Doctora en Filosofía, becaria posdoctoral del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (Sadaf) para el Consejo Nacional de Investigaciones y Ciencia (Conicet), directora, junto a Diana Maffía, del Grupo de Investigación en Epistemología Feminista y el proyecto de investigación “Proyecciones contemporáneas de la fenomenología de la intercorporalidad: desarrollo infantil, sexualidad y poder. Desafíos para el siglo XXI”, Danila Suárez Tomé se especializa en estudios de feminismo y género y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “El movimiento feminista argentino está a la vanguardia del feminismo global. En Argentina, el movimiento feminista ha tenido en los últimos años un gran crecimiento. Fueron años de mucha movilización en la calle y mucho impacto en lo social. Esto no sucede en los países más desarrollados, en donde el feminismo se fue replegando hacia adentro de las academias para la producción teórica y hacia las ONGs, hacia un tipo de actividad relacionada a lo que hace el tercer sector”, sostuvo.
Docente de “Gnoseología y Filosofía Feminista” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y del seminario de “Epistemología del Género” en la maestría en Estudios y Políticas de Género de la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref), Suárez Tomé es autora de Introducción a la teoría feminista, (2022, Nido de Vacas) y coautora de la investigación Las pandemias no son indiferentes al género: el impacto social del Covid desde una perspectiva de género (2021, Fundación Fénix); del ensayo Feminismos: intervenciones textuales (2019, Red Editorial) y de la entrada “Epistología Feminista” del Nuevo diccionario de estudios de género y feminismo (2021, Eudeba). “Dentro de nuestras sociedades contemporáneas, el sexismo opera de modo tal que tanto las mujeres, como todos los atributos, cualidades, actividades e incluso objetos que se consideren culturalmente femeninos son, automáticamente, desvalorados. Es una constante dentro de la ideología sexista de nuestras sociedades. No es simplemente que las mujeres tenemos menos valor en la sociedad, sino que todo lo que se asocia con lo femenino”, agregó.
—En Introducción a la teoría feminista usted sostiene que “la teoría feminista ha dado cuenta de la existencia de una estructura opresiva de las mujeres como grupo social sostenida por una ideología dominante particular: el sexismo”. ¿Cuáles son las características distintivas y permanentes que se pueden mencionar en esta estructura opresiva contra las mujeres?
—Lo que llamamos sexismo es la ideología que sostiene que un sexo es superior a otro. En el caso de los sistemas jerarquizados de género en los que vivimos, el sexo masculino se entiende como superior y como más valioso que el femenino y todos los atributos y las actividades que estén relacionadas con lo femenino. Pero no podemos decir que los rasgos opresivos del sexismo son permanentes y estables en todos los tipos de sociedades y en todos los tiempos. Eso es algo que el feminismo no es capaz de decir porque sería falsear al dato empírico. Todas las sociedades a lo largo de la historia se han organizado de diferentes maneras, incluso, hay sociedades que no se han organizado como las occidentales en cuestiones de género, en las que se pueden o no encontrar ciertas subordinaciones de lo femenino a lo masculino, pero no es científicamente correcto decir que el sexismo opera de una manera permanente a lo largo de la historia. En cambio, sí podemos decir que dentro de nuestras sociedades contemporáneas, el sexismo opera de modo tal que tanto las mujeres, como todos los atributos, cualidades, actividades e incluso objetos que se consideren culturalmente femeninos son, automáticamente, desvalorados. Es una constante dentro de la ideología sexista de nuestras sociedades. No es simplemente que las mujeres tenemos menos valor en la sociedad, sino que todo lo que se asocia con lo femenino, como puede ser un tipo de trabajo. En las sociedades sexistas la categoría de lo femenino tiene una suerte de desvalorización. Y eso es difícil de comprender porque en nuestras sociedades altamente generizadas, todo el universo tiene un género, no solo las personas, también los ideales, porque hablamos de la igualdad, de la libertad, o los cuerpos celestes tienen género, porque está el sol o la luna, o los trabajos están generizados culturalmente, porque decimos que el trabajo de enfermería es un trabajo presuntamente femenino mientras que un trabajo en ingeniería es un trabajo presuntamente masculino. Tenemos esta forma de organizarnos, dividiendo el universo en cosas femeninas y cosas masculinas y jerarquizando esas cosas que hemos puesto en esas cajitas, de modo tal que lo masculino siempre se ha visto como más valioso que lo femenino. Y eso tiene consecuencias discriminatorias y opresivas en la vida de las mujeres y de todas las personas que no entren dentro de lo considerado como “masculinidad normativa”, como pueden ser las personas no binarias, las personas trans y travestis, los gays y las lesbianas. Todo lo que sea percibido como femenino o femeneizado va a tener esta pátina de desvalorización.
