A principios de 2004, América decidió no renovarle a Lanata su contrato. La última semana de abril de 2004, Moya llamó a los gerentes de América. Uno de ellos le dijo:
—Lo mejor para destrabar la situación es que vayan a hablar con el gobierno.
El lunes 26 de abril Lanata fue recibido por el presidente, Néstor Kirchner, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el vocero presidencial, Miguel Núñez. Así lo rememoró Lanata:
—A mí, de entrada, me pareció demasiado raro que nos sugirieran ir a hablar a la Casa de Gobierno. Nosotros, en 2003, habíamos hecho la primera nota de corrupción contra este gobierno. Habíamos denunciado a (Juan José) González Gaviola por gastos excesivos en el PAMI. El gobierno salió a desmentirlo pero al tiempo lo echó. Fue cuando asumió Graciela Ocaña.
—¿Y para qué fuiste a hablar con el Presidente?
—Porque yo no tenía ningún problema. No me escondí. No entré por la puerta de atrás. Me acuerdo de que Kirchner estaba con (Aníbal) Ibarra. Salió él y entré yo. Le dije al Presidente que Avila me había dicho que hablara con ellos. Kirchner saltó y dijo: “Avila es un hijo de puta. Nos quiere dejar pegados a nosotros”. Alberto me dijo que estaba todo bien, que no había ningún quilombo. No era tarde, y pensé “Avila está en el canal todavía”. Le dije a Alberto “debe estar en el canal, ¿por qué no lo llamás?”. Así terminábamos con ese absurdo. Alberto me dijo “No. Lo hablo mañana y te llamo”. Al otro día me levantaron el contrato. Alberto me dijo: “América está caliente, te ofrezco que vengas a Canal 7”. Yo le agradecí, pero le dije que no. Que yo no trabajo para el Estado.
La versión de Alberto Fernández fue parecida a la de Lanata excepto en un “pequeño” detalle: deslindó cualquier responsabilidad del presidente Kirchner en la decisión de discontinuar Día D. Se lo pregunté de manera concreta. Me dijo:
—El que decidió sacarlo del aire fue Avila, no el gobierno. Y yo mandé a llamar a Lanata cuando empezó a decir que Avila le había dicho que había un pedido del gobierno para no renovarle el contrato. Cuando lo planteó como un caso de censura. Le dije a Miguel Núñez: “Llamá a Lanata ya”. Me pasó el teléfono y le dije: “Mirá, Jorge, lo que estás diciendo es un disparate”.
“Es lo que me dijo Avila”, me respondió. “Te espero mañana en mi despacho”, le dije. Vino. Se lo expliqué de nuevo. Le propuse, incluso, llevar su programa a Canal 7, donde podría decir y hacer lo que quisiera. Me agradeció. Me explicó que si aceptaba iba a perder independencia. Le dije que si era necesario lo invitaba a hablar con el Presidente para que se aclarara el tema. Pasamos la puerta. Lo recibió Kirchner y le repitió lo mismo. El agradeció y nos dimos la mano. Así terminó todo.
—Lanata me dijo que el detonante de la decisión fue la denuncia contra González Gaviola.
—No es verdad. Ni González Gaviola tenía tanto peso ni las imputaciones contra él eran gravísimas. Fue exagerado hablar de corrupción por un par de vales de comida. No digo que no hayan sido ciertas. Por otra parte Kirchner no tenía un problema personal con Lanata. Quizá no le gustaba cómo planteaba algunas cosas, pero no había nada particular contra él.
—¿No fue un alivio que dejara de tener aire?
—No. Lanata no era un problema. Tenía un rating relativamente bajo y no nos hacía daño. Un problema hubiese sido Marcelo Tinelli maltratándonos todos los días con 30 puntos de rating, pero Lanata no.
Más de ocho años después, Carlos Avila me contó por qué no le renovó el contrato a Lanata:
—A Lanata no se le renovó el contrato porque cometió un error muy grande: fue desleal con América. Y participó de una operación que en ese momento fue generada por (Raúl) Moneta contra los propios accionistas del canal.
—¿Qué operación?
—Si buscan el video lo van a encontrar. Acusó a dos fondos de inversión, el grupo Hicks y el grupo Liberty, de actuar como fondos buitre en Cablevisión. Yo era, entonces, presidente del canal América y de Torneos y Competencias. Y tanto Hicks como Liberty eran accionistas junto conmigo en Torneos y Competencias. Por eso Lanata se tuvo que ir de América: porque participó de una operación y yo les prometí a mis accionistas que iba a corregir ese error.
—¿Pero eran o no fondos buitre?
—Por favor. Liberty es el dueño de DirectTV en los Estados Unidos. Tiene un dueño que se llama John Malone. Es el mismo que le compró el cable a (Eduardo) Eurnekian por más de 350 millones de dólares. Hicks vino a la Argentina y entró en Cablevisión y creó una señal. Es un fondo de inversión muy importante en los Estados Unidos. En su momento fue dueño de Seven Up.
—¿Usted les informó a sus socios que no le iba a renovar el contrato?
