Casi veinte años después de su fundación, el tumultuoso diciembre de 2001, Bioceres logró esta semana un hito al tocar la tradicional campana de apertura en el Nasdaq, el índice tecnológico de Wall Street, donde su acción subió un 124% en lo que va del año y cerró el viernes en 15 dólares. En diálogo con PERFIL, su CEO, Federico Trucco, afirmó que Argentina “puede liderar en biotecnología a nivel internacional”.
Creadora del primer trigo transgénico resistente a sequías del mundo, la compañía está cerca de convertirse en el próximo unicornio argentino, el primero de la biotecnología aplicada a la agroindustria. “Desde un punto de visa histórico en el mundo del agro en Argentina hay un antes y un después desde la incorporación de la biotecnología”, asegura Trucco, cuyo padre fue uno de los productores que fundó la empresa. “Cuando en 2001 parece que nos caemos del planeta, toda esta gente vio la gran oportunidad que generó la biotecnología en el agro y pensó que los desarrollos que venían de afuera iban a dejar de llegar. Había una fuerte creencia que nuestro sistema científico podía generar ciencia de excelencia, que teníamos una trayectoria en el mundo de las ciencias biológicas que era diferencial, con Premios Nobel y el Conicet”, asegura.
“Bioceres surgió como experiencia para tratar de unir esos dos mundos: originar ciencia y mantener la competitividad de nuestros sistemas agrícolas”, agrega.
—¿Por qué el agro ha innovado y es tan competitivo globalmente y otros sectores de la economía argentina necesitan protección?
—La respuesta sencilla es los recursos naturales. Decir que nuestro país fue privilegiado por ciertos recursos naturales que no existen en otros lugares y por eso tenemos la agroindustria que tenemos. Y creo que eso no es verdad. Hay un montón de lugares que tienen recursos naturales tan ricos como los nuestros. Venezuela es un claro ejemplo de que eso no se traduce en una ventaja competitiva en forma automática. En el agro tenés distintas escuelas de pensamiento. La ganadería históricamente ha sido quizás menos innovadora que la agricultura por cómo se originó esa actividad en Argentina, viene del desarrollo de la estancia, vinculada a Buenos Aires y la geopolítica del 1800. La agricultura es algo más reciente, de la inmigración de principios del siglo pasado, de colonos, con otro tipo de andamiaje cultural. En el agro hay un actor que es naturalmente curioso, que busca la productividad por sobre la renta, mientras que en otras industrias si no está la renta claramente definida, la inversión no ocurre. Para el país es bueno que la gente tome decisiones más basadas en la productividad que en la renta. Y creo que ese es un fenómeno cultural no estudiado en profundidad pero que está en el germen de la razón de ser de Bioceres y de cómo se fue gestionando casi como una cooperativa de la industria del conocimiento.
—¿Por qué está subiendo tanto la acción?
—Es difícil a veces entender por qué el mercado responde de la forma que responde. He aprendido que los procesos no son lineales. Uno hace los deberes y a veces eso no genera ningún tipo de repercusión. Y de repente tenés en tres meses un recorrido de la acción que no ocurrió en dos años. Hay un contexto general de precios de commodities y de lo que es la revalorización de las materias primas que nos ayuda como industria, que de alguna manera correlaciona directamente con el ingreso de nuestro primer cliente, que es el productor. Este sector no ha estado fuertemente afectado en sus ingresos o en su rentabilidad con los efectos del Covid. Todo lo que está vinculado a la ciencia hoy está jerarquizado por la pandemia y la disrupción que eso significó en nuestras vidas. Así que yo creo que hay una multiplicidad de factores, más allá de los deberes que fuimos haciendo en la estructura de capital, eliminando algunos derivados que heredamos del proceso de listado, comprando parte de las compañías que teníamos compartidas con los socios de afuera, que ahora son 100% nuestras. Fuimos haciendo cosas para consolidar nuestra historia y todo eso también explica el recorrido de estos cuatro meses del año.
—¿Puede Bioceres ser el primer unicornio biotecnológico y del agro en Argentina?