—¿Cuáles son las características propias que podrían representar esto que usted define como una “pátina de desvalorización” que se produce en las sociedades sexistas?
—Las mujeres somos víctimas del sexisimo porque nos impide realizarnos como seres humanos de manera plena. Por el solo hecho de tener una identidad femenina o feminizada, o de ser percibidas como femeninas, nos encontramos frente al obstáculo de que se cree que no podemos o no debemos hacer ciertas cosas, o que nos tienen que pagar menos por trabajos en los que a los hombres se les paga más, o que debemos hacer por amor o por naturaleza ciertas tareas que a los varones no les corresponden, como las tareas domésticas o de cuidado. Son características de tono opresivas de la ideología sexista. El sexismo opera impidiendo a las mujeres y otros sujetos feminizados desarrollar su pleno potencial como personas. Por otra parte, hay una noción importante en la teoría feminista que se llama interseccionalidad, que nos dice que el sexismo no opera igual en todas las mujeres como mecanismo de opresión y desvalorización, no opera igual en todas las mujeres por su adscripción étnica o de clase. No es cierto que las mujeres blancas de los países desarrollados padecen el mismo tipo de opresión sexista que las mujeres de color de etnias africanas o latinoamericanas. El pensamiento de la interseccionalidad nos dice que tenemos que estar atentas a eso porque el sexismo no es una estructura universal y estable que se manifiesta de la misma manera para todas las mujeres. Existen formas de opresión estructurales que se intersectan para hacer que el tipo de sexismo que pueden padecer mujeres indígenas, no sea el mismo tipo de sexismo que pueden padecer las mujeres blancas del norte global. Dentro de los estudios feministas, es importante aclarar que la opresión sexista no se da del mismo tiempo y de la misma forma en todo el mundo.
—En los últimos años en la Argentina el feminismo ha tenido un fuerte impulso. A partir de sus investigaciones, ¿qué se puede decir del impacto del sexismo en la sociedad argentina de estos años?
—El sexismo sigue presente en nuestra sociedad de distintas maneras, porque en Argentina, como en otros países, el sexismo no impacta de la misma manera en mujeres de clase media o alta que en mujeres de bajos recursos, que por lo general tienen jornadas laborales triples, porque tienen que trabajar fuera de sus casas, trabajar en sus casas y luego hacer algún tipo de trabajo social. Pero es cierto que en Argentina están avanzando las propuestas de inclusión de una perspectiva de género en todas las áreas de la educación, de la economía, de la ciencia. Esta semana, por ejemplo, salió el borrador de la Ley de Cuidados, que busca ampliar el régimen de licencias por nacimiento. Esto es el resultado de un feminismo que se comenzó a constituir a fines del siglo XIX y principios del siglo XX y que tuvo un montón de hitos a lo largo de la historia que se fueron convirtiendo en parte del sentido común. Hoy es parte del sentido común que las mujeres votemos o que podamos ir a la universidad y recibir la misma titulación que cualquier varón. El día de mañana será parte del sentido común que tengamos que ganar igual que los varones por el mismo trabajo, o que los padres tengan que tener licencias por paternidad más extendidas.
—En base a su experiencia como investigadora especializada en estudios de género en el país, ¿puede decir que hay algo que distingue al feminismo argentino de otros países?
