El prestigioso poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht afirmaba que no se debe combatir a los dictadores sino ridiculizarlos. Así, el humor se convierte en un arma no sólo de resistencia sino también de construcción.
“La risa, el humor y los chistes políticos suelen ser –en la acertada definición de George Orwell– pequeñas revoluciones y enemigos acérrimos del autoritarismo, las dictaduras y los totalitarismos”, apuntala Tomás Várnagy, autor de “Proletarios de todos los países...¡Perdonadnos!” o sobre el humor político clandestino en los regímenes de tipo soviético y el papel deslegitimador del chiste en Europa central y oriental (1917-1991), EUDEBA.
Dentro de la bibliografía especializada, este libro explora las aristas y las dimensiones del humor. Con el fin de profundizar sobre sus investigaciones, Educación entrevistó al autor del texto y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), quien el 3, 4 y 5 de julio llevará a cabo la I Jornada Internacional sobre el Estudio Social del Humor y lo Cómico en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
“La risa, el humor y los chistes políticos suelen ser –en la acertada definición de George Orwell– pequeñas revoluciones y enemigos acérrimos del autoritarismo, las dictaduras y los totalitarismos”, apuntala Tomás Várnagy
Entre los muchos hallazgos de tu libro, el más enfático es el poder comunicacional que tiene el humor para la política. ¿Qué rol tuvieron en nuestra historia estas “pequeñas revoluciones”, tal como las definió Orwell?
En la historia de nuestro país existe una extensa tradición de humor político gráfico y ya en el siglo XIX aparecen publicaciones como El Mosquito (1863) y Don Quijote (1883), en las cuales se satirizaba, denunciaba y ridiculizaba a los políticos de turno. Caras y Caretas (1898) fue una revista de interés general de tono burlón y Cascabel (1941) reunió humoristas y periodistas con un estilo desafiante y combativo. Rico Tipo (1944) fue una publicación de humor más costumbrista que político y Tía Vicenta (1957), con un humor ingenuo, pretendía hacer reír al lector con caricaturas más que criticar a los gobernantes. Humor (1978) claramente poseía una postura democrática contraria a la dictadura y Barcelona (2003) es heredera de la tradición de humor gráfico crítico. Con la irrupción de las redes sociales, ahora todos pueden hacer y publicar humor, y los creativos de Eameo son un buen ejemplo de ello ya que han logrado una impresionante interacción con más de un millón de seguidores.
Un sistema rígido como una dictadura parece ser, según lo que relatas en tu libro, el ámbito ideal para que surja el chiste y la ridiculización como acervo de resistencia. ¿Creés que esto funciona igual en una democracia, en donde el humor y el espectáculo son parte de nuestro consumo mediático cotidiano? Esto último, en relación al reciente triunfo del comediante Volodimir Zelensky como presidente electo de Ucrania.
El humor puede ser utilizado como una estrategia de resistencia no violenta a la opresión y la dictadura, además, es una valiosa herramienta para los individuos en situaciones extremas y esto ha sido documentado, desde los judíos en los campos de concentración hasta los prisioneros de guerra estadounidenses en Vietnam. El humor también sirve para romper con el aislamiento y crear una solidaridad e identidad grupal que sirve para lograr cambios sociales. Bertold Brecht afirmaba que no se debe combatir a los dictadores sino ridiculizarlos.
Por lo general, el humor en las democracias occidentales se divierte con cosas sin importancia: no se cuestiona ni subvierte al sistema sino que sirve meramente como un mecanismo de defensa, de descarga o como una válvula de escape útil para el mantenimiento del sistema.
Los líderes políticos y las políticas de sus gobiernos dan lugar a la burla, la sátira y el humor. Este tipo de humor político reduce las grandes tensiones, sublima la agresión y el resentimiento hacia la autoridad. El triunfo en Ucrania de Zelensky, que se autodefine como “payaso”, no es un chiste: se trata de un humorista que protagonizó una exitosa serie televisiva, El servidor del pueblo, y arrasó en las urnas (73%) asumiendo como presidente hace pocos días. Tampoco es el único humorista devenido en político: tenemos a Beppe Grillo en Italia, Jón Gnarr en Islandia, Al Franken y Roseanne Barr en Estados Unidos, el danés Jacob Haugaard, Tiririca en Brasil, Bhagwant Mann en India y Hayk Marutyan en Armenia.