—Creo que es una posibilidad tangible. No es una locura. De la misma manera que en 2001 no nos hubiésemos ilusionado con llegar al mercado de capitales internacional, hoy creo que ya hay un camino recorrido por el cual esa posibilidad no es vista como una locura. Para mí no sé si es importante. Quizás es simbólicamente importante porque nos hace pensar que podemos, nos entusiasma, pero al final del día todo esto son instrumentos para otro propósito, no un objetivo en sí mismo. Si sos un unicornio, tenés una buena capitalización de mercado y quizás más botones en la botonera para llevar adelante tu misión.
—¿Cómo esquiva Bioceres el “riesgo argentino” que ahuyenta inversiones extranjeras?
—Argentina obviamente es un país difícil para escalar y monetizar cualquier tipo de proyecto de negocios. Quizás en el agro es un poquito menos difícil porque es el único de nuestros mercados domésticos con inserción y relevancia internacional. En soja somos el productor del 20% de todo lo que produce el mundo. No obstante eso, escalar y monetizar es difícil porque hay volatilidad política y macroeconómica, dificultades fiscales, camibiarias y de acceso al capital. Pero Argentina es un país sumamente competitivo para la construcción de activos de propiedad intelectual. Cuando tengo que transformar un dólar en una patente, en una idea, en un conocimiento, esa conversión ocurre de forma más favorable en Argentina que en Estados Unidos, Israel, o Europa, porque el recurso central para eso, que puede ser un biólogo o un programador, es relativamente económico. Algunas empresas que han tenido éxito han sabido construir el intangible localmente, con el talento, la creatividad y la formación de nuestros recursos humanos, y luego llevar adelante el escalado de la monetización en los mercados que son más relevantes. Globant es un muy buen ejemplo de cómo programadores argentinos venden soluciones relevantes en cualquier lugar del mundo. Ahí ves un desacople que si lo comunicas, el inversor lo entiende. Podés construir una historia invertible para alguien que a priori tiene prejuicios respecto a Argentina. Y eso genera empleo, valor económico y es positivo para el país.
—¿A qué tasa se están financiando con la venta de bonos de carbono? ¿En qué consiste ese bono?
—En el caso de un bono ligado a la sustentabilidad, el cupón puede tener algún tipo de variable en la tasa de interés dependiendo del compromiso de sustentabilidad que asumís al emitirlo. Bioceres está asumiendo un compromiso de neutralización de emisiones de dióxido de carbono de 156.000 toneladas al año 2025, 35.000 toneladas a 2023 y 80.000 a 2024. Si por algún motivo no cumplimos esa métrica, el cupón aumenta 250 puntos básicos. Creo que hoy siguen siendo tasas atractivas. Como empresa nuestro costo promedio de la deuda es del 7%. Nos gustaría que sea menos, pero creo que no ha sido un obstáculo en el desarrollo de nuestro negocio porque el costo más alto que tenemos es el de no crecer, más cuando los márgenes y la utilidad que genera la tecnología que tenemos para ofrecer es bastante más importante que ese costo del dinero.
—¿En qué consiste el trigo modificado genéticamente resistente a sequías?
—El trigo tolerante a sequía tiene un gen del girasol que le permite producir un 20% más en promedio en condiciones de sequía. En algunas zonas donde la sequía es casi crónica y hay malezas, podemos lograr aumentos de productividad del 50 o 60%. Lo importante es que nos permite estabilizar sistemas productivos donde hoy llevamos adelante una agricultura un tanto errática. No es tecnología que nos aumente el techo de productividad. Cuando el año es normal y no hay sequía, estos cultivos rinden lo mismo que los trigos actuales. Pero sí nos levantan el piso cuando las condiciones son adversas. Y cuando lográs una menor volatilidad ambiental, vas a hacia prácticas agrícolas que tienden a ser más amigables con el manejo del ecosistema, podés invertir en rotación de cultivos, reponer los nutrientes del suelo. Esta es una tecnología que permite disminuir la fragilidad de los sistemas marginales y evitar que la agricultura avance sobre la frontera, porque logramos más productividad en zonas afectadas por la sequía. Eso puede terminar representando 100 o 150 dólares más por hectárea que si lo llevás a los 3 o 4 millones de hectáreas donde sembramos trigo y vemos este problema en forma recurrente, son cientos de millones de dólares por año. Si lo llevamos a la totalidad de la superficie pueden ser miles de millones de dólares por año. Es una tecnología super contundente y que además tiene un impacto positivo en reducción de la huella ambiental, fijación de dióxido de carbono. Por ahí es contra intuitivo para quien conoce este mundo a la distancia y tiene la idea que todo lo que tiene que ver con los transgénicos es para poder utilizar más productos químicos y eso por ahí no necesariamente es favorable para el medio ambiente.
