La puerta está rota como si una patada no hubiera sido suficiente. Mientras la policía mira para los costados, los bordes de madera astillados siguen demoliéndose. Una montaña de aserrín se acumula sobre el suelo de la universidad. El destrozo no cesa, los materiales que sostienen la entrada al departamento de alumnes siguen cayendo y la desintegración parece llorar la autonomía universitaria.
Entraron una vez, robaron una potencia de sonido. Entraron dos veces, robaron los tirajes de los aires acondicionados. Entraron tres veces, robaron computadoras y destruyeron diplomas. Y después, entró la policía, o quizás ya lo había hecho.
Es lunes a la mañana, los primeros fríos del año se refractan entre los cuerpos de les estudiantes que preparan sus escenas en el patio, con el cielo blanco custodiando los ensayos y las fuerzas de seguridad en la cúspide del edificio de dramáticas (UNA). Gritos en las escaleras, llantos adentro de los baños, empujones en los pasillos, en esta casona los estallidos emocionales y sus exhalaciones fundan un modo de estar en la ficción. Las lágrimas son motivo de celebración porque acá adentro, un ojo que derrama agua no es tristeza sino la conquista de una técnica o el devenir triunfal de un entrenamiento. Las escaleras de French, a diferencia de las de Odessa, auguran el ingreso a un espacio donde se ejercita el desprendimiento de la represión. Los modos de decir, el contacto de los cuerpos, los volúmenes de las voces arremeten con insolencia el terreno taciturno del deber ser cotidiano.
Pero el acuerdo sobre la tregua de la realidad se rompe cuando ingresa la policía. Entre la frondosidad de los árboles otoñales, la casa dramática, parece estar sumida en un bosque encantador. ¿Pero qué pasa cuando llega el lobo? ¿Cuando se disfraza de abuelita? ¿Es posible seguir practicando el desapego de la represión cuando esta entra caminando sobre sus dos patas? No hay metáfora en los borcegos pisando el suelo de la universidad pública. No hay representación en la presencia del aparato de la represión. Tampoco hay tragedia, esta irrupción de lo real no es producto de un destino, sino los pasos firmes de una marcha que arremete contra la ficción y exige que leamos los signos develados de su encantamiento.
*Dramaturga y directora de teatro