—Sí, absolutamente. El movimiento feminista argentino está a la vanguardia del feminismo global. En Argentina, el movimiento feminista ha tenido en los últimos años un gran crecimiento. Fueron años de mucha movilización en la calle y mucho impacto en lo social. Esto no sucede en los países más desarrollados, en donde el feminismo se fue replegando hacia adentro de las academias para la producción teórica y hacia las ONGs, hacia un tipo de actividad relacionada a lo que hace el tercer sector. En Argentina pasa algo completamente diferente. El activismo está tan movilizado, que todo lo que se produce es a partir y gracias a ese activismo. Así aparecen las demandas que se le hacen al Estado, o a través de la teoría que se produce. La mayor partes de las teóricas en Argentina somos activistas y trabajamos en la universidad y en las calles, no hay demasiada diferencia entre uno y otro espacio. Eso hace que sea más difícil de conformarse esta suerte de burbuja que se ha creado en los países desarrollados, donde el feminismo ha quedado reducido a teóricas produciendo teoría muy interesante, pero que está desconectada de las necesidades básicas de las mujeres y de los territorios. Pero en Argentina tenemos esta particularidad de que es un movimiento muy territorial, muy descentrado y eso impide que se generen hegemonías políticas permanentes. Tenemos los encuentros plurinacionales de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries, que tienen una trayectoria de muchos años en este país, algo que no se ve en ningún otro lugar. Somos muchas las que consideramos que estamos a la vanguardia en Argentina, y eso también lo consideran muchas de las teóricas que miran desde afuera a la Argentina, como Silvia Federici o Judith Butler. Todas ellas ven lo que pasa acá y no lo pueden creer, en particular, el movimiento de base, el nivel de conciencia que se ha creado gracias a la persistencia de las feministas argentinas.
—¿Puede ocurrir también que las luchas que en Argentina están dando las feministas, como la igualdad de salario o leyes contra la violencia de género o los derechos sexuales, son asignaturas que ya están saldadas en Estados Unidos o en Europa occidental?
—Es muy interesante esa observación, porque en realidad esas luchas no están saldadas. En los países donde hay más igualdad de género, por ejemplo, en los países nórdicos, la brecha salarial sigue existiendo. Y pensemos en un caso muy reciente, como la posibilidad que se supo esta semana de que la Corte Suprema de Estados Unidos haga retroceder el caso “Roe versus Wade”, que posibilitó el aborto en ese país y, si eso sucede, muchas mujeres quedarían desamparadas. Con lo cual, ningún derecho está asegurado porque la reacción contra el movimiento feminista es evidente y hay muchas reacciones contra la capacidad que tiene el movimiento feminista de agitar lo que se podría entender como “el orden natural”. Lo que más peligra son los derechos reproductivos o sexuales, que siempre son complejos de abordar. En muchos países del norte global el derecho a la identidad no se puede adquirir y las personas trans tienen que pasar por una serie de exámenes psiquiátricos, médicos y jurídicos para poder acceder a cambiar los registros de sus documentos. En Estados Unidos, Inglaterra o España, hay activas militancias en contra de este derecho. En cambio, en Argentina, tenemos una ley de Identidad de Género desde 2012, que es modelo en todo el mundo porque fuimos el primer país en implementar una medida tan progresiva. Es cierto que cuestiones como la legalidad del aborto la obtuvimos hace poco, pero en muchos otros derechos estamos en la vanguardia.
—A partir de sus estudios y su militancia, ¿puede explicar cuáles son las condiciones que permitieron a Argentina estar a la vanguardia a nivel mundial en cuestiones de género?
