ECONOMIA
Presidente de Terragene

Esteban Lombardía: "Habrá una biorrevolución y Argentina tiene la gran chance de explotarla"

El empresario lidera una compañía biotecnógica que exporta sus productos a setenta países. Por qué elogia a los científicos argentinos y apuesta por la investigación en terapias génicas.

Esteban Lombardía, presidente de Terragene.
Esteban Lombardía, presidente de Terragene. | Gza. Terragene

Terragene, una empresa argentina de biotecnología especializada en la prevención de infecciones, aplicó durante la pandemia la Doctrina Juan Manuel Fangio: en las curvas frenó menos que sus competidores. Así, invirtió 4,5 millones de dólares para apuntalar Protergium, un spin off agro que produce “vacunas” para proteger a los cultivos de hongos y enfermedades.

Radicada en Rosario, la compañía emplea a 400 personas, exporta a 70 países y espera facturar este año 20 millones de dólares. Su presidente, el genetista Esteban Lombardía, remarca que la ciencia se revalorizó durante la pandemia y pronostica una biorrevolución, basada en terapias génicas, regeneración celular y proyectos de inmunomodulación que serían claves para tratar el cáncer. “Hay que incentivar la inversión en biotecnología”, asegura en diálogo con PERFIL.

¿En qué medida la pandemia puso en el centro de la escena a la ciencia y la biotecnología?

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

—La ciencia se revalorizó por la pandemia, se jerarquizó muchísimo. En nuestro caso, la pandemia golpeó el negocio de manera muy paradójica, porque nuestro foco es la prevención de infecciones. En los 70 países donde Terragene exporta, los hospitales se abocaron a atender pacientes de Covid y las cirugías quedaron suspendidas a menos que fueran urgentes. Sin embargo, nosotros hicimos la gran Fangio. Cuando a Fangio le consultaban por qué ganaba las carreras, él decía que lo hacía porque frenaba menos que sus competidores en las curvas. En este golpe que recibió toda la industria, duplicamos la inversión para que pasada la pandemia estuviéramos en una posición mejor respecto de la competencia. Y producto de esa apuesta salió una línea de productos que denominamos DCS. El DCS es un sistema de certificación digital de desinfección de ambientes. Con una aplicación móvil y etiquetas autoadhesivas con una tinta reactiva que cambian de color, podemos garantizar si un ambiente está desinfectado. Hoy DCS permite que cualquier persona, ya sea el que desinfecta la cabina de un avión, el supervisor que controla que eso se haya llevado a cabo de manera adecuada, o el mismo pasajero, puedan darse cuenta quién desinfectó, cuándo y de qué manera sacando una foto en una aplicación móvil. Esto puede usarse en todos los ámbitos: desde los hoteles seis estrellas hasta el transporte público, las escuelas, el cine, y los restaurantes.

Terragene apuesta a la biotecnología: emplea a 400 personas y exporta a 70 países.

¿Qué le falta a Argentina para liderar en biotecnología, teniendo en cuenta que competís con gigantes de Estados Unidos?

—Terragene compite en control de infecciones con 3M, Steris, y pará de contar. Somos dos o tres a nivel global, todas multinacionales. Y lo estamos haciendo. Entonces hay que analizar por qué se puede. Y también, por el otro lado, pensar por qué no hay más Terragenes, por qué no somos muchos más. Cuando vas a ver por qué se puede, claramente es porque la ciencia argentina tiene recursos, capital humano, altura inventiva, y los científicos son muy buenos. Países muy ricos, con ninguna de las dificultades que nosotros tenemos, por ahí no tienen esta capacidad porque requieren de procesos educativos muy prolongados y Argentina esto lo arrastra de las buenas épocas. Ahora, esto tiene que replicarse. ¿Y qué hace falta? Hace falta mayor certidumbre. Argentina claramente no tiene un mercado de capitales que permita y entienda cómo monetizar intangibles. El capital de riesgo acá hay que construirlo con confianza, con señales, con reglas claras. Argentina tiene un montón de problemas, los conocemos. Pero tiene la ciencia, la biotecnología en particular, como algo que se destaca. Hay que incentivar la inversión en las start ups de base biotecnológica, y hacer que eso derrame. En el ecosistema hay múltiples actores necesarios: los científicos tienen que generar conocimiento, y hay que preparar a los recursos humanos que después seguirán dentro del sistema científico pero que también demandará la industria. Hay que explotar la economía del conocimiento. Creo que es una gran oportunidad.

En los últimos días referentes ecologistas criticaron a Havanna por su alianza con Bioceres para la producción de alfajores con trigo transgénico. ¿Qué pensás como emprendedor del área biotecnológica cuando ves esas críticas, teniendo en cuenta que tenés un spin off agro?