—Organizaciones ecologistas se oponen a los cultivos transgénicos argumentando que los agrotóxicos son perjudiciales para la salud. ¿En qué medida Bioceres tiene en cuenta esos argumentos al desarrollar su tecnología?
—Nosotros decidimos invertir en un espacio distinto al que tradicionalmente ha sido atendido por las grandes compañías biotecnológicas. No buscamos desarrollar cultivos que nos permitan vender más un producto químico que nos es propio, como puede ser un herbicida, sino que buscamos desarrollar cultivos que sean más resilientes a las situaciones ambientales fluctuantes que tenemos en la agricultura mundial. Entonces ya por definición trabajamos más sobre aspectos ambientales que sobre aspectos de control químico de enfermedades y plagas o lo que es el segmento de protección de cultivos. Pero eso hay que comunicarlo. Cuando vas un poquito más en profundidad, por lo general no son preocupaciones vinculadas a la modificación genética del cultivo sino a lo que esa modificación genética habilita, que puede ser el uso recurrente de un producto químico cuyos efectos son cuestionados. Nosotros entendemos que existe ese prejuicio de arranque y gran parte de nuestro esfuerzo comunicacional es demostrar que nuestro espacio de acción tiene que ver con otra cosa, que tiene que ver con tratar de utilizar menos productos químicos, mejorar la eficiencia en la utilización de los nutrientes e inclusive en el recurso del agua.
—¿Qué potencial tiene Argentina a nivel global en biotecnología?
—Argentina es un país que puede liderar a nivel internacional. Tenemos algo que no es sencillo: altura inventiva. Hay países que son súper importantes en lo económico, pero no logran la originalidad científica. China es conocida por tratar de copiar y mejorar tecnologías que han desarrollado otros países, pero no tiene Premios Nobel en ciencias biológicas. Argentina tuvo tres. Entonces creo que ahí tenemos una particularidad que debiéramos saber aprovechar que es la originalidad. La originalidad te da en el mundo de los negocios márgenes de maniobra. Si vos hacés algo que nadie aún ha hecho, podés equivocarte. Si tratás de ser más eficiente que Amazon en el desarrollo de un algoritmo que identifica lo que el consumidor quiere, tenés que ser un crack y te pone un nivel de demanda mucho mayor que si sos el único que tiene un trigo transgénico en el mundo. Desde el punto de vista de elegir las batallas, el mundo de la biotecnología nos permite igualar el campo de acción porque trabajamos en un espacio donde la fuerza bruta entendida como el capital no termina de ser determinante, donde la originalidad garpa y eso para un país que tiene recursos limitados es muy positivo. Entonces creo que tenemos una oportunidad fantástica y en parte nuestro objetivo es tratar de provocar a otros a animarse a encarar procesos similares, y hacerlo con transparencia, y con una agenda pública compartida. Porque en algún momento vamos a necesitar también del Estado y del consumidor para que estos procesos no sólo sean posibles si no que al final del día podamos vender lo que estamos desarrollando. En el caso del trigo, estuvimos mucho tiempo tratando de lograr la aprobación argentina. Y eso es un proceso de construcción colectiva. Liderar en un espacio de tecnología requiere un debate público permanente, con mucha honestidad intelectual y cierto grado de coraje para animarnos a ser primeros donde otros aún no han llegado.
—Hay Estados como Israel que destinan más de 4 puntos del PBI en Investigación y Desarrollo (I+D). ¿Qué le falta a Argentina desde el punto de vista estatal para despegar una tecnología de punta y competir globalmente? ¿Falta más financiamiento, una mirada estratégica?