¿Qué lugar ocupó el chiste o el humor político en la Unión Soviética?
El chiste político en la Unión Soviética era considerado como una “actividad contrarrevolucionaria”. Anekdot es la palabra rusa para “chiste político clandestino” y era una forma de desmentir la política oficial. Su tremenda popularidad socavó y deslegitimó al régimen soviético, como el siguiente: Un día Stalin hizo comparecer a Radek, que era bien conocido por decir cosas que otros ni siquiera se atrevían a pensar. Stalin, enojado, le dijo: “Me han informado, camarada Radek, que te expresas sobre mí de un modo irónico. ¿Acaso has olvidado que soy el líder del proletariado del mundo?”. “Discúlpame, camarada Stalin —replicó Radek, asustado — pero ese chiste no lo inventé yo”.
Los chistes fueron un modo muy efectivo de representar la vida en la Unión Soviética porque proponían una restructuración del mundo, radical y subversiva, que revelaba las contradicciones entre el discurso oficial y la realidad cotidiana. Presentaban al socialismo realmente existente como un “mundo al revés” -al igual que el carnaval en la Edad Media tal cual lo describió el gran semiólogo Mijaíl Bajtín– al desdibujar las fronteras entre los grandes ideales utópicos y la triste realidad.
Los chistes, al exponer las distorsiones y contradicciones del sistema, provocaban una risa liberadora de las constricciones estatales y profanaban el idealismo utópico de la retórica oficial. El chiste fue una operación simbólica en la desestructuración del campo político, estableciendo las condiciones de posibilidad de las identidades, las prácticas y los discursos contrarios al régimen establecido.
Los anekdoty, obviamente, no circulaban en los medios oficiales, ni se manifestaban públicamente, ni eran impresos por los periódicos estatales. Sin posibilidades de expresarse, el humor político se convirtió en un medio de resistencia, subversión y protesta, una manera de transmitir el enojo, las frustraciones y la crítica en un medio ambiente hostil a él.
Los chistes fueron un modo muy efectivo de representar la vida en la Unión Soviética porque proponían una restructuración del mundo, radical y subversiva, que revelaba las contradicciones entre el discurso oficial y la realidad cotidiana.
Los chistes desenmascararon las incongruencias y paradojas de la vida en los socialismos realmente existentes que, de otra manera, eran imposibles de expresar, cumpliendo una importante función contracultural: la de mostrar la contradicción irreconciliable entre -en términos marxistas- la base y la superestructura, lo cual llevó -en nuestra opinión- en última instancia a la deslegitimación de todo el sistema y su posterior desmoronamiento.
El humor político tiene la habilidad de deslegitimar a un orden, a una medida de gobierno o a un político. ¿Considerás que también puede legitimar?
Como dijimos anteriormente, el humor también puede servir como válvula de escape, como descarga de energía o agresividad, que puede ser útil para mantener y legitimar un orden establecido. Pero el humor legitimador u oficialista no suele ser gracioso, porque lo que hace reír es la sátira, la parodia, la burla desde el lugar de los débiles hacia los poderosos. Reírse desde la superioridad, desde el poder, es más una muestra de cinismo que de humor; el chiste político siempre debe dirigirse en contra del orden establecido y quienes ejercen el poder.
El humor también puede servir como válvula de escape, como descarga de energía o agresividad, que puede ser útil para mantener y legitimar un orden establecido.
En la Unión Soviética existía el humor “oficial”, por ejemplo, el periódico satírico Krokodil (al igual que el Ludas Matyi en Hungría o el Eulenspiegel en Alemania) en donde se publicaban chistes sobre el capitalismo, las potencias occidentales y algunas cuestiones internas, pero solamente con tibias críticas a la burocracia, la pereza de los trabajadores, que, por supuesto, no cuestionaban al sistema.
En estas revistas humorísticas estatales la mayoría de los temas de los Anekdoty estaban prohibidos: no se podía bromear sobre el liderazgo, la ideología o el Partido. Sí se podían hacer chistes sobre el imperialismo, el capitalismo, la “sátira positiva” y chistes que celebraban la Revolución para elevar la moral de los trabajadores, todos ellos medios de legitimar el orden establecido.
*Politólogo y docente (UBA)