Si la pregunta es por qué la caída de Lehman Brothers debería impactar en el precio del pan o en la producción de mayonesa en la Argentina, una primera respuesta que aluda a la realidad económica local dirá que no necesariamente este "lunes negro" de los mercados es el único responsable de la desaceleración de la economía o de los descalabros adicionales en la inflación.
Aunque quizás a los estrategas comunicacionales del Gobierno les convenga la explicación que cuadra con la costumbre de echarle siempre la culpa a los demás para esconder la inoperancia, al fin y al cabo, ésta no parece ser la explicación correcta.
El país tiene por estas horas pocos vasos comunicantes con el mundo financiero, ya que nadie vende en masa bonos argentinos, como otrora, porque los títulos públicos no tienen posibilidades de generar una buena ganancia, como es el caso de Brasil.
Lo concreto es que este mazazo internacional se suma al deterioro de las expectativas locales, ya muy vapuleadas por cuestiones de la macro (inexistencia de una política antiinflacionaria, freno al consumo, presupuesto subestimado, defensa de los superpoderes, etc.) o de la política, que incluye la relación argentina con el mundo (caso Antonini, Chávez, posición frente a Bolivia, EE.UU., etc.), todos temas que esencialmente son el motor de la demanda de dólares que hoy se nota en la City.
Y entonces, una vez más, vuelve la vieja película que esta vez incluye la credibilidad afectada, la inflación disimulada, las cuentas fiscales heridas y el dólar planchado con pronóstico de superávit comercial que va rumbo al achicamiento. Mientras tanto, el financiamiento no aparece, suben las tasas y la sensación es que la olla ha empezado a levantar presión. Entonces, todos buscan curarse en salud y, por lo tanto, levantan el pie del acelerador y suben los precios a la vez. En todo caso, el pánico global de estos días potencia al extremo aquellas prevenciones que los agentes económicos ya tenían con relación a la Argentina. Así lo venía reflejando la suba constante del riesgo desde hace muchas semanas, número que ahora acaba de trepar a los 830 puntos básicos, casi el mismo valor que registraba en 2005, cuando se reestructuró la deuda.
Tampoco se hace demasiado desde el discurso, como si la cabeza estuviera puesta en otras prioridades. En otros tiempos, en medio de situaciones turbulentas internacionales de triste recuerdo (tequila, efecto arroz o crisis brasileña) los funcionarios locales se multiplicaban para jurar que la crisis no iba a impactar, que resultaba manejable y que los agentes económicos iban a percibir a la corta o a la larga que los títulos y las acciones estaban baratos y que, por lo tanto, retomarían las compras.
Hoy, prueba de la poca relevancia que se le otorga al manejo de la economía en la Argentina, sobre todo las autoridades del área no se permiten poner la cara para realizer ni siquiera ese tipo de comentarios destinados a moderar las expectativas, probablemente porque saben que están administrando un programa económico que hace rato que dejó de ser eficiente y que hoy es castigado por derecha, por izquierda y hasta por sus propios hacedores históricos. Pero como la orden no llega desde Olivos, nadie se atreve a decir "esta boca es mía".