“CasaSan comenzó en 2017 luego de la muerte de mi hijo, Santi, quien tuvo una larga adicción a las drogas. Él había vivido en esta casa”, cuenta PERFIL Mercedes Frassia, que decidió transformar ese lugar primero en un centro de contención para niños y adolescentes, y luego en un comedor al que hoy asisten 200 jubilados. “La casa quedó vacía y yo sin saber qué hacer con ella. Siempre había tenido una búsqueda personal, y decidí dedicar mi tercera edad a ayudar a otros, porque yo personalmente y profesionalmente ya estaba realizada. Así que se conjugaron mi situación personal y una casa que no tenía destino”, agrega.
El destino de esa casa fue cambiando con el tiempo. Al principio, seis meses después de la muerte de su hijo, Frassia decidió empezar con actividades artísticas, creativas y culturales para niños y jóvenes. “En mi vida la danza siempre fue mi refugio en momentos angustiantes, y pensaba que si uno tiene una pasión la vida es más llevadera. Los primeros años estuvimos concentrados en talleres para niños”.
Durante la pandemia la institución tuvo que suspender las actividades recreativas, pero volvió a abrir en forma de comedor. “Dijimos: ‘tenemos una casa, una cocina, y un grupo de voluntarios dispuestos a ayudar’. Así nació lo que define como un “comedor de emergencia”, que atendía a 500 personas. A medida que la situación se fue normalizando el comedor cerró y dio paso a un centro de jubilados que subsiste hasta hoy.
“Este año nuevamente percibimos la emergencia. Empezamos a escuchar que nuestros viejos no llegaban a fin de mes y estaban absolutamente angustiados. Nuestros afiliados son básicamente señoras trabajadoras con vivienda propia o alquilada, que de repente se vieron en la disyuntiva de pagar impuestos, comer, o comprar remedios”, explica Frassia. “Para marzo de este año veíamos que la situación era cada vez más grave, y con un grupo de voluntarios decidimos volver a cocinar después de tres años de no hacerlo”. Entre los voluntarios están los mismos jubilados que concurren al lugar. “Todo casero, como las comidas que hacen en sus casas a hijos y nietos”, agrega.
Entre las últimas experiencias que le tocó vivir al frente de esta casa, Frassia decide destacar una. “Quiero contar algo terrible: nosotros sabemos que hay un jubilado que vive solo y cuando le servimos la comida trae un recipiente gigante y pide comida para 3. Al principio nos enojábamos porque nos mentía, y después comprendimos que pedía para 3 ya que necesitaba comer 3 días (nosotros cocinamos 3 veces por semana). En este momento damos de comer a 200 personas”.
El Gobierno oficializó un bono de $70 mil para agosto, destinado a los jubilados que cobran la mínima. Así, el haber pasará a ser de $295.454,42. La Defensoría de la Tercera Edad calculó, en marzo, que la canasta básica de un jubilado era de $ 685.041.
Para sostener el comedor CasaSan recibe donaciones. Algunas del Gobierno de la Ciudad, sobre todo alimentos secos. Otras de particulares, que también ven cada vez más deteriorada su propia situación económica.
El comedor, en el que trabajan 10 personas de manera voluntaria, espera poder ser incluido en el programa AlimentAR Comunidad, lo que les permitiría acceder a una tarjeta prepaga para comprar alimentos. Para eso, debe estar registrado en el ReNaCOM. “Nos habían citado del Ministerio de Capital Humano y nos pidieron toda la documentación necesaria para inscribirnos en el programa. Presentamos la documentación, nos inspeccionaron, y cuando estábamos por recibir la tarjeta surgió el escándalo de los alimentos. Hubo un cambio de autoridades en el sector y desde hace un mes no solamente no nos han entregado la tarjeta, sino que además no contestan nuestros llamados”, concluyó Frassia.
La Asociación Homimen, que se dedica a la inclusión de personas con discapacidad, fue creada en 1970. Atravesó muchas crisis y pasó de ser un taller de formación laboral a una escuela de formación integral, para convertirse varios años después en centro de día. “Por la demanda que fueron teniendo los hijos de las personas que iniciaron esta asociación, es decir, la adultez y la tercera edad, se vieron en la necesidad de crear el primer centro de día de la ciudad de Santa Fe, que se llama Rosalina F. de Peirotén”, le comenta a PERFIL Viviana Gerboni, presidenta de la institución. “Teníamos en el ideario crear un hogar para personas con discapacidad intelectual, jóvenes y adultas, que no tuvieran familia o que su familia, por alguna razón, no pudiera contenerlos, y así fue: lo creamos en el año 92”.
Pero ese hogar no es solamente una casa. “Cada uno de los residentes concurre a escuelas o talleres laborales, centros terapéuticos de recreación, de deporte, cada uno lo que necesita y quiere”, explica Gerboni.
“Este último tiempo cambió el accionar de la asociación, no en su estructura, pero sí en la búsqueda de recursos, porque nos vemos muy problematizados por la dificultad muchas veces de tener los fondos que nos llegan de las obras sociales, que es nuestro mayor caudal de recursos”.
El Gobierno aprobó este mes una actualización del 3% para los aranceles del Sistema de Prestaciones de Atención Integral a favor de las Personas con Discapacidad a partir de junio, un monto que los prestadores consideran insuficiente. A eso se suman los retrasos y los recortes en los servicios que brindan las obras sociales.
El hogar cuenta con 18 residentes estables y una cama para residentes transitorios. Ante la falta de recursos decidieron diversificar la búsqueda y apelar a estrategias que ya implementaron en otros periodos de crisis. “Hemos tenido que volver a hacer lo que en algún momento fue el motor de las instituciones, que fue recurrir a la comunidad como lazo solidario para sostenernos”.
Homimen se dedica a la inclusión de personas con discapacidad
Gerboni también compara la situación actual con la pandemia. “La pandemia puso de manifiesto un montón de necesidades. Pero todo eso nos puso, por suerte, en una situación de trabajo en equipo constante y de mucho valor para que las cosas pudieran salir así, con muy buenos resultados como los que tuvimos”, explica.
Hoy identifica como las principales dificultades el atraso en los pagos de las obras sociales y el aumento de los insumos básicos y alimentos. “Nos vemos cada mes con mucha incertidumbre y con la necesidad de buscar recursos con base solidaria”.
Además de los profesionales, en la institución trabaja un consejo directivo conformado por 12 personas voluntarias. La falta de recursos obliga a llevar adelante propuestas creativas para conseguir financiamiento. “Las posibilidades de búsqueda de recursos son muchas, creemos que las cadenas de solidaridad no están rotas, y eso nos da esperanza para el logro de una verdadera inclusión de todas las personas”.
Sin embargo, “estas búsquedas de recursos de ninguna manera solucionan en su totalidad las necesidades que una institución de bien público sin fines de lucro tiene, pero sí corroboran que los lazos están”, sintetizó.