El 16 de febrero pasado, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, se reunió con el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich. La cancillería china calificó a la reunión como “sincera, sustancial y constructiva”. A finales de enero, en tanto, el canciller chino mantuvo un encuentro en Tailandia con el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, que la diplomacia china catalogó como “franca, sustancial y fructífera”.
En ambos encuentros, se realizó una salutación mutua por el cumplimiento del 45° aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas bilaterales que se cumplen este año, pero también se cruzaron acusaciones sobre algunos conflictos internacionales en curso, como los ataques hutíes en el Mar Rojo, los roles de cada uno en el conflicto de Gaza y las posiciones sobre la actuación rusa en Ucrania. La Casa Blanca afirmó que dichas reuniones se dieron en el marco de la decisión del gobierno de “mantener una comunicación estratégica y un manejo responsable de sus relaciones” con China.
Algunas semanas antes, el viceprimer ministro y encargado de Asuntos Económicos y Comerciales chino, He Lifeng, se reunió con una delegación encabezada por el subsecretario de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro norteamericano, Jay Shambaugh, con el objetivo de generar más beneficios a las empresas y pueblos de los dos países.
La “visión” de San Francisco. En las distintas reuniones mencionadas arriba, apareció la necesidad de “hacer realidad la visión de San Francisco”, recordando el encuentro presencial que mantuvieron los presidentes Joe Biden y Xi Jinping en noviembre pasado en esa ciudad norteamericana, en el marco del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC).
En California, ambos mandatarios pusieron sobre la mesa sus exigencias a la contraparte. Del lado chino, se exigió a los Estados Unidos el respeto del principio de “Una sola China” y que el país norteamericano cese su apoyo militar y financiero a Taiwán. Por otra parte, se hizo hincapié en la necesidad de garantizar un entorno propicio para el intercambio entre personas y se solicitó a Estados Unidos que cese con el acoso y los interrogatorios injustificados a ciudadanos chinos que van a estudiar o investigar allí. Finalmente, China señaló la necesidad de impulsar legislaciones internacionales sobre inteligencia artificial.
Luego de la reunión, la cancillería china señaló que ambas partes acordaron promover “un desarrollo sano, estable y sostenible de las relaciones China-Estados Unidos”, un vínculo que consideraron como la relación bilateral más importante de la actualidad. Los chinos llamaron “visión de San Francisco” al consenso alcanzado en la reunión de realizar esfuerzos para garantizar los principios de respeto mutuo, coexistencia pacífica y cooperación de ganancia compartida.
Los funcionarios estadounidenses, en tanto, demandaron a la contraparte china mayores esfuerzos para regular la producción de fentanilo, y exigieron al país asiático un mayor compromiso en la resolución de la guerra de Ucrania.
Al comenzar la reunión, Joe Biden señaló que “es primordial que usted y yo nos entendamos claramente, de líder a líder, sin conceptos erróneos ni faltas de comunicación”. El presidente chino, en tanto, dijo que “el planeta Tierra es lo suficientemente grande para que los dos países tengan éxito, siempre y cuando se respeten mutuamente, coexistan en paz, serán completamente capaces de superar sus diferencias”.
En este marco, ambos países acordaron reabrir los canales de comunicación entre sus Fuerzas Armadas, que habían sido cortados tras la visita que la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, realizó a la isla de Taiwán en agosto de 2022.
¿Disminuir tensiones o administrar competencias? La proliferación de reuniones de alto nivel entre las diplomacias sinonorteamericanas de los últimos meses se da en un contexto de profundización de las disputas geopolíticas entre ambos países, en un orden internacional que tiende, de forma turbulenta, hacia una mayor multipolaridad.
Lejos de calmar las aguas, las cumbres sirvieron para recordar las “líneas rojas” de ambos países, pero no apaciguaron las tensiones que existen entre ellos. De hecho, en una conferencia de prensa posterior a la cumbre de APEC, Biden llamó “dictador” a Xi Jinping, lo que disparó el enojo de la diplomacia china. Beijing también reaccionó cuando Jake Sullivan felicitó a William Lai por su victoria en las elecciones de Taiwán en enero pasado, lo que implica el reconocimiento por parte de Estados Unidos del acto electoral en un territorio que China reclama como propio.
