DOMINGO
Mujeres y la dictadura

Víctimas o cómplices

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| Cedoc

Varios años tuvieron que transcurrir para que algunos velos cerrados se corrieran y para que quedaran ante los ojos de los descendientes de los victimarios secretos celosamente guardados. Siguiendo una regla casi axiomática entre psicoterapeutas: un o una paciente se hace algunas preguntas solo cuando está en condiciones de encontrar y dar sentido a las respuestas. Tan inexorable como esa regla resulta esta otra verdad: para que alguien pueda hablar se necesita quien pueda escuchar. Ambos procesos requieren una preparación ineludible.

Algunos hechos importantes resultaron señales de la creciente madurez de nuestra sociedad. En el año 2005, Ana Rita Laura Pretti Vagliatti (hija de Valentín Pretti, comisario para entonces ya fallecido) solicitó al Tribunal de Familia Número 2 de Lomas de Zamora la supresión del apellido paterno, trámite que finalizó con éxito en el año 2007. Un par de años después, compartiendo un café en un bar frente a la Legislatura porteña, contó lo doloroso del proceso por el que había pasado, que le había costado el alejamiento de sus hermanos, quienes no compartían su decisión: “... no sabés lo que es que tu propia familia te rechace”. Agradeció que estuviéramos trabajando en estas cuestiones, con la esperanza de que algún día se visibilizaran.

El mismo camino inició Mariana Etchecolatz en 2014 al pedir la desafiliación del apellido de su padre, Miguel Etchecolatz, director de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires y responsable de 21 Centros Clandestinos de Detención que funcionaron en territorio bonaerense. Lo consiguió a fines de 2016 y pasó a ser Mariana Dopazo, psicoterapeuta y docente universitaria.

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Etchecolatz, que había sido beneficiado con la Ley de Obediencia Debida, fue condenado por primera vez en septiembre de 2006 a reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad. En el mes de abril de 2017, la Cámara Federal de Casación Penal le otorgó el beneficio de la prisión domiciliaria por dos causas, aduciendo problemas de salud. Inmediatamente, buena parte de la población se manifestó en contra de este dictamen en diferentes lugares del país, principalmente frente a su domicilio en el Parque Peralta Ramos en la ciudad de Mar del Plata. Ocho meses después, la Corte Suprema de Justicia de la Nación revocó la prisión domiciliaria entendiendo que los tratamientos médicos que requería podían cumplirse en la cárcel, a la que regresó en el mes de marzo de 2018. Al repudio al fallo de prisión domiciliaria se le agregó otro hecho que fue clave para comprender que había llegado el momento de dar luz a este trabajo: la reacción de la sociedad ante lo que se conoció como “el 2 x 1” (…)

La cuestión surgió primero en nuestros consultorios, de la mano de pacientes que, sin saberlo, expresaban a través de síntomas, sueños y sufrimiento, un dolor proveniente de una historia que, aunque no era la propia, los implicaba. Tal vez no habían nacido o eran criaturas cuando sus hijas e hijos de represores: padres cometieron atrocidades o cuando fueron testigos de ellas. La mentira, el silencio, fueron los recursos utilizados por esos padres para llegar a casa todos los días y continuar con la rutina familiar: amorosa en algunos casos, severa y autoritaria en otros. La tensión y el secreto que conlleva la doble vida de un represor se extiende a todo su núcleo familiar. En los años 70, la mayoría de los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad negaban su condición de tales y sus familias compartían esa negación.  (…) La razón de esconder su oficio o tarea real no radica en la vergüenza o arrepentimiento por el trabajo sucio que hacían, sino en el miedo que tenían de ser “víctimas de los terroristas o subversivos” que, desde su óptica, libraban una guerra indiscriminada contra quienes “velaban” por la seguridad de la Nación. Merece un apartado la forma en que las esposas de esos padres, generalmente, acompañaban este ocultamiento y cómo sus hijos lo terminaban naturalizando (…)

Asomarse a las complejidades psíquicas de estas mujeres significa abordar una cuestión muy profunda (…) En general se ocuparon de calmar las conciencias de sus maridos (cuando la había y generaba algún conflicto efímero) y de realzar su figura ante los hijos. En una oportunidad, recibimos a una paciente que presentaba un cuadro de ansiedad. (…) Atribuía su estado anímico a la presión que sentía por la responsabilidad de la crianza de los hijos y el manejo de la casa sin contar con demasiado apoyo de su esposo, a quien lo absorbía el cumplimiento de sus obligaciones. (…) 

Si bien no es abundante, existe bibliografía sobre esposas de dictadores de otros regímenes, por ejemplo: Mujeres de dictadores de Juan Gasparini, Dictadores. Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia, de Rosa Montero, y Las mujeres de los dictadores, de Diane Ducret.

¿Las mujeres solo ocuparon estos lugares de “acompañantes” en las dictaduras? Debemos decir que no. Si bien es cierto que su presencia fue proporcionalmente escasa, su crueldad no le fue en zaga a la de los hombres más temidos. La actuación de las mujeres en regímenes represivos merece no uno sino varios libros aparte. Por lo que ahora nos limitaremos a comentar dos historias para sentar el precedente de un tema cuya investigación está todavía pendiente o en ciernes. La primera de esas historias es la de Graciela “la Cuca” Antón, única mujer en Argentina condenada a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad. La periodista Ana Mariani la entrevistó varias veces en el Penal de Córdoba en el que cumple su condena y volcó su investigación en un libro cuyo título es el apodo con el que llamaban a Antón. (…)

La otra mujer a la que nos referiremos es Adriana Rivas González, quien actuó durante la dictadura de Augusto Pinochet en la Dirección de Inteligencia Nacional de Chile, DINA, entre 1973 y 1977. Si bien la dictadura chilena tuvo características propias, muestra coincidencias con todas las dictaduras latinoamericanas. 

*/**Autores de Los agujeros negros de la dictadura, editora La Vanguardia (Fragmento).