—Falta entender el mundo de la ciencia y entender que no es un gasto. Es una inversión. Y podemos de alguna manera transformar instrumentos de gasto en instrumentos de inversión y al final del día construir riqueza con conocimientos. Inclusive mucho antes de que esos conocimientos se moneticen o lleguen al mercado. El mundo está dispuesto a pagar de forma anticipada por la construcción de futuro. Y eso es lo que los mercados hoy nos dicen. Muchas de las compañías que hoy tienen las valuaciones más importantes del mercado no la tienen por una métrica de EBITDA, lo tienen por lo que la gente piensa que van a lograr. Yo creo que hay que entender ese mundo porque es avasallante y buscar transformar los instrumentos de gastos en instrumentos de inversión porque eso genera la retroalimentación del ecosistema. Si le doy un subsidio a un investigador para que se saque determinada duda y eso ahí muere, todos los años necesito el mismo nivel de flujo. Ahora, si le pongo un aporte de capital y mañana ese conocimiento me devuelve diez veces lo invertido, puedo volver a meter diez veces sin tener que ir a los pagadores de impuestos de Argentina para pedirle diez veces los recursos. Creo que hay que entender cómo funciona el mundo de los activos intangibles. Y si lo hacemos vamos a ver que el desarrollo es más una consecuencia de haber hecho ese tipo de inversión, que esa inversión una causa de ser un país desarrollado. Israel no se puede dar el lujo de invertir un 4% de su PBI en ciencia por ser desarrollado, sino al revés: es desarrollado porque invierte el 4% de su PBI en ciencia.
—¿A Argentina le falta patentar y monetizar más las investigaciones?
—Le falta entender cómo se hace plata de un activo intangible y cómo eso se lleva al escenario internacional. Nosotros no tenemos un mercado local para monetizar activos intangibles, excepto en contados sectores de nuestra economía, el agro, quizás la única excepción. Si alguien desarrolla una muy buena vacuna contra el Covid y solamente se la vende a 44 millones de argentinos, está perdiendo un mercado de 6 mil millones de personas. Yo creo que tenemos que empezar a abrirnos al mundo, llevar nuestras ideas, registrarlas a nivel internacional, y entender cómo funciona eso.
—¿Qué se puede hacer con la biomasa, con todos los deshechos que quedan de los cultivos?
—Lo primero que tenemos que eliminar es la palabra deshecho, porque implica que no hemos sido lo suficientemente inteligentes para encontrar una utilidad para algo que tiene carga orgánica, que tiene carbono, oxígeno, hidrógeno, que se fijó a partir de un proceso fotosintético. Podemos combustionar si no se nos ocurre nada mejor, o tratar de redirigir hacia algún tipo de utilidad en la idea de economía circular. Tenemos una solución si la vinaza liviana de una planta de etanol en vez de ir a un deshecho cloacal termina siendo recuperada para producir un biopolímero y eso termina en el packaging de un alimento, donde si lo tiro al tacho de basura en treinta minutos es totalmente degradado por bacterias y evitamos un plástico contaminante. Somos un país rico en biomasa y no podemos moverla de un lugar para otro, necesitamos transformarla, y ahí es donde la biotecnología y el conocimiento tienen un punto de contacto con la economía real en nuestro sistema de producción de materias primas.
—¿Qué innovación te parece disruptiva en medicina regenerativa?
—Me entusiasma mucho la posibilidad de poder regenerar nuestros propios tejidos. A medida que envejecemos, tenemos problemas en nuestras articulaciones o artrosis. Y terminás poniéndote una prótesis porque fuiste perdiendo parte de un tejido que podrías regenerar en tu propio cuerpo a partir de técnicas de medicina regenerativa. Para mí ahí hay una industria fenomenal. Hay cinco millones de personas esperando un trasplante de corazón. ¿Por qué no tratamos de regenerar los corazones en vez de trasplantarlos? No hemos creado aún el marco regulatorio para alojar esta industria. Crear un marco regulatorio no implica tener recursos, implica tener entendimiento del espacio que uno busca regular. Y eso te crea una industria. Si mañana pudieras atender a esos cinco millones de personas que están esperando un trasplante del corazón, quizás eso desde el punto de vista económico es mucho más importante que una cosecha completa de soja.