El conocimiento siempre representó poder. Como tal logró movilizar todo grado de codicias en torno a su ejercicio. En la Grecia antigua, el conocimiento no solo era anhelado por la humanidad, sino que eran los dioses quienes lo recelaban y pretendían para su exclusividad. Sin embargo, uno de los titanes, Prometeo, decidió ofrecerle a la humanidad el conocimiento. Sin el beneplácito del poderoso dios Zeus, Prometeo le hurtó a zancadillas la antorcha que contenía el fuego –símbolo del conocimiento-, llevándoselas a los hombres y las mujeres para que pudiesen desarrollarse. Como represalia, el vengativo Zeus encadenó al insolente Prometeo en un risco del Cáucaso, sometiéndolo a toda clase de dolorosas vejaciones.
Lejos de la inspiradora mitología antigua, y siendo adherentes a los conocimientos que la ciencia emanó y produce cotidianamente, hoy la educación tiene un desafío no menor: conocerse a sí misma para mejorar el aprendizaje. Tal es la propuesta que el matemático, especialista en psicología cognitiva y actual presidente del Consejo Científico de Educación Nacional de Francia, Stanislas Dehaene, plantea en su nuevo libro ¿Cómo aprendemos?: Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro (Siglo Veintiuno).
Invitado por el Institut Français d'Argentine, el Centro Franco Argentino y la Cátedra Francia de la UTDT, el suplemento Educación dialogó con Dehaene sobre su visita a Buenos Aires, la presentación de su flamante libro y los desafíos que tiene la educación de cara a los próximos años.
¿Aprendemos para modificar lo que hacemos y creemos?
El objetivo del libro es tratar de poner en armonía no solo la escuela, sino la educación en general, y la manera en la cual el cerebro aprende. Nuestro cerebro es un dispositivo de aprendizaje inigualable. Hay una serie de reglas que le van a permitir aprender mejor, pero no necesariamente son conocidas por docentes, padres o alumnos. Por eso, creo que es fundamental aprender a aprender, a pesar de que, por el momento, no nos enseñan a hacerlo.
En materia de educación hay una gran diversidad de ideas que, teniendo en cuenta los avances y hallazgos que ha propiciado el conocimiento científico, resultan ideas falsas, o como yo las llamo, “neuro-mitos”, es decir, mitos sobre las neurociencias que en mi libro ¿Cómo aprendernos? (Siglo Veintiuno) me propongo derribar.
Si bien la educación ha dado cuenta de su habilidad para mejorar las capacidades cognitivas de los estudiantes –por ejemplo, en la mejora de la memoria de corto plazo a partir de la alfabetización-, la sobre exigencia a la cual se somete a los estudiantes en algunos países parece ir en contra de propiciar un aprendizaje armonioso.
Es fundamental tener escuelas donde los niños se sientan bien, pero al mismo tiempo tiene que ser una escuela exigente sobre el plano del aprendizaje. Hoy tenemos dos factores que están claramente comprobados. Por un lado, el bienestar y su contrapartida, el estrés, son moduladores del aprendizaje de los niños. El estrés bloquea toda posibilidad de aprendizaje. En animales se pudo observar como la plasticidad sináptica queda bloqueada cuando el animal está sometido a alguna situación incómoda. Muchos alumnos tienen, lamentablemente y por obra de sus educadores, miedo a las matemáticas. Han aprendido que, no importa lo que hagan, ellos son malos en matemáticas. Eso es falso, porque a partir de lo que sabemos hoy, todos los alumnos tienen competencia en matemáticas.
En realidad, es la otra cara lo que tenemos que ver: observar la inteligencia de los niños, que es un elemento extremadamente vivo. Todos los niños llegan al mundo con competencias muy elaboradas en materia de número, espacio y probabilidades. Esa curiosidad extraordinaria debería ser alimentada por la escuela.
El desafío de los países pareciera ser aplicar la máxima del Oráculo de Delfos “conócete a ti mismo”: conocer y entender a los estudiantes para ajustar sus planes de estudio a sus capacidades, habilidades y, naturalmente, a los objetivos que tiene el país en dicha materia. ¿Considerás que esto tiene lugar en la actualidad?
Uno de los ejemplos de cómo los países pueden adaptar su educación a las capacidades de sus estudiantes es el caso de Inglaterra. Los ingleses modificaron su enseñanza en la lectura a partir de la correspondencia entre grafemas y fonemas. Introdujeron evaluaciones para los niños, que se siguen reproduciendo desde hace unos años.
Otro ejemplo es Singapur, pero en este caso, aplicado a las matemáticas. Hace 20 años los resultados en dicha disciplina eran realmente malos, pero tras las reformas implementadas en el país asiático, lograron revertirlos, atrayendo con sus resultados que el mundo pusiera sus ojos en ellos.
No fueron en estos dos países tanto las neurociencias quienes lograron revertir las tendencias, sino la psicología y las ciencias cognitivas. Si hablás con docentes de Singapur, ellos mismos te dicen que no inventaron nada nuevo, sino que retomaron algunos elementos de la psicología que ya estaban presentes, como la utilización de objetos concretos en matemáticas o un conjunto de objetos para medir y entender distancias, volúmenes, etc. Son ideas muy sencillas pero que apelan a las habilidades que tiene nuestro cerebro desde el nacimiento como la capacidad de observar y reconocer objetos.
