DOMINGO
LIBRO

Vivir en tierra de nadie

Barrios vulnerables, entre narcos y policías.

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Voces de vecinos, de dealers, de policías reconstruyen en este libro una escena inquietante: la colaboración clandestina entre narcotraficantes y efectivos de las fuerzas de seguridad en los barrios vulnerables de la Argentina. | juan salatino

Unas pocas casas, un árbol, gente caminando… Cuando le pidieron que describiera su barrio, un alumno de quinto grado que vivía en Arquitecto Tucci hizo un dibujo y no quiso dejar nada fuera En primer plano puso lo que la mayoría de los vecinos definían como su preocupación principal: la violencia interpersonal. Personas que pelean, personas que “se tiran tiros”. Hay un patrullero estacionado entre las casas y las personas. Parece ser testigo de la violencia, pero no interviene. Es una presencia inútil. El dibujo expresa lo que escuchamos docenas de veces en boca de los vecinos, en su inmensa mayoría muy preocupados por la generalizada y creciente violencia, al extremo de alterar sus rutinas diarias. Los toques de queda, los horarios estrictos, la costumbre obligada de caminar en grupo y evitar ciertas áreas se habían vuelto parte de la vida cotidiana.

En este capítulo describimos las experiencias de violencia cotidiana de los moradores de Arquitecto Tucci y analizamos cómo cambiaron las percepciones que tenían de su barrio con el correr del tiempo. Después delineamos el conjunto de caminos que la violencia relacionada con las drogas utiliza para entrar en las casas de los vecinos pobres del barrio, y de este modo ilustramos las limitaciones que conlleva focalizarse exclusivamente en la manifestación pública de la violencia relacionada con las drogas. El análisis que ofrecemos aquí es importante, no solo por sus propios méritos, sino también porque aporta información contextual crucial para comprender la intrincada relación entre colusión y violencia que será objeto de escrutinio en este libro. En este capítulo y en el siguiente mostraremos por qué los residentes creían vivir en una “tierra de nadie”. Esta expresión tiene tres significados estrechamente interrelacionados. En primer lugar, alude a un lugar donde el Estado no atiende las necesidades más apremiantes de los ciudadanos. También denota el carácter violento del lugar: una zona donde “puede pasar cualquier cosa”. Los vecinos percibían que las drogas ilícitas estaban detrás de casi toda la violencia que padecían, ya fuera porque los adictos delinquían para solventar su hábito (lo que los analistas denominan vínculo “económico compulsivo” entre drogas y violencia) o porque los traficantes llevaban a las calles sus disputas comerciales (lo que los analistas llaman “violencia sistémica” del narcotráfico).

Por último, esta percepción compartida de una “tierra de nadie” se refiere al tema central de este libro: la colusión entre narcotraficantes y fuerzas de seguridad. La expresión “cualquier cosa” en la frase “puede pasar cualquier cosa” apunta con dedo acusador hacia esa complicidad. 

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Violencia cotidiana en “tierra de nadie”

Arquitecto Tucci se yergue sobre las orillas del oprobiosamente contaminado Riachuelo y allí residen 170 000 personas que viven y trabajan al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Durante su período de crecimiento inicial, Tucci era un área de clase obrera, con hileras de casas de ladrillos alrededor de un centro comercial. Desde entonces la zona creció de manera significativa con la expansión de asentamientos informales. A pocas cuadras del centro comercial, las calles pavimentadas y las veredas van transformándose en senderos de tierra y barro que conducen a viviendas precarias. En estas áreas –muchas de ellas propensas a inundarse– los moradores más recientes han ocupado terrenos y levantado casas modestas en perpetua construcción. Simples casas de concreto con techos de metal corrugado se construyen cuarto por cuarto a medida que los habitantes acceden a recursos.

Estos asentamientos se caracterizan por su falta extrema de infraestructura. En contraste con el barrio original de clase obrera, la mayoría de estas viviendas no tienen acceso a servicios municipales como la electricidad, el agua, las cloacas y la recolección de residuos. A falta de esto, los moradores recurren a las cloacas al aire libre, realizan conexiones eléctricas precarias y consumen agua de bidones y gas de garrafa. Aunque los vecinos pagaban el precio de estas desventajas agravantes de su situación, los delincuentes y las organizaciones de narcotráfico aprovechaban la relativa inaccesibilidad para instalar sus búnkeres y locales de almacenamiento en la zona y abandonar vehículos robados que habían sido desarmados y quemados para impedir su eventual identificación.