—Hay que hacer autocrítica. Los transgénicos tienen una connotación muy negativa a nivel mundial, es cierto. Monsanto y las grandes compañías que han usado transgénicos han instalado en las sociedades, en el mundo, ese aspecto negativo porque siempre se ha asociado al transgen a una sustancia química contaminante que arrasa con todo. Si hablás de Roundup, para tomar una marca, se usó el transgen para tirar veneno a mansalva durante décadas. Y eso fue contaminando. Probablemente mató a mucha gente y generó un problema medioambiental muy difícil de reparar. Y lo más difícil de reparar es esta connotación negativa que tienen los transgénicos. Pero la verdad que el transgénico en sí mismo no tiene ningún riesgo o es ínfimo. El transgen en sí mismo, como es el caso que me mencionabas recién de Bioceres y el gen de girasol resistente a sequías, no tiene nada de malo. Lo que pasa es que hay un desafío muy grande, que es el de romper todas las regulaciones y las miradas que hay sobre el transgen. Ahí hay que educar, hay que hacer marketing, hay que comunicar mejor. Nosotros preferimos siempre tener en cuenta los aspectos regulatorios y la tendencia global en el desarrollo de un producto porque el producto puede ser el mejor pero el marketing, las preferencias de mercado, los aspectos regulatorios son claves. Cambiar una cultura o una regulación es muy difícil, lleva años, y a veces nunca se logra.

Con respecto a Protergium, ¿las vacunas para cultivos pueden erradicar totalmente a los agroquímicos o harán que se usen menos?

—Van a lograr que se usen menos. Es muy difícil que los productores dejen el químico porque culturalmente lo han hecho durante décadas, pero en la nueva onda verde hay una presión para que las compañías productoras de químicos y también los productores agropecuarios utilicen tecnologías más verdes, más sustentables. El mundo va hacia ese lado. Protergium usa todos productos biológicos y sustentables. Por un lado, empezamos a combinar distintos microorganismos para encontrar sinergia y transmitírsela al cultivo. Y por el otro lado, lo hacemos con vacunas que son proteínas. Estas proteínas están aisladas de insectos o de hongos, de los patógenos que generan enfermedades en los cultivos. Fumigamos la hoja o lo ponemos en contacto con la semilla y disparamos la respuesta de defensa natural que tiene la planta para enfrentar a esos patógenos. Cuando el patógeno llega al campo, el cultivo está mucho más preparado y responde muchísimo mejor de manera natural contra la enfermedad. Y además hay otro aspecto relevante: cuando uno incentiva o induce el sistema inmunológico de las plantas, esa respuesta de defensa va acompañada de una respuesta de crecimiento. Entonces, también hacemos que crezcan más y generen más granos de manera sustentable. Las proteínas inteligentes o biomoléculas inteligentes son sustentables, no generan ningún impacto en el medioambiente, y lo hacen con alta selectividad, porque le decimos al sistema inmune de las plantas: “defendete contra esto”. Un fungicida químico mata todo, incluso los hongos que son beneficiosos para el cultivo.

Terragene apuesta a la biotecnología: emplea a 400 personas y exporta a 70 países.

Lanzaron una incubadora llamada UOVO. ¿Qué proyectos les interesa desarrollar de acá al futuro?

—Tenemos proyectos o programas que van desde la terapia génica, la regeneración celular, el diagnóstico in vitro, barremos muchas avenidas tecnológicas que también son las tendencias del mundo. Tenemos programas para la inmunomodulación. Hay un nuevo paradigma vinculado al cáncer o las enfermedades autoinmunes. La solución viene de la mano de la inmunomodulación, de modular el sistema inmunológico para que no ataque al propio cuerpo y que por el otro lado que no se duerma demasiado para que no deje una célula cancerígena suelta. Vemos avenidas tecnológicas muy prometedoras que se pueden aplicar mucho en la generación de alimentos con mayor cantidad y calidad. En materia de salud humana y animal, lo que hacemos es usar tecnologías muy disruptivas que se han desarrollado en los últimos años, como el sistema Crispr, por ejemplo, que permite hoy hacer terapia génica de manera real. La terapia génica no es nueva, pero lograr hacerla con la velocidad y simpleza que da esta tecnología Crispr es fabuloso.

Hay muchos dilemas morales y éticos vinculados a la terapia génica. ¿Quién limita hasta dónde se puede ir y hasta dónde no? Y en todo caso, ¿qué le pedirías al regulador, al Estado?

—Ahí, a diferencia de los transgénicos, no tenemos la percepción negativa de la sociedad o de la política, que es la que tiene que regular todas estas cosas. No tenemos un daño previo que castigue la tecnología. Recientemente FDA aprobó la primer terapia génica basada en Crispr que viene a corregir una mutación en una globulina. Con Crispr podés de manera selectiva cambiar un pedacito muy chiquitito de un gen y revertir el efecto de la enfermedad. Si bien tocamos el genoma, no le metemos nada extraño, lo que hago es corregir una mutación que en algunos casos genera patologías muy graves y en otros no tanto. No creo que haya alguna regulación que impida que esta tecnología se aplique o avance. Lo dudo mucho. La tecnología posibilitó que el genoma humano hoy se pueda secuenciar el genoma humano en horas, días. Esto viene a cambiar muchísimo. Hoy vamos del concepto de leer a escribir el genoma, porque ya lo conocemos, tenemos las secuencias y hoy la tecnología nos permite escribirlo. Y escribirlo en pro de la humanidad, en generar progreso, bienestar, salud, mejores y más alimentos, de manera selectiva, respetando el medio ambiente, encontrando sinergias que posibiliten los resultados que buscamos.

Con estas tecnologías, ¿estamos más cerca de curar enfermedades como el cáncer?

—Es un hecho. No tengas dudas. Ya empezó a ocurrir. Lo expresa claramente el informe McKinsey de 2020, que ayuda a entender por qué habrá una biorrevolución. Argentina no tiene que ser ajeno a esto que está pasando y tiene la gran chance de explotarlo porque tiene los recursos humanos.