciente, al menos de manera masiva. La realidad es que a nosotras no se nos va a permitir estar en los claustros de discusiones científicas hasta entrado el siglo XIX, aunque sí hubo excepciones que es importante conocer.

En la Grecia antigua estaban las paideia (lugares donde se aprendía filosofía, gimnasia, matemáticas, geometría, entre otros temas) formalizadas por el orador y pedagogo griego Isócrates. Roma continuó la tradición helenística con las humanitas, del gran Cicerón. Ambos modelos funcionaban para formar allí el concepto de ciudadanía, pero en términos generales –aunque vimos que en Roma las mujeres lograron ciertos niveles de instrucción– esta educación estaba reservada a los hombres.

Con la llegada de la Edad Media, la educación pasó a ser propiedad del clero. Hombres y mujeres pobres quedaron relegadas y relegados de la formación. El poder de la Iglesia era tal que no solo impartía el conocimiento, sino que lo administraba. La Iglesia importará mucho de lo construido en torno a la mitología griega y utilizará esto para redefinir la doctrina social de la iglesia que nos acompaña hasta el día de hoy. Una doctrina que la iglesia ha definido como aquella enseñanza moral que debe atravesar todas las áreas de la vida, de la elaboración del conocimiento y del comportamiento, y que propone diversos pronunciamientos –siempre desde la autoridad máxima, el Papa– representando a la Iglesia como administradora de la moral y la ética.

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Para entender cómo nos invisibilizaron, es necesario observar que para cuando llega la imprenta, a mediados del siglo XV, el cristianismo ya tuvo milenios de formación, en donde el mundo del conocimiento estaba en manos de monjes, que podían tomar, copiar y desechar lo que consideraban conveniente. Si bien se tienen registros de mujeres que escribían, filosofaban, eran oradoras o poetisas, muchas de sus obras no se conservaron. La imprenta, a partir del año 1490, va a proponer la divulgación de la palabra de las mujeres de manera más estable. Pero también se pondrán creativos sobre las formas de censurarnos, claro. (…)

El monasterio fue el lugar por excelencia en donde el conocimiento y la producción del mismo estará administrado por los hombres religiosos, y reservado en espacios denominados claustros. Durante el año 529 DC, en el II Concilio de Vaison se dispuso que los jóvenes campesinos pudieran acceder a una educación impartida por los sacerdotes, tal vez uno de los primeros antecedentes de las escuelas rurales. Pero nuevamente las mujeres quedábamos relegadas de la formación.

En este caso, por dos razones: ser mujeres y ser pobres. Nuestro destino era acotado: trabajar las tierras, acompañar algunos pocos oficios relacionados a lo doméstico, o adentrarnos en la vida religiosa pero como siervas. Cambiaban las culturas, cambiaban los títulos, cambiaban las togas, pero nosotras fuimos educadas de la misma manera por siglos.

Las mujeres que provenían de familias acomodadas, tenían la opción de convertirse en monjas y poder estudiar ciertos aspectos de la teología, recibir cierta formación si consagraban su vida a Dios. Es interesante que en un primer momento los hombres de origen humilde pudieran acceder a mejores niveles de instrucción accediendo a la vida monástica, pero no así las mujeres. Las mujeres pobres, solo podían asistir y ser siervas. (…)

En las familias del poder, las hijas que no se casaban tenían una vida asegurada en el claustro religioso para dotar de prestigio a su familia. Nace así también una nueva relación de intercambio similar a la matrimonial: la relación con la Iglesia como nuevo actor que detentaba la propiedad sobre nosotras. (…)

Una relación que, sin embargo, por momentos era tensa por el clima político inestable entre las Cruzadas y un sector que comenzaba a cuestionar a la Iglesia y su monopolización del conocimiento. Algo que detonará en la reforma protestante liderada por Martín Lutero, casado con Katharina von Bora, una monja que cuestionó los votos de castidad y renunció a la Iglesia católica. Aunque relacionada a la doctrina teológica, las mujeres en este momento empezamos a tener un nombre, una firma, y también a mencionar algunas cuestiones que quedaron plasmadas históricamente sobre nuestra formación. El acceso a la escritura fue un derecho conquistado para nosotras a costa del encierro monástico, y de pertenecer a lo que se pedía de nosotras para no ser condenadas a la horca.

Las mujeres religiosas, es decir, monjas dedicadas al estudio de la doctrina de la iglesia y al servicio célibe de los monacatos como Catalina de Siena o Hildegarda de Bingen (escritora, profetisa, filósofa, asesora del monarca, y también canonizada), o más tarde en la Edad Media la escritora y dramaturga –entre muchas otras cosas– de nacionalidad mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (…), obtuvieron reconocimiento y un lugar en los anales de la historia gracias al papel político que lograron debido a su formación religiosa.

Estas mujeres tuvieron que realizar un esfuerzo descomunal para obtener un reconocimiento por estas labores y por las influencias políticas que tuvieron dentro del clero y del poder real. A lo largo de la historia, nuestra necesidad de tener voz, de ser consideradas en las discusiones sociales, la hemos pagado con nuestra propia salud mental, con el descreimiento, y con una violencia sistemática en donde se nos negaba el derecho a leer, escribir y hasta hablar. Esta no es la excepción, es la norma de todas las mujeres que han osado llegar a algún espacio de poder.

En este período, el poder religioso trajo consigo, debido a los votos del celibato, la segmentación de nuestras condiciones reproductivas y sexuales. Formadas, pero sin derecho al goce. Con poder, pero negadas, tapadas, veladas en todo lo que represente nuestra sexualidad. Nuestro acceso al poder fue a costa de someternos a un confinamiento y administración muy estricta de nuestra conducta.

*Autoria de (Mal) educadas, editorial Planeta (Fragmento).