Desde zonas inundadas a perpetuidad, mal iluminadas y literalmente sembradas de basura, los niños de Arquitecto Tucci asistían a la escuela pública. Pero, en impactante contraste con sus limpios guardapolvos blancos, la escuela primaria se encontraba semiderruida: el techo había colapsado en algunos sectores ahora vedados para los alumnos, la pintura se había descascarado en las paredes mugrientas de las aulas, y el patio del recreo (como muchas calles y hogares) estaba inundado por el agua hedionda de una planta de tratamiento adyacente. Cuando les pidieron que retrataran su barrio durante un taller de fotografía organizado en 2011, los alumnos no solo destacaron la falta de infraestructura básica sino también la evidencia de drogas, crimen y violencia.

Un diálogo que tuvo lugar en las primeras etapas de nuestro trabajo de campo captura la sensación de inseguridad generalizada, sus manifestaciones reales y lo que piensa la gente sobre lo que hay detrás. Agustín, uno de nuestros asistentes de investigación, habló en 2010 con Valeria, Mariana y Sabrina en un comedor local acerca de sus visitas a Arquitecto Tucci.

Agustín explicó: “Tiendo a ser un tipo confiado. Por suerte, hasta ahora no me pasó nada malo en el barrio. Pero igual vengo preparado por si me roban, para que se lleven un poco de dinero y unas pocas cosas que no me importaría perder”. Después les recordó a sus interlocutoras lo que ellas le habían advertido antes: “Ustedes siempre me dicen que ‘tenga cuidado’ porque no soy de acá y la gente no me conoce. Pero cuando ustedes andan por el barrio, ¿no tienen miedo?”. Valeria, la coordinadora del comedor, respondió: “¡Sí, siempre tenés que tener cuidado!”. Agustín insistió: “¿Pero ustedes son del barrio e igual les roban?”. Mariana, que trabajaba como cocinera, intervino: “A mi hija le robaron la semana pasada. Contale”. “Sí, me robaron el celular”, contó Sabrina, hija de Mariana. Valeria aportó más detalles: “Los pibes se juntan en la esquina y cuando necesitan plata para drogas o alcohol, te roban”. Agustín preguntó: “¿Les robaron a todas?”. Las mujeres respondieron al unísono con un enérgico y estentóreo “¡Sí!”. Valeria agregó: “Un chico que conozco me robó la semana pasada. Me sacó el celular. Al día siguiente, la mamá me lo devolvió”.

Avancemos siete años en el tiempo, desde el momento de esta conversación en 2010 hasta comienzos de 2017. Un ex residente, Benito (55), se mudó de Tucci hace unos años cuando su esposa consiguió trabajo a una hora y media de distancia. Aunque ya no vivía en el barrio, Benito regresaba con regularidad porque era activo como dirigente político (“puntero”).

Cuando hablamos sobre sus preocupaciones, Benito recordó que, cuando vivía en Tucci, habían entrado ladrones en su casa y se habían llevado el televisor y otros objetos de valor. Al reflexionar sobre los cambios en la preocupación pública, observó que “en los ochenta y los noventa la infraestructura era el tema principal. Ahora es la inseguridad… De todos mis amigos de mi juventud, no hay uno que esté vivo. Hay uno, que apenas habla. Las drogas, las drogas los mataron. Los mataron cuando robaban, porque las drogas te llevan a robar”. La abrumadora mayoría de las personas con quienes hablamos concordaban con Benito. Les preocupaba la falta de seguridad pública y muchos relacionaban el peligro experimentado en las calles y en los hogares con la presencia de drogas. Como sus pares en otras áreas urbanas pobres, los vecinos de Tucci sentían que estaban viviendo en un incierto, impredecible y peligroso estado de inseguridad.

