El ex presidente Raúl Alfonsín, el último líder de la Unión Cívica Radical, se llevaba mucho mejor con el peronista Eduardo Duhalde que con su correligionario Fernando de la Rúa. Durante la victoriosa campaña electoral de 1999 esas diferencias en el radicalismo no se notaron, pero emergieron no bien comenzaron los problemas del gobierno, es decir muy pronto.
Y se hicieron muy evidentes en los caóticos últimos meses de la presidencia de De la Rúa, quien el 20 de diciembre de 2001 al atardecer redactó a mano su renuncia rodeado de un menguado y lloroso grupo de funcionarios y amigos, ya sin el apoyo de su partido ni de Alfonsín, que a esa hora se reunía en sus oficinas de la avenida Santa Fe al 1600 con parte de la plana mayor de su corriente interna.
“Fue un acto en soledad. De mi partido, la UCR, no vino nadie a acompañarme”, recuerda De la Rúa en su departamento de la avenida Alvear.
Por la mañana de aquel día trágico, Alfonsín se negó a acompañar al titular del bloque de senadores radicales, Carlos Maestro, a una nueva reunión con De la Rúa.
—Raúl, lo voy a ver a Fernando; la situación es dramática.
—Carlos, no me pida que lo acompañe. Yo no voy más a la Casa Rosada; para mí, esto está agotado.
Alfonsín y De la Rúa encarnaban las dos almas que animan al radicalismo desde su fundación, en 1891: una, más socialdemócrata, de centroizquierda; más estatista, y otra, más liberal o conservadora, de centroderecha; menos dirigista. Eran los herederos de Hipólito Yrigoyen y Marcelo Torcuato de Alvear, líderes de los “personalistas” y los “antipersonalistas”. Pero, sólo en el plano ideológico porque Alvear encabezó un gobierno firme y exitoso que incluso está siendo ahora valorado por dirigentes alfonsinistas.
Sin embargo, De la Rúa y Alfonsín eran dos radicales ilustrados: cuidaban las formas, se trataban con cortesía y refinamiento. Una relación entre caballeros. “Claro, caballeresca, pero me pasé catorce meses viajando desde la residencia de Olivos hasta las oficinas de Alfonsín para tratar que no se pelearan”, confía Chrystian Colombo, el dinámico jefe de Gabinete de De la Rúa. Colombo pertenecía al “alfonsinismo”, pero acompañó a De la Rúa hasta el final.
Colombo, apodado “El vikingo” por su aspecto físico, volvió a su actividad de empresario, con inversiones en distintas áreas. “Yo creo que el último Alfonsín –sostiene– consideraba a De la Rúa de derecha. Y lo dijo alguna vez. De hecho, cuando Ricardo López Murphy, en marzo de 2001, estaba haciendo su plan económico, Alfonsín estaba reunido en la avenida Santa Fe con su equipo para criticar ese plan” (...)
Los radicales tienen una cultura política muy particular: son respetuosos de las libertades, la ley, los partidos y las instituciones, pero se enfrascan en peleas internas, en especial cuando su partido ejerce el gobierno. “Mi mujer –agrega Colombo– dice algo muy sabio: ‘Cuando el radicalismo está en el poder, para un radical no hay nada peor que otro radical’.
”En ese punto, los radicales admiran la vocación de poder del peronismo, que provoca un realineamiento casi automático y sin chistar de la mayoría de sus dirigentes y militantes una vez que queda definido quién es el o la líder. Como dice el versátil operador Juan Carlos Mazzón, un peronista siempre oficialista: “En el peronismo, peor que la traición es el llano”.
“El peronismo –explica De la Rúa– es muy distinto a la UCR: hay un líder y valoran la lealtad, al menos mientras ese líder tenga poder o le vaya bien. Nosotros, en mi gobierno, por presentar el mejor gabinete posible, nos creamos muchos problemas. Por ejemplo, Rodolfo Terragno, mi primer jefe de Gabinete, fue una gran decepción: él no hizo política para el Gobierno sino para él. Ahí aprendí que la mejor virtud es la lealtad y después la eficacia; y si coinciden, mejor”.
Alfonsín tenía la misma opinión: “El peronismo se alinea detrás del poder más fácilmente”, le dijo en 2007 al periodista y editor Jorge Fontevecchia.
Las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2011 reflejaron la anemia política del presidente, cuyo gobierno no fue defendido ni siquiera por los escasos candidatos de su partido que vencieron en sus distritos. Algo inédito, por lo menos desde 1983. Lo peor para De la Rúa ocurrió en su propio reducto, la Capital Federal, donde el 12 de agosto sus candidatos habían sido derrotados en la interna radical por una lista encabezada por Terragno, su jefe de Gabinete hasta el 6 de octubre del 2000. Es decir: no pudo ganar ni dentro del radicalismo porteño y a pesar de que sus adherentes manejaban el aparato partidario.
“Era una interna que no podíamos perder de ninguna manera. Yo iba por la reelección y era el presidente de la Cámara de Diputados. Ahí ya se veía la situación del gobierno”, sostiene Rafael Pascual. Luego, en octubre, Terragno ganó y fue elegido senador, pero con un discurso muy crítico hacia la gestión nacional y, en especial, contra el ministro de Economía, Domingo Cavallo y el mantenimiento de la Convertibilidad, el plan que establecía la paridad fija entre el peso y el dólar, el 1 a 1.
Aquel día fueron elegidos todos los miembros del nuevo Senado, surgido de la Constitución reformada –dos por la mayoría y uno por la minoría en cada provincia y en la Capital Federal– y la mitad de la Cámara de Diputados.
El peronismo se impuso a nivel nacional; ganó en dieciséis provincias, entre ellas Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. De esa manera, reforzó su dominio en el Senado y desplazó al radicalismo al segundo lugar en Diputados. La oposición pasó a controlar el Congreso.
Duhalde resultó el gran ganador: fue elegido senador al vencer por más de veinte puntos a su amigo Alfonsín, quien, a pesar de la derrota entró al Senado por la primera minoría. “El presidente debe escuchar el ultimátum de las urnas”, fue el mensaje del vencedor.
Las elecciones de mitad de mandato dejaron a De la Rúa en jaque. El ex presidente cuenta ahora que, pocos días después de esos comicios, recibió en la residencia de Olivos a Alfonsín, con quien dice que se produjo el siguiente diálogo:
—Fernando, he estado con Duhalde y él me ha dicho que tiene que terminar el mandato presidencial la fuerza que ganó las elecciones, la Alianza, pero, eso sí, con otro presidente.
—Me imagino que lo habrás mandado a la miércoles.
—Le dije que no.
Duhalde y Alfonsín mantenían un acuerdo tan intenso al frente del PJ y la UCR en la provincia de Buenos Aires que sus críticos hablaban del Partido Bonaerense. Uno de los motivos de esta unión era su posición común contra el 1 a 1 que De la Rúa había heredado de su antecesor, Carlos Menem.
Sostiene De la Rúa que su caída fue “un golpe civil para que el presidente sea Duhalde; lo que pasa es que se mete Adolfo Rodríguez Saá y Duhalde no puede llegar. Rodríguez Saá también estaba en contra de la devaluación del peso y también lo voltean para imponer la pesificación y la mega-devaluación, con el mismo dispositivo que habían aplicado contra mi gobierno”.
Tanto Duhalde como los partidarios de Alfonsín niegan este “golpe no tradicional” o “golpe blando”, que fue investigado por la Justicia. En Doce noches recopilé indicios a favor y en contra de esa presunta conspiración, suficientes para que cada lector se forme su propia opinión.