Una de las propuestas más interesantes en ¿Cómo aprendemos? es la distinción y la jerarquización de los cuatro pilares del aprendizaje. El primero es la atención, la cual describís como “la puerta de entrada al aprendizaje”, ya que su función es amplificar la información para facilitar su memorización. Sin embargo, en la sociedad de la dispersión en la que vivimos, la atención pareciera ser uno de los grandes desafíos del aprendizaje debido a las notificaciones del teléfono, la ingenua idea de que se pueden hacer varias cosas a la vez y la sobreoferta de información que tenemos en la palma de nuestra mano (videos, posteos, tweets, notificaciones, chat, etc.). ¿Cómo analizás este fenómeno?
Lo importante es remarcar que nuestro cerebro no ha cambiado. Para él, un límite central es prestarle atención a una sola cosa por vez. Es erróneo pensar que los niños son nativos digitales, o que somos multitasking, y que le vamos a poder prestar atención a muchas cosas a la vez. Prestar atención y saber concentrarse son elementos que predicen tu futura capacidad de aprendizaje.
Es posible desarrollar tu capacidad de aprendizaje aprendiendo a prestar atención. Hay una gran cantidad de posibilidades para poder desarrollar la capacidad de atención. Una de ellas es aprender a tocar un instrumento musical, porque para hacerlo tenés que poder controlar una gran cantidad de elementos de dispersión: tenés que concentrarte en cada fragmento de partitura que va apareciendo, el instrumento, tu postura, el uso de una o dos manos, la respiración, etc. Se llama “atención ejecutiva” y es la capacidad de controlarte. Observando el cerebro se puede ver –en el libro se detallan estas imágenes- cómo las personas que saben tocar un instrumento tienen mayor espesor de la corteza frontal.
El tercer elemento de los cuatro pilares del aprendizaje es la detección y la corrección de errores o feedback. En este sentido, el error es parte esencial –o condición- de un proceso de aprendizaje, porque al surgir nos está indicando que algo que creíamos no era así, y que debemos reformularnos lo que sabemos. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo la educación no contemplaba al error como un elemento virtuoso, sino que se castigaba.
En la actualidad, los castigos físicos en la educación disminuyeron o desaparecieron del todo. En Francia, por ejemplo, está penalizado castigar a los estudiantes que se equivocan. Sin embargo, lo que aún persiste es la estigmatización, en particular la de los propios estudiantes que se perciben como “malos para”.
Lo que hay que explicarles a los docentes que aun penalizan los errores, es que, en primer lugar, los errores son estrictamente normales en una situación de aprendizaje. En segundo lugar, que para aprender hay que esforzarse. Nuestro cerebro necesita “señales de error” para poder corregir y aprender.
¿Por qué señalás que es importante formularse hipótesis en el proceso de aprendizaje?
Es fundamental la hipótesis para combinar el pilar dos (el compromiso activo) con el tres (detección y corrección de errores). Vos tenés un estudiante, un niño o niña que está comprometido, que está motivado, que tiene una curiosidad sobre la cual el estudiante tiene que formular una hipótesis. Pero necesita corroborarla, es decir, probar si es acertada o errónea. Eso se logra a partir del feedback, de ese error “guiado” por el maestro. Aprender es entender que nos equivocamos.
Sin dudas, para ellos, es muy importante el ámbito en el que aprendemos. Las investigaciones científicas han demostrado que el formato de clases conocido como “clases magistrales” tiene peores resultados que el formato de clases activas. Estas suponen, básicamente, un alumno motivado a partir de hacerse y hacer preguntas. Algunos docentes dicen incluso que la mitad del tiempo de clase debería estar destinado a que los estudiantes hagan preguntas, trabajos en pequeños grupos o que un estudiante haga de docente de otros estudiantes.
¿Cuáles son los desafíos que la neurociencia tiene en los próximos años?
El desafío es comprender el cerebro humano. Las conferencias que estoy dando en Buenos Aires, hablan de la singularidad del cerebro humano. Algo se modificó en nuestro cerebro respecto al de los primates que nos permitió aprender matemáticas, lenguas, que supera a las otras especies. Buscamos comprender y tal vez reproducir en máquinas esta capacidad. Algo que por ahora no ocurre.
Mi hipótesis es que el cerebro tiene la capacidad de crear lenguajes mentales: explicitamos con un lenguaje interno la información que nos viene del exterior, formulamos nuestros descubrimientos de una manera más explícita que otras especies. Esta habilidad nos permite entender desde lo más chiquito hasta lo más grande. Lo más extraordinario es que esa máquina está presente en un bebe y solo consume 20 watts. El mito que más me gusta derribar, en materia de educación, es pensar que el cerebro de los chicos está vacío y que lo que hace el maestro es llenarlo. La verdad es que la idea es exactamente al revés: porque el cerebro de la especie humana está lleno de recursos, es posible aprender.
Creo que la escuela del mañana deberá convocar a los docentes, las familias y los científicos alrededor de una causa común: revivir en las niñas y los niños la curiosidad y la alegría de aprender, para así ayudarlos a optimizar su potencial cognitivo.
*Sociólogo, politólogo, docente e investigador (UBA)