Una de las maneras en que la gente común expresa sus preocupaciones es contrastar el estado actual de las cosas con el pasado. Un pasado que bien puede no haber existido jamás tal como se lo recuerda. Estas comparaciones ilustrativas suelen indicar la profundidad del malestar presente. Cuando se les preguntaba por sus problemas más apremiantes, los residentes de Arquitecto Tucci por lo regular volvían al pasado, más específicamente, a un pasado “de paz” cuya cronología exacta variaba según la edad de la persona. Hacía veinte, treinta o cuarenta años el barrio era “muy diferente”. Escuchamos esa frase en innumerables ocasiones.

Nuestros entrevistados subrayaban diferencias similares entre pasado y presente. Algunos hablaban de infraestructura; por ejemplo, decían que “las calles eran de tierra, barro, ahora están pavimentadas” o recordaban que “eran todas lagunas”. Otros afirmaban que “había muy pocas casas” y “había menos gente” en referencia a los cambiantes patrones de vivienda en el área otrora rural. Una residente de larga data en la zona, Gabriela (45), recordó su infancia: Hace treinta años había menos casas, pero era todo barro. Para salir del barrio, te tenías que embarrar. Pero era más sano. Se podía caminar temprano a la mañana. Mis papás me llevaban al hospital a la madrugada, porque tenías que conseguir turno muy temprano. Era de noche y podías caminar tranquila, nadie te hacía nada. Eso se extraña mucho. 

Gabriela describió un pasado en que, pese a la falta de desarrollo (pocas casas, calles sin pavimentar), Tucci   era un lugar seguro para las familias. 

Aproximadamente en la misma época, Fernanda (51) se mudó al barrio. Describió así los que, a su entender, eran los cambios más importantes: Antes nos sentábamos en la vereda a tomar mate, los chicos podían jugar afuera. Ahora es re-peligroso. No te podés sentar en la puerta, en la vereda, porque los pibes están con las drogas.  Acá la gente trae autos robados y los quema. Eso lo hacen a la noche. Escuchás una explosión y te tenés que levantar para que no se queme todo. La otra semana me quemé toda, acá en el brazo. Teníamos que hacer algo porque el coche que se incendiaba estaba estacionado al lado del nuestro. Si explotaba, 0nos iba a quemar el nuestro. ¡Encima que no tenemos nada, no nos queda nada! La primera vez que trajeron un auto robado, llamamos a la policía y nos dijeron que llamemos a los bomberos. Mientras esperábamos, el poste de luz se cayó y lastimó a un pibe. Esta zona del barrio es tierra de nadie.

Fernanda resumió lo que escuchamos docenas de veces: los vecinos de Tucci se veían viviendo en tierra de nadie. Al hacer esta referencia no aludían a un espacio vacío o desocupado, sino a un área violenta donde el Estado no respondía a las necesidades cotidianas de sus residentes. Nótese cómo, en unas pocas oraciones, Fernanda se desplazó del pasado hacia el peligroso presente, y señaló las que a su entender eran las dos principales manifestaciones de violencia (el delito relacionado con la droga y el robo de automóviles) y la respuesta del Estado. También resaltó los efectos de uno de los fenómenos menos estudiados pero más invasivos entre los desposeídos: el abuso horizontal y la animosidad lateral, o lo que podríamos llamar “violencia de pobres contra pobres”. La violencia, como veremos, no está confinada a los participantes en el narcotráfico y algún testigo desafortunado; se derrama por el barrio y afecta a muchos (si no a la mayoría) de sus moradores.

Otro tema consistente que distinguía con claridad el pasado del presente era la falta de seguridad pública. “Vivimos con miedo”, decían muchos. Jóvenes y viejos, varones y mujeres, casi todas las personas con quienes hablamos tenían experiencia directa con la violencia. Conocimos a Agustina (18) en un focus group que organizamos en la escuela secundaria local. Era una adolescente llena de energía y verborrágica, y nos contó lo siguiente: Justo a la vuelta de la escuela, me asaltaron. Estaba caminando y de pronto me di cuenta de que un pibe estaba con un arma. Me robó todo. Estaba solo pero me di cuenta de que había un grupito de pibes que estaba con él justo del otro lado de la calle. Si pedía ayuda… olvidate. No había policía cerca. Nadie se mete, hay mucho miedo.