—Eso ocurre porque el movimiento está activo y porque demanda cambios culturales, políticos, económicos y educativos desde múltiples lugares, en las calles, en los gobiernos, en las universidades, en los medios y en las ONGs. En todos lados hay feministas que están trabajando para mejorar la situación en Argentina, hay mucha masa crítica. El movimiento activista argentino está buscando implementar cambios y virajes de perspectivas y es muy numeroso en términos de manifestación popular, y eso es algo que no se suele ver en otros países. Además, se observa mucho deseo por hacer cambios culturales y familiares, las nenas más jóvenes insistiendo en sus familias sobre cómo referirse a ciertas cosas o que todo tenga que ver con la inserción en el mundo feminista. La penetración en la juventud es algo que antes no se veía. Y, lo más importante, es que la lucha por el feminismo se inscribe en la larga trayectoria por la lucha de los derechos humanos en Argentina. Así surge la ley de Identidad de Género, gracias a nuestra larga lucha por el derecho a la identidad, porque estamos atravesados por la necesidad de garantizar el derecho de la identidad de las personas a causa de las apropiaciones de bebés durante la dictadura. La militancia y el activismo por demandas civiles es bastante movilizante en Argentina. Vivimos en un país donde la lucha por los derechos humanos moviliza a muchísima gente y la lucha feminista es también una lucha por los derechos humanos.
—En el paper que analiza el impacto de la pandemia en la brecha de género usted demostró que las tareas hogareñas y el cuidado de personas durante la cuarentena no fueron compartidas en igual medida por hombres y mujeres. ¿La visibilización de este proceso, que era previo pero que la pandemia lo magnificó, permitió revertir este fenómeno que atenta contra las mujeres?
—Hay una crisis de cuidados informales en todas las áreas de la sociedad. Las instituciones de salud y educativas dependen del trabajo que hacen las mujeres adentro de sus hogares y para sus comunidades, con los cuidados de pequeños, de personas mayores o con discapacidad. Esto es consecuencia del sexismo: el hecho de que se considera que por su “naturaleza” las mujeres somos las encargadas de realizar esas tareas de cuidado porque somos más propensas a realizar ese tipo de actividades por nuestra constitución biológica o cerebral, son justificaciones que no son validas desde ningún tipo de racionalidad pero que han estado presentes a lo largo de la historia. Y la pandemia lo profundizó. Un informe de la Cepal demostró que en muchas casas argentinas mamá y papá se hacían cargo de las cuestiones domésticas en cuarentena, pero en el momento de repartirse las tareas los padres se quedaban con tareas de tipo gerencial, como organizar la compra, ir al súper cuando no se podía salir o de organizar el juego con los niños; mientras que las mujeres se encargaban de cocinar, de limpiar y de ser maestras de apoyo de los menores. Hubo una repartija más interesante pero se mantuvo el sesgo sexista. Es cierto que la pandemia lo visibilizó pero apareció lo que llamamos “la trampa de la visibilización”, porque parecería ser que cuando algo se visibiliza desaparece el problema. Y no es así. Lo reconocemos, hay una crisis en los cuidados informales, hay un problema en la repartición inequitativas de las tareas hacia dentro del hogar, pero no existen medidas concretas que estén solucionando ese problema.
—Esta sección se llama “Agenda Académica”, porque propone darle espacio en los medios de comunicación masiva a investigadores y docentes universitarios que se especializan en distintos temas. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con ese objeto de estudio: ¿por qué decidió dedicarse a la teoría feminista?
—Yo me formé como filósofa del conocimiento, estudio las condiciones del conocimiento en términos filosóficos y las perspectiva feminista me permitió ver la ligazón especial que existe en el cómo producimos conocimiento y en qué conocimiento producimos sobre género. Me interesó mucho ver que muchas cosas que damos por objetivas en término de conocimiento, en realidad son el resultado de investigadores que se han producido a través de sesgos sexistas. Me parece que es muy importante que desde el feminismo estudiemos cómo se produce ese conocimiento, para que no sea sesgado desde el sexismo, sino para que se produzca desde la perspectiva feminista, un conocimiento que sea emancipatorio, que sirva para organizar las sociedades de manera más igualitaria y justa. Ese es mi interés particular: poder mirar desde el feminismo cómo se produce conocimiento y cómo podemos hacer para construir una sociedad feminista.