—Ellos me dijeron que no podían permitir ser ofendidos y difamados por un periodista de un canal con cuyo dueño tenían negocios en común. Yo les dije que Lanata era inmanejable. Les comenté, también, que si lo echaba al otro día se iba a generar un escándalo. Entonces les prometí que no le renovaría el contrato del año siguiente. Y cumplí mi promesa.
—¿Y qué tuvo que ver el gobierno en la decisión?
—Nada. No fue el gobierno nacional el que lo echó. El contrato no se le renovó porque ofendió a un accionista directo y un socio (...).
Le conté a Lanata la versión de Avila. Se defendió así:
—¿Avila dice que yo operé para Moneta? ¡Qué raro! Yo tengo cinco juicios de Moneta en mi contra. Además, uno de los que me presentó a Moneta fue Avila. (...)
Lanata tardaría más de ocho años en volver a la televisión de aire. Pero lo haría con una estridencia mayor a la de su salida. Cuando ya sabía que era inminente su regreso a la pantalla de Canal 13 y empezaba a paladear por anticipado el dulce sabor de la revancha, Lanata me dijo:
—Es muy difícil hacer periodismo independiente en Argentina. Vos lo sabés tan bien como yo. La única oportunidad que tenés de hacerlo es medir, de la forma que sea: vendiendo ejemplares, consiguiendo rating o muchos oyentes en la radio. Eso te da un pequeño y relativo poder. Un poder que puede durar un tiempo. Y ese pequeño poder hace que te necesiten para la propia lógica de los dueños, que es hacer plata y tener influencia. Son relaciones donde a vos te usan y vos usás. Ya te di un ejemplo: Eurnekian nos entregó a cambio del pago del canon en los aeropuertos. Nos sacaron cuando quisieron sacarnos. Sostenernos a partir del rating nos vuelve un poco menos vulnerables. Pero tampoco es garantía de nada. Porque si te tienen que sacar, te sacan. El poder, de última, no lo tenés vos. Ahora dicen que me vendí a Clarín. En definitiva Clarín no hace ni más ni menos que lo que hacen todos los medios. Pero Clarín es la industria, (Daniel) Hadad es la mafia. Hay canales y medios que han crecido gracias a la extorsión, y hay otros que han crecido por la debilidad del Estado en ponerles controles. El Gobierno ha instalado esa cuestión de que los periodistas somos una manga de pelotudos y que acatamos órdenes. Es una boludez: a mí no me llama (Héctor) Magnetto y me dice lo que tengo que decir. Yo he escrito sobre Papel Prensa en Clarín, y dije que fui víctima. Y no voy a dejar de decirlo porque es cierto. Ahora trabajo en Radio Mitre y ellos no tienen idea de lo que voy a decir. Y en Canal 13 tampoco. No me bajan línea. ¿Por qué no voy a laburar ahí? Además hay cada vez menos medios para laburar. Y tampoco descarto que mañana o pasado me den una patada en el culo. ¿Qué pretendo decirte con esto? Que mientras me dé la salud, voy a laburar donde pueda para seguir diciendo las cosas que quiero.
Me hubiera gustado ser más desconfiado. Que me cagaran menos. Que los tipos que hicieron Página conmigo no se hubieran cagado en mí. Pero también soy lo que soy por eso. Si no hubiese sido tan confiado no habría dado todo lo que di. Qué curioso, mientras te respondo voy obteniendo la certeza de que uno, en la vida, no elige casi nada. Que uno es lo que es. Que parece que uno elige, pero en realidad no elige un carajo.
—¿Creés en la ley de las compensaciones? ¿Intuís que para vivir los mejores momentos de una vida uno tiene que pasar antes por uno de los peores?
—Sería un idiota si no me diera cuenta de que ahora estoy viviendo el mejor momento profesional de mi vida. Pero sería más idiota si creyera que esto me va transformar en otra persona. Yo ya te dije una vez que me puedo ir del canal y la radio dentro de una hora, y estaría todo bien. Vos pensás que es una pose y yo estoy seguro de que no lo es.
—No lo sé. Lo que sí creo es que tu regreso a los grandes medios hizo, por ejemplo, que no volvieras a diálisis.
—Tenés razón. La actividad te inyecta adrenalina y te pone bien. O al revés, si no estuviera mucho mejor desde el punto de vista físico no podría hacer todo lo que estoy haciendo. Pero yo no podría decir que antes de volver a la tele mis momentos hayan sido malos, o peores.
—Te faltaba la droga más potente: la energía de la gente en la calle.
—Puede ser. Este es el momento de más alta exposición. Pero yo voy a ser yo siempre, no porque trabaje en Canal 13. No se va a ir la vida en esto. Que la gente te quiera en la calle es muy lindo. Cuanta más gente, mejor. Eso lo entiendo. Cuando viajé a Córdoba y me fueron a ver diez mil personas pensé: “¡Qué bueno! No estoy meando tan fuera del tarro”.
—¿Por qué lo planteás así?