Nadie en el barrio estaba exento de la violencia real o potencial. Y decimos “nadie” en sentido literal: ninguno en las tres docenas de residentes y líderes comunitarios que llegamos a conocer bien durante nuestros años de trabajo de campo se había salvado. Por ejemplo, el sacerdote del barrio compartió con nosotros una de sus experiencias recientes con la violencia relacionada con las drogas: Di un sermón sobre drogas en el barrio. A los pocos días me llamaron por teléfono. Era alguien que no conocía. Me pedía consejo: “¿Qué tengo que hacer? Hice una denuncia sobre un lugar donde venden drogas y la policía me dice que saque la denuncia. ¿Qué hago?”. Le dije que no discutía esas cosas por teléfono, que venga a la iglesia.  Nunca vino. Alguien me estaba haciendo una prueba.

Los médicos del centro de salud también sufrieron amenazas y encuentros de violencia directa. Uno de ellos nos comentó: Salvaguardar nuestra integridad es hoy parte de estar en una guardia. Antes eso se daba por descontado. Nadie iba a atacar a un médico. Ahora sí, entran armados y demandan ser curados, incluso con chicos muertos, en donde los familiares amenazan a los médicos para que los salven. Hay un código ahora entre nosotros y los que vienen armados a la emergencia. Los tratamos y, una vez que se van, llamamos a la policía. Hace unos meses, vino un paciente con una herida de bala y una 38 en la cintura. Yo tenía que reportar a la policía, el tipo me dijo que esperara hasta que se fuera.

Como reflejan estos testimonios, los líderes comunitarios y los profesionales locales no son inmunes a las amenazas y los ataques. Nuestras notas de campo están colmadas de historias similares sobre experiencias de los vecinos con la violencia. A continuación incluimos un extracto del diario de campo de María Fernanda, nuestra colaboradora que trabaja en una escuela local, fechado en abril de 2016:  Mi alumna, Daira, acaba de cumplir 10 años. Vive en el asentamiento junto a su mamá y sus tres hermanas. Su papá hace seis años que está detenido por homicidio, una pelea con un vecino que terminó mal. El día del “accidente” estaba con su mamá y sus hermanas caminando por la calle comercial más transitada del barrio, iban a hacer compras, cuando de repente escucharon tiros. la violencia de la droga en las calles. “Empecé a agarrar a los chicos y tratar de meternos en algún lado, en eso veo que Daira se agarra la cabeza y pensé que era del susto, pero la vi y estaba sangrando y fue desesperante porque tardé en entender que a mi hija le habían pegado un tiro. Salimos con un vecino para el hospitalito y de ahí al hospital de Florencio Varela porque es de alta complejidad”. La mamá se acercó a la escuela a contar lo sucedido; por suerte la bala solo rozó la cabeza de la nena. En la escuela hicimos una colecta para que la mamá compre crema cicatrizante y antibióticos. Al mes volvió a la escuela y de vez en cuando sus compañeros la cargan y se mandan un “cabeza agujereada”.

Alejandra (35) no tuvo tanta suerte como Daira. El 8 de enero de 2017, en el adyacente Barrio Obrero (pocas cuadras más allá de los límites de Arquitecto Tucci), la mató una bala perdida que le entró por su cabeza cuando caminaba por la calle con su hijo de 4 años. De acuerdo con las investigaciones preliminares de la policía, quedó atrapada en medio de una disputa entre dos grupos narcos rivales.

Violencia en contexto

La percepción de los vecinos de Arquitecto Tucci como una “tierra de nadie” era una descripción por demás adecuada. El barrio era, sin duda, un lugar peligroso. En 2013 una abrumadora mayoría de residentes mencionó el crimen, la inseguridad, los robos y el tráfico de drogas como sus principales preocupaciones. Además del temor generalizado a la delincuencia y la victimización, las experiencias reales con la violencia abundaban. Las tasas de homicidio continúan en ascenso en la zona: los asesinatos se cuadruplicaron desde 2007. Se registraron 17 asesinatos en 2007, 32 en 2009, 54 en 2011, 59 en 2013 y 65 en 2015 (el crecimiento de la población rozó apenas el 5%). La tasa de asesinatos (38,6 por 100 000) en el barrio es ahora cinco veces mayor que la de la provincia de Buenos Aires.