La diplomacia china también tuvo comentarios enérgicos sobre Washington. En sus habituales ruedas de prensa, el portavoz de la cancillería Wang Wenbin acusó a Estados Unidos de utilizar “su dominio sobre los sistemas operativos globales y los servicios de internet para llevar a cabo vigilancia y robo de datos masivos e indiscriminados”, apoyar “descaradamente a las organizaciones de ciberataques para que lleven a cabo ciberataques continuos y duraderos contra agencias gubernamentales”, sostener una anacrónica “mentalidad típica de la Guerra Fría” y difamar constante e infundadamente a China. “Parece que la paranoia de algunos políticos estadounidenses está empeorando”, llegó a decir Wang.
En febrero de 2023, el Consejo de Estado de China publicó un informe titulado “La hegemonía estadounidense y sus peligros”, en el que acusa directamente a Estados Unidos de actuar “con audacia para interferir en los asuntos internos de otros países, perseguir, mantener y abusar de la hegemonía, promover la subversión y la infiltración y librar guerras deliberadamente, perjudicando a la comunidad internacional”. Este documento representó un verdadero quiebre de la diplomacia de “bajo perfil” de China.
¿Ganar tiempo? Más allá de los acuerdos puntuales alcanzados en las últimas reuniones bilaterales, la relación entre China y Estados Unidos se perfila como el vector del cambio geopolítico de las próximas décadas. La manera en la que se resuelva esta disputa impactará directamente en el formato que tomará el orden internacional en el futuro. El presidente ruso, Vladimir Putin, lo dejó claro en su entrevista con Tucker Carlson, cuando dijo explícitamente que “Estados Unidos teme más a una China fuerte que a una Rusia fuerte”.
Los llamados de Estados Unidos a China para que desempeñe un papel más proactivo en la defensa del “orden internacional basado en reglas” promovido por Occidente manifiesta una realidad que se ha hecho cada vez más clara en las últimas dos décadas, y es que Estados Unidos ya no está en condiciones de resolver unilateralmente los conflictos internacionales, ni de disciplinar o alinear al mundo emergente y en desarrollo. China, en tanto, busca administrar las tensiones, mientras continúa acumulando capacidades para disputar en áreas estratégicas (como la tecnología o el sistema monetario) y fortalece sus alianzas con el resto del llamado “sur global”.
El otro aspecto a considerar a la hora de analizar las tensiones entre China y los Estados Unidos es tanto las transformaciones en las formas de organización del capital como la interdependencia que ello trajo aparejado. Ningún Estado hoy es completamente autosuficiente, y los grandes capitales tienen sus negocios sumamente diversificados tanto en rubros como en territorios. Por ello, la administración demócrata estadounidense busca limar algunas asperezas con China para garantizar un entorno propicio para los múltiples inversores radicados en ese país.
Por eso, ninguno de los dos países busca en lo inmediato generar una crisis que haga volar por los aires el actual sistema internacional. En el caso de China, porque actualmente se encuentra en ascenso estratégico de su iniciativa geopolítica, ya es la primera potencia económica mundial medida en paridad del poder adquisitivo y se encuentra en camino firme para convertirse en un país socialista moderno plenamente desarrollado. Estados Unidos, en tanto, se encuentra en declive hegemónico desde hace, por lo menos, dos décadas, y su establishment está más enfocado en resolver la profunda grieta interna entre globalistas y neoconservadores que en recuperar la condición de hegemón indiscutible que ostentó durante gran parte del siglo XX. Ambos buscan, en síntesis, ganar tiempo.
Una incógnita importante es qué pasará en el caso de Donald Trump vuelva a ganar las elecciones de los Estados Unidos en noviembre próximo. Trump dijo hace algunos días que impondrá aranceles a los productos chinos de más del 60%, lo que implica también un impulso todavía mayor del proteccionismo, el unilateralismo y el intervencionismo a nivel internacional. Más allá de la retórica antichina que se achaca al expresidente, el propio Trump se encargó de calmar las alertas: “Me fue genial con China con todo”, dijo el candidato republicano. “Quiero que a China le vaya genial, de verdad. Y me gusta mucho el presidente Xi. Fue muy buen amigo mío durante mi mandato”. Seguramente, el devenir de la relación sinonortamericana estará marcado por el resultado de las elecciones de noviembre en el país del norte.
*Licenciado en Sociología. Especialista en Estudios Chinos.