—Porque en algún momento lo pensé. En especial cuando me tiraron todo el aparato de propaganda encima. Eran muchos los que me puteaban. Llegué a pensar: “¿No estaré metiendo la pata?”. Después, lo de Córdoba me hizo saber que tan loco no estoy. Porque no son de Barrio Norte. Todo eso me hace sentir menos solo. Siempre tuve buena relación con la gente. Ahora parece más porque estoy en uno de los canales con más rating (...).
—Yo, al periodista militante le preguntaría: ¿Con qué plata militás, con la tuya o con la mía? Yo no tengo problema con los periodistas militantes, pero ¿sabés qué?, no uses mi plata. Los recursos son de todos, no del gobierno. Yo no tengo por qué bancar una militancia parcial. La democracia no es defender sólo al 54% de los votantes. Es, también, defender a las minorías. Democracia es el sistema con el que el Estado incide para que las mayorías no pasen por encima de las minorías. Si la democracia sólo fuera ganar las elecciones Hitler sería democrático porque la gente lo votó. Si vos militás con la plata del Estado y hacés una militancia de parte, de sector, estás usando nuestra plata para militar para vos. Militar con la plata de Aerolíneas Argentinas, por ejemplo, no tiene ningún mérito. Es más bien una truchada (...).
—Me considero un liberal de izquierda. Liberal, porque creo en el individuo por sobre el Estado. De izquierda porque miro alrededor y no soy ciego. Creo en la libertad de conciencia, en la de prensa. Creo que el Estado no tiene que meterse en la vida privada de la gente. ¿Por qué, por ejemplo, el Estado ahora quiere repartir el papel? Si lo distribuye como hace con la publicidad oficial, estamos listos. Y encima en este país el Estado siempre es ocupado por el gobierno de turno. Por ejemplo, yo no entiendo por qué acá nadie discute por qué la oposición no tiene un programa en el canal del Estado. Retrocedimos tanto que ni siquiera hablamos de eso. ¿Por qué no prender Canal 7 y escuchar a alguien que hable mal de Cristina, si está en todo su derecho?
—¿A quién votaste desde 1983
hasta acá?
—En 1983 no voté a Alfonsín. Voté a (Italo) Luder. Me decidí por algo que me pasó en el cuerpo. Yo estaba en un bar de Constitución, escribiendo, y vi pasar primero una movilización de los radicales que iban para la 9 de Julio. A los dos días vi pasar a la de los peronistas. Yo preferí a los negros. Porque yo soy de Sarandí. Y sentí que no tenía nada que ver con la mayoría de los radicales. Porque sentí que venían desde la avenida Santa Fe. Sé que fue una locura. Pero en aquel momento no dudé ni un minuto. Después voté al socialismo. El viejo Oscar Alende me caía simpático, pero nunca lo voté. Y tampoco nunca tuve nada que ver con el Movimiento Todos por la Patria (MTP). En 1989 no voté a Menem, sino al socialista Alfredo Bravo. A los radicales nunca los voté. En mi barrio decíamos que, antes de garcharse a una mina, los radicales doblaban el pantalón. Si mal no recuerdo vengo votando en blanco desde 2007 (...)
—Los que te venían siguiendo desde Sin anestesia, El Porteño y Página sostienen que te fuiste corriendo a la derecha cada vez más.
—Sí. Hay gente que cree eso. Mi respuesta está en lo que hice y sigo haciendo. Yo me he peleado toda la vida con el poder. Eso no cambió nada. En la época de Sin anestesia yo publicaba que (el ex presidente Raúl) Alfonsín hacía acuerdos con Nicaragua y le vendía armas a Honduras. Y hoy publico que (el vicepresidente Amado) Boudou quiere una Casa de Moneda personal. Para mí no hay diferencias: me entero de una cosa, la chequeo y la tiro. No me importa qué gobierno está. Y una cosa más: yo no les creo a estos tipos, no les creo nada: son unos chorros, mienten, son autoritarios. (...)
—¿Te molesta que los críticos te presenten como una mezcla de periodista y humorista?
—Yo no niego que utilizo el humor para comunicar. Está a la vista y me parece recontra bien. Lo reivindico. Si algo me queda de Página/12 con los años es que nosotros hicimos una renovación de la forma. Mostramos que la forma no modifica el contenido si el contenido es serio. Los elementos de la comunicación pueden ser diversos si el contenido sigue siendo serio. La forma sólo te ayuda a entrar a más gente. Lo discutimos varias veces: el sentido del humor es popular; el título coloquial es más popular que el título serio; el diálogo es más popular que el texto corrido. Son todos recursos de forma pero el contenido es el mismo. En Página nos fuimos dando cuenta hasta que lo tuvimos muy claro. El lector se sorprendía con la tapa, pero se metía adentro y encontraba información muy seria. La tapa era nuestro vehículo de comunicación. A través de ella entrábamos al lector. Creo que el mismo razonamiento es válido para la televisión. Por algo vos no hacés un programa político tradicional. Hoy los programas de periodismo político me aburren. No los soporto. No explotan la imagen. Y, por otra parte, el sentido del humor lo usé siempre. Ahí en la pared está colgada la tapa de la revista (Veintiuno) con el agujero en el medio. Hoy todos se acuerdan del agujero, pero adentro hay una nota tremenda sobre cómo se malgastaba el presupuesto nacional.