Las desventajas agravantes –incluidas la pobreza crónica, la falta de empleos bien pagos, la degradación del medioambiente que afecta seriamente la salud de los moradores, la ausencia de servicios sociales eficientes, las deficiencias de infraestructura en forma de veredas rotas, recolección intermitente de residuos, agua contaminada y falta de iluminación adecuada en las calles–contribuyen a explicar por qué  Arquitecto Tucci es un lugar tan violento. Como en todas partes, la violencia prospera allí donde estas “desventajas estructurales” se acumulan y se refuerzan mutuamente. Sumada a esta dimensión estructural, la presencia de La Salada –el mercado informal más grande del país–es otro factor clave para la despacificación de Arquitecto Tucci. El área adyacente al mercado, atravesada dos veces por semana por miles de consumidores y vendedores que llevan dinero en efectivo y mercaderías, ofrece a los jóvenes pobres y desempleados diversas oportunidades para lo que podríamos denominar, parafraseando y especificando a Max Weber (1946), una forma de capitalismo de botín altamente concentrada. En vez de invadir países extranjeros, los jóvenes desempleados asaltan a comerciantes y clientes locales que tal vez portan objetos de valor (dinero en efectivo, mercancías, etc.). Desde su inauguración a comienzos de los años noventa, el mercado aporta crecientes oportunidades para el delito predador y se ha transformado en lo que los criminólogos medioambientales llaman un “nodo de alta actividad”.

El crecimiento del narcotráfico dentro y en los alrededores del barrio es otro factor clave en los crecientes niveles de violencia. Es indudable que el narcotráfico se propagó en la Argentina. Las incautaciones de cocaína (paco incluido) crecieron de manera exponencial desde el año 2000. Al igual que en el resto del país, “el narcotráfico floreció en Buenos Aires a mediados de los 2000. Entre 2006 y 2013 el volumen de cocaína incautada aumentó un 200%, según el informe del Procurador General del Estado”. Aunque no existen cifras oficiales, la evidencia anecdótica publicada en los periódicos y transmitida por nuestros informantes respalda la afirmación de que la preparación, el almacenamiento y la distribución de drogas también se expandió en Arquitecto Tucci y está ahora organizada por pequeños grupos narcotraficantes rivales que muchas veces resuelven sus disputas de manera pública y muy violenta.

Cuando describían haber sido asaltados o atracados en las calles, o cómo les habían robado las pocas pertenencias que tenían en sus casas, los vecinos de Tucci mencionaban que los perpetradores no eran forasteros violentos que se habían infiltrado en un lugar antes pacífico, sino gente del barrio. Estas anécdotas apuntalan los padecimientos de gente como Fernanda: los que habitan las mismas áreas desaventajadas victimizan a sus vecinos y los despojan de sus escasas pertenencias. En la mayoría de los relatos, los perpetradores son locales, que se ven impelidos a cometer actos delictivos por las drogas. Muchos de los ataques violentos eran entendidos como intentos de los adictos por obtener los recursos económicos necesarios para solventar su hábito, o se creía que eran producto de disputas entre narcotraficantes. Los testimonios de Valeria, Sabrina, Mariana y Benito apuntan a lo primero (“violencia económica compulsiva”). Las historias de Daira y Alejandra son ejemplos de lo segundo (“violencia sistémica”).

 

☛ Título Entre narcos y policías

☛ Autores  Javier Auyero y Katherine Sobering

☛ Editorial Siglo XXI Editores
 

Datos sobre los autores 

Javier Auyero es profesor de Sociología de la Universidad del estado de Nueva York-Stony Brook.

Es autor de La política de los pobres y de Vidas beligerantes, entre otros libros. 

Katherine Sobering es profesora de Sociología en la Universidad de North Texas.

Etnógrafa, se especializa en estudios sobre inequidad y cambio social.